La insurrección delincuencial en Francia que amenaza al resto de Europa, evidencia la des-civilización, la dystaxia de Aristóteles, una intensa decadencia global de las instituciones. Para él, la ley y la democracia griega sucumbieron a la disolvente demagogia, hoy de regreso. El futuro luce como Los Angeles de Blade Runner, la película de Scott, ruina en medio de hordas de lumpenproletariat extranjeros. La nueva demagogia, la posmodernidad o posmarxismo de la Agenda 2030, propone organizar la sociedad en base a “no tendrás nada y serás feliz”, otra vez socialismo. Por mover dos años la edad de jubilación, en meses anteriores Francia vivió el primer acto del drama, lo que indica porqué Europa es incapaz de reformar su maquinaria económica, a la que China dejó atrás en 20 años. Al otro lado del océano, la dystaxia también devora a USA y sus estados de punta sucumben a la improductividad, el fentanilo y el populismo. El Estado de Bienestar europeo vivía gracias al subsidio de energía rusa y manufacturas chinas baratas, pero en un acto suicida, se metió en una guerra para quedarse sin ellas, sin Ucrania y de paso, sin viabilidad estratégica.
Los efectos de la guerra de Ucrania abrieron la jaula de los demonios, cambiaron la correlación política mundial e invocan fenómenos aún por estudiar, como la alianza ornitorrinco entre el gran capital y la izquierda, que luego del “julio francés” parece fracasada. Ejemplo es Podemos en España, la ultra izquierda en ejercicio de un ministerio para la Agenda 2030, promovida desde el foro de Davos, quintaesencia de las altas finanzas mundiales. Ante los medianos partidos centristas europeos, incapaces de desarrollar un cambio, y la desaparición de estadistas, los capitostes financieros de la 2030 buscan a la extrema izquierda, donde y cuando ella esté dispuesta. Aunque sería paranoico suponer que la élite exquisita de Davos comparta las sicóticas tesis de Millet, Guatarí, Foucault o Deleuze, seducen a la ultra para desbaratar el orden socialdemócrata global, basado en las clases medias, la propiedad familiar y convencerlas de la fantasía de que “no tendrás nada y serás feliz”. El “ambientalismo” justifica la lucha contra los hidrocarburos, y la sociedad del leasing, sustituirá la sociedad de consumo, desde viviendas hasta teléfonos celulares.
La propiedad-mantenimiento de autos eléctricos será tan cara que renunciaremos a ello y los alquilaremos para traslados concretos, como un taxi. Me parece necia la teoría de la conspiración porque los laboratorios políticos suelen estrellarse con demasiada frecuencia contra el sentido común. La gente normal que estudia, trabaja, produce para su hogar, sí necesita las instituciones y desea una sociedad ordenada y tranquila. Lo asombroso es que la defensa del caos posmo, la pedofilia, el odio a lo masculino, el exhibicionismo sexual, los striptease frente a colegios, la inmigración masiva e indiscriminada, la ghettización de las ciudades, la promueven los centristas del pasado. Eso lo comprendieron Giorgia Meloni, Ulf Kristersson, Feijoo-Ayuso, Le Pen- Marechal, Petteri Orpo, Alice Weidel -ojalá Ronald DeSantis-, abandonan los extremismos y corren al centro, donde están la gente normal y los votos. La revolución comenzó su cambio de piel durante los 70 con Marcuse, Foucault, Sartre, Beauvoir, Firestone, al descubrir que la familia proletaria era eutáxica; por lo tanto, solo subvertirían el orden los antisociales, delincuentes, drogadictos, vagos, resentidos, tal como en EE. UU y Europa, según la doctrina woke.
Francia importó un gigantesco e indiscriminado ejército industrial de inmigrantes, una fuerza alóctona fallida. Los defensores del levantamiento criminal excusan lo ocurrido por una muerte a manos de la policía, que nunca debió suceder, pero el vandalismo y la destrucción masiva no son justificables. Más allá de lo episódico, remarca lo que ya se sabe por imanes y ayatolas: que los inmigrantes musulmanes son enemigos de la sociedad abierta y sus valores, no están integrados y no se integrarán jamás. Sobre esto reflexionó hace tiempo el entonces rey de Marruecos Hassan II, desaparecido en 1999 y padre de Mohamed VI, el actual monarca. Declaró a Anne Sinclair sobre los esbozos del plan de absorción de los musulmanes por Europa: “- (H.II) … los marroquís nunca serán franceses o serán malos franceses -(AS) ¿nos estás desanimando? - (H.II) los desanimo con respecto a los míos, que conozco bien. Distinto si fueran europeos, identificados con la misma cultura y la religión. El intento de absorverlos fallará”. Un estudio en escuelas francesas para hijos de inmigrantes, que vivían en ghettos, indica que 96% se sentían argelinos, marroquís o tunecinos, no franceses.
La actitud progre frente a la violencia étnica es previsible por su fanatismo torcido y brumoso, pero asombra que consigan méritos al asalto masivo y bárbaro de quienes recibieron protección al huír de terribles sistemas de vida y tiranías degeneradas en sus países de origen. Justifican los crímenes contra los ciudadanos inocentes y el ambiente que los recibió. En 2014 un musulmán de apellido Nzohabonayo asesinó tres policías en Tours. En 2015, islámicos atacaron la revista humorística parisina Charlie Hebdó, una masacre de 12 personas. El mismo año Ahmeh Ghiam mata al ciudadano Aurelie Chatelan y prepara operación contra una misa en la iglesia de Villejuif. A un empresario francés de apellido Hervé, lo asesinan sus empleados y uno de ellos, Yassin Salhi, cuelga la cabeza de una valla. Un musulmán de Mali secuestró y mató a los comensales en un restaurant khoser. Antes de morir declaró que obedecía las órdenes del Estado Islámico. El 13 de noviembre se produce un episodio estremecedor: terroristas suicidas del mismo Estado Islámico tirotearon civiles a mansalva en varios cafés, el Estadio de Francia, el Teatro Bataclan, un genocidio de 131 personas.
En 2016 el terrorista Larossi Abdalla asesina dos policías a puñaladas y ofrece el sacrificio a Alá en video de la Web, en el que declara “vamos a hacer de Europa un cementerio”. Un grupo de ciudadanos sufrió ataque a puñaladas por un fanático con cinturón de explosivos falso. El 14 de julio de ese año, Mohamed Bouhlel lanzó un camión de 20 toneladas contra una multitud que celebraba el Día de Francia causando 86 muertos y más de 400 heridos. En 2017, tres policías recibieron disparos de terroristas islámicos en los Campos Elíseos y murió uno de ellos. Poco tiempo después mueren apuñaladas dos mujeres en el metro de Marsella (silencio feminazi). En 2018 Redouane Ladkim toma rehenes en un supermercado, asesinó 4 personas e hirió 15. En 2020 decapitan un maestro en la banlieu parisina por enseñar sobre libertad de expresión. Poco después asesinaron a tres personas en una iglesia de Niza. En 2021, otro islamista degolló a una mujer policía con el grito de “Alá es grande” (silencio feminazi). Poco después Cherif Chekatt asesina 5 personas en un mercado navideño de Estrasburgo. En 2022 un yihadista asestó diez puñaladas en la garganta de un hombre que llevaba sus hijos al colegio, lo que comprueba la grandeza de Alá, según gritó.
En octubre de 2022, a una niña de 12 años, Lola, la secuestra una argelina, muere bajo tortura, agresiones sexuales y abandonan su cadáver descuartizado en una maleta (silencio feminazi). En julio de 2023 otro acuchilló a 6 personas en el metro de París también para demostrar “que Alá es grande”. Hace un mes un libio apuñaló a cuatro niños en sus cunas y dos adultos en la paradisíaca Annecy. Hoy la insurgencia musulmana, respaldada por terroristas de Antifa y progres globales, anuncia “un nuevo holocausto”, que no debe entusiasmar mucho a los israelíes. Las inmigrantes disfrutan de viviendas y educación gratuitas, viven de las ayudas públicas por variados conceptos, lo que crea “síndrome del bienestar”, carencia de estímulos para superarse, un ejército de malentretenidos. Tienen todas las oportunidades, pero ningún interés en aprovecharlas porque el sistema, al que odian, los mantiene satisfechos. En esta aterradora secuencia que referimos desde 2014, nadie ha visto turbas de franceses con antorchas incendiar y saquear barrios musulmanes, ni lincharlos, destruir sus casas, ni apuñalarlos o apalearlos en las calles.
En Canadá hace un par de años, turbas sicóticas incendiaron iglesias católicas al enterarse de un cementerio clandestino de niños indígenas “asesinados por curas”. Luego nos enteramos de que era una canallada, una fake history, pero el apoyo recibido por fanáticos sirvió para testear la monstruosidad humana y dudar de la civilización. Si seguimos la letra de los cabezas de ñema progre, el salvajismo político siempre es la reacción comprensible, -igual pensaban los nazis- pero por ventura las instituciones en Francia, Canadá, Bélgica, Suiza, Italia aún no actúan según esa directriz. Lamentablemente, la amoralidad no permite a los multiculturaristas, posmos, ni al feminazismo, decir una palabra crítica al respecto, ni sobre los infamantes e inhumanos tratos que reciben las mujeres en los ghettos en que se convirtió la banlieu parisina y los barrios de Europa. Sus actos los supervisan hombres de la familia, que pueden pegarles, no las dejan salir a la calle, deben vestirse con ridículas batolas y velos, con posibilidades de que las mutilan sexualmente. Los posmo no abren la jeta sobre este drama, y cuando lo hacen es para justificarlo.
(Quiero agradecer en retrospectiva a mis queridísimas amigas, Elizabeth Tinoco y Alicia Alonso, por interponerse entre dos facinerosos de estos, que querían guardar sus cuchillos en mí. Gracias por su coraje excepcional puedo contarlo. Esto ocurrió en una de mis ciudades más queridas, década atrás).
@CarlosRaulHer
https://www.eluniversal.com/el-universal/159253/siempre-tendremos-paris