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Hugo Prieto

Edmundo González Urrutia: “Vamos a salir del hoyo donde estamos metidos”

Hugo Prieto
Los desafíos del cambio político son gigantescos. Lo entiende a cabalidad, el candidato opositor, Edmundo González Urrutia*. Venezuela es un país quebrado. Incluso, moralmente. No podremos superar la crisis si nos anclamos en el pasado. Hay que allanar el camino, y romper con las viejas formas de hacer política, para que los mejores lleguen a un gobierno que sea para todos.

Luis Ugalde: “Mire, este cuento se acabó”

Hugo Prieto

Una crisis, cuya dimensión es primeramente espiritual. El incendio está devorando la casa y en lugar de agarrar los tobos y hacer una cadena humana para echar agua en ese fuego, los partidos políticos están inmersos en sus luchas internas. El gobierno del señor Maduro quiere cambiar de conducta, sin renunciar ni esconder al cartelito del socialismo. Olvídense de eso. El pensamiento y la acción política deben subordinarse a la realidad que estamos viviendo. Un país mucho más empobrecido, al que se le acabó el dulce petrolero. Sin libertades, el talento y la productividad de los venezolanos no podrán proveer lo que antes nos daba la naturaleza.

De esa crisis espiritual, de la incapacidad para reconocerse y encontrar una vía que nos saque del marasmo y el hundimiento, habla Luis Ugalde sj.

¿Cómo caracterizaría el momento actual de la crisis venezolana?

No es una crisis convencional, sino la de un cambio muy profundo. Quizás similar a lo que significó la muerte de Juan Vicente Gómez. El nacimiento de otra manera de entender la política, que la identificamos con la llamada generación del 28. Es decir, las categorías con las cuales se analizaba en el tiempo de Gómez, pues ya no son las mismas. Surge otra realidad política en Venezuela. Esa realidad política tiene como base espiritual y de identidad, a una nueva generación que quiere parir un nuevo país. Hoy día es fácil de decir: Venezuela tiene que renacer y ese también es un deseo lógico. Pero el peligro que tenemos es de juzgarlo, o bien dentro de categorías marxistas de la izquierda, que cada día sirven para menos, o también de categorías convencionales de la democracia. Voy a poner unos ejemplos de América Latina. Dicen, en la región vuelve la izquierda. La izquierda ganó en Colombia, en Perú, en Chile, en México, en Brasil, etc.

Casi hay más triunfos de la izquierda que países en América Latina.

Eso es puro engaño, porque la izquierda no puede gobernar en ninguno de esos países si no hace, simplificando, una política de derecha. ¿Qué situación enfrenta el presidente de Chile (Gabriel Boric), que viene del partido comunista? Él tiene que tener éxito. Si mañana empieza con ideas comunista no dura seis meses. De hecho, su popularidad está por debajo del 30 por ciento. ¿Por qué? Porque no tiene más alternativa, si quiere desarrollar sus programas sociales, que activar la economía que está en crisis. Y para eso necesita miles de millones de dólares de inversión, esa inversión es capitalista, no hay otra. Entonces, al llegar al gobierno se encuentra que las protestas de calle, que eran contra el sistema, ahora son contra él. Se encuentra que en esas protestas hay mucha razón y hay también delincuencia, como suele ocurrir. Tiene que enfrentarla. A él lo identifican como el enemigo del pueblo. Ese es un hecho, del cual no se puede liberar.

Lo que hace la izquierda es soñar y tratar, a cualquier costo, de convertir sus sueños en realidades.

Vayamos a Colombia. ¿Qué dijo Petro? ¿Voy a implantar el socialismo?… ¡No! Tenemos que desarrollar el capitalismo. ¿Qué significa eso? Tenemos que conseguir decenas de miles de millones de dólares para que en Colombia el ingreso, los servicios públicos, la educación, mejoren. No empiece usted con el letrero de socialista en la mano, lo primero que tiene que hacer es esconderlo, porque el sólo nombre espanta. Entonces, no importa que usted y yo estemos de acuerdo… esa es la realidad. Y la de Lula también.

El problema es que la izquierda radical cree que existe una economía distinta a la capitalista. Pero sólo en sus sueños. La era del capitalismo global es la dura realidad que estamos viviendo. Diría que lo han aceptado en la región y que el gobierno del señor Maduro lo ha intentado, con mucha incompetencia. Entonces, vemos los bodegones, pero los miles de millones de dólares, ni por equivocación.

Creo que ellos, en este momento, quisieran olvidar la ideología, por eso dicen: usted produzca, olvídese de las normas, no me pida que cambie la ley, ya está engavetada, invierta y gane, porque si usted no lo hace, mi gobierno fracasa. Es terrible, pero esa es la realidad en la cual estamos. Y digo que es terrible, porque no es un liberalismo encausado, con normas, sino un liberalismo salvaje. Totalmente salvaje. Ahora, el asunto es el siguiente. Tiene que tener un lenguaje de izquierda —para simplificar y entendernos— y tiene que hacer una política contraria a ese discurso. Ese es un hándicap terrible. El que no puedas hablar con claridad a la gente. Mire, este cuento se acabó. Nuestra producción que hace 10 años estaba en 100 bajó a 20. Cualquier familia, cuyo ingreso baja en esa proporción, está en una penuria espantosa. No, que hemos subido más que Europa o Estados Unidos. Sí, claro, 10 por ciento. ¿Pero eso que significa? Que pasamos a 22 cuando deberíamos estar en 130 o 140 subiendo. Y eso no tiene escapatoria.

Pero lo que escuchamos es otra cosa.

Este gobierno ha abusado de la palabra. De la forma más desvergonzada. Ha prometido. Ha dicho. El mundo nos está admirando por las maravillas de nuestra educación, de nuestra economía, pero la gente chavista contrasta ese discurso con sus condiciones de vida y dice: Yo llego a mi casa y no tengo cómo alimentar a mis cuatro hijos. Contra eso no hay argumento presidencial que valga. Ni nada por el estilo. ¿Qué les queda? La represión.

Todos estos regímenes terminan viviendo en la mentira. Si usted va a Cuba le muestran el paraíso de la revolución, un parque temático rodeado de miseria. ¿De esa mentira arranca la crisis espiritual?

Yo creo que la crisis espiritual, en este momento, efectivamente se alimenta de una contradicción. De un discurso que promete, pero que no veo en la realidad. De una oposición que, realmente, está en una situación lamentable. Y no sé si está claro que la Venezuela que fue no regresa. Así como la generación del 28 significó una ruptura con el gomecismo y tardan años en que eso cuaje como propuesta política, así mismo, en este momento, esta dictadura no sirve para nada, pero tampoco la forma de hacer política que tenían los partidos políticos antes, es la solución para el país. Dicho de otra manera, Si fulanito de tal, que está en la oposición llega al poder, con las categorías convencionales no hay nada que hacer. ¿Por qué? Porque la renta petrolera que producen cuatro, cinco o seis millones de barriles diarios de petróleo, que era la meta en 2012 (enunciada tanto por el chavismo como por la oposición), no lo producen 100 mil barriles diarios. Si tienes al país y a la burocracia montada sobre seis millones de barriles, tanto el gobierno como el Estado están en la miseria.

El pasado pesa, como decía Ramón Piñango, y pesa en la historia, si desconocemos lo que significó la generación del 28: la ruptura con el gomecismo y una nueva forma de hacer política, algo, debimos haber aprendido, algunas reflexiones y conclusiones haber sacado, creo que esos análisis existen. Entonces, ¿Por qué no hay una respuesta, como diría un marxista, orgánica?

Hay una perplejidad, sin duda. Pero vamos al punto que has planteado. Esta es una crisis espiritual. ¿En qué sentido? Es una crisis, primero, de no entender en la perplejidad y, segundo, de buenas a primeras, se te presenta una montaña y tú dices, yo no puedo subir esa montaña y ahí, creo, surge lo que han planteado los obispos venezolanos en su más reciente documento: no nos dejemos quitar la esperanza. En este momento, el mayor peligro que enfrenta el país, es la desesperanza. Que digamos: Aquí no hay nada que hacer, sino agarrar las maletas y nos vamos, lo cual es la peor conclusión a la que podemos llegar, porque se basaría en una suerte de ilusión de que afuera nos están esperando para tratarnos bien.

Cosa que no ha ocurrido de manera comprobada. Todo lo contrario.

No ha ocurrido, ni va a ocurrir. Siempre el extranjero, mucho o poco, va a ser discriminado. Al que va con grandes capitales le abrirían las puertas, pero el que va en necesidad encuentra, como algo garantizado, el sufrimiento en el nuevo país.

Eso, para no hablar que la diáspora supone para algunos una ruptura cultural.

Claro. En ese sentido, al no tener la base sobre la cual se construyeron muchos logros, sin olvidar las limitaciones, tengo que pensar ¿Cuál es la base de la economía sin la renta petrolera? Y ahí volvemos a una idea que no es ninguna genialidad, pero sí fundamental: el talento de la persona humana. Ese es el factor multiplicador de la riqueza. Pero justo en el momento en que más necesitamos el talento y la productividad que supla la renta petrolera, estamos, digámoslo así, en una onda depresiva. De decir, no podemos. ¿Adónde nos lleva esta reflexión? A entender que la clave es la educación. Una educación que, si miramos, está en ruinas, con universidades emblemáticas como la UCV y la Simón Bolívar asfixiadas porque no reciben ni el 10 por ciento del presupuesto que necesitan y con unas escuelas abandonadas. Un maestro gana cinco dólares mensuales. Pero el gobierno tiene un discurso que contradice eso. El que vive, o mal vive, siendo muy chavista, dice: haga usted el discurso que quiera, pero mi realidad es esta. Entonces, estamos en un momento, no para ver los temas filosóficos o teóricos de la política, sino para ver la calamidad, la condena, en la que viven los empleados del sector público. Este pobre hombre tiene la maldición de ser empleado de Sidor o del metro, o de qué se yo.

Yo entiendo el apremio y las circunstancias que estamos viviendo, pero la reflexión sobre el país es necesaria, entre otras cosas, por lo que usted señala: las categorías convencionales no son suficientes. Entonces, ¿Qué herramientas podemos utilizar? No podemos desconocer ese asunto.

Es cierto, pero a mí modo de ver, el pensamiento y la acción política tendría que estar subordinada a esa realidad. Si la casa está ardiendo, lo primero que hay que hacer es agarrar los tobos y hacer una cadena humana para echar agua a ese fuego. Esa es la urgencia, eso está pasando en la calle. Pero los partidos políticos andan peleando entre sí y, si no hay otro liderazgo, tomamos la calle nosotros. Se ha dicho, se ha escrito (hasta el cansancio, pienso mientras escucho a Ugalde) que los partidos tienen que renacer a partir de una conexión con la gente. Muy bien, pero eso no se ha dado. Estamos dando pésimos ejemplos y, si la población tenía reservas frente a lo político, ahora dice, que la política no sirve para nada. Esto puede traer un cambio rápido, porque los partidos no se suicidan tampoco. No tienen más remedio que aprender.

Pero no dan señales de que quieran aprender.

En Venezuela siempre ha habido diferencias. No sólo las hubo en el trienio adeco —de 1945 al 48—, sino que pelearon a muerte. Diría que el golpe del 48 fue celebrado por URD y por Copei. No digo que lo convalidaron, pero sí lo celebraron. Los adecos pensaron que mi partido hegemónico va a controlar la educación, los sindicatos, va a controlar todo. Eso los llevó al fracaso y aprendieron.

Esas diferencias también se manifestaron en 1959.

A eso voy. Esa es la diferencia, que los tres que pelearon en el 48 vinieron de la mano en el 58, entre otras cosas, porque la cárcel y el destierro enseñan. El sufrimiento enseña y enseña mucho. Hay una anécdota del primer desayuno que se dio en Nueva York entre Jóvito Villalba y Rómulo Betancourt. Sería en el año 57. Eso está publicado en un libro que editó la Universidad Santa María. Personas de ambos partidos (URD y AD), promovieron ese desayuno. Betancourt dijo: como no, estoy dispuesto. Villalba dijo. No. Yo no voy. Betancourt me llamó cobarde por no haber defendido el triunfo en 1952. Pero terminó yendo a ese desayuno. El primer impulso es a no reunirse, como lo estamos viendo entre los líderes que hoy rozan los 50 años. Ya no son tan jóvenes. De manera que tienen edad para ser maduros. Por encima de cualquier circunstancia, hay que poner la situación del país. Si no hacemos el Pacto de Puntofijo y hacemos el Programa Mínimo (que no era tan mínimo) pues nos vuelven a tumbar los militares. Tenemos que ponernos de acuerdo para defender todos al que gane. Los mismos que pelearon en el 48 vienen con una madurez política y AD tuvo la madurez de compartir el poder con Copei. Aquel Copei al que AD calificaba de partido falangista, curero, reaccionario y de derecha. Y tú, copeyano, decías: AD es un partido comunista disfrazado. Pero con ese partido vas a compartir gobierno. Eso hizo que la democracia durara y los gobiernos tuvieran éxitos notabilísimos, que en la historia de Venezuela eran inconcebibles.

Aparte de la cadena que necesitamos para apagar el fuego, ¿Podría señalar o enunciar algunas ideas y herramientas que no fueran las convencionales para enfrentar los desafíos que tenemos los venezolanos?

Cuando las cosas van mal, cuando estamos en un momento tan bajo, como ocurre actualmente en el país, a que nos lleva eso. Primero a un esfuerzo espiritual para aceptar la realidad —un país mucho más pobre—, es como el enfermo: usted es diabético, le encanta el dulce, pero ese dulce se acabó.

A Venezuela le encanta el dulce petrolero.

Obviamente, necesitamos la producción petrolera y ojalá llegue pronto a un millón de barriles diarios, pero llegar a esa meta supone una inversión sostenida anual de 15 millardos o 20 millardos de dólares. ¿Quién los va a invertir? Como una vez se dijo: exprópiese, como también se dijo: el mal de la humanidad es el capitalismo y el bien es el socialismo, aunque mí conducta está cambiando —y “mí”, es el gobierno—, sin embargo, yo vengo con el letrero y no quiero renunciar: esto es socialismo y añado mire las maravillas que hace el socialismo… Olvídese de eso. Tenemos que poner los pies en la tierra del enfermo. Por tanto, vamos a poner la disciplina de la dieta. Usted puede tener una buena vida, pero distinta a la que tenía. Venezuela tiene un potencial increíble. En 1949, el número de universitarios no llegaban a mil; en 2000, por ejemplo, ese número era de 1,4 millones de estudiantes en el nivel superior. Un salto increíble.

29 de enero 2023

Prodavinci

https://prodavinci.com/luis-ugalde-mire-este-cuento-se-acabo/

José María de Viana sobre los servicios públicos en la Venezuela

Hugo Prieto

La destrucción en Venezuela ha sido de tal magnitud que lo que hagamos para recuperar los niveles de bienestar que alguna vez tuvimos nos va a costar Dios y su ayuda. Los eslabones de las cadenas de producción de muchos productos, sencillamente, están rotos. Sin embargo, la visibilidad de que hay una recuperación en marcha gana voluntades en la opinión pública. ¿Un espejismo? ¿Simple y pura negación? ¿Regalo de reyes? Si abrimos los ojos -si apenas echamos un vistazo- veremos que el tejido industrial es una ruina, mientras el aumento de la producción petrolera es cortesía de los ayatolas iraníes.

Puede ser que los vecinos de su edificio hayan hecho una vaca para perforar un pozo a 120 metros de profundidad y el agua subterránea fluya por las tuberías las 24 horas del día. Asimismo, puede que hayan contratado los servicios de una empresa de telecomunicaciones para que el internet llegue a la computadora y a los teléfonos móviles. Incluso, puede que haya una planta eléctrica y las velas o las linternas sean cosas del pasado. ¿Pero tiene usted una idea de las inversiones que hay que hacer para que, en un lapso de al menos tres años -siempre y cuando las cosas se hagan bien-, Venezuela recupere los servicios públicos que tuvo en el pasado? Nada menos que 30.000 millones de dólares.

Hay nichos, oportunidades de negocios, en los servicios públicos en los que participan empresarios que obtienen beneficios tangibles. Empresas de telecomunicaciones que utilizan la infraestructura de CANTV, que tienen entre 2.000 y 3.000 clientes, empresas que tienen camiones cisternas para llevar el agua hasta el tanque de su edificio. Uno podría pensar que el gobierno de Nicolás Maduro le ha abierto las puertas a la privatización. Pero no es cierto. “Más que una privatización, lo que hay es una ausencia del Estado”, dice José María de Viana*.

¿Cuál sería el factor más relevante para recuperar los servicios públicos en Venezuela?
Más que los activos -maquinarias y bienes de capital- lo más importante de una nación es la gente. Venezuela perdió su mejor talento, entre los 30 y 40 años. Es decir, el de mayor liderazgo productivo. Ellos continúan en crecimiento profesional, continúan conectados al conocimiento y la tecnología. Desafortunadamente, lo que sabemos por la experiencia de otras diásporas es que ellos no van a regresar, porque han construido sus vidas en otros sitios. Pero siempre y cuando se ofrezcan los incentivos adecuados, un contingente de la diáspora podría volver al país. Eso también lo sabemos. Además, se podrían construir canales de comunicación, de intercambio de experiencias, para que los venezolanos que se fueron nos representen en el mundo.

Me gustaría plantear la pregunta de una forma más precisa. ¿A qué obedece el cambio de percepción, digamos, la mejoría que estamos viendo?

Creo que ha habido un cambio de dirección en el Gobierno, lo queramos reconocer o no. La conducción económica del país ha pasado de la asesoría cubana y de factores de la izquierda española (Podemos) a gente que conoce a fondo la experiencia, el proceso, ecuatoriano. Un país que, bajo la gestión de Rafael Correa, entendió la importancia de la liberalización en ciertos sectores de la economía. El Gobierno está aplicando medidas que pudiéramos señalar como razonables y entiende que la economía es una fuerza real que no necesariamente depende de la política y mucho menos de la ideología. Entre esos elementos de liberalización, quizás el más importante es el de la dolarización.

Sin mucho ruido, se liberó el tipo de cambio y el control de precios.

Sí, en productos de primera necesidad e inclusive en los combustibles. Facilitaron la entrada de remesas y las operaciones en dólares -especialmente en el sector comercio-, lo cual brinda una protección contra la inflación muy poderosa. Es decir, hay un proceso de liberación que, en algunos aspectos, se parece a lo que hicieron los ecuatorianos. Y eso introduce algunos nichos que, desde el punto de vista económico, son un buen negocio. Lo que es cierto es que el abastecimiento de alimentos, de medicinas y de otros rubros ha mejorado substancialmente. A precios mucho más elevados, ciertamente, pero también es verdad que la gente que presta servicios o realiza trabajos a destajo o artesanales viene ajustando sus precios. A una empleada del sector público le conviene más planchar en una casa y cobrar 15 dólares.

¿Qué tanto hay de sustentabilidad en el proceso que describe?

Hay que reconocer que este Gobierno es un maestro de la propaganda. Es decir, ¿cómo hacer que, en el momento más oscuro de la economía venezolana, la gente tenga la percepción de que hay un proceso de crecimiento? Las acciones que se han tomado no resuelven el tema de la pobreza, no resuelven el tema de la desigualdad, tampoco del empleo. Ni en mucho los servicios públicos. ¿Por qué? Porque eso significa una inversión muy importante. ¿Qué hicieron? Si viene un señor interesado en prestar servicios de internet, CANTV permite que utilice sus ductos. El Gobierno ha dado licencias a una cantidad de operadores pequeños, con 2.000 o 3.000 clientes en el interior del país, pero eso no es suficiente, entre otras cosas, porque los servicios públicos es un tema colectivo y de grandes dimensiones. Más que una privatización, lo que ha habido es una ausencia del Estado.

Chacao, al igual que Baruta y El Hatillo, es un municipio relativamente limpio, pero Libertador es un basurero a cielo abierto. ¿Qué explicaría este contraste?

En Chacao, Baruta y El Hatillo la mayoría de los usuarios tienen suficiente capacidad de pago para financiar el servicio de aseo urbano, digamos, la recolección de la basura, porque es muy poco lo que se hace en materia de clasificación y separación de desechos. Es decir, en reciclaje. En Libertador el servicio es muy deficiente, porque es un municipio mixto, donde hay un número importante de usuarios que no tienen capacidad de pago. Eso obliga a la intervención del Estado. ¿Qué supone eso? Que yo utilizo recursos provistos por usuarios formales para financiar a los usuarios informales. ¿Para qué? Para que el servicio sea universal y funcione para todo el mundo.

Si ponemos la lupa sobre el mapa de las telecomunicaciones, veremos puntos luminosos a lo largo y ancho de la ciudad. A primera vista, la composición de los usuarios pareciera aleatoria.

Yo no hago nada dejando que fulano y mengano monten una pequeña empresa con 2.000 o 3.000 clientes para que presten servicio de internet o permitiendo que Pedro Pérez meta fibra óptica por el ducto de CANTV. Pero el Estado se está haciendo el loco. Algo similar ocurre con el servicio de agua. Se están perforando pozos en distintos sitios de la ciudad y el Estado, cuya obligación es supervisar esos trabajos, garantizando la calidad del agua que consumimos y la explotación racional de los acuíferos, está mirando para otro lado.

¿Qué daño ecológico se está produciendo?

Aún es muy temprano para saber cuál va a ser el impacto, el daño ecológico, de esa explotación. Hasta los años 50, Caracas se abastecía del agua de El Ávila y de pozos que había en El Paraíso y el noreste de la ciudad. Pero en el año 1977, el sistema Tuy II le suministró a la ciudad 7.000 litros por segundo. ¿Cómo se logró eso? El Estado prohibió el uso de los pozos para que los usuarios de mayor consumo -industrias y grandes empresas, así como usuarios de alto poder adquisitivo- se conectaran al acueducto. De lo contrario, no había forma de financiarlo.

¿La desconcentración industrial (iniciada en el primer gobierno del expresidente Carlos Andrés Pérez) está jugando a favor de la preservación de los acuíferos?

Y también -y esto es lo realmente importante- porque hubo una reconstrucción del acueducto. El expresidente Pérez pensaba que la insurrección política podía comenzar por la escasez de agua. Así no los hizo saber después de que fue a inaugurar unas farmacias populares en Coche. No todos pensaban que ese problema tenía solución, porque la falta de agua en Caracas venía desde la colonia. Recordemos el reportaje que escribió García Márquez en Bohemia. El Tuy 3, que se construyó en el gobierno del expresidente Herrera, tiene la capacidad de traer 20.000 litros a la ciudad. Pero el diablo está en los detalles. No es suficiente que construyas el acueducto. El sistema tiene que funcionar. Si se daña una bomba, la tienes que reemplazar. Lo importante es que nosotros demostramos que este problema se puede resolver, sin que vengan los marcianos o que inviertas enormes cantidades de dinero. En el gobierno del expresidente Caldera se flexibilizaron las tarifas, era un Gobierno que, en términos fiscales, podía ayudar muy poco, pero permitió que a los mayores consumidores se les cobrara más que a los habitantes de La Dolorita o la parte alta de Carapita.

¿Se dividió a la ciudad en estratos, como ocurre en Bogotá?

En Caracas había dos estratos, en Bogotá hay seis. Recordemos que en Caracas hay 12.000 edificios, en números gruesos, 240.000 apartamentos. Si la factura llega a todos los condominios, allí hay un paquete importante de cobros. Aplicamos un baremo, diseñado por economistas, y al mejorar el servicio, el agua dejó de ser un malestar social. Al final de nuestra gestión, el problema del agua era el número 10. De ahí viene lo que yo entiendo es un servicio público. Lo importante es que tú prestes un servicio universal, que le llegue a todo el mundo, con tecnología actualizada y a menor costo.

Producto de la crisis económica y la contracción del ingreso, más de 8 millones de líneas telefónicas móviles se desactivaron. ¿Qué implica esta tendencia?

Yo lo que sé es que tanto CANTV como Movilnet no están cobrando el servicio, aunque recientemente están emitiendo facturas que reflejan un aumento en las tarifas. Lo cierto es que lo que entra a esas empresas, que es el oxígeno de cualquier actividad empresarial, ni siquiera cubre la nómina y los gastos. Movilnet llegó a ser líder del mercado y tenía una participación del 50 por ciento del mercado en líneas móviles, pero la gente migró a otras operadoras por obsolescencia tecnológica y para muestra un botón: el único operador de líneas móviles que no tiene cobertura nacional de cuarta generación es Movilnet.

¿Qué sugiere el deterioro de las plataformas tecnológicas? ¿Qué se podría hacer?

Una sería reconstruir CANTV… pero yo creo que el Gobierno entendió su incapacidad. Para manejar una empresa de esas dimensiones tengo que tener una organización de gerencia competente, que pueda sacar adelante una estructura muy dañada. Que lo haga en un lapso razonable y bajo una administración sometida a controles. No será fácil reconstruir las empresas. En la nómina de Movilnet, por ejemplo, había 2.000 personas y 400 ingenieros. La inmensa mayoría se fue del país. Ningún profesional competente va a regresar a vivir una aventura llena de riesgos.

Visto el panorama, ¿usted cree que Venezuela pueda volver a tener servicios públicos universales y eficientes?

Eso supone una inversión muy importante. En agua, por ejemplo, tenemos que invertir 1.500 millones de dólares en tres años; en energía eléctrica 15.000 millones de dólares y en el caso de las telecomunicaciones, dependiendo de lo que quieras hacer, 10.000 millones de dólares. Venezuela no dispone de esos recursos, nuestro ingreso (per cápita) compite con Haití y Nicaragua. Pero peor que pobre es la desconfianza. La percepción de Venezuela en el mundo es que este es un país en el que hay mucha corrupción, mucho aprovechamiento privado de los fondos públicos. Muchos negocios turbios y poca, por no decir nada, transparencia para el manejo del crédito internacional.
No solamente el juego político está trancado. La crisis va mucho más allá. Es cada vez más compleja y difícil de resolver.
Los aliados del gobierno están haciendo negocios a corto plazo, en actividades muy focalizadas (oro, coltán, petróleo), pero mientras no abras el mercado a los grandes jugadores, tu producción será esa: un millón de barriles diarios.

¿No es una ironía? El país con las principales reservas de petróleo del mundo apenas produce un millón de barriles. Es como si un gigante de 2 metros comprara su ropa en el departamento de niños.

Reconstruir la economía y los servicios del país significa un desafío muy importante, significa reunir mucho talento gerencial y económico, porque tienes que hacer grandes inversiones y hacerlas bien. En materia de comunicaciones, por ejemplo, tienes que resolver el problema de CANTV, porque es el operador más grande con la infraestructura más importante. Si permites que participen otras operadoras, las estaciones tienen que tener energía y aire acondicionado. Gran parte de las averías que hemos tenido en ABA, no dicho por mí, sino por los sindicatos, es que se han dañado los circuitos electrónicos porque los aires acondicionados (que son de precisión) no funcionan.

Queda pendiente la resolución de los grandes problemas que enfrentamos los venezolanos.

Resolver el tema internacional (las sanciones) pasa por resolver el tema político, así como el tema de Derechos Humanos. Supone cosas que el Gobierno no está dispuesto a enfrentar ahora, no sé si dentro de tres meses quiera. Aquí es mucho más fácil traer cualquier cosa de Miami que de Barquisimeto. Lo único que está funcionando es la importación de insumos puerta a puerta. ¿Eso reconstruye el país? No. ¿Eso encadena los eslabones de la producción? No. ¿Resuelve uno de los problemas del país? Sí, en alguna medida, el abastecimiento. Y eso es lo que ha hecho el Gobierno. Hay que reconocer que estos señores tienen una capacidad para mimetizarse que no es despreciable.

Ingeniero civil por la UCAB, expresidente de Hidrocapital y de Movilnet.

Prodavinci

https://prodavinci.com/jose-maria-de-viana-mas-que-privatizacion-lo-que-...

Ana Teresa Torres: “Vivimos en una gran distopía”

Hugo Prieto

No seré yo el que diga, sin albergar duda, que las casualidades existen. Tendría que acudir a la ciencia para demostrarlo, lo cual está negado de plano. Anoto una serie de hechos que, como dos vectores, apuntan en la misma dirección y envían una señal roja cada vez que interceptan una impresión, una conclusión o un dato, en su recorrido en paralelo. La primera visión es de la escritora Ana Teresa Torres*, plasmadas en su libro Viaje al poscomunismo. Son anotaciones, agudas como corresponde a una intelectual de su valía. La segunda visión es la del periodista estadounidense David Remnick, quien escribió una pieza emblemática del periodismo de investigación, «La tumba de Lenin», que mereció el premio Pulitzer. No sería un atrevimiento afirmar que la autocracia de Nicolás Maduro es, a lo sumo, una parodia de la autocracia de Vladimir Putin.

Le he propuesto a Ana Teresa Torres que pongamos la atención en esas señales. El resultado es la primera parte de esta entrevista. Más adelante hablamos de su novela más reciente, Diorama, cuya presentación está prevista para el próximo jueves a través de zoom y de la cual Prodavinci publica su primer capítulo.

Una nueva clase empresarial en Rusia, «la oligarquía», y también en Venezuela, «la boliburguesía». En tu opinión, ¿qué las caracterizaría?

Aclaro que lo mío es sólo una impresión, pero el fenómeno es similar, en el sentido de que después del colapso de la Unión Soviética, se produjo en Rusia lo que se denomina capitalismo oligárquico. Una serie de personas, vinculadas a las estructuras del poder, aprovecharon «la oportunidad» para hacer negocios en sectores muy importantes (petróleo, bancos, gas, oro) y formaron una nueva clase. De alguna manera, uno podría decir que en Venezuela ocurre algo parecido con la aparición de tiendas de súper lujo en Caracas, de camionetas y carros de alta gama, de bodegones exclusivos, fiestas lujosas en lugares emblemáticos, como puede ser el Hotel Humboldt. Es decir, nosotros lo que vemos es el reflejo de un grupo de personas que han logrado vincularse al poder y regentar grandes negocios.

Algunas de las impresiones que relatas en tu libro Viaje al poscomunismo las podemos encontrar, no como el testimonio de una escritora que toma notas a lo largo de su viaje por Rusia (y los antiguos países satélites de la extinta URSS), sino en un minucioso y detallado reportaje titulado «La tumba de Lenin», cuyo autor es el periodista David Remnick.

Una de las características de esa clase, de acuerdo a Remnick, es que tiene que ser fiel, extremadamente fiel, al poder. De lo contrario, las cosas no van bien. Cita el caso de un empresario (Mijail Jodorkovsky) quien trató de hacer negocios por su cuenta, sin contar con la anuencia del Kremlin, y terminó preso. Entonces, ese fenómeno, que Remnick define como capitalismo oligárquico, lo podemos ver en Venezuela.

Aquí podríamos mencionar el caso del empresario Ricardo Fernández Barrueco, quien hizo negocios con el chavismo y terminó preso.

Es que esto, para que funcione, exige una absoluta lealtad. De lo contrario, no va bien.

Dices, en tu libro, que no puedes evitar la comparación entre lo que ocurre en Rusia y lo que sucede en Venezuela. Los soviets construyeron, pero también destruyeron. El chavismo, en cambio, ha sido una carga de demolición. El país está destruido. ¿Podrías hacer un agregado a este planteamiento?

No podemos decir que en Venezuela se ha establecido un Estado comunista como ocurrió en la Unión Soviética y en otros países de Europa del Este. Quizás era un proyecto, no lo puedo saber. En todo caso, no se consolidó en el sentido de la colectivización de los medios de producción, por ejemplo, que es algo básico en un Estado comunista. El Estado comunal; soviet es comuna. Yo creo que eso no funcionó de la misma manera. Se hicieron muchas expropiaciones, pero casi todas terminaron en la destrucción de la fábrica o de la producción agrícola. ¿De esas empresas que se expropiaron, los obreros que trabajaban en ellas han podido disfrutar de sus beneficios? No pareciera. No voy a defender el Estado soviético a estas alturas. Pero allí hubo una construcción social evidente, en términos de educación y de salud. Claro, vinculadas a una represión brutal. Igualmente, hay que decir que no hemos tenido el grado de totalitarismo que imperó en la extinta Unión Soviética. Lo que ha habido aquí es una represión selectiva, una destrucción de los medios de comunicación y una asfixia de las libertades. Pero no creo que sea comparable con los grados de persecución y de control de la ciudadanía que hubo en el imperio soviético. Esto, podríamos decir, es una suerte de parodia. Pero no por eso menos destructivo.

Quisiera puntualizar este aspecto, porque más adelante escribes: «Un escenario de usurpaciones, de corrupción, de batallas judiciales, de oligarcas, todo lo cual apoya mi hipótesis de que Venezuela llegó al poscomunismo sin haber pasado por el comunismo».

Sí, es lo que estaba diciendo, ¿no? Es una hipótesis muy personal, de una escritora, no de una politóloga, que no soy. Pero uno puede ver manifestaciones muy evidentes de este capitalismo oligárquico, basta con darse una vuelta por ciertos lugares de la ciudad. Pero como lo dije antes, son sólo las huellas las que nosotros podemos ver.

Para darles continuidad a las coincidencias, cito una frase del epílogo de tu libro: «Con el tiempo la Rusia de los zares y la Rusia del gran imperio soviético desembocaron en la Rusia autocrática de siempre». Mientras que Remnick escribe: «Tras mil años de feudalismo, autocracia zarista y comunismo totalitario, ¿cabía esperar el advenimiento de una democracia liberal, prosperidad, verdad y justicia?». Claro, hay un elemento de la geopolítica que no podía pasar inadvertido. Dices, como agregado: «Venezuela, antes alineada al bloque de Occidente, pasó a ser un peón en el nuevo tablero geopolítico que parece reanudar una Guerra Fría del siglo XXI». La autocracia parece ser el elemento en común que comparten Cuba, China, Irán, Turquía y, por supuesto, Rusia, en esta alianza internacional.

Si alguien pensó que después del comunismo iba a llegar una democracia liberal a Rusia, resulta que no. Es decir, los fenómenos históricos no son así. Apareció esa nueva clase -el capitalismo oligárquico-, como lo señala Remnick. Pero hablemos de Venezuela. Parte del proyecto político fue desoccidentalizar el país y desmodernizar el país. Ciertamente, eso se ha ido logrando. Venezuela pertenecía, claramente, al mundo Occidental. En este momento, las vinculaciones de Venezuela están fuera de esa órbita y se concentra en los países que acabas de mencionar. Creo que tiene que ver con el hecho de que no interesa la alianza con países que tienen como sistema político la democracia liberal, que son los que imponen límites y sanciones, sino con países que, precisamente, son autocracias. Son estas nuevas alianzas -tras el poscomunismo- donde se anota Venezuela. Lo cual te habla de que el proyecto no era llevar al país a una democracia liberal, como la conocimos en otros períodos de nuestra historia.

Hay otro elemento distintivo. Durante la democracia liberal que conocimos, la represión y la violación de derechos humanos no fue tan extendida y significativa como lo es actualmente. Nuevos iconos: La tumba, El Helicoide. El informe de verificación de hechos de Naciones Unidas, que dan cuenta de crímenes de lesa humanidad. La destrucción de los partidos políticos. La persecución que ha llevado a sus dirigentes al exilio. No voy a decir que la represión es similar a la de esos países, pero hay un cambio muy significativo.

Por supuesto. Hay un cambio radical. Uno puede observar que se han ido desbaratando los elementos fundamentales de un sistema democrático liberal. Uno, la libertad de prensa. ¿Cuántos periódicos quedan? Muy pocos. Los medios de comunicación tomados. Dos, entramos en la fase de destrucción de las universidades vía asfixia presupuestaria, vía destrucción de material académico (robos, saqueos, vandalismo en los centros universitarios). Tres, al exilio se tienen que ir quienes detenten cierto liderazgo. Cuatro, los partidos políticos expropiados y vendidos a otros grupos. Claro, eso permite decir que hay una oposición. Y aquí señalo una característica mencionada por Remnick. El Estado puede permitir partidos políticos, pero no coaliciones. Obviamente, las coaliciones pueden resultar muchísimo más peligrosas. Y es muy difícil encontrar una coalición en este momento. Cinco, hay otro elemento, no puedo saber si eso ha ocurrido igual en esos países, pero también la criminalidad influye mucho en esto. Es decir, grupos «especiales», que pueden despojar a la gente de sus bienes o arrebatarles sus negocios. Todo tipo de soborno, de imposiciones, de amenazas, para las personas que necesitan, entre comillas, la «benevolencia» del Gobierno para recibir alimentos o alguna otra dádiva, si no se comportan políticamente como se desea. Todo eso abre un panorama, donde el sistema democrático, yo diría, ha sido destruido.

¿Qué nos queda?

No por eso voy a decir que no hay personas con conciencia y con intención democrática. Pero lo que hace a un sistema democrático, en términos de partidos políticos, en términos de libertades, en términos de comunicación, en términos de respeto a los derechos humanos (ni hablar de la cantidad de encarcelamientos sin fórmula de juicio), todo eso te habla de que ese objetivo, si lo era, de destruir el sistema democrático está bastante avanzado. Ha sido bastante logrado. En este momento queda la memoria de otros periodos políticos en Venezuela y la aspiración de mucha gente de que eso pueda, de alguna forma, volverse a construir. Que pueda levantarse de las ruinas democráticas y volver a establecerlo. Eso no lo sabemos, es un futuro imposible de determinar.

Tenemos la mención que hace Remnick de una novela distópica (El día del oprichnik), cuyo autor es Vladimir Sorokin. Los oprichnik eran la KGB de Iván el Terrible. Sorokin describe una Rusia autoritaria, ambientada en 2028, bajo el mando de un dictador. El jueves presentas Diorama, tu novela distópica. Sólo hago mención de ambos libros. ¿Qué te llevó a escribir esa novela?

Creo que vivimos en una gran distopía, a diferencia del siglo pasado, que fue un siglo de grandes utopías. El socialismo era una de ellas. También la democracia que se instala en los países de Europa Occidental. El progreso científico. El siglo XX se construyó con grandes relatos utópicos, muchos de los cuales lograron materializarse. Pero entramos en el siglo XXI y pareciera que es al revés. El periodo de las distopías, ¿no? De hecho, hay una gran producción literaria, en este momento, de novelas y de relatos distópicos. La realidad se ha vuelto nebulosa, difícil de entender o de comprender. Desde Venezuela, me pareció que no podía escribir nada que no pasara por ese canal de la distopía. De encontrar una realidad y preguntarme ¿esto es posible? ¿esto está ocurriendo? Y resulta que sí. Entonces, vivimos una atmósfera distópica. Ahora complicada con el tema de la pandemia. Aunque cuando yo escribí la novela, la pandemia no estaba presente. Pero forma parte de esa sensación de fin de mundo.

¿Hay continuidad entre Viaje al poscomunismo y Diorama, la novela que presentas el próximo jueves?

Hago una consideración retrospectiva con relación a tu pregunta. Sí, hay una continuidad. Porque, como dije antes, el socialismo fue una gran utopía del siglo XX. Y ahora, lo que ha generado, es una gran distopía. Evidentemente, esto no era el desenlace que se esperaba, ni en la URSS ni en las otras repúblicas soviéticas. No hay casualidad en esto. Hay un espíritu de los tiempos, donde vamos sintiendo que esos grandes relatos de emancipación terminaron en situaciones como las que hemos hablado: el capitalismo oligárquico de los grupos criminales, que en Rusia son famosos. Terminaron en lo opuesto a una utopía.

Hay que decirlo. Grupos criminales que colonizaron el Estado o se asociaron a las estructuras de poder.

Claro. Es un vínculo estructural entre los servicios de información y los grupos criminales, al menos en Rusia. Eso genera un mundo distópico. Novelas distópicas se escribieron durante el comunismo, debido a la censura que era brutal. Ahora, las circunstancias son distintas. Y por lo que podemos ver, hay una mayor libertad de producción. Está en la Rusia de la novela de Sorokin y también en Venezuela. Ustedes en Prodavinci acaban de publicar una sección de relatos distópicos. No creo que sea algo que el escritor busca, es algo que la realidad le impone. No encuentra otra manera de expresar lo que vive que no sea sino a través de la descripción de un mundo ficticio, en términos de distopía.

En tu novela, los reseñadores tienen que escribir de acuerdo a lineamientos que vienen de una estructura de poder. Parece que la alegoría es el mecanismo, o la herramienta, que mejor puede servir a los efectos de escribir una distopía. ¿Es así?

Desde el punto de vista narrativo, creo que habría dos maneras. Una sería la novela reportaje, con el señalamiento de datos, y otra sería la creación de un mundo ficticio que está aludiendo, alegóricamente, a un mundo real. Ésa es la que yo escogí y creo que muchos escritores están en esa línea. Mi novela transcurre en el Reino de la Alegría, donde hay que decir (obligatoriamente) que todo el mundo es feliz. Entonces, no es bueno reseñar textos donde la gente pueda percibir realidades desagradables. Un mundo totalitario tiene que ser un mundo feliz. No se puede sufrir cuando el régimen político se vanagloria de haber asegurado la felicidad de todo el mundo. Hay una libertad ficticia, porque tienes que escribir de lo felices que somos todos, los escritores, los profesores universitarios, que son algunos de los personajes de la novela.

¿Cómo describes al poder en tu novela?

Es anónimo. Nunca se habla de una persona. ¿Recuerdas las novelas que aluden a los dictadores latinoamericanos? ¿En República Dominicana (Trujillo), en Guatemala (Manuel Estrada), en Paraguay (Alfredo Stroessner)? Yo creo que estamos en una fase distinta. No hay un dictador, no hay un fulanito de tal, hay como un poder invisible. Es un poder anónimo.

¿Omnipresente?

Pero que no puedes ver, como a Gómez o a Pérez Jiménez. Yo creo que la atmósfera, en este momento, no es la de un dictador, sino la de un poder invisible, que está allí y va dirigiendo la vida y el destino de la nación. Es, todavía, si quieres, más siniestro.

Sí, porque al no tener un rostro, una identidad, se convierte en una presencia fantasmagórica. ¿Cuál sería la característica distintiva?

La alegría ha sido declarada, es casi obligatoria. Quizás tiene que ver con Corea del Norte, donde todo el mundo está feliz. No se puede hablar de otra cosa. Solamente se puede llorar si muriera Kim Jong-un. No son las dictaduras que conocimos en el siglo XX. Es otro tipo de poder, donde la alianza entre el poder económico y el mundo criminal puede llegar a ejercer un control absoluto.

***

*Narradora, ensayista. Individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua. Ha ganado diversos premios nacionales e internacionales. Entre otras obras ha escrito La herencia de la tribu, Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2009), Nocturama, La Escribana del Tiempo, Viaje al poscomunismo, Diorama.

7 de marzo de 2021

Prodavinci

https://prodavinci.com/ana-teresa-torres-vivimos-en-una-gran-distopia/

Carlota Pérez: “La reconstrucción, después del covid-19, implica dar un salto adelante”

Hugo Prieto

Un modelo con dos ejes. El primero apunta a crear riqueza con nuevas tecnologías y el segundo a superar la pobreza y la desigualdad. Ésa es la propuesta de Carlota Pérez* para que América Latina se inserte con éxito en los centros de poder mundial. Suena atractivo y a la vez desafiante. Hay experiencias locales y desarrollo de nuevos productos, basados en innovaciones que prefiguran el camino a seguir. Hay pistas y, por tanto, probabilidades de éxito.

Aclaro, de entrada, que esto no es tarea para gobiernos populistas y autoritarios que redistribuyen sin producir riqueza. Por ahí Venezuela se convirtió en el país más pobre del vecindario. Vaya proeza la de estos 20 años. Otra cosa: no nos vamos a levantar de la silla de ruedas en la que estamos postrados para competir en los 100 metros planos. Eso no existe. Lo que tenemos por delante es una empinada cuesta que va a exigir un gigantesco esfuerzo. Y no será nada fácil.

Las investigaciones de Carlota Pérez han tenido gran receptividad en los centros de pensamiento y en publicaciones especializadas. La revista Forbes la incluye entre las cinco economistas que “están redefiniéndolo todo”, y la revista Prospect entre “los 50 máximos pensadores del mundo en la época del covid-19”. A ver si ponemos atención a lo que dice.

Ahora, que llegaron las complejidades, que las soluciones no son fáciles, parece que el campeón de la globalización y del capitalismo liberal (Estados Unidos) está sintiendo que el viento ya no sopla a su favor, o sopla con menos intensidad. ¿Realmente China está en capacidad de disputarle el liderazgo a Estados Unidos? De ser así, ¿cuál es el futuro de la globalización?

No es fácil hacer predicciones. Estamos viviendo tiempos de grandes cambios y la pandemia ha puesto al descubierto muchos de los males ocultos dentro de cada país (como las consecuencias de la austeridad sobre los servicios de salud o las del trabajo a destajo) y también los problemas de la forma en que devino la globalización, sin visión estratégica, a espaldas de la gente y basada solo en bajar costos. Yo no creo en la ‘desglobalización’. La internet y las tecnologías de la información la hacen inevitable. Las fronteras son invisibles para lo intangible y el mundo, precisamente, va hacia un incremento de los servicios intangibles. La cuestión es: ¿qué forma le daremos a la economía que pueda surgir de un proceso de globalización más inclusivo y más consciente de los costos ambientales? No descarto que se ejerza la protección en uno que otro caso específico, pero no volveremos al mundo de las barreras arancelarias como práctica común. Y claro, la dinámica que tomen las relaciones entre Estados Unidos y China jugará un papel crucial en definir el futuro. China puede sobrepasar a Estados Unidos, en cuanto al simple tamaño de la economía, pero no tecnológicamente, a pesar de su inversión masiva en inteligencia artificial y tecnologías verdes. No en el corto plazo. Todo depende de si Estados Unidos sigue comportándose como un país subdesarrollado, buscando protección, o si redefine su política reconociéndose como un país líder, invirtiendo fuertemente en innovación y fortaleciendo su capital humano. Tratando de revivir la minería del carbón u otras industrias del pasado no protegerá su liderazgo.

Pese a las dudas, a las interrogantes, a los vaivenes en general, la globalización llegó para quedarse. ¿Podría señalar algunas amenazas, pero también algunas oportunidades que se presentan para América Latina?

Pienso que la mejor globalización posible es una que incorpore a todos los países a la producción y el desarrollo con una distribución inteligente de las especializaciones. Ya China -y Asia en general- tienen una ventaja enorme en bienes masivos de consumo. Por el momento, ni África ni América Latina pueden competir en ese campo y, menos aún se puede concebir que su producción regrese a los países avanzados. Si lo hacen, será con robótica. Por eso creo que lo que más les conviene a los países avanzados es el desarrollo del mundo en su conjunto, para crear una enorme demanda de bienes de capital, tecnología, ingeniería e infraestructura, diseñados o rediseñados para adecuarse a las condiciones ambientales y de sustentabilidad. Eso crearía empleo en el Norte y reduciría las presiones migratorias, mientras que favorecería a toda la población de los países que se incorporen activamente al desarrollo. América Latina es uno de los continentes que tendría mayor potencial en el nuevo contexto, especialmente en las industrias de procesamiento, basadas en su dotación de recursos naturales y en la experiencia ya adquirida en ellas (es decir, en agroindustria, química, metalurgia, entre otras). Ésa es una de las herencias positivas de la época de sustitución de importaciones. A medida que los requisitos de la sustentabilidad orienten a los fabricantes hacia materiales cada vez más adecuados a cada uso específico, los mercados se dividirán en más y más segmentos, su valor aumentará y los que logren cumplir con los requisitos serán los ganadores. Pero habrá que poner un serio empeño en lograr ese posicionamiento, cada país intensificando sus conocimientos en las áreas de su experticia y acercándose a los mercados potenciales más exigentes.

Al día de hoy, ¿América Latina es más pobre? ¿Es más desigual? ¿O quizás ambas cosas?

Bueno, ¿más pobre y más desigual que cuándo? Hemos tenido altibajos pero nunca hemos logrado quitarnos de encima el ser el continente más desigual del mundo. Dimos un significativo salto adelante cuando se presentó la oportunidad de la sustitución de importaciones. Aunque las actividades de ensamblaje (con excepciones) no eran una industrialización seria, nos permitieron formar una amplia capa obrera (incorporando a mucha gente del campo), formar una capa media gerencial, capaz de manejar industria, comercio y finanzas, desarrollar la agricultura y la agroindustria y aprender a manejar nuestros recursos naturales con ingenieros y gerentes (a menudo educados en el exterior). También mejoramos todos los servicios, desde transporte y comunicaciones hasta agua y electricidad. Todo eso sirve como base para emprender el desarrollo aprovechando otras oportunidades. Sólo creando riqueza se puede reducir la pobreza. Uno no puede reducir la desigualdad redistribuyendo solamente. Basta ver el trágico caso de Venezuela, donde hubo, en los últimos años, ‘redistribución’, sin producir nada (robando mucho) y destruyendo las bases técnicas y de recursos humanos existentes. Nos convertimos en el país más pobre de América Latina.

Has planteado un modelo en dos vías para que América Latina encuentre su lugar en el mundo. Suena muy sugerente, pero también desafiante. ¿Podría enunciar los principales atributos de ese modelo y cómo podría funcionar?

Lo que yo propongo es una estrategia dual que, por un lado, aproveche masivamente la base en recursos naturales de la región para impulsar una industria de procesos y, por la otra, una economía local que aproveche y potencie las singularidades de cada localidad. Ello implica reconocer que ya en China -y en Asia en general- se produce lo esencial de las industrias de fabricación y ensamblaje y que tienen una densidad poblacional muchas veces mayor que la nuestra. Por esas dos razones van a necesitar enormes cantidades de materiales y alimentos. Nosotros tenemos una gran dotación de recursos naturales, tanto agrícolas como forestales, marítimos, energéticos y mineros. Si aprovechamos las tecnologías de la información, más la biotecnología y la nanotecnología, podemos convertirnos en los proveedores de todas las variantes especializadas de materiales y alimentos que los actuales mercados globales hipersegmentados requieren. De hecho, incluso la agricultura orgánica es hoy en día un producto de alto precio. La meta sería cambiar el perfil exportador de la región, moviéndose gradualmente hacia la especialización, agregando tecnología y disminuyendo el peso de las materias primas brutas. Pero las industrias de procesos usan relativamente poco personal y éste tiende a ser muy técnico. Por eso, la otra mitad de esta estrategia dual se orienta a encontrar la vocación productiva de cada rincón del territorio y generar riqueza directamente en el campo y en la ciudad, aprovechando los sistemas de transporte y comercialización apoyados en la internet. Eso puede ir desde desarrollar tecnologías que permitan rescatar el verdadero sabor de nuestras frutas para exportación -«frutas gourmet»- hasta el turismo de naturaleza, pasando por múltiples opciones, identificadas o promovidas según las condiciones de cada localidad. Eso requerirá financiamiento, educación, acceso universal a internet y apoyo técnico. Y esto no es posible sin una institucionalidad, también dual, destinada a elevar la calidad de vida de la población, por un lado, y apoyar a lo que llamo «sectores remolque» en las negociaciones, en la formación del capital humano, la investigación científico-tecnológica, las patentes y demás condiciones para participar con éxito en la economía global.

Sus investigaciones (nuevas tecnologías en países con dotación de materias primas) sugieren que América Latina puede aprovechar oportunidades. Sin embargo, el continente parece arrastrado a una conflictividad política inusitada, con regímenes que no son proclives a la adaptación institucional, a los consensos y a la innovación. ¿Una vez más América Latina va a perder el tren?

La verdad es que cuando el tren de la madurez de las industrias de producción en masa y su búsqueda de mercados pasó ante nosotros, fuimos los primeros en aprovecharlo. Y a pesar de quienes quieran negarlo, tuvimos mucho éxito. El siguiente tren fue el de la promoción de exportaciones competitivas, cuando se empezó a difundir la informática. Ése lo perdimos y lo aprovecharon los cuatro tigres asiáticos. Desde la «década perdida» en adelante, nuestra desigualdad aumentó desmesuradamente y tuvo un efecto político: nos llevó al populismo en muchos países. El tren que viene ahora es el de incorporarnos a las redes y mercados ultrasegmentados que caracterizarán el despliegue sustentable de la economía postpandemia. La destrucción que el covid-19 está causando puede equipararse a la de una guerra. La reconstrucción, al igual que en esos casos, no implica regresar a lo que había sino dar un salto adelante. Todos los países tendrán que decidir hacia dónde van a direccionar sus economías. Es probable -y sería deseable- que la sustentabilidad ambiental sea una de las metas y la sustentabilidad social la otra. Pienso que, en América Latina, la izquierda se suicidó apoyando al chavismo y suponiendo que la redistribución era la solución; la derecha se suicidó enamorándose del libre mercado y creyendo que su enriquecimiento era perdurable, aunque la pobreza aumentara. No sé si somos capaces de construir un centro político, socialdemócrata, que sepa aprovechar la oportunidad que se avecina. Espero que sí.

¿Qué experiencias exitosas en América Latina -dentro de lo que podría aproximarse al modelo que plantea- podría mencionar? ¿Qué las caracteriza? ¿Cuáles son sus rasgos distintivos?

La mayoría de los casos que conozco son locales y no necesariamente promovidos por los gobiernos nacionales. Tecnológicamente, está, por ejemplo, el caso de los brasileños que lograron que la madera del eucalipto funcionara como caoba en dureza y apariencia y que otra variedad fuera el material óptimo para hacer papel y aún otra fuera resistente a los hongos y resembrable por clonaje. En cada uno ha tenido éxito exportador, además de impactar positivamente al medio ambiente. En dimensiones mucho más modestas está el caso de una miel orgánica en Argentina producida por una pequeña empresa (con 18 socios/empleados) que maneja una cooperativa de 600 pequeños productores y exporta a Europa. Casos de mayor envergadura, y ya de tradición, son las exportaciones de flores de Colombia y de frutas de Chile. Y en cuanto a la sustentabilidad social, está el caso de la ciudad de Medellín, después de la derrota y muerte del zar de las drogas, Pablo Escobar. Montaron bibliotecas en los barrios de los cerros y redes de transporte para bajar a la ciudad. Cambiaron radicalmente las posibilidades de los habitantes de esas barriadas, al mismo tiempo que creaban programas de promoción de la innovación y la inversión para aumentar la prosperidad de todo Medellín.

Hablar de fuga de cerebros parece cosa del pasado. Es decir, las TIC sencillamente hicieron irrelevante la localización del personal medio y altamente especializado. ¿En qué proyectos innovadores y bajo qué condiciones se pueden ensayar experiencias exitosas?

Ambos lados del modelo dual abren posibilidades de innovación y éxito productivo. Y no nos podemos hacer ilusiones sobre lo de la fuga de cerebros; ese proceso todavía trae graves consecuencias para el avance de los países. Aunque es cierto que desde Latinoamérica se podría trabajar en línea para empresas en cualquier parte del mundo, es menos probable que nuestras empresas puedan aprovechar a especialistas ubicados en el extranjero, al menos no de manera masiva. Es muy importante detener la fuga de cerebros y para ello, entre otras cosas, será necesario montar proyectos ambiciosos, públicos y privados, para atraer y retener talento en nuestros países. Incluso los que se gradúan en el extranjero tratan de quedarse por falta de oportunidades en casa. Eso lo tenemos que superar.

Todos los proyectos arriba enumerados requieren tiempo, persistencia y esfuerzo. Es decir, no son para el cortísimo plazo. Esta verdad, del tamaño de una catedral -valga el lugar común-, no quiere ser expuesta bajo ningún respecto. ¿Cuál debería ser el papel del liderazgo en este punto?

Una de las condiciones de éxito en estos tiempos, cuando la innovación es crucial, es generar un consenso social amplio en cuanto a las direcciones que tomará el desarrollo. Cada país tiene características distintas y lo importante es identificar las oportunidades presentes junto con las ventajas y capacidades específicas con las que cuenta para poder aprovecharlas. No es lo mismo un inmenso Brasil, que se podría decir que está formado por muchos países y que tendría que seleccionar muchas especialidades, que un país pequeño y ya relativamente especializado como Uruguay. Mi punto es que la construcción del consenso público-privado a la escala adecuada y con todos los participantes relevantes -desde los científicos y tecnólogos hasta los trabajadores- es, probablemente, una condición indispensable para alcanzar el éxito.

¿Cuáles serían los aspectos más negativos que le podríamos asignar a los regímenes populistas, digamos, en la construcción del modelo que planteas?

El populismo es una quimera. Es la promesa del cielo y el logro del infierno. Es la política del resentimiento de los incapaces. Su carácter mesiánico atrae a las víctimas del sistema. Su aparición es el típico resultado del período de «destrucción creadora» de cada revolución tecnológica. Después de los locos años veinte, vinieron Hitler y Stalin, el extremismo de derecha y el de izquierda. Ésas fueron las formas que tomó el populismo de la época. Ahora los populistas en el mundo entero están cosechando los resentimientos de la intensa desigualdad generada por la forma que asumió la globalización y la instalación de la informática.

El populismo, tarde o temprano, termina construyendo un modelo autoritario. Lo estamos viendo o, mejor dicho, lo estamos padeciendo.

Absolutamente. Aparte de que el carácter de los líderes populistas es algo paranoico (y más resentido que sus seguidores) y la única manera de mantenerse en el poder, en la medida que el fracaso se vuelve evidente, es la fuerza y la represión. El modelo que yo planteo es lo opuesto. Está basado en el consenso democrático, en un juego de suma positiva entre los negocios y la sociedad, orquestado por un gobierno legítimo. Ese modelo no se podría montar con un gobierno populista y autoritario que, además, tiende naturalmente a la corrupción.

¿Qué podría decir de Venezuela? ¿Cuáles serían sus oportunidades, si las tiene? Se ha dicho una y mil veces: «Un cambio para vivir mejor». Pero ésa es una frase hueca. Porque el cambio no será nada fácil. ¿Llegado el caso, está dispuesta a sugerir algunas ideas? ¿Por dónde empezar? ¿Qué cosas tendrían que hacerse simultáneamente?

Es obvio que lo primero que habría que hacer es restaurar los servicios básicos de agua, electricidad, transporte y seguridad en todas sus vertientes. Habría que poner un enorme esfuerzo en revivir la agricultura y ver qué se puede aún salvar de la industria. Hay que buscar el modo de superar el hambre y restaurar los servicios de salud. ¿Cómo podríamos financiar todo eso? Estoy segura que contaremos con el apoyo de los organismos internacionales, pero tenemos que rápidamente generar fuentes de divisas. Eso va a requerir un espíritu emprendedor y un ambiente favorable a la inversión audaz. Habrá que escuchar lo que dicen los especialistas sobre cómo enfrentar la destrucción de la industria petrolera. Dados los problemas ambientales, supongo que la reducción mundial del uso de combustibles fósiles comenzará por el carbón y luego irá eliminando los petróleos más pesados o de más difícil extracción, hasta llegar a los más livianos y al gas. Eso nos plantea un enorme problema. No sé si tendremos tiempo o si podamos atraer las inversiones necesarias para revivir la industria petrolera por unos años. Quizás habría que concentrarse en el gas y la refinación, pero la estrategia a seguir dependerá de las oportunidades de mercado que queden abiertas para el momento en que el cambio se produzca.

Mejor nos olvidamos de las soluciones instantáneas. Mejor dejamos de soñar con pajaritos preñados.

Así es. Pasar de estar en una silla de ruedas a correr va a ser difícil. Pero si recuperamos las piernas podemos intentarlo con el esfuerzo de todos. Una cosa que me parece importante es que los empresarios han comprendido que el bienestar social es la base que permite su éxito económico. Sé de varios que reconocen que la creciente desigualdad en los años de Caldera II cultivó el terreno para el chavismo. Y en cuanto a la diáspora, somos muchos los que estamos dispuestos a colaborar para poner al país a correr, apoyando a los que reconstruirán el país desde adentro. Y estoy segura de que, llegado el fin del desastre actual, identificaremos las oportunidades, lograremos un rumbo de consenso y tendremos éxito.

*Investigadora interdisciplinaria venezolano-británica dedicada al estudio del impacto socioeconómico de los grandes cambios tecnológicos. Autora del influyente libro Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero. Actualmente es Profesora Honorífica en el Instituto para la Innovación y el Propósito Público (IIPP-UCL) al igual que en SPRU, Universidad de Sussex, ambos en el Reino Unido. Es también Profesora Visitante en el Instituto Nurkse de TalTech de Estonia. Ha trabajado globalmente como consultora y conferencista. Su actual proyecto de investigación analiza el papel desempeñado históricamente por los gobiernos en moldear el contexto para la innovación.

16 de agosto 2020

Prodavinci

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Juan Luis Hernández: "Creo que este año agrícola se va a perder"

Hugo Prieto

La crisis del coronavirus no solamente podría arrastrarnos al caos, sino a una situación de hambruna. La advertencia la hace Juan Luis Hernández, experto y consultor de temas agroalimentarios en diversas empresas y organizaciones internacionales.

A partir de 2013, la producción agrícola cae a niveles de los cuales no se tenía registro desde 1949, año en que se empezaron a llevar las estadísticas en Venezuela. Y la situación va para peor, porque la cuarentena que impone el virus coincide con el inicio del ciclo de siembra de los principales cereales que se consumen en Venezuela: arroz y maíz. Coincide, además, con la escasez de gasolina y los apagones eléctricos.

¿Por qué eligieron 2008 como año base para sus estudios?

Ese año lo tomamos como base por lo significativo de la evolución del gobierno de Chávez. La producción agrícola aumenta de manera significativa entre 2003 y 2008 debido a una mayor oferta de insumos, tanto de equipos como de maquinarias. Pero además se consolidan algunos sistemas de producción en rubros tan importantes como cereales y caña de azúcar. También aumenta la producción agroindustrial y las importaciones, pero esas importaciones no compiten con la producción nacional. Ese año, todavía Mercal y PDVAL significaban algo muy importante en la red de distribución comercial. Pero a partir de 2008, las políticas cambian y comienzan a surgir diversas dificultades.

Entre 2008 y 2013, los gráficos muestran una realidad muy distinta. Un estancamiento, incluso, una caída, aunque no significativa en todos los rubros. ¿A qué responde ese comportamiento de la producción agrícola?

Digamos que hasta 2008 las políticas del Gobierno eran de una intervención moderada y para algunos sectores, incluso, estimulante. Pero a partir de ese momento, empieza la idea del control estatal. Se produce, entre otras cosas, la toma de Agroisleña, que era un ente muy importante y había invertido muchísimo en el país en los años anteriores. Se aplica el control de precios y el control de la distribución. Comienza un período de inestabilidad en la producción agrícola. La producción industrial sigue creciendo, pero ahora se apoya, fundamentalmente, en las importaciones, que se disparan de manera absoluta. La producción nacional cada vez significa menos.

En el mundo anglosajón, que es mucho más pragmático, hay un adagio que reza: «Si la pieza no está rota, no la cambies». ¿Cómo es que ese recorrido de logros para la actividad agrícola (2003—2008) se cambia diametralmente por un periodo de inestabilidad y de estancamiento? ¿No hubo voces de alerta? ¿Voces disidentes?

Recuerda que eso se da en un marco económico muy favorable para el Gobierno. De nuevo, un boom petrolero espectacular que permite importar, endeudarse. A la vez se da la consolidación del PSUV como una organización de poder, más que como un partido político. En ese período se impone la idea que tenía Chávez de avanzar hacia el socialismo, a pesar de que pierde el referéndum de 2007. Confluye una situación económica muy favorable con la consolidación de un sistema político vertical y de control. Eso se va imponiendo de forma progresiva y sin grandes disidencias. No es que no las hubo. Sí las hubo, pero fueron muy poco significativas.

Lo que sigue después de 2013 es una caída en el abismo. Pero hay algo interesante, alrededor de ese año, se produce un boom de importaciones y un boom de medidas que hace que la agricultura tenga otro repuntico. Pero ya en otras condiciones. Pero, efectivamente, a partir de 2013, se produce la debacle. Esa debacle significa que cae, brutalmente, la producción interna en los rubros más importantes —maíz, arroz, caña de azúcar, café—. Y a su vez también caen las importaciones.

Estamos en un tercio y algo similar ocurre con la producción industrial. Entonces, por supuesto, si no hay producción interna, si no hay importaciones, cae el consumo y empieza esta situación de deterioro nutricional, sumamente grave, que estamos viendo. Nos está pasando una cosa: a principios de 2020 tenemos la peor situación nutricional, en términos de calorías y proteínas, que ha tenido Venezuela desde el año 1949, cuando se comenzaron a sacar esas cuentas.

Hay dos rubros muy importantes: arroz y maíz, caballitos de batalla en la alimentación de los venezolanos. Ahí la caída es incluso peor. La producción de maíz, por ejemplo, representa sólo el 16% de lo que se obtuvo en 2008. Ya ni siquiera ponemos atención en lo básico, en lo elemental, en los ejes de la producción primaria.

Así es. La situación de los cereales es dramática. Lo que ha pasado es que la producción de 2019 es la más baja que hemos tenido en la historia. Y las perspectivas para este año son prácticamente de una suspensión de la producción, entre otras cosas, porque la siembra se produce entre abril y mayo. Es decir, por estos días. Pero en las condiciones actuales —la emergencia del coronavirus, la escasez de gasolina y los cortes de electricidad— creo que, desde el punto de vista de los cereales y de los cultivos temporales, este año agrícola se va a perder.

Hay otro punto relevante. En 2008, las importaciones del sector privado representaban alrededor del 70% del total. Pero en 2018 el peso de las importaciones recae en el Estado, digamos, en un porcentaje similar. ¿Qué significa para el sector agrícola que el Estado se haya convertido en el gran importador de alimentos?

Esa dinámica de intento de control de todo el sector agroalimentario, y más recientemente con la participación militar, hace que las importaciones, en una proporción enorme, pase a manos del Estado. Pero resulta que en las condiciones actuales eso no es sostenible por dos razones. Una, el deterioro del negocio petrolero. Dos, la situación de crisis que vive el país. Resulta que el Estado importa, prácticamente, hasta septiembre-octubre de 2019. A partir de ahí le dicen al sector privado que importe él. Diezmado por la crisis, y en condiciones muy inseguras, es muy poco lo que puede hacer. El dato es impresionante, pasamos de 40.000 millones de dólares a 7.000 millones en importaciones totales. Y en el sector agroalimentario caímos 64%.

El monto de las importaciones agrícolas apenas supera los 3.000 millones de dólares.

Así es.

A raíz de la crisis del coronavirus, las cadenas de producción y comercialización se han roto en todo el mundo. ¿Cómo va a afectar ese hecho al sector agrícola?

Los efectos son extremadamente importantes. Por el lado de la capacidad adquisitiva de la población, nosotros tenemos unos salarios absolutamente ridículos (no llegan a dos dólares mensuales) y, por tanto, la población tiene que obtener ingresos fuera del salario. Y eso ha caído de una manera brutal. Por otro lado, la producción también cae de manera notable. ¿Cómo vas a poder sembrar maíz y arroz en estas condiciones? ¿Con las situaciones, además, de agua, electricidad y combustible? En estas condiciones de deterioro brutal de la economía, Venezuela podría tener prioridad para captar y obtener recursos de financiamiento internacional. Y ahora eso desaparece, porque la crisis del coronavirus va a potenciar los problemas económicos y de alimentación de muchísimos países. De manera que nos encontramos en una situación muy grave. Con un deterioro nutricional que pudiera llegar a una situación de hambruna. En este período, en este cuatrimestre, ha habido una caída del consumo brutal, con una situación adicional que se está reportando actualmente: la reaparición de la escasez en alimentos, pero de manera muy notable.

¿No habíamos superado esa circunstancia?

A mediados de 2019 se disparan los precios de los alimentos y la escasez, sencillamente, se acabó. La gente no tenía con qué comprar. Incluso hubo acumulación de inventarios, no tanto en la industria como en la cadena de supermercados. Pero resulta que esa situación empieza a cambiar muy rápidamente a raíz de la crisis del coronavirus. Se producen compras nerviosas. De acuerdo a una firma consultora, la escasez había descendido a su punto más bajo desde que se lleva esa cuenta (2015). Subió 25% en el mes de marzo. Eso puede proyectarse para el mes de abril y nos plantea situaciones muy difíciles.

¿Por la pérdida del año agrícola?

El ciclo de invierno, que es el más importante, está a punto de perderse o de llegar a niveles mínimos. Probablemente, muy pocos agricultores, de altos ingresos, pudieran tener algunos inventarios y sembrar algo. Quizás el Estado siembre otro poquitico. Pero eso va a ser una caída al menos de la mitad de lo que ya era el disminuido comportamiento del sector agrícola.

¿Qué podría decir de las cifras de la inseguridad alimentaria? De por sí alarmantes antes de la crisis del coronavirus. Insuficiencia alimentaria del 80%. Más de 6 millones de venezolanos pasando hambre. ¿A qué nos vamos a enfrentar cuando se levante la cuarentena y salgamos a la calle?

Si aquí no se produce, en un relativo corto plazo, un cambio del régimen político económico, que introduzca modificaciones importantes y cuente con un grado de apoyo externo, la inercia y continuidad de todos los factores que mencioné anteriormente, nos van a llevar a una situación cercana al caos. A ese caos se pueden aunar los problemas sanitarios: los del coronavirus y los otros que están presentes. La otra cosa que es terrible en medio de esta situación es que no podemos pensar que la recuperación será muy rápida, entre otras cosas, porque el apoyo internacional va a ser limitado. Sabemos que para salir de esto se requiere de un gran apoyo internacional, en términos de recursos.

Los primeros cálculos de la pandemia en la economía mundial son más que reveladores. Una caída superior a la gran recesión del año 29. Los países ricos van a atender sus propias crisis. No va a haber capacidad para atender a los países del tercer mundo, incluida Venezuela.

Sin duda alguna. El financiamiento internacional va a estar extremadamente más limitado. Hay otro efecto a tomar en cuenta. En medio de la crisis alimentaria, la gente deja de consumir alimentos frescos y a concentrarse en aquéllos que les da energía y algunas proteínas, son alrededor de siete productos. Actualmente, eso se está potenciando. La escasez de gasolina afecta particularmente el traslado a los mercados de frutas, hortalizas, leguminosas. Lo que termina pasando es que esos productos suben muchísimo de precio, lo que los vuelve inaccesibles. Hay escasez, además.

¿Qué panorama vislumbra para junio de este año?

Yo creo que se impone iniciar un plan de recuperación que no es posible en el marco actual. De lo contrario, el deterioro va a continuar. El otro problema es que si bien tenemos una diseminación moderada del coronavirus, gracias a Dios, estamos en unas condiciones de salud muy precarias, las defensas de los venezolanos están en el suelo, entre otras cosas, por una deficiencia nutricional. A nosotros nos puede tocar una afectación por el coronavirus mucho más grande que a otros países.

¿La militarización de la producción y distribución de alimentos que se impuso en 2012 no constituye un antecedente muy negativo para la inversión en el sector agrícola?

Sin duda. Con un factor que añado. Esos deterioros son acumulativos. Al igual que la pobreza. Hoy por hoy las condiciones para la recuperación van a ser más difíciles. Los niveles de producción son tan bajos que la posibilidad de duplicarla, digamos, en 18 meses es alta. En dos ciclos podríamos llegar al 32% de lo que producíamos en 2008. Necesariamente, durante un año o dos, vamos a depender de importaciones que tendremos que hacer de productos básicos.

19 de abril de 2020

Prodavinci

https://prodavinci.com/juan-luis-hernandez-creo-que-este-ano-agricola-se...

Asdrúbal Oliveros: “Pasamos ya de una crisis económica a una crisis social de gran envergadura”

Hugo Prieto

Le propongo a Asdrúbal Oliveros, economista y socio de la firma Ecoanalitica, que trace las líneas más visibles de la economía venezolana en el escenario post COVID-19. Diría un médico que el pronóstico es reservado. Pero Oliveros va más allá y dice por qué.

Lo más inquietante viene dado por el sector petrolero, afectado por la caída de la producción, sometido a sanciones y sin capacidad alguna para soportar la guerra de precios que Rusia y Arabia Saudita han desatado en el mundo. El virus no va a dejar títere con cabeza.

¿Cuál será el impacto de la pandemia en el desempeño de la economía venezolana?

La economía venezolana viene cayendo por sexto año consecutivo, un caso sin precedentes en América Latina y en el mundo. Estamos hablando de una contracción de casi el 70 por ciento entre 2013 y 2019. Más allá del registro del Producto Interno Bruto (PIB) esa caída tiene ramificaciones hacia abajo: Un empobrecimiento acelerado de la población; destrucción de riqueza, de capital, tanto en el sector privado como en la industria petrolera; una economía empequeñecida, y algo muy importante a enmarcar en ese contexto: la destrucción de la capacidad del Estado como proveedor de bienes y servicios públicos. En Venezuela asistimos a una paradoja. Tienes un Estado muy poderoso desde la perspectiva del control social, del sometimiento, del miedo como acción política, pero prácticamente inexistente como proveedor de servicios públicos (salud, educación, seguridad ciudadana). Lo que hemos visto en los últimos años, en los últimos meses, es que toda esa infraestructura de servicios públicos se ha ido desmoronando.

En ese contexto llegó el Covid-19 para acelerar lo que era una situación alarmante de crisis en todos los órdenes del país.

Sí, una crisis inédita que además implica —al mismo tiempo— un choque que impacta tanto la oferta como la demanda. Al quedarse la gente en sus casas, por un lado, se restringe el consumo y, por el otro, se afectan las líneas de producción, que también se paralizan. Además, siendo Venezuela un país petrolero, nos enfrentamos a unas difíciles condiciones de mercado. Del virus no se escapa nadie, pero la vulnerabilidad de Venezuela es extrema, por dos razones. Uno, porque venimos de un ciclo de contracción sin precedentes y dos, porque tenemos un Estado desmantelado, incapaz de influir de forma positiva en la economía. Para decirlo en otros términos, es un Estado que no tiene capacidad para hacer políticas económicas. El margen de maniobra en la política monetaria y fiscal, al que echan mano otros gobiernos del mundo, en Venezuela no existe.

¿Han hecho un cálculo de cuál sería el impacto de la pandemia en el PIB?

Antes del virus, y para este año, nosotros esperábamos una contracción de la economía del 10 por ciento, más moderada a la que habíamos visto en los dos últimos años, que rondaba el 15 por ciento, principalmente porque esta era una economía que venía de un ciclo muy agresivo de dolarización en sus transacciones, tenías un sector privado incipiente que se estaba haciendo independiente del Estado y eso, en parte, aminoraba la contracción. Quizás el escenario era más benévolo que en años precedentes. Ahora esos números cambian por dos razones. Una, la crisis no ha terminado y, por tanto, hacer estimaciones es difícil en este contexto. Dos, el efecto que esto tendrá en el mercado petrolero, el cual sigue siendo relevante para Venezuela.

¿Qué cifras manejan ustedes?

Hemos hecho estudios preliminares del impacto que tendrá la pandemia sobre importaciones, consumo, contracción de remesas, entre otras variables, y nos está dando que este año la economía se podría contraer 25 por ciento. Es decir, que el estimado inicial de 10 pasó a ser de 25 por ciento. Eso es dividido entre un PIB petrolero que cae en alrededor del 20 por ciento y un PIB no petrolero que cae en 25,5 por ciento.

Son magnitudes que no se pueden calificar sino de desastrosas.

Absolutamente. Y eso lo tienes que comparar con una economía que tiene casi 70 por ciento de contracción acumulada. Un escenario extremadamente crítico.

¿Cómo afectará la pandemia al sector comercial, a los pequeños negocios?

Voy a empezar con el sector comercio, las pymis, los pequeños negocios y bodegones. Esos sectores se estaban beneficiando, y un grupo de ellos de forma importante, del grado de dolarización en las transacciones (más del 60 por ciento se hacen en moneda dura) y eso, por supuesto, generaba unos niveles de consumo incipientes que, en primer término, beneficiaba la actividad comercial. Además estabas generando un circulante de dólares en la economía venezolana, cuyo número empezaba a ser representativo. Un mayor número de venezolanos estaba manejando divisas, así fuese en pequeñas cantidades. Ese escenario cambia por el impacto del coronavirus. En primer lugar, por una contracción importante de las remesas, debido a la vulnerabilidad de los venezolanos en el exterior y al aumento desmesurado del desempleo en casi todos los países del mundo (el estimado inicial de las remesas era de 4.000 millones de dólares y lo han bajado a 2.400 millones de dólares). Por otro lado, la cuarentena le mete un freno a la actividad comercial y los pequeños negocios que son muy vulnerables, en términos de su flujo de caja. Son negocios a los que les cuesta soportar más de 15 días cerrados.

Otro sector que se verá afectado por la pandemia es la banca, cuya actividad se vio muy limitada por decisiones, tanto del Ejecutivo como del Banco Central de Venezuela. ¿Qué diría sobre este sector?

La banca viene de un ciclo de achicamiento muy agresivo. No tiene capacidad de ayudar, de acompañar al sector privado, bien sea con líneas de crédito, bien sea con reducción de tasas de interés. Lo que tenemos en Venezuela es un sistema financiero extremadamente pequeño, yo lo llamo de boutique, que había perdido su actividad medular. Es decir, la intermediación —captar y prestar bolívares—. La banca pensaba reinventarse, por eso vimos el boom de cuentas en dólares. Súmale las medidas que tomó el señor Maduro, el cese del cobro de los créditos, medida que afecta los ingresos del sistema financiero. Las perspectivas son muy negativas. Por un lado, con esta medida, el Estado frena sus ingresos y por el otro la intermediación es prácticamente inexistente. Tienes, además, una contracción importante del sector privado, que obviamente le pone un freno a la demanda crediticia.

¿Cuál es el escenario para las empresas de mayor envergadura, cuya actividad, en relación a la capacidad instalada, es mínima? Aunque habría que anotar que la liberación de precios, por ejemplo, vino a hacer las veces de una bombona de oxigeno.

Allí hay que establecer algunos elementos de diferenciación. Los sectores que se han beneficiado de la dolarización son el comercio y los servicios. La industria manufacturera, por su parte, venía muy golpeada, porque este gobierno, en su estrategia de sobrevivencia (2019 y lo que va de 2020), abrió las puertas de par en par a los productos importados anclando la moneda. De tal forma que producir ciertos productos —en el segmento de cuidado personal y alimentos— costaba en Venezuela 2,5 veces más que traerlo de afuera. Eso golpeó muy fuerte al sector manufacturero que, además, venía trabajando al 20 por ciento de su capacidad instalada. Es decir, estaba en condiciones muy precarias.

¿Cuál va a ser el impacto del coronavirus en el sector manufacturero?

Obviamente, tiene varias fuentes. Uno, la reducción de la demanda interna (consumo). Dos, es un sector cuya capacidad de demandar créditos seguirá muy restringida. Tres. Su capacidad de traer insumos y materias primas también se verá muy limitada, porque las cadenas de suministro se rompieron en todo el mundo. Además, Venezuela está sancionada. En este escenario de profundización de la crisis, las condiciones serán muy críticas. Además, todo esto ocurre en un contexto donde habrá más inflación y más depreciación en la tasa de cambio. Eso, por supuesto, es una muy mala noticia para el sector industrial, porque implica un aumento muy importante en sus costos. Por donde lo mires es un escenario muy restrictivo.

¿Qué puede decir de la economía informal, cuya importancia es vital para un número importante de venezolanos?

Allí hay varias aristas, emprendedores, pequeñas empresas, trabajadores por cuenta propia (profesionales o no). Ese sector fue el primero que dolarizó sus ingresos, porque mostró una flexibilidad gerencial que difícilmente vas a conseguir en la gran empresa, sometida a controles fiscales e impositivos y a ciertas rigideces contables y financieras. En el emprendimiento, en los pequeños negocios, hay más flexibilidad en cómo facturas, en cómo fijas precios, en cómo llevas los procesos contables e impositivos. Es decir, la picardía del venezolano, de la que hablan ciertos sociólogos, empieza a ser una característica de sobrevivencia, digamos, de este nuevo estamento gerencial frente a los férreos controles que impuso el Estado venezolano. Esa es tu gran ventaja frente a la gran empresa.

¿Cuáles serían las desventajas?

No tienes capacidad para soportar una cuarentena prolongada; no tienes grandes reservas de efectivo, no tienes un historial para acceder a líneas de crédito internacionales o a créditos de la banca local. En un escenario como el que estamos viviendo, por más flexible que seas, todo ese modelo se viene abajo y en la medida en que se detenga la dolarización de la economía, las aristas de la economía informal van a entrar, rápidamente, en una paralización.

Es decir, el puntillazo lo va a dar la pandemia.

Sí, claro. Las consecuencias de la pandemia, el hecho de que la gente se encierre en sus casas y, por tanto, baje el consumo. Ese nicho, que disfrutaba de cierto oxígeno y que era un condicionante para estimar que íbamos a caer 10 por ciento y no más, desaparece y es uno de los factores que va a incidir, notablemente, en la contracción del Producto Interno Bruto.

¿Qué va a pasar en los hogares venezolanos?

Yo siempre he dicho que hay una ilusión en eso de «quédate en tu casa viendo las redes sociales y las series de Netflix». Eso es una minoría. Hay estudios que señalan que el 50 por ciento de los hogares venezolanos sobreviven en la economía informal, viven del día a día, pero más aún, no tienen capacidad de ahorro. En la medida en que se profundice la crisis, por todo lo que hemos hablado, lo que tienes es un deterioro brutal en el consumo de los hogares venezolanos. Es una condición de precariedad mayor en hogares que ya estaban en umbrales de pobreza. Hogares que se verán mucho más afectados en términos de acceso a servicios básicos, en términos de capacidad de alimentación. Pasamos ya de una crisis económica a una crisis social de gran envergadura.

Pero el escenario que está planteando es apocalíptico.

Más que apocalíptico es un escenario de crisis. Diría, extrapolando, que es un escenario que puedes conseguir en países de América Latina o en los llamados mercados emergentes. ¿Cuál es el denominador común? Una población vulnerable, con poca o nula capacidad de ahorro, servicios públicos precarios. Pero cuando entras en la caracterización, el caso de Venezuela está entre los peores de todos. Quizás por eso la crisis tiene aquí esa característica apocalíptica que tú le asignas. Pero el deterioro es global. Por supuesto, hay matices: No es lo mismo el deterioro en Noruega que en Perú.

El precio del barril de petróleo ronda los 20 dólares. ¿Cuál sería el impacto de la pandemia en este rubro? En la guerra de precios entre Rusia y Arabia Saudita, Venezuela no cuenta para nada, debido a una capacidad de producción totalmente disminuida.

Ahí, apocalíptico, ni te digo. Menciono algunos antecedentes. En primer lugar, los niveles de producción venían cayendo, por diversas causas, desinversión y el efecto sanciones, entre otras. Antes de la crisis del coronavirus, el Estado venezolano estaba recibiendo caja de unos 480.000 barriles. Prácticamente estábamos vendiendo el crudo a través de Rusia, pero eso supone unos descuentos importantes, entre 25 y 30 por ciento. Dejamos de vender productos refinados. Hay que anotar una paradoja. Parte de los dólares que obteníamos por la venta de crudos se utilizaba para importar combustible. Entonces, el efecto es pernicioso. Antes de la pandemia el sector petrolero nos iba a generar entre 13.000 y 14.000 millones de dólares. En este momento, esa estimación puede estar por debajo de los 4.000 millones de dólares. Es dramática la contracción de los ingresos. Además, gran parte de nuestra producción es de crudos pesados, que no es competitivo a los precios que estamos viendo hoy. Es decir, es más costoso producirlo que venderlo y, adicionalmente, en estas condiciones de caída de precios y de inundación de petróleo —la capacidad de almacenamiento en el mundo está al tope—, no es descabellado pensar que en las próximas semanas, Venezuela no pueda vender su crudo. Ahí hay un deterioro muy fuerte en la línea de ingresos petroleros. Eso va a tener consecuencias muy serias para el Estado venezolano que, fundamentalmente, importaba dos cosas. Alimentos para las cajas CLAP y combustibles; dos áreas críticas que se pueden deteriorar en las próximas semanas.

Por todo lo dicho, me imagino que cuando salgamos de este encierro, Venezuela no tiene otro recurso que tocar las puertas del Fondo Monetario Internacional. No se ve otra salida. Sin embargo, ya sabemos cuál fue la respuesta de ese organismo a la carta que le envío el señor Maduro.

Efectivamente, Venezuela necesita con urgencia apoyo internacional. Apoyo de organismos multilaterales. FMI, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Corporación Andina de Fomento. Eso no será posible si antes no se resuelve de fondo el problema político que tenemos. Tiene que haber una solución, y eso pasa por una negociación a partir de bases creíbles y de acuerdos que se puedan cumplir entre las partes.

Ya hay una propuesta de Estados Unidos que, básicamente, es la misma que se planteó en Barbados.

Exactamente, pero te digo más. Hay 85 países que se están dirigiendo al FMI. Por esa razón, ese organismo está estableciendo una línea de crédito que puede superar los 2,5 billones —con 12 ceros— de dólares. Ahora nosotros, que estamos en las condiciones que acabo de describir, vamos a tener que competir con todos esos países.

Países cuyos sistemas de gobierno tienen pilares institucionales, cuyas economías están en mejor posición que la nuestra y que, además, no están sumergidos en la profunda crisis política que nos caracteriza desde 2002.

Exactamente.

“El Estado venezolano está condenado a ser pobre”

Hugo Prieto

La primera pregunta abrió el espacio para que Luis Zambrano Sequín, profesor de Economía de la Universidad Católica Andrés Bello y de la Universidad Central de Venezuela e Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, trazara un recorrido, necesario y obligado, por el devenir de una sociedad que por más de 100 años ha vivido del petróleo. Hubo crecimiento sostenido y posibilidades, aunque no siempre bajo un régimen político democrático. La estatización del petróleo y el cambio estructural que produjo en la administración política, además de la falta de una cultura ciudadana se combinaron para abrirle las puertas a un falso discurso que ha desembocado en el desastre que vivimos actualmente.

El petróleo, a pesar de su abundancia en el subsuelo, no ofrece los recursos necesarios para apuntalar el crecimiento. El país, de acuerdo a Zambrano Sequín, va a tener que entregar la renta petrolera a inversionistas privados que estén dispuestos a arriesgar recursos, entre otras cosas, porque no hay instituciones ni estabilidad política. Ese es el precio que hay que pagar por darle alas al populismo del señor Hugo Chávez.

La economía venezolana es como esos televisores que repentinamente se quedan en blanco, sin señal. Es sólo eso: Un parpadeo incesante. No hay una continuidad y las investigaciones de economistas como Héctor Malavé Mata, Ricardo Hausmann o Asdrúbal Baptista, por mencionar a unos pocos, son cosa del pasado. ¿Estamos viviendo la peor crisis económica en la historia de Venezuela?

Haciendo un poco de historia diría que durante la época colonial la economía de lo que entonces era Venezuela tuvo una estabilidad generada por el dominio de imperio español, que además duró siglos. Posteriormente, Venezuela se enfrentó al cisma de la Independencia, inducida por la invasión napoleónica a buena parte de Europa, incluida España. Ese cisma produjo un caos político profundo que generó una crisis severa en lo que fue la sociedad venezolana. Es el intento de construir un Estado nacional sobre algo prácticamente inexistente y en medio de una diatriba sobre el modelo político a seguir. En eso se nos fue el siglo XIX que termina, como se ha dicho tantas veces, con la muerte de Juan Vicente Gómez, pero también con la conversión de una pobre economía agrícola en una importante economía petrolera. Ese hecho tuvo un impacto tremendo en Venezuela, desde la integración política y territorial, hasta la creación de un país urbano. Consolidar ese país, que fue de la mano con la madurez de la industria, nos lleva a la primera mitad del siglo XX y luego a algo más de dos décadas de estabilidad, de crecimiento sostenido, y a gobiernos que ciertamente no eran del todo democráticos.

¿Cuál sería el carácter de la economía venezolana durante la segunda mitad del siglo XX?

Surgió un país nuevo, basado en la industria petrolera, cuyos ingresos impactaron las finanzas públicas, con un sector privado que funcionaba con bastante autonomía que aportaba al fisco, al Estado. Un Estado que no tenía mayor injerencia en la actividad económica en general, que se dedicó a crear infraestructura, equipamiento, pero lo que no tuvimos, justamente, fue un liderazgo político que acompañara todo ese proceso con instituciones sólidas.

Uno podría asociar la democracia al ciclo de vida de Rómulo Betancourt. Se echaron las bases, pero el edificio estaba por construirse. Había más sueños que realidad y el liderazgo que tomó el testigo parece que no tenía un plan para llegar a la meta ¿Pedirle a Betancourt que dejara como legado una sociedad como la de los países nórdicos no es acaso un exabrupto? Es cierto, faltó liderazgo político, ¿Pero qué más faltó?

Faltó un liderazgo político, en el sentido de la construcción de ciertos aspectos de la sociedad, que estamos pagando y vamos a pagar muy caro. Probablemente no se hizo un esfuerzo más consistente en la educación ciudadana. Allí hay un déficit muy importante y eso va de la mano con la creación de instituciones. Me refiero a instituciones sólidas que pudieran dirimir los conflictos sociales de una manera más eficiente. Pero quizás no hubo el tiempo suficiente para crear esas cosas. Otro factor, que produjo un cambio importante en la economía venezolana, es la estatización del petróleo. Se empoderó el Estado de una manera muy significativa. Se generaron una serie de incentivos en el mundo de la política, en el mundo de la gerencia pública, que trajo como consecuencia que desde el Estado se empezaran a introducir una serie de rasgos que inhibieron, considerablemente, el desarrollo del sector privado. Digamos, como un sector realmente empresarial.

Ese desequilibrio no es propiamente un factor atribuible a las variables económicas —al empleo, al gasto público, al ahorro, por ejemplo— sino a una particularidad, a una especificidad muy de la economía petrolera venezolana. ¿Usted cree que ese ingrediente, por llamarlo de alguna manera, fue el que desencadenó esta crisis?

El hecho de que el Estado pasara a asumir la propiedad y la gerencia del sector que había sido la causa fundamental de la modernización y la construcción de la Venezuela post agrícola, implicó un cambio que tiene que ver con el devenir posterior.

¿Qué tiene más de negativo que positivo?

Sí, pero no por el hecho de que estas riquezas pasaran a manos del Estado, sino básicamente por la manera, por la forma, en que se gerenció ese Estado. Es decir, el hecho de que esas riquezas pasaran a ser administradas por venezolanos no es por definición una condena en el futuro. Pero ciertamente, hubo un cambio estructural con la imposición de controles, y la injerencia del Estado en la vida económica tienen mucho que ver con lo que estamos viviendo.

Es cierto, por fin se cumple la profecía de Betancourt en “Venezuela Política y Petróleo”: El Estado venezolano pasa a ser el gran actor de la política petrolera. Pero allí está el germen del cambio estructural que menciona, allí está el germen de los controles y las intervenciones. ¿No hubo una profundización de ese factor al aprobarse la Constitución del 99, la más presidencialista, la más estatista de América Latina?

La doctrina de Betancourt tampoco es que se desarrolla desde la nada, hay un contexto internacional, un contexto ideológico y político determinado, donde la aspiración de la dirigencia política venezolana, que se genera después de la muerte de Gómez, es justamente el deseo de independizarse, de controlar los recursos de la nación, reducir la relevancia de las empresas petroleras internacionales. Allí hay elementos de todo este discurso antiimperialista y muy nacionalista. ¿Qué ocurre? Que el Estado, ahora todopoderoso, pasa a regular todos los aspectos de la vida económica, a hacer del sector privado un sector rentista, un apéndice del Estado, buscador de protección, muy distante de lo que es el concepto de un empresariado innovador que además arriesga.

Sí ya el sector privado, de alguna manera, estaba inserto en la economía mundial y actuaba con autonomía o independencia del Estado, ¿cómo fue que se entregó sin disparar un tiro?

Así como teníamos una dirigencia política… bueno, también teníamos una dirigencia empresarial probablemente pobre, que miraba más sus negocios que los intereses del país, que miraba más el corto plazo que el largo plazo. Y aún más, la renta petrolera era de tal magnitud que tener acceso a ella se convirtió en el negocio más rentable del país. Sí tenías que invertir en una nueva maquinaria, en una nueva tecnología versus invertir en un ministro, en un senador o en un diputado que pudiera pasar una regulación, un subsidio que te favoreciera, pues invertir en un funcionario ofrecía una rentabilidad, estrictamente hablando, mucho más alta que arriesgarte con un nuevo proyecto.

En medio de la crisis financiera del año 94, el gobierno anunciaba la intervención de un banco y se desataba el pánico, el público corría a retirar su dinero en las agencias bancarias. Ahora se anuncia una medida similar y no pasa nada. Las pocas señales de vida están en el sector público, en lo que haga o no haga el Estado, lo demás no cuenta. Hasta allá ha llegado el poder del Estado.

La injerencia del Estado en la vida económica del país no es un fenómeno del chavismo, eso viene de mucho antes. Tiene muchísimo que ver y se profundizó con este cambio estructural que produce la estatización del petróleo, digo estatización porque hay que ser precisos en eso. Esa estatización no sólo tiene que ver a lo interno, sino que va acompañada de cambios en lo internacional. Es decir, una vez que se produce la ola de estatizaciones a escala mundial, conocemos el shock de los precios del petróleo —el embargo petrolero árabe de 1973— que cuadriplicó los precios del barril y eso trajo como consecuencia una recesión en la economía mundial que duró casi una década. Casi todos los países petroleros se endeudaron, si no todos, porque fueron mucho más allá de los recursos que obtenían por la venta del petróleo. Venezuela terminó en una profundísima crisis debido a que no pudo digerir bien la renta petrolera.

¿Usted no cree que el año 83, el viernes negro, para ser más preciso, fue una oportunidad para darle un vuelco a esa situación?

La crisis del 83 no sólo es consecuencia de la estatización sino de todo lo que afectó el mercado petrolero mundial. Obviamente, eso afectó al Estado y afectó al país y prácticamente va a paralizar la economía interna. Allí hubo una posibilidad cierta de acabar con esa crisis.

De acabar con esa noción del Estado mágico. ¿Está de acuerdo?

Quizás si hubiese habido más claridad sobre lo que implicó la estatización y la necesidad de corregir un conjunto de errores que eran ya visibles se pudo diversificar la economía venezolana. La administración de la crisis fue muy ineficiente.

No solamente deficiente, diría que vergonzosa. El Estado venezolano, bajo el gobierno de Jaime Lusinchi, fue el único en América Latina en reconocer la deuda externa privada.

Exactamente, pero lo que quiero decir es que esa crisis va a tener efectos que se van a prolongar a lo largo del tiempo, porque resquebraja las expectativas que había en el país. Incluso la actitud de muchos empresarios. Se produjo una fuga de capitales de la cual no nos vamos a recuperar jamás. Ni siquiera en el reciente boom petrolero, por todas las razones atribuibles al chavismo y también de índole política. La crisis financiera de los 90 es hija de esa crisis. El sistema financiero venezolano acompañó el boom petrolero y se sobredimensionó ciertamente. En lugar de aplicar una política que corrigiera ese sobredimensionamiento de manera progresiva a la nueva realidad del país, que era muy diferente, no se hizo lo necesario y al final explotó la crisis financiera de la forma más cruda.

Venezuela surfeó la ola en los picos más elevados del precio del petróleo. La estrategia fue correr la arruga y nos anclamos en esa noción del Estado mágico, del Estado que todo lo puede. ¿Cómo fue que en medio de la crisis del año 98 no se hizo nada?

La crisis, insisto, fue la consecuencia de un boom petrolero extraordinario y no lograste administrar el ajuste que significó la caída del precio del barril. Además, tenías una deuda externa tremendamente alta. ¿Qué vas a tener? Problemas de inestabilidad que, en algunos momentos, se va a mostrar con mucha más crudeza que en otros, en una economía absolutamente incapaz de retomar el crecimiento.

Los economistas dicen que la economía avisa primero y luego viene la crisis política.

Normalmente tienes un rezago entre el momento en que estalla la crisis y cómo luego esa crisis se va expresando en términos de empleo, en términos de ingresos, incluso, en términos institucionales y políticos. El caso venezolano es clarísimo. El boom petrolero, sobre todo el primero, produjo que los venezolanos se dotaran de activos. Del rancho de cartón pasó al rancho de bloques. Pudo tener un televisor, una nevera, un carro. Estalla la crisis, pero tú todavía tienes esos activos. Porque el televisor, por ejemplo, no se echa a perder de la noche a la mañana. El salario cayó pero no tuve que reponer el televisor. ¿Pero qué ocurre a la vuelta de tres o cuatro años? Que el televisor se dañó y ahora no tengo cómo reponerlo. Me quedé sin televisor. Entonces las crisis, sobre todo las crisis sociales, se producen con un rezago.

Llega el año 98, el ascenso de Chávez y otro nuevo boom petrolero. El Estado, gracias a la Constitución del 99, la más presidencialista y estatista, termina por asfixiar la economía del país.

¿Pero Chávez que significa? Chávez es el populismo llevado a uno de sus extremos en un escenario ideal marcado por una sociedad que se ha estancado, que no ha crecido, porque tiene problemas distributivos, problemas de empleo crónicos, una economía que no es capaz de reaccionar y una falta evidente de hacer políticas económicas. Ahí es donde el populismo que representa Chávez tiene la probabilidad de hacer metástasis y llegar al poder, con un discurso montado sobre falsas promesas, sobre un falso diagnóstico que, para cualquiera que tuviera un mínimo de educación ciudadana, resultaba obvio que era imposible de cumplir.

Era obvio, pero eso fue lo que ocurrió.

Yo creo que esa es la expresión más clara de una sociedad que no tenía una ciudadanía con la suficiente educación política, como para entender las graves implicaciones de ese discurso y unas instituciones extremadamente débiles que no pudieron ni contrarrestarlo ni evitar la toma del poder. Para establecer un parangón, el populismo hoy en el mundo está resurgiendo como consecuencia de una crisis de la civilización occidental, crisis que está muy relacionada, entre otras cosas, con la globalización, la cuarta revolución tecnológica y la inteligencia artificial, que están afectando enormemente las estructuras sociales, el mercado de trabajo y la vida cotidiana en general. Lo de Venezuela fue un preanuncio, pero por razones muy diferentes. ¿Cómo se defienden las sociedades occidentales, si es que se defienden? Mediante las instituciones. En Inglaterra, por ejemplo, el señor Boris Jhonson cierra el parlamento y hay un tribunal que le dice: Usted está equivocado. El señor Trump enfrenta la amenaza de un impeachment.

En el papel, Venezuela tiene unos activos. Un aparato productivo, unas fábricas industriales paralizadas, pero esos activos están obsoletos y a lo mejor es mejor que no los tuviera. La economía venezolana está en el piso.

El populismo de Chávez consiguió la manera de afianzarse y desarrollarse. ¿Qué hace el chavismo? No solamente controla fácilmente todas las instituciones sino que además potencia en extremo la intervención en la economía, con la finalidad de consolidarse en el poder. Y lo hace por dos razones: O bien para anular cualquier amenaza que pudiera poner en peligro ese poder, o bien para someterla a su voluntad. Y esa es, básicamente, la estrategia de Chávez con relación al mundo empresarial venezolano.

Si esa era la intención, el resultado está a la vista. Este es un país en ruinas. ¿Qué se puede reconstruir en medio de este desastre?

En buena medida, creo, que no se trata de una reconstrucción sino de una construcción.

¿Qué se puede construir entendiendo que la continuidad del actual modelo está garantizada?

El modelo chavista se levantó sobre la base de una renta petrolera muy elevada, cuyo nivel mínimo requerido fue creciendo en la medida en que se destruía la capacidad interna de producir. Y eso ocurrió no sólo en el sector privado sino también en el sector público. Se fue deteriorando el equipamiento, la infraestructura, las empresas del Estado colapsaron, casi desde cualquier punto de vista y, por supuesto, la inversión privada en equipos y capacidad de producción mermó muy rápidamente por décadas. Es decir, la industria que tenemos o que teníamos, ciertamente es obsoleta por falta de inversión, que sólo podía mantenerse con subsidios, energía y mano de obra barata y créditos prácticamente gratis. Es la única forma de mantenerse, porque si no has invertido allí, ¿cómo te haces competitivo? Todo eso se podía mantener por vía de subsidios generalizados que llegaban por todas las vías posibles. Y, además, con un mercado cautivo que, en buena medida, lo representaba el propio Estado. Es decir, si con esa industria y con ese empresariado es que pensamos retomar el crecimiento sostenido, ciertamente no vamos a llegar muy lejos.

¿Bajo este régimen no le ve ninguna posibilidad a la economía venezolana?

Ninguna. Bajo el régimen chavista la economía funcionó y sigue funcionando, sólo si tiene una sustentación financiera importante, básicamente fundamentada en el petróleo.

Vamos a utilizar la imagen del enfermo terminal. La familia se reúne y dice. Hay que desconectarlo, porque de esta no sale. ¿Eso es lo que está planteado aquí?

La economía chavista, repito, cada vez más sustentada sobre una renta petrolera mínima, ya no es posible, entre otras cosas, porque el mercado petrolero mundial cambió y de forma radical y eso lo vamos a seguir viendo de forma progresiva. Ya no nos ayuda. Pero, además, nuestra capacidad de producir petróleo se ha reducido en forma dramática. Hoy está, y con dudas, en un millón de barriles diarios. Llegar a las cifras que teníamos en 2012, que ya eran cifras mermadas, cuesta muchísimo dinero, que el petróleo ya no ofrece. Eso sólo es posible, en el mejor de los casos, si cambias radicalmente el escenario donde se está moviendo la sociedad y la economía venezolana.

La gente pudiera sospechar que el señor Maduro no quiere sacar los dólares a la calle, que hay que aguantar hasta que se produzca un nuevo boom petrolero. Pero a nadie le importa la verdad y decir que esto ya no es posible. Pudiera ser como en Japón, como en Corea, después de la II Guerra Mundial, cuando la gente trabajaba a cambio de un plato de comida. ¿Hemos llegado a ese punto?

Obviamente, el nivel del salario real en Venezuela está muy por debajo de cualquier salario que se pudiera obtener en ocupaciones equivalentes, no sólo en América Latina sino en cualquier parte del mundo. Ya hay publicaciones que señalan que el salario en Venezuela está por debajo de países que se consideran miserables. ¿Cómo se puede recuperar el salario y llegar a niveles socialmente aceptables? Para poder seguir produciendo petróleo se necesitan cifras impresionantes. ¿Cómo se va a hacer eso, si el Estado no tiene ni la capacidad ni los ingresos para hacerlo? La única manera de hacerlo es con inversión privada extranjera. Pero nadie va a invertir aquí sin pedir una rentabilidad alta, entre otras cosas, porque este es un país inestable que tiene una gran cantidad de defectos, de desequilibrios. A mayor riesgo, mayor rentabilidad. Así es como funcionan todos los negocios. ¿Eso qué significa? Que el Estado va a tener que entregar la renta petrolera al inversionista para que pueda producir.

¿De qué vamos a vivir?

Ahí es donde interviene el tema del salario. El país necesita invertir no sólo en petróleo, sino en servicios, en energía, en acueductos, en vialidad, en comunicaciones, hay que reconstruir el sistema de salud y restablecer las redes educativas. Eso cuesta dinero. Los venezolanos no pensábamos en esas cosas, porque se creía que había un Estado para hacerlo. Pero ya eso no va hacer así. El Estado venezolano está condenado a ser un Estado pobre y a vivir de los impuestos a la renta y al valor agregado, la renta petrolera se va a minimizar. No hay otra manera, si queremos recuperar la industria petrolera. Pareciera que no tenemos otra opción porque es lo único que tenemos a la mano.

¿Todo eso pasa por el cambio político?

Bueno, ¿Por qué? Si yo quiero inversión extranjera, si el Estado no puede jugar el papel que jugaba antes y ahora tengo que contar con un sector privado que debe asumir los espacios que antes ocupaba el Estado para que esta sociedad pueda funcionar, pues obviamente, yo tengo que cambiar todo, prácticamente, en materia regulatoria, este país tiene que cambiar sus instituciones y todo eso pasa por un cambio en la administración política.

Empezar desde cero pudiera tener su atractivo. ¿Podemos sacar algo positivo de todo esto?

Yo creo que Venezuela tiene un reto. Es un país que sigue teniendo recursos. Afortunadamente, el petróleo pudiera jugar un papel importante en las próximas dos décadas en el mercado energético mundial. No es mucho, pero es una opción. Hemos perdido recursos humanos importantes y en la medida que alarguemos este proceso, donde no se ve ningún cambio, cada día se pierden más recursos humanos, no porque se fueron, sino porque se enraízan en los países donde migraron.

La gente cree que el cambio es de una cara conocida por otra, de una clase política por otra… no caballero, el cambio es de otra naturaleza, de otro carácter y de una magnitud diferente.

Hay que crear instituciones y para poder aspirar a salarios socialmente aceptables tienes que tener un país creciendo en forma sostenida, con un empresariado fuerte y capaz, con estabilidad política y algo que ofrecerle al capital internacional porque vamos a depender más que nunca de eso para poder recuperar el aparato productivo.

Roberto Patiño: “Mi generación no se va a quedar en las lamentaciones”

Hugo Prieto

Antes de iniciar la conversación periodística, Roberto Patiño y quien escribe hablamos de economía. De ese largo camino que empieza en la filosofía y transita por las páginas de dos obras opuestas, de dos hombres que representan las visiones en las que se debatió la humanidad durante el siglo XX. Adam Smith, La Riqueza de las Naciones y Carlos Marx, El Capital. Prueba fehaciente de que la política y la economía vienen siendo la misma cosa.

De esa vertiente viene una cabeza brillante. El filósofo y economista brasileño, Roberto Mangabeira Unger. Su libro, La Alternativa de la Izquierda, no tiene nada que ver con el llamado “socialismo real” o con el injerto y a la vez anacrónico “Socialismo del Siglo XXI”. No hay galimatías en esas páginas. Mangabeira Unger es profesor de la Universidad de Harvard. Su planteamiento trasciende el dogma de la igualdad. La apuesta pasa por estimular, propiciar, cambios radicales que se puedan inscribir en lo que conocemos como experiencias exitosas —palabra alérgica para la izquierda mineralizada—, que mejoren las condiciones de vida de los sectores menos favorecidos. “Ah, yo vi clases con él”, dice Patiño con una sonrisa en los labios. ¿Cuánto de la subsidiaridad hay en los planteamientos del economista brasileño? No lo sé, pero seguramente hay mucho más coincidencias que otra cosa. Mangabeira Unger asesoró a Lula durante su primer gobierno, luego se retiró discretamente. Lula, como toda esta “izquierda progresista”, ávida de dinero y corrupta, se decantó finalmente por el letrero de Odebrecth y Petrobras.

Finalmente, de forma inevitable, —la diferencia innegable— abordamos las motivaciones, los paradigmas, de una Venezuela hundida en la crisis y una Venezuela que pugna por romper el maleficio. Ya se sabe, la nostalgia no puede competir con la esperanza.

El chavismo, como modelo de cambio social, fracasó. No lo digo yo, lo dijo Edgardo Lander, sociólogo y estudioso del proceso político que se inició en Venezuela en 1998. Ante las manifestaciones más rudas de la crisis, no funcionó la solidaridad y la organización política, sino la respuesta individual y competitiva. “Si tengo que bachaquear, bachaqueo”. Sin embargo, ustedes están hablando de solidaridad y convivencia social. ¿Cómo enmarca usted ese concepto en medio de la realidad, del desastre, que estamos viviendo?

Para empezar, diría que la crisis fundacional que tenemos en Venezuela, es una crisis de credibilidad. Que no sólo se refleja en el país, sino en muchas partes del mundo. Ahí, donde las instituciones y los liderazgos políticos han perdido su capacidad de ser creíbles para la gente. En nuestro caso, creo que ese problema viene dado por dos fuerzas, dos dinámicas, que son características. Una es la violencia, cuya expresión política y sociológica es el militarismo. La segunda es el rentismo: la competencia por acceder a los recursos que provienen del petróleo, que a veces son abundantes y que a veces son escasos, como ocurre actualmente. Ante esa crisis de credibilidad, lo único que nos permite construir nuevos puentes, nuevas relaciones, es el hacer, concretar en proyectos una visión.

Esas fuerzas, esas dinámicas son las que han prevalecido. ¿Cuál sería la forma que ustedes plantean para abordar la crisis?

En realidad, hay cuatro formas de abordar la crisis. Una, el bachaqueo, es la forma individualista, que se parece mucho al rentismo. Dos, la aproximación violenta, de la que bebe el militarismo; todo lo relacionado, digamos, a las formas de dominación del Estado, con las bolsas CLAP como expresión muy concreta y con el carnet de la patria, herramienta que mide y cuantifica la lealtad política que se exige en tiempos electorales. Tres, la caridad tradicional, donde no hay un reconocimiento del otro como un igual, sino una posición de jerarquía, sin intención de establecer una relación, digamos, horizontal. ¿Lo estás haciendo por el otro o lo estás haciendo por ti mismo? La cuarta opción, la que nosotros asumimos, es la solidaridad, que en nuestra perspectiva, en nuestro accionar, implica corresponsabilidad, implica un ejercicio de empatía, ponerse en los zapatos del otro. Desde ahí estamos dando una respuesta a la violencia social, a los problemas que estamos viviendo.

Usted habló de una acción, pero no ha dicho como se convierte en una realidad.

Para nosotros es una acción integral que tiene varios elementos, uno político-organizativo; otro social, que tiene que ver con el impacto en las comunidades. Cuando hablo del primer elemento, estoy hablando de organización, de empoderamiento, de discurso y de visión compartida; cuando hablo de criterio social, estoy hablando de la identificación de una necesidad sobre la cual ejecutamos nuestra acción. Es decir, nosotros no entendemos el trabajo social en función de objetivos partidistas. Nosotros atendemos a la comunidad en función de criterios relacionados con sus necesidades. En particular a un sector de la población que para nosotros representa la mayor injusticia, que es un niño que no come. Ese niño que no come es el ejemplo más concreto de la promoción de la desigualdad. Un niño que no come no va a desarrollar su capacidad intelectual, su capacidad física y muy probablemente no va a romper el círculo de la pobreza. Un tercer elemento de la integralidad, son los proyectos de empoderamiento y desarrollo económico.

En su libro de memorias, Henry Kissinger, definía a Bangladesh como un país que dependía de la ayuda internacional. Pero un proyecto como el Banco Grameen, creado por el nobel Muhammad Yunus contribuyó en mucho a erradicar esa visión determinista. El acceso al crédito pasaba por una valoración de la gente y de sus recursos, una vivienda amoblada —con una mesa y dos sillas, por ejemplo—, se consideraba un activo, así como la posesión de dos aves de corral. Aquí el Estado reparte; en el pasado planchas de zinc y sacos de cemento. Actualmente, bolsas de comida y un pernil navideño ¿Cuándo usted habla de proyectos productivos que sean sustentables de qué está hablando?

Estoy hablando, por ejemplo, de uno que acabamos de ejecutar, que nace además de la convivencia social y de los valores del programa. Nosotros tenemos 10 comedores en zonas populares del oeste de Caracas. En esta ocasión, uno de mis tíos propuso la idea de hacer 3 mil hallacas con gente de la comunidad. De tal manera que garanticemos que cada niño se pueda comer su hallaca en Navidad y las otras 2 mil las vendemos para generar recursos. Eso lo hicimos. Montamos dos líneas de producción, una en La Vega y otra en Antímano, junto con las madres del programa Alimenta la Solidaridad. Tuvo, además, una gran receptividad en la gente, que sentía que estaba apoyando financieramente el programa. Al mismo tiempo, estábamos fortaleciendo las capacidades de esas madres, para que pudieran ser emprendedoras. Yo creo mucho en esa visión, he aprendido de ella. Allí está la experiencia de Bangente, un banco formado por el grupo social Cesap, y del cual he sido directivo en los dos últimos años. Un poco inspirado en la idea de Yunus, Bangente ha otorgado más de 50.000 microcréditos en todo el país. He podido ver, de primera línea, un banco de desarrollo. Son experiencias que existen en Venezuela. Pero hace falta enfocarlas para que puedan tener un impacto positivo en el marco de la crisis.

El Estado debe propiciar las condiciones para que el emprendimiento tenga posibilidades de éxito, un entorno en el que la gente pueda desarrollar sus propias capacidades. Sin ese escenario, es poco lo que se puede avanzar.

Sin duda, pero al final lo que estás planteando es un cambio político. Para que la cultura de empoderamiento en todo sentido —social, político y económico—, pueda surgir, es necesario el cambio político, pero la vía no puede ser la violencia o el uso de la fuerza bruta para llegar al poder.

No ha mencionado otras dificultades que limitan o impiden el trabajo que vienen adelantando en las comunidades. ¿Qué barreras han encontrado, digamos, sobre el terreno?

Muchas de las madres que trabajan con nosotros, por ejemplo, son amenazadas. Si siguen trabajando con esos escuálidos van a ser excluida de los beneficios. Tenemos madres que han resistido, porque entienden que este trabajo es necesario por los niños, por la solidaridad, y es más importante que la caja de los CLAP, pero hay otras que se han alejado. No han podido mantener su participación en el proyecto. La violencia es otro factor. En la Cota 905 hemos vivido varios episodios donde sube la OLP y le cae a plomo a la gente, de una manera indiscriminada y brutal. En la Red Convive tenemos datos que apuntan a que el 40% de los homicidios son cometidos por funcionarios adscritos al Estado. También hay dinámicas vinculadas a bandas que son limitantes, que son perjudiciales para generar esta visión de solidaridad, de trabajo y de encuentro conjunto, que hacemos más allá de posiciones políticas o clases sociales. Sumadas esas dificultades, está también la escasez de productos. Miles de personas nos han dado donaciones y semanalmente compramos a camiones que vienen de Los Andes. Tenemos que adaptarnos a la realidad. Ser flexibles en cuanto a lo que es nuestro menú, siempre y cuando mantengamos los componentes nutricionales.

Contribuir a que la gente sea protagonista de su propio destino choca con estos esquemas latinoamericanos de dominación y de concentración del poder. ¿Cómo romper con esas estructuras anquilosadas? En Perú, por ejemplo, se han creado estructuras productivas en el sector textil, en el sector alimenticio, que no son propiamente los esquemas empresariales que conocemos. Esta visión, estos modelos, tienen que tener un espacio en el cambio político. Tiene que tener apoyo institucional. Pero hay grandes dudas, porque si algo sobra en este país son promesas y más promesas incumplidas.

Quisiera vincular un poco esa pregunta a mí experiencia personal. Estudié en la Universidad Simón Bolívar y entre 2007 y 2011, año en que me gradué, fui dirigente estudiantil, pero no me inscribí en ningún partido. Yo tenía esa desconfianza, esa percepción antipolítica. Sin embargo, tomé dos decisiones. Ayudé a fundar el Movimiento Mi Convive, que me iba permitir hacer el tipo de trabajo del que estamos hablando. Y la segunda fue que decidí entrar en Primero Justicia. Básicamente porque el partido tiene un valor que es la subsidiaridad. Un valor que si bien es de origen cristiano, hoy en día es asumido por la Comunidad Europea. Fundamentalmente, podemos resumir la subsidiaridad en dos cosas. Tanta sociedad como sea posible y tanto Estado como sea necesario. Cuando hablamos de la sociedad, no me estoy refiriendo sólo al mercado, sino a los aspectos organizativos, económicos y políticos, que no necesariamente dependan del Estado. Lo segundo es que las soluciones deben ser planteadas y protagonizadas desde lo local.

Ese es el modelo que impera en los países escandinavos, ¿no?

El modelo escandinavo tiene mucho de subsidiaridad en sus planteamientos, yo creo profundamente en eso. Además, he visto un tránsito en Primero Justicia, Henrique Capriles, uno de los principales referentes del partido, ha adoptado este modelo de fomentar proyectos comunitarios. Para mí eso es muy significativo. Hace cinco años, coordiné a los jóvenes en la campaña presidencial de Capriles. Hoy estamos viendo que él está replicando, en un gesto que me parece de humildad y generosidad, un proyecto que iniciamos nosotros.

Los errores de la MUD también son los errores de Primero Justicia. Esa es la percepción que, finalmente, cuenta más que la realidad. El país, además, está encerrado en la supuesta competencia de dos visiones que cada día están más alejadas de la gente, ¿Cómo van a hacer ustedes para que la sociedad valore la diferencia de criterios y valore el concepto de subsidiaridad?

Yo creo que de los errores se aprende y mucha gente me ha sugerido, en mi corta carrera política y social, incluso en la Universidad, que nos planteáramos la posibilidad de construir un partido. ¿Por qué no hacen borrón y cuenta nueva? Parte del problema que observo en Venezuela es que no hemos apostado por las instituciones. Mientras yo considere que en Primero Justicia hay espacios para plantear mis ideas, para que sean escuchadas e inclusive para que sean tomadas en cuenta —este proyecto ha sido replicado en Petare, en Anzoátegui, incluso ha trascendido a otras organizaciones, el diputado Juan Andrés Mejía está impulsando una iniciativa similar en los barrios de Baruta— seguiré trabajando en el empoderamiento de la gente. Sí, se han cometido muchos errores, pero también hay que reconocer que ha habido un sacrificio y una apuesta por el país de parte de ese liderazgo que hoy está cuestionado. Tenemos el caso de Julio Borges, en el parlamento le partieron la cara, no hay que olvidarlo; Capriles estuvo al frente en las movilizaciones. Otras personas de otros partidos también lo han hecho. Para poder construir un país y para salir de esta crisis tan brutal que estamos viviendo, todos somos necesarios. Inclusive los que hoy adversamos.

Aquí hay un problema grave, porque esta película parece que necesita episodios épicos. Usted habla de sacrificios y de líderes que se la jugaron y pusieron en riesgo su integridad física. ¿Será que Roberto Patino está apelando al discurso de la heroicidad? ¿No se contradice cuando habla de institucionalidad? Porque si hay instituciones fuertes, que funcionen, se cierran las posibilidades para que aparezca un iluminado, un héroe.

Absolutamente, cuando refiero esos ejemplos concretos —podría mencionar a líderes de otros partidos—, no los veo como mesías que van a resolver la totalidad de los problemas del país. Mencioné esos nombres por los cuestionamientos que hay por los errores. Sí, han cometido errores, se han equivocado y yo los he criticado. Frente a ciertos eventos políticos, donde pareciera que no hay una postura firme, he criticado el silencio. La política tiene que mostrar un camino, una senda, una opción. Soy crítico con toda la MUD y por eso se ha perdido, en gran medida, la credibilidad. Hablé de los sacrificios, de las apuestas que se han hecho, para decir: Sí, son seres humanos. Justamente, no son mesías. Se han cometido errores. Al final no lo veo de la misma manera. No creo que la forma de derrotar esta dictadura, este proyecto de dominación, sea a través del mesianismo de un individuo, sea quien sea. Salir de esta crisis pasa por el trabajo de todos, en un esfuerzo que tiene que ser de abajo hacia arriba.

Este país está hundido en una crisis que, si no es terminal, tiene todos los síntomas. Aquí no hay una sola institución que le inspire confianza a alguien, que funcione, que responda. Este país tiene un problema de gobernabilidad muy preocupante. Estamos sumidos en un marco político estéril. Han transcurrido muchos años, no sólo las dos décadas del chavismo, podríamos ubicar el punto de partida en el año 83. Yo creo que la generación que yo represento fracasó en las tareas que había que asumir y que estaban pendientes en Venezuela. Quizás porque pensamos que nos merecíamos, digamos, la sociedad del conocimiento. Y las cosas no se merecen, se gana. Hace falta una visión distinta.

Creo que hace falta la reflexión que nos ha llevado a nosotros a actuar desde lo local y lo organizativo. Si bien pareciera el camino más largo, más limitado, si construimos iniciativas similares (empoderamiento popular), podemos restituir tejido social y construir una red, que tenga un sustento verdadero. Parte de la falta de credibilidad y la desestructuración de la sociedad, es cuando alguien viene y dice: yo tengo la solución para los problemas del país. Es mentira, lo sabemos. La solución se construye desde lo local, desde lo inmediato, desde lo concreto, desde los proyectos, desde el empoderamiento, en caso contrario estamos repitiendo el mismo esquema. Estamos esperando a un líder que nos diga a todos cómo es que se construye un país.

¿Por qué cree que la película que ustedes están tratando de hacer —con un guión que todavía no está terminado, con actores que no son profesionales, con una producción que no podríamos decir que es hollywoodense, sino más bien artesanal—, va a funcionar?

Yo no tengo certezas. A mí me gusta mucho hacer referencia a un discurso de Václav Havel, que él dio en Hiroshima en 1997. Se llama El futuro de la esperanza. Para mí la esperanza, tal como lo decía Havel en esa oportunidad, no es la certeza en el futuro. Nadie tiene una bolita mágica para decir si va a hacer exitoso o no, si tiene la razón o no. La esperanza es tener la convicción de que lo que tú estás haciendo tiene sentido. Que para ti es correcto. Y en mi caso, para mi tiene sentido levantarme todos los días, ir a la Cota 905, ir a la parte alta de La Vega, a Carapita, a Las Mayas, y trabajar con las madres de esos sectores, tratando de juntar puntas con gente que comparte el mismo sentimiento de solidaridad y atraerlo a los comedores para que contribuyan también y podamos dar respuesta a una necesidad imperiosa que es hoy, el presente, el de un niño que si no come, no se desarrolla y si es así, perpetuamos la desigualdad en Venezuela. Eso para mí tiene sentido.

Vamos a dar por ciertas sus palabras, que esa opción está ahí… Ah, pero eso significa autonomía, eso significa negociación, eso significa que voy a lidiar con gente que no sé hasta dónde está dispuesta a participar en un proyecto de organización social, cuya naturaleza, en un sentido más amplio, es política. Eso no encaja con el papel reservado al héroe, digamos, con “el conductor de victorias”, Nicolás Maduro, que dispone de la hacienda pública y endeuda al país sin controles y como le da la gana, ¿por qué voy a sacrificar esa opción, que me funciona, por una convivencia insumisa, respondona, contestataria, que potencialmente me va a proponer conflictos?

La posibilidad de que en esta lucha por democratizar a Venezuela, asuma un liderazgo con las características que has mencionado, significaría para mí la ruptura. Si en el marco de la lucha democrática, nos encontráramos con un liderazgo que tenga esa visión, yo lo adversaría, por la sencilla razón de que iría en contra de lo que pienso, de lo que creo y de lo que estoy construyendo. Y esa actitud también aplica para mí mismo. Yo estoy impulsando liderazgos sociales que vienen del 23 de enero, de La Vega, de Antímano, entonces, ¿yo les voy a decir lo que tienen que hacer? Lo importante es que todo esto no dependa de mí. No soy indispensable. Al final, lo importante es que nosotros hayamos generado tantos liderazgos locales, con capacidades, con proyectos, con testimonios de vida, con una narrativa que se ancla en la realidad, de una experiencia que no ha sido fácil, porque hemos sido víctimas de la violencia, víctimas de un proyecto de dominación, pero que no nos quedamos en lamentarnos, sino en hacer cierta la decisión que tomamos nosotros, con valores como la solidaridad, la corresponsabilidad, para dar respuesta. Eventualmente, yo estoy construyendo mi propia salida.

Me pregunto, ¿Qué pensará el señor Patiño de la generación que yo represento, que metió al país donde lo metió? ¿Por qué tiene una conexión con gente que hizo lo que hizo? A fin de cuentas, lo que se asocia a mi generación es el país que él no quiere. Que hizo de la política la antipolítica… lo que usted aborrece. ¿Por qué ustedes, los jóvenes, no desplazan a quienes son parte del problema y no de la solución? El liderazgo es como la cuña del whisky, se tiene o no se tiene. La gran pregunta es esa, ¿por qué no ejercen ustedes el liderazgo?

Uno de los principales referentes en mi vida es mi abuelo, que este domingo cumple 90 años. ¿Por qué lo digo? Porque es un testimonio de vida que ha reflejado los valores en los que yo creo. Por el reconocimiento que él hace de mi trabajo, porque me ha dicho, con la mayor sinceridad, que ellos lo tuvieron que hacer, que no bastaba con dedicarse a los asuntos privados, que había que involucrase en lo político, que en su época, en su momento, era visto como algo sucio, como algo corrupto, como algo que no era para una persona que había alcanzado un nivel de formación. Y que él ahora, que es una persona que admiro, que respeto, por su testimonio de vida, por su legado como persona, haga ese reconocimiento. Esa es la síntesis que nosotros estamos buscando. No creo, como generación, que somos unos iluminados y que ahora sí le traemos las soluciones a Venezuela. Yo creo que en este país se han hecho cosas muy buenas, empezando por la educación pública. Yo estudie en la Universidad Simón Bolívar y todo lo que soy se lo debo a este país.

ENTREVISTA EN PRODAVINCI

17/12/2017