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¿Tiene razón Piketty?

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 7 min.

Puede decirse, con soberana razón, que el tema de nuestro tiempo es el de la desigualdad y no porque sea más importante que el de la libertad, que también lo es, sino porque logra ocupar todos los espacios de opinión pública y en la agenda de los organismos internacionales, especialmente por el impacto que ha tenido la pandemia en su empeoramiento. Ello sucede, probablemente, por varias razones. Una de ellas es que es más sensible y más cercano a los problemas cotidianos de la gente que aún están pendientes de resolverse a nivel mundial. Carestías, hambrunas, marginalidad, inmigración, etc. etc., siguen ocupando la atención internacional. Otra razón, puede ser, porque evidentemente la desigualdad se defiende con números que son más expresivos y convincentes que los informes y artículos que se publican sobre la libertad y esta es más difícil de conmensurar. En esta dirección los trabajos y el libro principal de Thomas Piketty (El Capital) han contribuido eficazmente a ponerlo en la agenda internacional y a levantar la alarma[1], pero: ¿Tiene razón Piketty?

LOS NUMEROS DE PIKETTY

La tesis principal del autor es que la desigualdad, vista como fenómeno generalizado, está aumentando inexorablemente en el mundo. Los números que respaldan su afirmación provienen de dos fuentes. Por un lado, dice que la proporción de las rentas del capital (utilidades, dividendos, rentas, e intereses) está creciendo más rápido que el crecimiento económico, por lo que todos los beneficios del capital ocupan una parte creciente del ingreso mundial, con lo cual este toma la mayor parte del total y por otro lado, los ingresos del trabajo van en dirección contraria.

Como consecuencia de ello los ricos se hacen más ricos, una muy pequeña parte de la población captura la mayor parte de la riqueza, los más pobres participan cada vez menos en el reparto y, desde luego, aumenta la desigualdad dentro de cada país e inter países. Obviamente, el razonamiento y las conclusiones del autor provienen del uso de los números de distribución del ingreso nacional entre capital y trabajo, reeditando, de alguna manera la visión clásica de la economía política.[2]

¿UN TEMA NUEVO PARA EL MUNDO?

Si realizamos un breve repaso en la historia económica nos encontramos con que su tratamiento ha sido extenso, desde la perspectiva de la economía política que lo ubicó entre los vestigios del colonialismo y sus legados en términos de distribución de la riqueza mundial, hasta su focalización en los argumentos del “centro y la periferia” que dominaron el pensamiento económico por los años sesenta y cerrar, mucho después, con la discusión sobre “convergencia y divergencia”, que estuvo vigente más recientemente, hasta la pregunta de si el subdesarrollo (simil de una distribución inequitativa del ingreso mundial) era producto de una ley “natural e inexorable” que lo perpetuaba eternamente.

Posteriores logros de crecimiento económico y aumentos del bienestar que se dieron después de la segunda guerra convencieron al mundo de una alta tendencia a la convergencia. Países “pobres” salieron del subdesarrollo y se hicieron más ricos. El tema había pasado de moda hasta que llegó el COVID, pandemia que terminó de recolocarlo en la agenda pública con demostraciones fehacientes de su efecto fulminante en los países y sectores de población más pobres y vulnerables. Sin embargo, con todo y ello reitero la pregunta:

¿TIENE RAZON PIKETTY?

Revisando trabajos e investigaciones relacionadas con el tema confirman la opinión que me estoy formando sobre el tema de desigualdad en general y no solo con respecto a la tesis de Piketty al que creo equivocado por la misma razón que voy a exponer. Puede ser cierto, como indica y lo revelan otros estudios de rango similar[3], que exista una mayor concentración del capital en el mundo, evidencia de su distribución inequitativa y también que ese hecho produzca un resultado similar en la composición de los ingresos totales y per cápita, al concentran más recursos en menores manos y en los sectores y países más ricos.

Lo que interrogo desde esta perspectiva es que el fenómeno se observa desde una perspectiva restringida de la actividad económica, esto es dentro del lado de la oferta y de las remuneraciones a los factores productivos, pero no de la ampliación de las actividades productivas que ha producido el capitalismo y tampoco de sus efectos en el campo de la demanda y del consumo, siendo que en esa esfera de la economía también se encuentran rasgos de igualdad o desigualdad.

Mi hipótesis es que, tanto Piketty, como los estudios citados, dejan de lado el profundo y equitativo cambio que produjo el capitalismo, no solo en el terreno de la apertura de las actividades económicas, sino también en la generación del consumo de toda la humanidad y estos elementos, sin duda, tienen que ser ponderados debidamente cuando se trata de medir desigualdad generalizada.

En mi opinión el drástico impacto que el capitalismo produjo en esos componentes, en la multiplicación del consumo y los servicios, inclusive medido por el exponencial crecimiento de estos en lo que va del siglo XVIII hasta ahora, debería ser evaluado a la hora de hablar de desigualdad, lo que implica que la utilización del concepto solo desde de ese lado de la oferta lleva a una caracterización errada del tema. Creo que Piketty comente ese error y no le ha sido cuestionado, al igual del tratamiento que hacen el Banco Mundial y otros seguidores del tema.[4]

LA HIPOTESIS QUE PRESENTO.

Creo que existe un argumento que no he encontrado expuesto y que, obviamente, expongo de manera hipotética y tendría que ser validada por la serie de datos correspondientes[5], pero de lo que no me cabe duda es que el capitalismo haya producido más igualdad en el mundo que cualquier sistema económico previo[6] y aun, en algunos países que han tenido que apelar a él para mejorar el bienestar de su gente y, desde luego, disfrutar de una mayor igualdad.[7]

Aunque la base de mi tesis es principalmente, cualitativa, existen datos relevantes que ilustran lo que defiendo, como por ejemplo que el ingreso y el consumo por habitante se multiplicaron consistentemente a partir de finales del siglo XIX y en todo lo que va del XX al XXI y nada mejor iguala que ese gran salto. La población que estaba concentrada en la agricultura encontró una nueva forma de laboriosidad en la industria y, luego, en los servicios, con lo que el empleo modifico la vida rural a la urbana. La cantidad de personas que tuvieron acceso al trabajo cambió radicalmente y, si bien los salarios no crecieron al igual que las ganancias, tal como defiende nuestro autor, de ese status a la esclavitud hay una distancia considerable.

La competencia, rasgo distintivo del capitalismo, abrió las puertas a millones de nuevos empresarios, cercándolo el paso a la elevada concentración de la riqueza, del ingreso, del poder económico y político del antiguo mercantilismo, igualando las capacidades económicas a un límite nunca visto, a pesar de las tendencias a monopolizar algunas actividades. La competencia, de nuevo, demostró ser el arma más eficaz contra ellos. La globalización, expresión más reciente del auge del comercio y de las inversiones interplanetarias, igualó naciones y áreas productivas nunca preexistentes.

El tema de la desigualdad, planteado solo del lado de la concentración de los ingresos del capital y el trabajo, lo que hace solamente, es reeditar el argumento de Marx, ya fuera de sintonía con el estado actual de la economía teórica, porque ya sabemos que no todo se puede reducir a capital y trabajo como creyeron los clásicos. Mucho menos sancionar la desigualdad con ese solo argumento.

Y ello sin mencionar el poderoso cambio, cuantitativo y cualitativo, que se está produciendo en el mundo con la era cibernética y digital, el cual no solo redefine actividades productivas, sino que termina difuminando las diferencias entre capital y trabajo en el mundo de hoy.

Esta es mi última entrega en el 2021. ! Con los mejores deseos para mi lectores en el 2022!

[1] Recientemente en una entrevista para el El País dijo que estábamos en situación parecida a la que precedió a la Revolución Francesa.

[2] Quizás, por la misma razón, su libro principal se llama El Capital, emulando el mismo título del de Carlos Marx.

[3] World Bank. 2021. “The Changing Wealth of Nations 2021: Managing Assets for the Future.” Summary Booklet. World Bank, Washington, DC.

[4] “Según estimaciones del Credit Suisse Research Institute, la mitad inferior de la población mundial posee menos del 1 por ciento de la riqueza total. Como marcado contraste, el 10 por ciento más rico posee el 88 por ciento de la riqueza mundial, mientras que el 1 por ciento superior por sí solo representa el 50 por ciento de los activos globales”[4] Credit Suisse (2017): Global Wealth Databook

[5] Una oportunidad interesante de investigación para la Academia y los “Think Tanks” especializados en el mundo.

[6][6] Las diferencias de concentración del poder económico y político entre el “ancíen Rėgime” (el medioevo, el mercantilismo y el colonialismo) y el surgimiento de la burguesía capitalista es más que evidente.

[7] De todos ellos el caso más indiscutible es el de la China, aunque, ahora le siguen Vietnam, Laos y otros. También la India puede ser incluida como ejemplo de esta transición al capitalismo.