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“Los Picapiedra” y la hipérbole de nuestra realidad

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Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 2 min.

Nuestra metáfora: Piedra Roca. ¿Roca Tarpeya? Nuestra metáfora: la macana de Pedro. ¿Con el mazo dando? Nuestra estirpe vencida: carros destartalados, empujados con los pies. Venezolanos de Piedra Roca colgando de mastodontes de metal, arrasados por el sol y la lluvia. Ciudades desvencijadas. Y aunque no se trata del sueño juvenil hecho realidad de Joseph Barbera y William Hanna, nuestra realidad no tiene nada que ver con aquella ficción que nació en septiembre de 1960 en blanco y negro y nos llenó de alegría todas las tardes hasta 1966 cuando cerró la serie.

Se trata, nada más y nada menos que de una hipérbole que nos destroza. Se trata de un pantagruelismo que no tiene comparación en América Latina. Y mientras Pedro, Vilma, Betty, Pablo, Bam-bam y demás personajes se movían entre dinosaurios y casas empedradas, nosotros, los nuevos personajes, la metáfora que somos, aparecemos militarizados, cuestión que en Los Picapiedra no existía, porque el gobierno de los casi cavernícolas era el humor, una inteligencia para que los niños soñáramos con otro mundo, en pasado, pero mundo feliz, como el que decimos que hemos perdido pese a que muchos embozados se niegan a admitir que era muchísimo mejor que esta cosa prehistórica que nos jode la vida.

Que no vengan los antropólogos y sociólogos del reseco marxismo a inventar premisas, a desahogar sus ímpetus machistas en las páginas de nuevos libros. No, les queda saberse parte de ese mundillo criminal, infame, ladrón y desquiciado en el que han hundido a Venezuela.

No se puede concebir una Nación en la que un sujeto que se dice político aparezca con una macana en pantalla. Pues, Pedro Picapiedra era más civilizado. O una rolliza señora que insulta, entrevistada por un delincuente callejero que se hace pasar por periodista. O un sujeto que se dice jefe de estado mandando al carajo a todo el mundo que le lleva la contraria.

No se puede entender un estado (con minúscula) donde el atropello militar sea el diario plato de consumo. Donde ancianos y niños deambulen por las calles con la ropa ajada, con hambre y la miseria en sus ojos. Un país donde trabajar no vale nada. Un país esclavizado. Mientras las colas para adquirir lo poco que encuentran rebasan las aceras y los centros comerciales que ya no lo son.

Un país que ha sido arrollado por una manada de insensatos. Un país cuya cultura ha sido convertida en un diccionario de insultos y groserías, atropellos, disparos, empujones, degollamientos, incendios, linchamientos, asaltos, niñas a quienes premian por salir preñadas mientras abandonan las aulas escolares. Niñas que se venden en terminales de autobuses, en plazas y callejones para poder comer. Un país donde los intelectuales que apoyan al régimen sonríen y guardan el silencio más asqueroso.

Esa no Piedra Roca. Este país en Roca Tarpeya: una cárcel vigilada por soldados, policías y soplones. Un país mancillado, irrespetado, convertido en burdel y vendedores de ilusiones, desfalcadores, estafadores, hechiceros, curas perversos, mafiosos…todos protegidos por el poder de un régimen que se dice humanista.