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¿Quiénes somos? ¡Venezuela! ¿Qué queremos? ¡Libertad!

Opinión
Artículos de opinión
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El fin del régimen de Maduro está muy cerca y hay algo que hace el hecho mucho más esperanzador; a muy pocos les dolerá, ni mucho menos lo extrañarán.

Este convencimiento no viene acompañado de la misma seguridad en cuanto al que será nuestro porvenir inmediato. Si aprendimos como sociedad que en lo ocurrido no hubo nada fortuito, que nuestros males, y sus causas, comenzaron hace muchos años y sobre todo, que ante ellos fuimos cuando menos indiferentes, tendremos de seguro la oportunidad de sentar las bases para una Venezuela con futuro para todos.

Cuando las cosas cambien, que de seguro van a cambiar, es indispensable recuperar la institucionalidad y la dignidad de las funciones ciudadanas, públicas y privadas. Será ineludible reconocer la deuda inmensa que en cuanto a la educación, salud y seguridad personal se ha venido incrementando para con todos nosotros y especialmente, la impostergable necesidad de recupera el estado de derecho que debe regirnos en el día a día.

Reconvertirnos en un país eficiente en lo productivo es indispensable, pero nunca menos lo será el que también ese país sea mandatoriamente justo en cuanto a las oportunidades reales de desarrollo personal y grupal a las que tengamos acceso los venezolanos.

Lograrlo demanda un esfuerzo de nuestra dirigencia política y el compromiso de todos en torno a la obligación de encontrar juntos formas de convivencia que permitan reconocernos en la diversidad, valorándola como una de nuestras mayores virtudes. Para ello es indispensable oirnos.

De seguro que los que han perdido familiares y amigos, no solo en la protesta, sino también como producto de las estrecheces vitales a las que hemos estado sometidos, no podrán, ni deben, olvidar por lo que hemos pasado. Tenerlos presentes es inevitable y necesario, reclamar justicia y procurarla es una obligación, pero lo que no podemos permitirnos como sociedad es la venganza traducida en la persecución del otro por sus ideas, raza, religión o preferencias de cualquier otro tipo.

Los delincuentes tendrán que afrontar sus fechorías y no somos la gente común los obligados a juzgarlos legalmente; eso sí, ojalá que no vuelvan a repetirse esos vacíos de memoria colectiva que ha permitido en nuestra historia su regreso a la escena pública, inclusive con pretensiones de dictar cátedra. Todos nos conocemos y somos capaces de decidir quiénes merecen nuestra consideración.

Los demócratas reclamamos respeto a los derechos de todos, por lo que sería negarnos nosotros mismos si repetimos conductas que decimos rechazar. Lo que es malo para nosotros es malo para todos y tolerar las diferencias en un ambiente de convivencia es lo que debe signar nuestro comportamiento futuro.

Queremos algo distinto y tenemos que demostrarlo, permitiendo que una democracia verdadera sea la que rija los destinos de la nación. Si nos lo proponemos, seguro que lo logramos.