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Opinión

Julio Castillo Sagarzazu

Millán Astray, el hombre que se llevaba la mano a la pistola cuando escuchaba la palabra cultura y que interrumpió un discurso rectoral al grito de “Muera la inteligencia, Viva la Muerte” y Carujo, pidiendo la renuncia Vargas, alegando que “el mundo es de los valientes, se enfrentaron a dos respuestas igualmente icónicas: Unamuno, diciéndole al general “vencerán, pero no convencerán” y la del sabio, respondiendo, “el mundo es del hombre justo”.

Ambos diálogos han sido presentados y se han constituido en un tópico que refleja la tradicional y ancestral lucha de la civilización contra la barbarie.

Esta lucha es tan vieja como la especie humana misma. Es la lucha por el cambio y el progreso contra el statu quo. Estas luchas, que siempre tienen como motor la mejora de las condiciones materiales y espirituales de los pueblos, no comienzan normalmente con el enfrentamiento brutal de las posiciones antagónicas.

Como hemos comentado en notas anteriores, una clase política hegemónica o dominante, no se hace de la noche a la mañana. Los momentos explosivos (los que registra la historia como fiestas patrias) son los días en que los vencedores lograron su objetivo político. Las fechas suelen ser caprichosas o arbitrarias y coinciden con el culmen de alguna gran movilización o con los intereses de los vencedores. De ello son ejemplos, la Toma de la Bastilla y la del Palacio de Invierno. (Venezuela, por cierto, es uno de los pocos países en el que una derrota militar, la del 4F, se celebra como una victoria.)

A decir verdad, las grandes transformaciones, las que implican un cambio de régimen son, en la práctica, el resultado de un largo periodo de acumulación de fuerzas de quienes se proponen el cambio, En ocasiones lo logran solos, en ocasiones en alianzas con otros sectores. Por lo general, primero ponen en jaque a las alianzas dominantes y cuando acumulan la suficiente fuerza, proceden al jaque mate.

En ese proceso, es muy importante (quizás ese sea uno de los grandes aportes de Antonio Gramsci a la teoría política) tener el control de un campo de batalla particular que es el cultural. No el cultural referido a las Bellas Artes (que también) sino el cultural referido a los modos de pensar, interactuar, percibir y relacionarnos entre todos.

En esta batalla, como en todas, debilitar la vanguardia del adversario y destruir su columna vertebral es clave. Esa es la razón por la cual en Venezuela, desde que Chávez llegó al poder (lo cual ha continuado Maduro) se propuso emprender una cruzada para debilitar a las Universidades. Instituciones en las que nunca pudo hacer crecer su oferta política.

Es cierto que muchos sectores de la clase media venezolana y profesional, cayendo en la trampa de la anti política, votaron por Chávez, pero las universidades, como instituciones, nunca pudieron ser controladas. Ni siquiera en el movimiento estudiantil, pudieron construir una fuerza homogénea y ganadora.

La agresión a la que hoy vemos sometidas a las universidades, la ruindad de sus campus y plantas físicas y, en particular, el carro de guerra desplegado contra los condiciones de vida y de trabajo de profesores y estudiantes no es ni casual, ni el resultado de torpezas administrativas o crisis financieras. Es, como hemos dicho, un plan de desmantelamiento de la vanguardia intelectual del país.

El caso de los profesores universitarios y trabajadores universitarios es patente. Contra ellos se ha puesto en marcha (desde hace años) un plan de humillación y exterminio. Hace caer en un ingreso que rondaba los dos mil quinientos o tres mil dólares por mes, hasta menos de 30 dólares (aumentados a menos de 300 hace apenas unos días) es un plan deliberado para hacerlos desaparecer.

Hace 20 años, una familia de profesores universitarios no solamente podía vivir decorosamente con su salario sino que, con la ayuda de sus cajas de ahorros, podían garantizar planes de salud y acceso a viviendas y recreación a los niveles de cualquier país latinoamericano.

Por poner un solo ejemplo: este mes hemos sido notificados que las primas de seguro básicas (aquellas que solo cubren 4,000$ en siniestros) tendrán una prima de más de 1.200$ al año.

Estamos casi seguros que, a partir del mes de junio, más del 95% de los profesores quedaremos sin cobertura de salud. Sencillamente los números de las familias no cuadran.

Es cierto que, frente a esta situación, hay sectores e individualidades que se plantean planes alternativos para hacer frente a esta tragedia anunciada. Eso está bien y es plausible. Sin embargo, es necesario comprender que esta agresión, del régimen no es un hecho aislado y que se inscribe en su estrategia de aniquilación de la academia venezolana y los líderes que pueden generar pensamientos alternativos. Nuestro caso es parecido al de un preso de conciencia inocente. Su lucha no es para que le mejoren sus condiciones de reclusión, sino para que le den la libertad, injustamente arrebatada.

Esta semana, hemos regresado algunos a las aulas y a las clases presenciales. Se trata de una buena noticia. Quizás sea el momento para que autoridades, gremios, profesores y estudiantes, se replanteen la reorganización, para luchar contra estos siniestros planes.

Esa debería ser la verdadera preocupación y el verdadero contenido del debate. Es algo más trascendente o importante que la pintura de los autobuses o el gasoil para sus tanques.

Es una lucha por la supervivencia de la vanguardia productora de las ideas y de quienes pueden encabezar la batalla cultural por el rescate de la democracia en Venezuela.

En Venezuela esto es particularmente importante, desde el 19 de abril de 1.810, pasando por las generaciones del 28, la del 58, la del 68 y la del 2008, la academia universitaria ha jugado tradicionalmente un rol de vanguardia.

A la democracia venezolana, le interesa mucho que no nos derroten. Que Millán Astray y Carujo, no se salgan con la suya.

Todos, deberíamos estar pensando en cómo evitarlo.

 4 min


Fernando Mires

Imposible hablar de totalitarismo sin referirnos a la clásica obra de Hannah Arendt The Origins of Totalitarism. En alemán: Elemente und Ürsprunge totaler Herrchaft (elementos y orígenes de la dominación total) El título alemán es más largo pero más preciso, pues Arendt va mucho más allá de la indagación sobre los orígenes históricos del fenómeno totalitario.

Sin caer en tipologías de estilo weberiano, Arendt ofrece una caracterización conceptual muy necesaria para quienes no vacilan en endilgar el concepto de totalitarismo a cualquiera dictadura o autocracia de las muchas que aparecen y seguirán apareciendo en este desdichado mundo. Fue por eso que para diferenciar, propusimos en otro texto una escala provisoria que comienza por un gobierno autoritario, sigue por una autocracia, continúa por una dictadura militar y culmina en el totalitarismo.

El totalitarismo podría ser visto como la forma más alta (o la más baja, depende desde donde miremos) de los sistemas de dominación política no democráticos. Desde un punto de vista evolutivo, el totalitarismo como forma de dominación existe en estado germinal en todo gobierno no, o anti-democrático. No obstante, sin intentar aquí naturalizar a la historia, podríamos asegurar que la existencia de una semilla no garantiza su transformación en árbol. Para que la semilla alcance la forma de un árbol concurren varios factores (clima, altura, temperatura, agua, entre otros) Y bien, a estudiar estos factores constitutivos dedica Arendt su atención. No ahondando el tema –estoy escribiendo un artículo de opinión, no un ensayo- me referiré a algunos que parecen ser decisivos para indagar sobre algo que estoy intuyendo desde hace algún tiempo, antes aún de que Putin comenzara a cometer sus pavorosos crímenes en Ucrania.

En la tercera parte del libro titulada Totale Herschaft (dominación total), anuncia Arendt que uno de los antecedentes de todo totalitarismo reside en la desintegración de la sociedad de clases (p. 502). O lo que es parecido: en el surgimiento de la sociedad de masas. Invirtiendo la línea marxista, Arendt logra convencernos de que la desaparición de las estructuras clasistas no lleva a un orden social superior sino a su descomposición (anomia la llamaría Durkheim). El ascenso de masas desclasadas en su forma de masa o chusma conduce a la disociación social y en el curso de ese proceso, a la negación de la sociedad como tal.

Pero esos son solo los orígenes del fenómeno. No el fenómeno en sí.

Observando la historia de Rusia después del fin del comunismo, la desintegración de la sociedad de clases no tuvo lugar como generalmente se piensa, bajo Gorbachov, sino bajo Yeltsin.

Gorbachov era hombre de aparatos, un disidente interno pero a la vez un miembro de la Nomenclatura. Yeltsin también. Pero Jeltsin, por lo menos en los comienzos de su mandato, decidió romper con el aparato partidario- dictatorial. Bajo su gobierno terminaría de derrumbarse la clase dominante o Nomenclatura pero, y esto fue lo que aterró al joven Putin, sin que surgiera una nueva clase que la sustituyera en el poder.

Desde el punto de vista politológico podríamos definir a Yeltsin como un gobernante populista. Después de su decidida oposición al golpe de 1991, superó en popularidad a Gorbachov. Pero como buen populista, llegado al poder como un producto del desorden, produjo más desorden todavía. Emmanuel Carrère nos dice incluso, en su políticamente muy importante novela, Limonov, que el único periodo de felicidad que ha conocido Rusia en su historia fue bajo Yeltsin.

Sin embargo, el exceso de libertades, en un país que no estaba preparado para institucionalizarlas, debía derivar en un inevitable caos. Para quienes habían sido educados en la rígida disciplina comunista, el de Yeltsin era un gobierno anárquico. Para la extrema derecha comunista, para los sacerdotes de la conservadora ortodoxia cristiana y sobre todo, para las multitudes de funcionarios que quedaron sin trabajo después del derrumbe de la Nomenclatura (entre miles, Putin) el gobierno de Yeltsin era, en las palabras de Putin, el resultado de “una catástrofe de la historia”. Pero para los estudiantes libertarios, para los periodistas independientes, para la inmensa mayoría de los intelectuales y artistas, para gays y lesbis, en fin, para los amantes de la alegría y de la libertad, los primeros meses del gobierno Yeltsin fueron una verdadera primavera.

Frente al desorden generalizado que siguió al derrumbe de la sociedad de clases, no solo los representantes del antiguo régimen, la mayoría de los rusos que profesaban tradiciones autoritarias, comenzarían a clamar por una mano dura. Rusia, para decirlo en los términos de Hannah Arendt otra vez, vivía en ese momento una típica “crisis de autoridad”. El mismo Yeltsin, tal vez asustado de su propia obra, tuvo la mala idea de reclutar a un agente secreto para que pusiera algo de orden en el corral. Con las matanzas ordenadas en contra de los rebeldes musulmanes de Chechenia, comenzaría la carrera vertiginosa del joven Putin.

Aunque todo esto es historia conocida, hay sin embargo una pregunta que la historiografía deberá alguna vez responder. ¿Tenía ya en su cabeza Putin un proyecto de dominación totalitaria o este apareció como producto de las circunstancias? Difícil saberlo. Pero quizás lo uno no excluye a lo otro. Putin ha sido siempre autoritario y, evidentemente, quería terminar con el desorden. Como ex agente secreto maneja la lógica instrumental. De acuerdo a esa lógica, primero hay que trazar un objetivo y después generar los medios para cumplirlo. Y Putin tenía un objetivo: reconstruir a la Rusia imperial. Ahora, para cumplir ese objetivo era necesario aplicar la violencia en diversas zonas del antiguo imperio soviético. Las guerras a Chechenia fueron solo las más conocidas por ser las más cruentas, entre otras libradas en la periferia rusa. Y precisamente aquí nos encontramos con otra característica de la dominación totalitaria, según Hanna Ahrendt: la fusión entre el poder y la violencia y la producción del terror (p.550). O en otros términos, la transformación del poder-violencia (Gewalt) en poder-terror.

En una primera fase la violencia fue externa. Pero muy pronto llegaría a ser también interna. Comenzó con en el acallamiento de voces disidentes. Los asesinatos cometidos en contra de adversarios ya suman decenas. Navalny es solo un símbolo representativo. Cualquiera manifestación en contra del régimen ha sido violentamente suprimida. Contrasta con la libertad que los rusos gozaban aparentemente en otras esferas ajenas a la política.

A diferencias de Stalin, pero no de Hitler, Putin permitía la libertad económica siempre y cuando los empresarios no se inmiscuyeran en política. La política era patrimonio del estado y de su máximo líder. Fue así como manteniendo los rituales de una democracia formal, Putin logró la monopolización de un poder político, sustentado en cuatro pilares: el militar, el policial, una oligarquía mafiosa y para-estatal, y los servicios secretos, dirigidos por el mismodictador. Putin llegaría a ser Stalin y Beria a la vez.

Los fundamentos del poder totalitario ya estaban consolidados antes de que Putin diera inicio a la guerra contra Occidente, comenzando por Ucrania. La que pasará a la historia como la tercera guerra mundial, solo convertiría en manifiesta una realidad ya implícita.

Rusia está en vías de configurarse como el tercer estado totalitario de la modernidad. Punto por punto los elementos del estado totalitario señalados por Hannah Arendt han sido cumplidos: La alianza entre las masas y la elite de poder ya está formada. El proceso continuó con la creación de un partido -estado, Rusia Unida, sustituto del antiguo partido comunista, pero sin comité central ni buró político. El control interno de la sociedad fue llevado a cabo por organizaciones de espías, tanto al interior como al exterior del estado. La primacía de la violencia y no de la política, es de sobra conocida. Quien levante la voz en contra de Putin, caerá en prisión (por lo menos 15 años, según informa Nina L. Jruschov en un reciente artículo titulado Los orígenes del totalitarismo en Rusia). Y si es peligroso, será asesinado. Si a ello agregamos la eliminación de cualquier atisbo de prensa libre y la implantación de una ideología única, ya tenemos configurado el cuadro totalitario arendtiano en todas sus formas.

¿Ideología Única? Preguntará más de alguien con cierto asombro. ¿Acaso hay una ideología putinista como fue el nacionalismo para Hitler o el marxismo-leninismo para Stalin? Efectivamente, la hay. Pero bajo una forma más refinada. Esa ideología única es nada menos que el cristianismo ortodoxo, redescubierto por Putin como medio de dominación ideológica. Para decirlo en síntesis: de la misma manera como Stalin castró al marxismo de su procedencia europea occidental (Marx pertenece a la tradición hegeliana, no hay que olvidarlo) para convertirlo en un conjunto de manuales doctrinarios cuyo custodio era la Academia de Ciencia de la URSS, Putin ha castrado a la Iglesia Ortodoxa de su espiritualidad, convirtiéndola en un aparato de propaganda al servicio del estado. Si Stalin convirtió a una ideología en una religión, Putin ha convertido a una religión en una ideología. Las ventajas adicionales de esta segunda operación son evidentes.

El cristianismo ortodoxo forma parte de la “Rusia profunda”, sobre todo de la agraria. Como toda religión, el cristianismo ortodoxo busca controlar las almas de los creyentes. Pero para controlar las almas es preciso controlar los cuerpos, y como los cuerpos son sexuales, hay que controlar la sexualidad: la parte más íntima de cada ser humano, si seguimos a Foucault. Por ejemplo, la intensa persecución a los homosexuales practicada por el régimen ha operado bajo bendición eclesiástica.

Como destacó Arendt, el totalitarismo es consumado cuando se apodera de la intimidad de las personas (p.549). En Rusia la Iglesia y sus implacables confesores tienen acceso a los secretos de la intimidad de cada individuo y de cada familia. Hay espías con sotana, incluso en los bizantinos confesorios. En la violación de la intimidad, incluyendo la sexual, Putin ha logrado sobrepasar a Hitler y a Stalin.

Los ideales patriarcales que proclama Putin no son diferentes a los de los patriarcas religiosos. No extrañe entonces que la marca de fábrica de la ortodoxia rusa, su extrema animosidad en contra de Occidente, la ha hecho Putin suya. Es sabido que para el fanático patriarca Kirill, la guerra de Putin en contra de la occidentalizada (en el lenguaje de Putin, facistizada) Ucrania, adquiere la forma de una cruzada. Putin ha convertido a la iglesia ortodoxa de su país en un aparato de propaganda del régimen. A diferencia de Stalin que tuvo que construir ese aparato, Putin lo tomó de la realidad ancestral de Rusia.

Putin ha aprendido mucho de sus precursores totalitarios: Hitler y Stalin. Pero también, en materias de totalización del poder, ha sido un innovador. Ha llegado al punto de controlar el poder medial no solo mediante la apropiación estatal de la prensa, la radio y la televisión, sino también a través de un complejo y sofisticado aparato digital. El de Putin –a diferencias de Hitler y Stalin que actuaron sobre la base de una sociedad industrial– es el totalitarismo de la era digital, un enorme imperio territorial y cibernético. A través de las redes, públicas y secretas, Putin puede influir en los mercados internacionales, en los sistemas noticiosos, en la opinión pública mundial y, no por último, en las elecciones, como fue comprobado en los EE UU de Donald Trump.

Controlada la intimidad corporal, el siguiente paso será ejercer control sobre el pensamiento. Y como no tenemos otra alternativa que pensar con palabras, Putin intenta, como el Gran Hermano de Orwell, ejercer el control sobre las palabras. Al poder vertical ejercido por el estado lo llama democracia. A los disidentes los llama traidores. A la guerra genocida en Ucrania la llama “operación especial”. A la invasión la llama “sentar soberanía”. A la democracia ucraniana la llama fascismo. A los países democráticos de occidente, naciones invasoras. La destacada historiadora Anne Applebaum ha observado en un iluminador artículo titulado Ucrania y las palabras que conducen al asesinato en masa, como el lenguaje putinesco está dirigido a deshumanizar a las víctimas. “Los ucranianos” - nos dice- “no son seres humanos para quienes obedecen a Putin. Son simplemente nazis ucranianos.

Bajo las condiciones impuestas antes y durante la guerra a Ucrania, la formación totalitaria del régimen ruso ha alcanzado su cenit. Sin temer a equivocarnos afirmamos que la guerra ha generado un punto de inflexión en la historia reciente de Rusia. Hannah Arendt nos habló en ese sentido del fin de las ilusiones. Una de esas ilusiones residía en la esperanza de que la ciudadanía pudiese revertir el proceso de totalización del poder. Pues bien, esa ciudadanía incipiente formada bajo Gorbachov y Yeltsin, ha dejado prácticamente de existir. Un ochenta por ciento de la población rusa apoya a la invasión. No tiene otra alternativa. A los descontentos les está prohibido pensar. Las palabras del pensar han sido alteradas. El poder de Putin ya es total.

El retorno del totalitarismo en Rusia, ha terminado por cristalizar. Eliminadas las contradicciones sociales (no hay quienes las porten) el totalitarismo ha alcanzado un punto de irreversibilidad. La idea acariciada por observadores occidentales relativa a que mediante las sanciones a la economía, la población (no la ciudadanía) rusa iba a rebelarse alguna vez en contra del régimen, debe ser descartada de plano. No lo hizo durante Stalin, tampoco lo va a hacer durante Putin. Por el contrario, lo más probable es que con una economía arruinada, el régimen establecerá, como suele ocurrir, un control directo sobre el consumo alimentario. El racionamiento ha sido probado por diferentes dictaduras como uno de los más eficaces medios de control social. Quien quiera comer, debe obedecer. El pueblo ruso será, en gran medida ya lo es, una de las víctimas de una economía de guerra que se extenderá más allá de la guerra.

¿Como salir de la dominación totalitaria putinista? De acuerdo a las dos experiencias de la modernidad europea, ha habido dos salidas. Una, la catastrófica, que fue la que sufrió Alemania: la derrota militar absoluta, la destrucción total del país. De más está decir que esa salida llevaría hoy a una guerra nuclear y gran parte de Europa pagaría en sí misma la destrucción militar del totalitarismo ruso. Las radiaciones radioactivas, como se sabe, son muy internacionalistas. No respetan límites geográficos.

La otra salida, que fue la de la URSS de Stalin, llevó a la evolución de la dominación totalitaria soviética hacia una dictadura no totalitaria sino más bien burocrática, la de las nomenclaturas. Pero para que eso ocurriera fue necesaria la muerte de Stalin. Y aquí topamos con un problema que merece ser considerado adicionalmente: todos los totalitarismos, sea el de Hitler, el de Stalin, o el de Putin, han sido unipersonales. En todos ellos el poder reside concentrado en el cuerpo del dictador. Hitler y Stalin antes, Putin ahora, no solo han sido representación personal del Estado. Son el Estado. De ahí que la muerte del dictador suele ser también la muerte de un tipo de estado: el estado totalitario personalista. En términos muy directos: para salir del totalitarismo ruso, Putin debe morir.

Sabemos que Putin no es inmortal. Rumores acerca de una enfermedad terminal que lo estaría consumiendo no son más que eso, rumores, y mientras no sean comprobados, son simples deseos. Muy justificados. Putin es seguramente el personaje más odiado del mundo. Millones de seres, no solo ucranianos, ruegan a Dios todos los días para que se lo lleve. Pero nadie está seguro que Dios, aunque exista, los escuchará. Y si aún escuchara, nadie sabe lo que puede suceder después de Putin, máxime si se tiene en cuenta que, a diferencia de Stalin, quien detrás de su tiránica figura mantenía un buró político, detrás de Putin no hay nada parecido. Putin no confía en nadie que no sea el mismo. El poder de Putin comienza y termina con Putin.

Partamos entonces de una posibilidad realista. En estos momentos Putin vive, y puede que siga viviendo durante un tiempo. En estos momentos también, tiene lugar una guerra de Rusia a Ucrania la que, para la distopía imperial de Putin, es imperioso ganar. Para Occidente, por el contrario, es fundamental que Rusia pierda esa guerra. Una guerra perdida no significaría el fin del totalitarismo ruso, pero podría al menos llevar a su limitación geográfica. Eso obligaría a Occidente a aceptar la alternativa de continuar coexistiendo de modo muy tenso con Rusia, en una especie de guerra fría mucho más caliente que la del siglo XX, o quizás a padecer un largo tiempo de guerras limitadas pero alternadas. En cualquier caso, una situación más aceptable que la desaparición de un trozo enorme del planeta como consecuencia de una guerra nuclear apocalíptica.

Ucrania no puede ni debe perder la guerra. Ganar la guerra significa para Occidente el reconocimiento de Rusia a Ucrania como una nación política y jurídicamente constituida. Ese reconocimiento sería a la vez la precondición para el mantenimiento de una paz europea y mundial.

Rusia ya se ha expandido demasiado. Ha llegado la hora de detenerla. Hay que obligar a Putin a reconocer sus límites, tanto personales como geográficos. Y sobre todo, hay que llevar a los europeos a convencerse a sí mismos de que una paz estable y duradera supone la existencia de una Ucrania libre, soberana, independiente, democrática y europea. Con Putin o sin Putin.

@FernandoMiresOl

Referencias:

Anne Applebaum - UCRANIA Y LAS PALABRAS QUE CONDUCEN AL ASESINATO EN MASA (polisfmires.blogspot.com)

Hannah Arendt – Elemente und Ürsprunge totaler Herrschaft, München 1993

Fernando Mires -DEMOCRACIA CONTRA AUTOCRACIA (Polis)

Nina L. Jruschov – Los orígenes del totalitarismo en Rusia" https://polisfmires.blogspot.com/2022/05/nina-l-jruschov-los-origenes-de...

7 de mayo 2022

Polis

https://polisfmires.blogspot.com/2022/05/fernando-mires-rusia-el-retorno...

 13 min


Nicolas Roibas

Cada vez que conversamos con nuestros clientes les decimos que afirmar que la tecnología es “importante” para las campañas políticas es algo anacrónico. Nosotros vamos más allá, porque creemos que la tecnología directamente ES la campaña política. No se puede concebir una campaña sin conocer el universo de las social media, la monetización y los procesos de cambios y flujo de información.

La tecnología hoy está íntimamente ligada a la emoción; y la emoción es la que hace que se mueva el avispero tanto en términos electorales, así como en todo. Desde hace años los analistas políticos saben que las personas toman sus decisiones de acuerdo a las emociones que estas les producen. Es así porque, si bien en el proceso de toma de decisiones siempre está en pugna nuestra parte racional y la emocional, esta última termina imponiéndose en el 99 por ciento de las veces.

El reconocido psicólogo, Jonathan Haidt utiliza una metáfora muy ilustrativa sobre esta cuestión: la emoción es un elefante y la razón es un jinete tratando de guiarlo con mucha frustración hacia su camino. Sin embargo, por lo general el rol del jinete termina siendo el de justificar lo que el elefante ya decidió. Así tomamos decisiones sobre todas las cosas en nuestra vida. La política no es una excepción para nada.

Partiendo de esto, la tecnología ha logrado conectar aquellas zonas del cerebro vinculadas a la gratificación instantánea. Los likes, los compartidos, los comments, nos producen reacciones químicas en nuestro cerebro, nos movilizan. Si los mensajes que se envían son los correctos; y cuando hablamos de mensajes no hablamos de palabras simplemente, sino de imágenes, de sonidos y de narrativa, se puede decir que se cumple el objetivo de llegar a donde se quiere llegar, que es la conexión emocional con el receptor.

El ser humano es un ser que es inseparable de la narrativa, tal es así que la asimilación de ideas es probadamente mucho más alta cuando hay una narrativa por detrás. Recordamos lo que tiene un sentido y se conecta con nuestra emoción, y esto es así desde el hombre de las cavernas hasta nuestra actualidad. Lo podemos ver en las transmisiones orales de relatos e historias a través de los tiempos. Por eso importa el cómo, el qué, el por qué, el para qué y el cuándo vamos a contar lo que queremos contar. Tener las herramientas y el proceso de trabajo correcto para que sea eficiente.

Algunos políticos creen que contratando agencias que subcontratan influencers y pagan por publicación o bailando en TiK ToK están trabajando bien esta temática. Nada más lejos de la realidad. El trabajo de campaña en este universo requiere una estrategia integral, profesionalismo y compromiso.

6 de mayo 2022

Guayoyo en Letras

https://guayoyoenletras.net/2022/05/06/la-tecnologia-y-la-emocion-en-la-...

 2 min


​José E. Rodríguez Rojas

Después de 63 años de revolución la situación económica y social de Cuba sigue siendo crítica. La inflación y la carestía de alimentos y productos básicos agobian al cubano promedio, lo que ha llevado a la población a la calle a protestar. El régimen ha reaccionado, como siempre, reprimiendo las protestas. Ello ha incentivado la emigración a niveles históricos, en esta oportunidad vía Centroamérica intentando llegar a la frontera de Estados Unidos con México.

La situación económica y social de Cuba, después de 63 años de revolución, continúa agobiando al cubano promedio. La crisis económica se traduce en una elevada inflación que fue estimada en más del 300% para el año 2021 por la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist. Ello convirtió en prohibitivos los platos navideños. En la navidad pasada los medios de prensa internacionales reportaron que las neveras de los cubanos permanecieron vacías como reflejo de las limitaciones que sufrían las familias cubanas, imposibilitadas de disfrutar de los platos que tradicionalmente se consumen en esa época del año. La inflación no ha cedido a pesar de las políticas pro mercado instrumentadas por el gobierno. Ello ocurre a pesar de la ayuda del régimen venezolano que le remite con regularidad petróleo y derivados que los cubanos revenden y del disfrazado apoyo de otros gobiernos que a través de las llamadas misiones medicas subsidian al régimen.

La crítica situación económica ha llevado los cubanos a las calles a protestar. En julio del año pasado decidieron marchar en protesta por la crítica situación que enfrentan, pero el régimen con la colaboración de sus perros de presa, arremetieron contra los manifestantes. A 800 de ellos los apresaron y los llevaron a prisión; luego en juicios amañados les aplicaron, a unos 100 de los apresados, penas de cárcel que en algunos casos superaron los 30 años. Los dirigentes del movimiento cultural San Isidro intentaron dialogar con el régimen pero fueron hostigados y obligados a exiliarse.

Como no se puede protestar, los cubanos escogen la otra forma de manifestar su disidencia y huir de la crítica situación que enfrenta la isla, emigrar. El Washington Post reporta, en información reproducida por el ABC de España, que decenas de miles de cubanos han decidido emigrar, en lo que constituye el mayor éxodo masivo desde la crisis migratoria del Mariel en 1980. La población que huye en desbandada de la isla incluye a algunos chupamedias del régimen, como un periodista de la televisión estatal, acostumbrado a despotricar de la oposición y de los “traidores” que huyen de la isla.

La cantidad de cubanos que llegan a la frontera con Estados Unidos es cada vez mayor, superando la de años previos. En esta oportunidad los cubanos llegan en vuelos a Managua y de allí por tierra a la frontera de Estados Unidos con México. La policía inmigratoria de los Estados Unidos proyecta aprehender 155.000 cubanos este año lo que cuadruplica la cifra del 2021 y es 12 veces la de 2020. Si bien la crítica situación de la isla y la represión actúan como detonantes, incide también el hecho de que Nicaragua eliminó el requisito de visa para los cubanos. Jorge Duany director del Cuban Research Institute de Florida y otros expertos estiman que el número de cubanos abandonando la isla puede exceder otras migraciones masivas de la isla incluyendo la del Mariel.

Profesor UCV

 2 min


Laureano Márquez

ALLANAMIENTO: Premio de periodismo que, a su manera, otorga la dictadura (la dictadura en general –sea este de brigada o de división–). Viene de la unión de dos términos: «allanar» (entrar ala fuerza a la casa de una persona) y «mentir» (decir algo que no es cierto con intención de implicar).

BULO: Noticia falsa que resulta del cruce de una información yegua con un propalador burro. Es una noticia estéril.

CENSURA: Omitimos esta definición por razones más que obvias.

COLUMNA: Parte del cuerpo por la cual, los funcionarios de la represión suelen expresar su opinión sobre lo que han escrito algunos periodistas en la prensa.

DEBATE: Estos funcionarios suelen ir de bate, también de electricidad y otras veces, cuando hay apagón, de bolsas plásticas.

ENTREVISTA: Conversación en la cual el entrevistador indaga sobre las opiniones del entrevistado, al que se le ha advertido previamente acerca de ciertas opiniones que no puede expresar públicamente.

EDITORIAL: Opinión de un periódico o revista que no esta firmada por nadie en particular, evitando así el debate en la columna.

FUENTE: Lugar de donde brota la información en los jardines de los palacios de gobierno.

LIBERTAD: Cuadro de Delacroix (la libertad guiando al pueblo). «L. Lamarque» actriz y cantante argentina. Estatua ubicada en Nueva York.

MEDIOS: Moneda extinta con la que alguna vez se podía comprar el periódico.

NOTICIERO: Dícese de cuando hay muchas noticias. «Hoy tenemos un noticiero loco».

OBJETIVIDAD: Para los regímenes autoritarios, es la forma de presentar la realidad tal cual no es.

OPINIÓN: Forma de buscarse problemas que consiste en expresar la idea o juicio que una persona tiene sobre algo o alguien. Si te salvas del gobierno, te agarra la oposición.

PRENSA: Cuando no tienen el debate a mano, los funcionarios suelen recurrir a la prensa.

PERIÓDICO: Publicación que antes aparecía de forma regular (periódica), pero le han quitado el papel y la sede. Ahora existe de manera digital, hasta que expropien los dedos.

TITULARES: Tiene dos acepciones: el enunciado que encabeza una información y también el titular del ministerio que impide que esta información se publique.

VERAZ: Dícese de la información que se ajusta peligrosamente a la verdad.

ZAPATAZO: Opinión gráfica del maestro Pedro León Zapata, un hombre que siempre tuvo el valor de decir lo que pensaba porque pensaba lo que decía. Su ejemplo seguirá siendo, por siempre, motivo de inspiración.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

 2 min


Paulina Gamus

«Si estudias la historia de los perpetradores descubres que procedían de muy diferentes pasados. No hay una manera típica, un camino único de convertirse en genocida. Todos tenemos la capacidad y el peligro de serlo. Observando a los nazis no puedes identificar un sector de la sociedad del que provenían los asesinos». Jacinto Anton, entrevista a Peter Longerich, biógrafo de Heinrich Himmler.

Heinrich Himmler fue quizá el hombre más poderoso del Tercer Reich, después de Hitler. Jefe de las SS, de la Gestapo y organizador de los campos de exterminio. Después de observar el funcionamiento de las cámaras de gas en Auschwitz, les dijo a sus acompañantes: «Vamos a tomarnos unos vinos». Esa indiferencia hacia el dolor ajeno y la frialdad para perpetrarlo fue lo que Hannah Arendt describió como «la banalidad del mal».

Cuando Venezuela fue refugio de perseguidos por las dictaduras militares de Chile, Uruguay y Argentina, resultaban espeluznantes las narraciones de los sobrevivientes sobre las torturas que practicaban precisamente elementos militares. Su sadismo parecía único e irrepetible.

Confieso que para entonces tenía un concepto bastante elevado de la moral de nuestras fuerzas armadas. Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el centro de torturas por excelencia era la Seguridad Nacional, dirigida y conformada por civiles. Es innegable que durante los primeros gobiernos democráticos también hubo excesos en el trato a los presos políticos. Que fueran los años de la guerrilla castrocomunista que procuraba destruir la democracia y que cometía asesinatos, no hizo excusables esos hechos. Los perpetradores de las torturas también eran civiles.

Al llegar Hugo Chávez al poder, muchos temimos que su mensaje de odio inspirado en el nazismo al dividir a la población en los «buenos», los chavistas y los «malos», las cúpulas podridas, los escuálidos, etcétera; se desatara una ola de violencia contra los adversarios del régimen. Pero el odio quedó en el discurso, la idiosincrasia venezolana fue el freno para no pasar a mayores. De esos años supimos de muchas detenciones arbitrarias, pero el tema tortura no estaba en el tapete de las constantes violaciones legales y constitucionales cometidas por ese gobierno. Y así llegamos al régimen de Nicolás Maduro que ha hecho de la maldad su enseña, su consigna y su razón de ser.

No caeremos en el exceso de comparar a Maduro, Cabello o Padrino López con Heinrich Himmler. Los crímenes que se han cometido con su consenso o bajo su amparo, no llegan a nivel de genocidio. Pero hay maldad implícita en cada una de sus acciones y decisiones. La tortura a los presos de conciencia es ya moneda corriente y esta vez no son civiles los perpetradores. Y cuando esos presos son militares acusados de traición o sedición, la crueldad va in crescendo. Pero allí no queda la maldad, esta se extiende a distintas personas y áreas de la vida nacional.

Hay maldad en el bloqueo, cierre y confiscación de casi todos los medios de comunicación independientes. Privar a un pueblo de estar libremente informado es infamante. Y expoliar a los propietarios de esos medios es inconstitucional.

Ninguna maldad puede compararse a dividir a toda una población en privilegiados, quizá un 10%, y marginados el otro 90% . Para los privilegiados están los bodegones, los restaurantes más caros, los automóviles más costosos, los pozos que han cavado para no sufrir escasez de agua, las plantas eléctricas para no padecer los cortes de luz. A ese 10% le es indiferente si Maduro se queda o se va, si torturan o no y si el 90% de sus compatriotas padece hambre, cortes de electricidad por varios días consecutivos y carencia casi absoluta de agua.

Hay maldad, más bien sevicia, en privar de libertad a unos ancianos que protestan por las ínfimas pensiones. Y hay maldad extrema en la burla a la pobreza que hace Nicolás Maduro cada vez que entre risas, baile de reguetón y chistes de mal gusto, anuncia nuevos bonos con nombres estrafalarios y cantidades irrisorias.

Hay maldad, pero sobre todo cinismo extremo, cuando Jorge Rodríguez anuncia —magnánimo— que dialogará con todos los sectores menos «con los corruptos de los 40 años que arruinaron al país». Nunca, desde que Cristóbal Colón piso la costa de Paria en 1498 y los españoles instalaron su imperio en esta «Tierra de gracia», hubo algún gobierno más corrupto y depredador que los de Chávez y Maduro en estos últimos 23 años. Y hay maldad con humillación, a los parlamentarios de oposición, ya jubilados y casi todos octogenarios y enfermos, a quienes se obliga a hacer colas de ocho o diez horas para recibir las infamantes cajas de alimentos y productos de higiene. Y esto solo a quienes viven en Caracas, los de la provincia ni siquiera eso. Se supone que los parlamentarios jubilados de AD y Copei son los «corruptos de los 40 años» a los que se refirió el impoluto Jorge Rodríguez.

¿Son malísimos en todo sentido esos jerarcas y numerarios del chavo-madurismo que torturan, confiscan, persiguen y humillan? Claro que no, con sus familias son una maravilla: amantísimos padres, excelentes hermanos, deferentes hijos. Como lo eran Goebbels, Eichmann, Fidel Castro, Pinochet y los gorilas argentinos. Claro con las diferencias naturales y sin ánimo de exagerar.

Un saludo solidario para todas las madres venezolanas que celebran su día una vez al año. Los otros a quienes no llamo como lo que son porque no uso palabras obscenas en mis artículos, tienen, para medrar y cometer sus maldades, los otros 364 días.

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

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Carlos A Romero

La vida democrática no es solo un ajetreo electoral. La libertad tal como se concibe en estos tiempos es más que una consulta comicial. Es un granito de arena acumulado todos los días en cuanto se defienden y perfeccionan a escala mundial los derechos fundamentales, tales como los derechos humanos, la libertad de opinión, la iniciativa privada, la procura del consenso sobre las políticas públicas y desde luego, la alternabilidad en el poder.
Sobran los ejemplos en donde lo electoral y el resto del ejercicio democrático van en vías paralelas. Esto nos lleva a recordar un dicho popular: “hay autocracias con elecciones y elecciones sin democracia”. En muchos casos en América Latina el atropello a la esencia democrática se ha ocultado de mil maneras, entre otras con el ejercicio electoral, el cual en muchas ocasiones es víctima de la manipulación y de un claro ventajismo.
Aún en el caso que hubiera un cuadro favorable a unos resultados electorales virtuosos, si estos no van acompañados por otras maneras de procurar las libertades reales, de nada vale tener un frenesí comicial si no hay una separación de poderes, una libertad de opinión respetada y una práctica pluralista de las ideas.
Todo esto viene a colación al observarse los primeros tanteos opositores en Venezuela en torno al proceso comicial presidencial del año 2024. En efecto, uno va calibrando las diversas opiniones que han surgido frente al tema y concluye que no se están planteando bien el pasado, el presente y el futuro de esas elecciones. En primer término, la consulta electoral es un instrumento para aumentar la presencia política opositora, no es un fin en sí mismo. Si el objetivo es participar, no se puede perder el tiempo discutiendo sobre la metodología para realizar unas elecciones primarias presidenciales. El candidato debe ser escogido de acuerdo a las encuestas de opinión.
En segundo lugar, esa candidatura no debe plantearse como una opción polarizada. Quien represente el sector opositor debe tener en cuenta que no basta “convencer a convencidos” sino que tiene que tener la mano abierta para recoger para su causa, amplios sectores de venezolanos que están desmotivados e inclusive que son simpatizantes de la otra opción. En síntesis, el candidato no debe caer en la trampa de la polarización.
Sobre todo, el candidato debe articular su presencia y compromiso con un programa de rescate democrático para el país que no se quede en lo meramente electoral. Debe tomar ventaja de su posición para señalar las fallas generadas por el otro y mostrar cómo ellas se van a superar a través de una alternativa que no mire al pasado, sino más bien, que se proyecte hacia un futuro democrático.
¡El juego está trancado? No creo que lo esté, pero sí está difícil de seguirlo en medio de tantas dificultades. Una candidatura presidencial puede ayudar mucho si se concibe correctamente. Y para ello vale la pena discutir estas cosas. No hay muy poco tiempo, pero sí lo suficiente para lograr la confianza de los ciudadanos que buscan una opción que sea sensata, abierta y deseable. Lo demás es cuento chino…

romecan53@hotmail.com

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