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¿Dolarizar?

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 7 min.

Se vuelve a poner de moda el término “dolarizar”, desde luego derivado del severo deterioro del bolívar y de la tendencia a usar el dólar como referencia de los precios internos. Ya Hanke estuvo aquí en Venezuela por los 90’s defendiendo la conveniencia de instalar ese sistema con aquello de la “Caja de Conversión”, la de Panamá o basado en la experiencia argentina, aunque no logró apoyo de los profesionales venezolanos de la Economía. Ahora vuelve a aparecer el tema con fuerza.

Evaluar la procedencia de un cambio de esa naturaleza no es fácil pues, como se sabe, tiene ventajas y desventajas que no permiten inclinar el balance en un claro sentido. Lo que podemos hacer es ilustrar a los lectores y organizar las ideas en esa dirección.

¿Por qué dolarizar?

Dos razones fundamentales se colocan para defender su conveniencia. La primera, quizás, la de mayor peso es cuando una economía ya está dolarizada de hecho porque todos los precios terminan en esa referencia cambiaria, lo cual a su vez se justifica en que el dólar garantiza el valor real de los bienes y servicios y, por ello, es preferible a la moneda local. En el fondo, como se puede constatar, el problema está en la pérdida de valor de la moneda local, en este caso el bolívar. Lo que conviene agregar, aunque parezca obvio, es que esa “perdida” proviene de una inercia inflacionaria que pareciera imparable.

La segunda razón es que, al dolarizar se impone una rígida disciplina monetaria que no depende de la expansión monetaria local y, por consecuencia, automáticamente cede el proceso inflacionario, claro, en tanto el dólar permanezca relativamente estable. Otra vez de lo que se trata es de evitar la “creación” de dinero local mediante distintos instrumentos, sea por un creciente gasto publico deficitario o por uno de origen monetario con un banco central que propicia un aumento de la liquidez. No se olvide que ambos se generan voluntariamente por instituciones estatales con precisos objetivos económicos o políticos, entre los cuales está el conocido “impulso fiscal o monetario” en época de recesión o contracción de la economía, argumento ampliamente defendido por keynesianos, post keynesianos y neo keynesianos.

Al final de cuentas, los defensores de la dolarización lo que están persiguiendo no es abatir la inflación, lo cual se coloca como primera prioridad, sino evitar que los Estados o los Gobiernos gasten más de lo debido.

¿Por qué no dolarizar?

De los argumentos anteriores se desprenden los contrarios, dos de ellos los más comunes. Desde luego, si ya una economía está expresando sus precios en otra moneda, de hecho, porque no validar “de derecho” esa conducta, puesto que es el reconocimiento de una realidad que se impone involuntariamente.

También, al dolarizar se le pone un férreo control al gasto del gobierno y a la expansión creada por la institución monetaria y esto se logra con una “disciplina” impuesta desde afuera, que se origina en la economía creadora de esa moneda, en este caso el dólar y la economía de los Estados Unidos. Su disciplina se extiende y aplica en el país que lo adopta. Quiere decir que este último sacrifica e hipoteca su política económica interna, la fiscal o monetaria a la del otro país. Un argumento en contra muy poderoso a la hora de tomar una decisión.

Efectos de la dolarización

No cabe duda de que su impacto inmediato es abatir la inflación, cuando la tasa interna se iguala a la del dólar, en este caso la inflación en los Estados Unidos, cuyo índice es muy bajo. Ese beneficio original se puede expresar en una ganancia de poder de compra de la población, lo que, a la vez, depende de la magnitud de sus ingresos y en la medida en que estos pueden ser dolarizados. En general puede ocasionar una pérdida de ingreso si los precios reales siguen una ruta creciente y no los salarios.

A corto plazo se origina, necesariamente, una contracción de la economía, en la medida que esta crece por “impulsos fiscales o monetarios” y estos desaparecen. Esa contracción puede originar una pérdida de empleos, salvo que esta se atenúe por medidas de subvención, pero otra vez, las “manos” del Fisco estarán atadas y el empleo crecería a mayor plazo.

El problema de fondo

Siempre he expuesto como argumento en contra que la dolarización es la imposición de una “camisa de fuerza” a la que se apela en última instancia, en forma similar a la que se le aplica a una persona demente cuyo control esta fuera de sí. En este caso, sin duda, no queda otro camino, pero en el caso que nos ocupa las preguntas son: ¿Una sociedad es tan indisciplinada que debe apelar a una imposición externa para resolver esa conducta? ¿Es de tal categoría su irresponsabilidad que debe admitir esa “camisa de fuerza”?

Desde luego, aquí aparece el argumento de que una cosa es la sociedad y otra su Gobierno, en cuyo caso la solución es muy sencilla pues, ante la incapacidad de esa sociedad para controlar su gobierno precisa de otro, externo, para lograrlo. Ciertamente aquí el sacrificio no es solo de política fiscal y monetaria, sino que va bastante más allá. Es la renuncia de su propio rol como sociedad civil, al no ser capaz de controlar su Gobierno o sustituirlo, ante lo cual debe apelar a uno extranjero. Es el mismo caso de que no pueda resolver su conflicto político interno y deba apelar a una “intervención extranjera” de la índole que sea.

Hay que admitir este argumento a la hora de hacer una escogencia de ese calibre, porque puede quedar la percepción de que el país y su sociedad civil aceptan una especie de “cadena perpetua” de su presente y porvenir. Digno seria examinar rigurosamente los casos de Argentina y el Ecuador para encontrar como uno no pudo salirse de la “cadena” y el otro el precio que “pagó” para salirse.

¿A qué moneda me asocio?

El otro problema que se origina con dolarizar tiene que ver con la necesidad de escoger una moneda fuerte y estable porque si no se revierte la situación a resolver. Por ejemplo, imaginen que en lugar del dólar crece la tesis de que sea el Euro, en tanto que más estable que el anterior o el Yuan y el Rublo, por la cercanía política con estos países. Una comprobada debilidad y volatilidad es suficiente para desecharlas.

Así que puede ser una de las dos, pero ¿Cuál?: La más estable en el tiempo y allí la pregunta se dirige a indagar sobre las políticas que sustentan ambas. En el caso de los Estados Unidos, si bien el dólar ha sido muy estable su dependencia del Gasto Publico es muy elevada, dado el continuo financiamiento del déficit por la Reserva Federal y por el peso de la deuda publica en el PIB de ese país, lo cual, sabemos, ya ha producido dos serios incidentes políticos para aprobar el presupuesto de cada año. Si esta situación no se normaliza y regulariza, el dólar puede sufrir un impacto en su valor más allá de gran peso productivo de esa economía.

En el caso del Euro la situación es algo más complicada pues depende de la política comunitaria y, desde luego en el peso de los principales países y de cómo estos han superado la crisis reciente. Con el caso en puertas del Brexit la Libra y el Euro están en interrogación para el futuro, luego: ¿A qué moneda me asocio?

¿No será mejor la mía?

Cuando se repasan todos los “pros y contras” que implica la dolarización, inclusive aquellos que se dejaron de mencionar en estas notas, se puede llegar a la conclusión de que puede ser más fácil y mejor poner orden en la economía venezolana que apelar a ese expediente extremo porque, en el fondo, el problema radica en la falta de disciplina en el orden fiscal y monetario y, si estos pueden ser enfrentados el tema desaparece y, con ellos, el de la inflación que es el causante principal del deterioro de la moneda.

En el caso venezolano debe responderse la pregunta si, frente al caos y desorden de todo orden que ha creado la “revolución bolivariana”, desde sus inicios hasta ahora, con su trasfondo de transformaciones socialistas, si, repetimos, la dolarización es una solución apropiada o, si no se trata de una solución de mayor envergadura y profundidad, cual es encontrar la fórmula para evitar que una “revolución” de ese carácter asuma el poder y lo maneje a su antojo.

Luego, el enfoque correcto del problema no es creer en la “mágica solución” de dolarizar la economía, sino enfrentar de una vez por todas la construcción de una economía moderna que supere los anacrónicos problemas del socialismo y el marxismo, ambos contaminados por la clásica conducta “criolla” de seguir viviendo del petróleo.

Solo de esa manera, como lo han experimentado numerosos países, algunos a “sangre y fuego”, otros con mayor racionalidad, solo de esa manera la economía puede regresar a una ruta de estabilidad y crecimiento sostenibles y la sociedad civil adquirir la fortaleza necesaria y suficiente para controlar esos “monstruos” que se colocan en los gobiernos y resultan ser los verdaderos culpables del caos y la indisciplina en el manejo de la economía.