Tendencias posmodernas antiintelectualistas que se colaron en la cúpula del poder, tuvieron influencia en algún momento de la revolución. La línea de degradar las universidades correspondió al diseño deliberado de ideólogos retorcidos con la tesis de que el conocimiento creaba barreras sociales y había que imponer tábula rasa. Por fortuna el gobierno abandona esas locuras, pero los centros de educación superior fueron ahorcados financieramente y los salarios ridículos hacen que ni las bibliotecas, ni los profesores y mucho menos los estudiantes pueden adquirir libros, y no están en condiciones siquiera de apelar a las fotocopias.
En la abundancia del mundo desarrollado, la educación superior está también afectada por virus izquierdizantes igualmente destructivos, como denuncia la profesora Camille Paglia a través del blog Un tío blanco hetero. Dice que “nadie puede sobrevivir en el sistema académico norteamericano” si no rinde postración reverencial a pensadores revolucionarios “sobrevaluados” como Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Jean Baudrillard, Julia Kristeva. Ellos dividen la sociedad entre oprimidos y opresores, con la jerga de interseccionalidad, white privilege, masculinidad tóxica, apropiación cultural, micromachismo, heteropatriarcado y otras babiecadas. Ya no basta con la tradicional lucha de clases marxista, sino que los llamados post estructuralistas, diferencialistas o posmodernos estimulan conflictos entre los sexos, las etnias, las culturas, que rompen la cohesión social y crean enfrentamientos.
La gravedad está en tu mente. Hay un precedente de esta denuncia, tan memorable que hizo historia por haber quitado la careta del sistema universitario. En 1996. Alan Sokal profesor de física de la Universidad de New York, otrora militante sandinista, envía un artículo para la respetadísima revista teórica Social text, con el nombre de La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad quántica. Según la teoría de género, el sexo no es biológico sino un aprendizaje, un constructo social, una convención que no corresponde a la realidad. Se es masculino o femenino solo porque la sociedad lo concibe y lo enseña así, no por factores biológicos. Igual se puede enseñar a los varones a ser hembras o viceversa y todo cambiaría. Sokal en su sátira, homologa la fuerza de gravedad con la identidad de sexo y “demuestra” que también es un constructo social que existe porque la gente lo cree. Muy sencillo: si se enseña desde la infancia a ignorarla, los hombres podrán volar
Sokal programa para que el mismo día de la publicación del mamotreto, aparezca en otra revista, Lingua franca, una declaración también suya en la que afirma que escribió ese adefesio, ese “pastiche de jerga posmoderna, reseñas aduladoras, citas grandilocuentes fuera de contexto y estúpidas” (Wikipedia), simplemente para demostrar la degeneración académica que acepta lo que sea si viene en lenguaje “de género” a la moda. En síntesis, el artículo aprobado por los sabios que arbitraban la publicación, afirma que si no fuera por el prejuicio social de la fuerza de gravedad, uno podría tranquilamente surcar los cielos pues aquella existe solo en nuestras mentes. Por esas fechas casualmente, se estreno Matrix que de alguna manera contiene un mensaje parecido
Astronomía machista. Recientemente en 2017 un equipo de tres profesores también norteamericanos, enviaron y publicaron burlas similares en algunas de las más importantes revistas científicas que se ocupan de activismo y problemas “de género” e “identidad”. Jamie Lindsay Ph. D, Peter Borghossian M.Sc, Helen Pulckrose M.Sc. enviaron para arbitraje y publicación veinte trabajos de los cuales catorce fueron aceptados. Uno de ellos fue el falso paper científico titulado Amontonamiento progresivo. Una aproximación feminista interseccional a la pedagogía. En él proponen que para desagraviar a los estudiantes de color por los privilegios de que disfrutan los blancos, se practique en las aulas el siguiente ejercicio: los muchachos blancos oirían la clase sentados en el suelo y atados con ligeras cadenas para simbolizar los sufrimientos de los negros durante la esclavitud.
Semejante monstruosidad no solo fue aprobada por los árbitros de la publicación, sino además consideraron mayor severidad con los estudiantes blancos para deconstruir sus privilegios. Otro de los “ensayos científicos” consistió en que tomaron un capítulo de Mi lucha de Adolf Hitler y en todo el texto sustituyeron donde decía judío por blanco y eso bastó para que lo aprobara el comité de evaluación de la revista Affilia sin saber lo que era. En una explicación de su travesura, los autores cuentan cómo montaron las trampas: “…a veces pensábamos en una idea loca y la ejecutábamos…Qué pasa si escribimos un artículo para afirmar que cuando un hombre se masturba pensando en una mujer, es una acción machista signada por la cultura de la violación, porque no tiene consentimiento para ello. De allí salió el trabajo Masturbación… (también decidimos) escribir un ensayo sobre astronomía feminista y queer… porque la astronomía dominante es intrínsecamente sexista…La inteligencia artificial es machista y un peligro para las mujeres porque la fabrican hombres”.
@CarlosRaulHer