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¡Ronald, regresa, se han vuelto locos!

Tiempo de lectura: 6 min.

Durante el período de Jimmy Carter (1977-81) EE. UU se desploma como potencia mundial, en el eclipse del modelo económico rooseveltiano: populismo, protección a las “empresas nacionales”, obstáculos a la competencia, regulaciones a granel, altas tasas impositivas, Estado propietario-agencia-de-empleo, reticencia a las inversiones globales, copiado con fidelidad en Latinoamérica. Nixon y Carter controlan precios de alimentos y medicinas y fracasan, mientras a las líneas aéreas no permitían bajar los costos de los boletos para no perjudicar a “las pequeñas”, con inflación de dos dígitos, recesión y alto desempleo, stagflación. Sin el incentivo de la competencia para mejorar, la base de la industria norteamericana, entonces el automóvil, se estanca en pesados dinosaurios de hierro, caros, ineficientes en el uso de los combustibles y altamente contaminantes. El mundo, en cambio, se llenaba de ligeros carros japoneses de aluminio y nuevos materiales, sistemas de sonido high tech, computadoras más pequeñas y poderosas, televisores, made in Japan. La URSS se apropia del planeta, avanza el autoritarismo en Asia y África bajo su control, adquiere cabezas de playa en Latinoamérica, y crecen las euroizquierdas.

Derrotados en Vietnam y Camboya, bullían libros, foros, folletos, debates en círculos intelectuales y académicos, sobre “el final” de EE. UU ante la superioridad tecnológica de Japón y militar de la URSS. El marco lo conformaban la crisis energética de 1973, la dramática evacuación de la embajada en Saigón (1975), el auge terrorista árabe y europeo, el secuestro de diplomáticos norteamericanos por el fundamentalismo islámico en Teherán y el fracaso en su rescate (1979). Triunfa el sandinismo (1979) y la violencia se extiende a Guatemala, El Salvador, Honduras y viene la debacle en Iberoamérica por la crisis de la deuda (1984). Paul Kennedy publica Auge y caída de las grandes naciones, mil densas páginas sobre la decadencia imperial, que este servidor devoraba en noviembre 9 de 1989 y ¡asombro! cae el Muro de Berlín, sin que por días pudiera recuperarme del estupor. En medio de la lectura de aquél libro erudito, profundo, que preparaba las exequias de EE. UU, el cadáver es de su adversario. Asombro en los sacerdotes de la sabiduría convencional.

Había que “deconstruir” la estrategia de Ronald Reagan (1981-1989), sepultado de infundios por la izquierda mundial sin entender (o tal vez sí) lo que hacía. “Neoliberal” o “neoconservador” según el gusto, “desnacionalizaba la industria norteamericana”, al bajar aranceles de importación, lo que Schumpeter llama “destrucción creativa”, con invasión de productos baratos importados, que puso a correr las industrias para actualizarse o morir. Hollywood era antijaponés, y la izquierda plañía por las siderúrgicas y metalmecánicas, por General Motors, Ford, Chrysler, contra los malditos “autos enanos amarillos”. En alguna cinta, De Vito llora por la quiebra de una fábrica que era el “alma” de su pequeña ciudad. Y hasta Sean (nuestro San) Connery protagonizó una “que develaba la conspiración” tecnológica japonesa. Al revés de la caterva de inútiles vaticinios de la intelectualidad “antineoliberal”, el efecto dinámico reconvirtió la industria, que fue al gimnasio y salió a producir competitivos automóviles, computadoras, televisores.

Reagan conjuga altas tecnologías de EE. UU, Alemania, Inglaterra, Francia, Japón, en el escudo misilístico espacial la Iniciativa de Defensa Estratégica o Guerra de las Galaxias, forzó a la URSS a invertir 60% de su presupuesto en defensa, y la desbarató. Luego Bill Clinton (1993-2001) delega en Al Gore la revolución tecnológica que pasmó a Japón, creó 20 millones de empleos y colocó a EE. UU de nuevo en la cima. Por fortuna para la humanidad, Reagan ni Clinton pusieron en ascuas al planeta en guerras con la URSS y Japón. Pero en adelante los norteamericanos se sienten seguros, subestiman que hay que actualizarse cada día (“lo que no crece comienza a morir” dijo Darwin) y se dedican a la guerra. Entre tanto China, su hija adoptiva, hizo exacta y silenciosamente lo que Reagan y Clinton: crear un supermercado de capitales. China: India, Suráfrica, Indonesia, Vietnam, México, Uruguay, Brasil, Surcorea, Taiwán, Chile, Indonesia, que asumieron la “reaganomía”, hoy son potencias mundiales o regionales. Las que lucharon contra el “neoliberalismo”, al dogout.

EE. UU y sus aliados montan meticulosamente una guerra proxy con Rusia y, como en una película de Groucho Marx, todo sale al revés y mal, evidencia del colapso intelectual del liderazgo en 2022. La guerra viene a nombre de los “valores de occidente”, excluyen semióticamente Asia y África y dejan en la cuerda floja a Latinoamérica que no sabe muy bien qué es. Se inicia una cadena de errores, presididos por un extraño suicidio económico ritual, que eyecta del poder en un año once mandatarios europeos que la apoyaron, y los que faltan. La liquidación del paradigma Reagan-Clinton, comienza con Trump, seguido por Biden: aranceles a Europa y China, para el ilusorio “retorno de las inversiones a suelo norteamericano” y “sanciones”, es decir, proteccionismo por las malas. Once morrales de ellas carga Rusia, hoy más bien fortalecida por el esfuerzo, pero Biden reinicia la receta con China, el verdadero objetivo. Mientras Reagan-Clinton fueron progresivos (no “progresistas”, ¡por Dios!), estos gobiernos se tornan el más poderoso factor de involución actual, luego de EE. UU encabezar todas las revoluciones económicas en dos siglos.

China avanza a toda máquina –como Japón otrora- al podio de primera potencia mundial y Trump quiso impedir sus avances en vez de superarlos. Quiere detener el desarrollo tecnológico y la globalización, como el proyecto llamado Made in China. Y el mayor complejo de conexiones comerciales de la historia, conocido como la Ruta de la seda, tres sistemas comerciales China-Europa: uno por el Ártico, otro por el territorio continental y un tercero por el mar de China. Vías para trenes de 1000 kms/h, aeropuertos, carreteras, comercios, internet, puertos, navegación, nuevas ciudades. Con apoyo de Canadá, los norteamericanos bloquean Huawei que impulsa el 5G, cuando pueden hacerlo ellos, porque tienen todo lo necesario. Obstaculizan EMA, la red submarina de fibra óptica de los chinos que unirá por internet a bajo costo Asia, Europa y Medio Oriente, en vez de multiplicar proyectos como los de Elon Musk. La auténtica razón es que, de acuerdo con agencias globales, para 2030 China producirá 63% del PIB mundial, EE. UU 32% y Europa 7%, aunque estos pronósticos son de antes de la guerra, con energía rusa barata y la caída de Europa amenaza ser mayor.

Según el FMI y el Banco Mundial a Europa la acosan estancamiento, inflación, precio de la energía y desindustrialización. Las “sanciones” dañan a Europa y no a Rusia, fortalecen el rublo y aherrojan la alianza estratégica de China, Rusia, India, Suráfrica, Brasil (BRICS) que representan la mayoría del PIB, de la población y del territorio mundiales, decidida a sustituir el dólar, y otro grupo solicita ingreso, encabezado por Arabia Saudita que con la OPEP plus, golpean a EE. UU al recortar la producción, burlan sanciones contra Rusia. Inglaterra endurece su posición anti China, pero a última hora los mandatarios europeos desfilan para visitar a Xi Jinping, y Macron declara de manera que pone en crisis la OTAN. África y Latinoamérica guardan silencio porque su socio comercial principal es China. La invitación norteamericana a las empresas europeas tiende a colapsar porque su política exterior gesta una gran crisis. La Reserva Federal sube violentamente las tasas de interés para frenar la inflación y engendra una crisis financiera. Para sortearla, el gobierno de Biden concede auxilios a los bancos con emisión (¿inorgánica?) de dólares que vuelve aserrín las medidas de la R.F.

China se asume como gran potencia mundial de paz, adalid del libre comercio contra el ahora proteccionismo norteamericano, reconcilia a Irán, Yemén y Arabia Saudita, y Rusia demuestra su potencia militar. En el nuevo capítulo, con la dedicación que adobaron la guerra Rusia-Ucrania, van con China-Taiwan, pero tienen que ser antes de los nueve meses que faltan para las elecciones parlamentarias y presidenciales en la isla. La reputada encuesta de la universidad taiwanesa de Chengchi, dice que 90% de la ciudadanía quiere mantener el status y que hoy ganaría ampliamente el Kuomintang, partidario de buenas relaciones con China continental y perdería el Partido Progresista de la mandataria Tsai Ing-wen. Llevamos tiempo presenciando las debacles del proteccionismo y el mundo pasó de “el fin de la historia” a la caldera del diablo. Las encuestas registran bajón de Biden y aunque en entornos interno y global complejos, Estados Unidos tiene un as, asociado con el ascenso del gobernador de Florida, Ronald DeSantis, quien hace su estado el más próspero de Estados Unidos, y podría restablecer los equilibrios en su país y el mundo.

@CarlosRaulHer