Prodavinci me hace la siguiente pregunta: ¿cuáles son las implicaciones políticas de la suspensión del proceso revocatorio?
Mi respuesta inmediata sería afirmar: el juego político acaba de cambiar drásticamente. ¿Por qué? Porque el gobierno, arrastrado aparentemente por un ala dura –¿y desesperada?– del chavismo pateó el tablero y ahora el juego es otro. Sin duda, el chavismo liderado por Maduro avanzaba sin pausa hacia una creciente autarquía y militarización, pero la decisión del 20 de octubre del Consejo Nacional Electoral (CNE), motivada por el dictamen de cinco tribunales regionales en estados controlados por cinco gobernadores duros del chavismo, provocó un cambio cualitativo.
La decisión tomada por el CNE no partió de la Sala Electoral ni de la Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que hasta ahora fueron los instrumentos más utilizados para burlar el orden constitucional por parte del gobierno. Hasta el 20, podía decirse que chavismo en el poder se comportaba como un régimen híbrido, algo democrático con mucho de autoritario, que avanzaba hacia una dictadura, jugando a guardar ciertas apariencias. La reciente decisión del CNE, desde una lógica racional-legal, carece de sentido y nos colocó abiertamente en un ejercicio dictatorial del poder.
No existe argumento racional alguno que pueda darle sustento a la decisión del CNE de paralizar el proceso revocatorio. Aquí se cayeron las caretas. El CNE no dio la cara, mandó a decir que había suspendido. Maduro tomó un avión y fue a dar un paseo absurdo también, porque nadie le presta la menor atención en el mundo de los negocios petroleros donde dijo que viajaba.
Inmediatamente, entonces, me asalta la siguiente pregunta: ¿esta situación es “por ahora” irreversible? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué podemos hacer?
Los invito a que tratemos de entender cómo juega el chavismo, ese que está en el poder. Es decir, el cogollo de Maduro y su entorno militar cívico. Tal cosa pasa por comprender la forma de ejercicio del poder que hoy prevalece en el país, y que de moderno o racional tiene poco, de democrático, por ende, prácticamente nada. Sus resortes son de otra naturaleza; por tanto, no es fácil para analistas ponerse en los zapatos de esta peculiar lógica y tratar de imaginarse sus próximos pasos. Pero, a pesar de esta dificultad, vamos a interntarlo.
He sostenido en escritos recientes que el proceso “revolucionario” chavista, una vez que se lanzó al socialismo del siglo XXI y no obtuvo ese proyecto el apoyo mayoritario de la población en el referendo constitucional de 2007, decidió, de todos modos, continuar su proceso de cambios apoyándose básicamente en dos recursos que desaparecieron hacia inicios de 2013: por una parte, el carisma del “comandante eterno”, que inspiraba fe y confianza a grupos mayoritarios del país sobre lo correcto del camino. Chávez murió oficialmente en marzo de 2012 y su carisma se desvaneció con él. Por otra parte, la abundancia de petrodólares. Estos recursos alimentaban las redes cada vez menos revolucionarias y más clientelares, pero comenzaron a achicarse desde mediados de 2012 y, hasta la fecha, tres años después, continúan sin recuperarse.
Desde 2013 el cogollo chavista ha intentado sustituir estas carencias esenciales para seguir mandando, con unos recursos de legitimación que no han dado resultado. El gobierno de Maduro, débil desde su precaria victoria electoral de abril 2013, ha echado mano a estrategias macondianas como, por ejemplo, la sacralización de la figura de Chávez, haciendo, entre otros dislates, que nos mire desde los edificios como alguna divinidad. O ha vendido a Maduro como una copia del líder, lo que resulta bastante chocante. Ha incorporado al poder a un grupo de supuestos discípulos y amantes del líder, que proclaman interpretar y perpetuar su legado. Pero, en definitiva, éstos no son más que familiares, amigos, colegas militares y lo que el léxico popular conoce como los enchufados, aquéllos que lograron asirse a la rosca madurista como garrapatas y hoy medran del poder. Este cogollo confunde los bienes públicos con sus peculios privados y con los años ha constituido una maraña que incluye los hijos de Chávez que se apropiaron de La Casona, sobrinos narcos de los Maduro, que andan con pasaportes diplomáticos para cometer fechorías, hasta numerosas denuncias de negocios ilegales que hoy empañan a la institución militar y a muchos supuestos funcionarios civiles que se venden como revolucionarios.
Toda rutinización del carisma –Weber dixit– supondría por lo menos, alguna eficiencia en algún sector público, que deparara bienes tangibles a los seguidores y permitiría que ellos continuaran respaldando “el proceso”. Pero resulta que, con Maduro, ni la gallina de los huevos de oro, PDVSA, ha logrado seguir poniendo los petrodólares que aceitan las redes clientelares. Ante tanto fracaso, Maduro ha recorrido crecientemente a la represión y militarización de la gestión gubernamental en un esfuerzo vano por estabilizarse.
Los últimos movimientos acusan pues, lo que politólogos explicarían como un régimen híbrido que ha desembocado en una dictadura franca. El Plan de Liberación del Pueblo (OLP); los estados de excepción decretados, que en la práctica justifican cualquier arbitrariedad en el ejercicio del poder por parte de Maduro; la renuencia del gobierno a reconocer los efectos políticos de la victoria de las fuerzas de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en las elecciones parlamentarias de diciembre 2015; la posterior artimaña de usar la Sala Constitucional del TSJ para despojar este poder público de su independencia y todo atributo controlador y deliberativo, apagándole hasta la luz, y suspendiéndole los sueldos a representantes electos por el pueblo; la persecución política y el uso de la violencia contra dirigentes opositores; los presos políticos; los civiles despojados de derechos por haber ejercido la protesta pacífica, son movimientos que sin pausa fueron llegando a este salto cualitativo del 20 de octubre.
¿Qué tan irreversible es esta situación? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué podemos hacer?
El inesperado recurso desde dónde se dio la iniciativa que terminaría acatando el CNE pareciera indicar que algo no funcionó bien para el madurismo en el TSJ. ¿Sería que los gobernadores de los estados donde partió la nueva iniciativa se impusieron a la macha ante dudas o pruritos de otros sectores gubernamentales? Los Cabello, El Aissami, Rangel Gómez, tienen mucho que perder si se produce el Referendo Revocatorio. Porque, como mecanismo de democracia directa que es, significa que quien gane, gana todo, y el que pierde, por ende, se queda sin nada. Entonces hicieron como Jalisco, y arrebataron. El CNE y Maduro acataron. Es una hipótesis que pudiera ponerse a prueba en los próximos días. Si fuera cierto, ¿se manifestarán fracturas en el chavismo? ¿Y esas disidencias aunarán esfuerzos con la MUD?
Hasta la fecha no hemos percibido un acercamiento importante entre el chavismo disidente y los intereses y estrategias de las fuerzas opositoras reunidas en la MUD. Al contrario, el desprecio hacia ella ha sido explícito, tanto por grupos como los de los ex ministros, como por los de Marea Socialista. Tampoco sectores de la MUD parecen haber hecho esfuerzos suficientes en esta dirección. De continuar no pudiendo convergen estas parcialidades políticas distintas entre sí, no habrán condiciones muy favorables para ejercer la fuerza política necesaria para desalojar del poder a estos grupos autoritarios.
Por otra parte, la MUD ha venido exhibiendo debilidades para reunirse y acordar una unidad de estrategias y propósitos entre todos los dirigentes y partidos que la conforman. Se hacen visibles a ratos rasgos de desorientación, desorganización e inmediatismo, que hace que sean percibidos por grupos disidentes del chavismo, por sectores militares preocupados con la deriva caótica del gobierno y por buena parte de la ciudadanía, como poco confiables para gestionar la crisis. Es importantísimo en este momento deponer intereses particulares y presentar propuestas que por meses han venido proponiendo diversas organizaciones de la sociedad civil, y que la sociedad política no ha atendido apropiadamente, inmersa como está en sus cálculos políticos inmediatos y competencias particulares.
La ciudadanía, por su parte, está avasallada por tantos problemas cotidianos que parecieran día a día agravarse. También está reducida a sus espacios privados por una violencia social que se desborda en las calles y que no permite una participación masiva en los asuntos públicos. También, es cierto, que la cultura rentista nos ha individualizado en extremo y cada quien se atrinchera en esa bolsa CLAP, en esa bequita del hijo, en ese empleo público, que el ministro Molina amenaza con despojarnos si exteriorizamos nuestros deseos de un cambio político de modelo y elite.
Esto me lleva a plantear la necesidad de que ocurra un encuentro sólido de lo político con lo social. Que se articulen con las fuerzas políticas opositoras los movimientos y organizaciones de la sociedad que tienen propuestas para salir democráticamente de esta crisis. Es un esfuerzo enorme que debe partir de los partidos, pero también de la sociedad civil, porque es ahí donde se puede hacer visible, no sólo el carácter masivo de la voluntad popular para desalojar del poder a este cogollo falto de ideas, sensibilidades y escrúpulos, sino la ruta más idónea para superar en lo inmediato la catástrofe económica y social que sufrimos. De esa articulación podría partir una manera de relacionarse la sociedad entre sí y con el Estado y sistema político no rentista, que podría abrir un camino sólido de democracia, estabilidad y paz para la nación.
Maduro y su entorno hoy gobiernan con la fuerza del miedo y las armas. Su talón de Aquiles, es su falta de pueblo. Gobernar sin pueblo se puede, pero a un costo de violencia, discriminaciones, abusos, violaciones de Derechos Humanos, que no quisiera que mi país tuviera que sufrir.
¿Es inevitable? La historia no está escrita. El gobierno de Maduro es precario, su militarización y autarquización lo debilitan y desprestigian tanto nacionalmente, entre quienes quieren vivir en democracia, como ante la comunidad internacional. Así que, aunque no va a ser fácil, esta crisis es también una oportunidad para que todos asumamos nuestra responsabilidad y hagamos bien las cosas. Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
22 de octubre, 2016