Una vez más una muerte, una vez más una injusticia. Breonna Taylor, una mujer afroamericana, el pasado 13 de marzo murió acribillada por ocho proyectiles disparados por tres policías que irrumpieron en su casa en medio de la noche. Murió sin saber por qué, murió a los 26 años, murió tras dedicar horas y horas de su tiempo cuidando a los demás, siendo ella técnica en emergencias sanitarias. Los policías entraron en su apartamento, aparentemente sin aviso previo, amparados en la ley que permitía realizar registros sin tocar a la puerta.
Todas las excusas que aportaron para justificar lo injustificable, cayeron poco a poco. Ni Breonna ni su novio Kenneth Walker estaban implicados en tráfico de droga. Él tenía licencia para portar el arma con la cual intentó defenderse, al no saber quiénes estaban invadiendo su casa con tal violencia. Kenneth disparó e hirió a un agente en la pierna. Los tres policías quienes, supuestamente, están entrenados para enfrentar situaciones peligrosas, pensando que habían entrado en un refugio de delincuentes, dispararon varios proyectiles y mataron a una mujer indefensa. Kenneth salió ileso de esa agresión tan increíblemente absurda.
A pesar de todo, después de meses pidiendo que los tres policías pagaran por un error que causó la muerte de una joven inocente, la jueza de Kentucky Annie O’Connell condenó solamente a uno de ellos, a Brett Hankinson, por “conducta peligrosa” hacia el prójimo en primer grado. Una condena mucho más suave de la que conllevaría una acusación de homicidio.
De nuevo se prendieron las protestas, de nuevo miles de personas se volcaron en las calles para expresar su rabia y su desilusión. Se agudizan las divisiones en una sociedad gravemente polarizada y crecen las tensiones en vista de las próximas elecciones.
Un veredicto como el que ha dictado la jueza O’Connell tiene muchas más consecuencias de las que significa una injusticia hacia una muerta inocente y su familia. Es una piedra más en el camino de la pérdida de confianza en la policía, en la justicia, y por ende en las instituciones democráticas.
Temer a las fuerzas de policía tanto o más que a los delincuentes es un síntoma de democracias débiles, regímenes autoritarios y dictatoriales. Sin embargo, en los Estados Unidos los afroamericanos viven desde siempre con ese temor y una profunda desconfianza en la justicia. Sentimientos que cada vez más comparten amplios sectores de la sociedad.
Es posible que esa condena quite unos años de prisión a un policía y deje sin cargos a otros dos; sin embargo, lo hace a costa de la reputación de dos instituciones claves en las democracias: los Cuerpos de Seguridad y el Sistema de Justicia.
Y, cuanto más se debilitan las instituciones, tanto más espacio dejamos para el desencanto hacia los sistemas democráticos y la consolidación del populismo. Es importante cambiar radicalmente esa situación. Para que se pueda construir un clima de confianza es necesario que la policía evite los abusos y los jueces dejen de privilegiar a un sector de la sociedad en detrimento de otro.
Para promover esos cambios es necesario participar activamente en la vida política. Quizás pocas veces ha sido tan importante ejercer el derecho de voto, como ahora.
En estos últimos cuatro años, hemos asistido en diferentes ocasiones a la falta de respeto del actual presidente hacia las instituciones y la ética democrática. En estos días ese irrespeto se ha vuelto groseramente evidente, cuando decidió nombrar a un nuevo juez de la Corte Constitucional en los últimos días de su presidencia. No trata ni de mimetizar su falta de consideración por la muerte de una Jueza tan importante como Ruth Bader Ginsburg y menos aún por esas reglas no escritas que garantizan una armonía entre sectores de la sociedad y partidos diferentes.
Es evidente que, en Estados Unidos, más allá de las justas reivindicaciones de la comunidad afroamericana, lo que está en peligro es la democracia.
El voto es el único camino para salvarla.
@MBAFILE
28 de septiembre 2020
ViceVersa
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