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¿El bachiller nuevo?

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

El currículum que actualmente rige en la educación media de nuestro país, fue implantado hace cuarenta años. Son demasiados años, piensa uno, y aunque hubo en tiempos recientes ciertos intentos de cambio importantes, nunca llegaron a tocar tierra y tal vez enmohecen en el rincón de alguna gaveta oficial.

Es casi un lugar común decir que los chamos del siglo XXI respiran otros aires culturales y que éstos obligan a realizar transformaciones radicales en el sistema educativo. Entre otros rasgos que los definen, son los chamos de la sociedad de la comunicación. Como lo han expresado diversos estudiosos del tema, la juventud se ha convertido en un elemento constitutivo de identidad, conformando una experiencia nueva que el liceo no ha sabido digerir. Ni ha podido, dicen, manejar la diversificación y divulgación del saber que nace de un entorno informacional difuso y descentrado, en buena medida gracias a las nuevas tecnologías. Como tampoco ha sido capaz de dar cuenta, según escribió en su último ensayo el profesor Antonio Arellano, del hecho de que parte del eje educativo se haya desplazado de sus padres a sus pares y, así mismo, que la legitimidad de sus saberes la obtengan fuera de la escuela. Y como éstos otros aspectos que ponen de manifiestos rezagos de diversa naturaleza y reclaman obligatoriamente un cambio, conforme, digámoslo así, a los signos de la época.

II.

Como se sabe, el Gobierno Nacional anda desde hace un buen rato en la loable tarea de llevar a cabo una reforma curricular de la educación media, asunto que luce como un propósito no sólo necesario, sino urgente. Pareciera que este año pone el pie en el acelerador, pero en verdad las cosas no están del todo claras, según el punto de vista de muchos de los que se han dedicado a analizar la propuesta elaborada. Así, señalan, por ejemplo, que se trata de una iniciativa principalmente consultada dentro de la feligresía oficialista y que no se han tomado en cuenta las observaciones que, sobre su contenido, se plantearon desde otros sectores. Que no echa raíces en la realidad venezolana, en sus condiciones y posibilidades. Que no ha mirado y analizado las experiencias, buenas y malas, vividas en otros lugares. Que la enseñanza interdisciplinaria se aborda de manera inadecuada. O que, por mencionar un asunto más entre otros cuantos, es un proyecto que luce pensado al margen de las distintas etapas del proceso educativo, especialmente de la universitaria.

En lo que atañe a la puesta en práctica de los cambios, se afirma que no se establecen el modo y el ritmo según los cuales se llevarían a cabo. Que no se ha previsto qué se va a hacer para disponer de los profesores suficientes, debidamente formados en función de los nuevos programas, además de bien remunerados. Que la reforma no incluye los pormenores vinculados a la situación de los liceos en cuanto a sus instalaciones, ni determina cuando y como serán acondicionados para funcionar conforme a exigencias diferentes. Ni tampoco indica con precisión las inversiones que se requerirían para llevar adelante las transformaciones.

Particular preocupación ha despertado, igualmente, la que, según no pocas opiniones, es la amenaza a la educación como un proceso democrático y plural, armado en torno a la libertad de pensamiento y orientado a la formación de un hombre crítico que, en lo que a ideología y política se refiere, piense lo que mejor le parezca, según lo establece, no está de más advertirlo, la propia Constitución Nacional. En pocas palabras, hay serias reservas respecto a la pretensión de amoldar la reforma curricular al Plan de la Patria y convertir al liceo en una suerte de fábrica de militantes, fans de Hugo Chávez.

¿Se tratará, cabe pensar entonces, de que nuestros liceos gradúen al Bachiller Nuevo, según esa desmesura del voluntarismo político acuñada por el Ché Guevara?

III.

Uno mira las cosas que están ocurriendo y no puede menos que preocuparse. Siente que las cosas no deben ir por donde apunta la propuesta oficial. Uno lamenta, también, que en un ámbito tan importante como éste no tengamos una reforma curricular que cuente con la fuerza que da un acuerdo nacional. En fin, uno mira el futuro y la da un sustico. Es que, según dicen, éstos son los tiempos de la Sociedad del Conocimiento.

El Nacional, miércoles 14 de septiembre de 2016