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Días agitados para Trump

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 4 min.

Estos últimos días han sido de gran agitación y desorden en el recién estrenado gobierno de Donald Trump. La razón principal de esta inestabilidad tiene que ver con sus relaciones abiertas y ocultas con Putin, el zar de Rusia. Durante su campaña electoral, Trump no disimuló su simpatía con Putin, quien a su vez mostró su agrado con esta actitud, sobre todo cuando Trump logró su inesperado triunfo en noviembre de 2016.

Desde principios de enero de 2017, había rumores sobre las comunicaciones y entrevistas de Michael Flynn, consejero nacional de seguridad de Trump, con funcionarios rusos antes de que Trump tomara posesión del cargo. Estos rumores se fueron acelerando y finalmente se supo que Flynn, en una conversación telefónica que sostuvo con el embajador ruso ante Estados Unidos, había tratado el tema de las sanciones impuestas por Obama a Rusia por la demostrada intervención de esa nación en las elecciones presidenciales a favor del triunfo de Trump. Esas sanciones, aprobadas por Obama en los últimos días de diciembre de 2016, consistían, entre otras cosas, en la expulsión de 35 diplomáticos rusos y el cierre de dos centros sociales que tenían los rusos para el uso de su personal.

Sorprendentemente, Putin no contestó a esas sanciones expulsando igual número de diplomáticos estadounidenses, como son los usos en el terreno diplomático, señalando más bien que no iba a tomar ninguna represalia en busca de una mayor armonía con Estados Unidos.

El problema en la actuación de Flynn reside en que, según una ley poco usada pero vigente, es ilegal que una persona que no es funcionaria del gobierno se involucre en negociaciones con personal de gobiernos extranjeros. Flynn realizó esa conversación con el embajador ruso antes de ser nombrado asesor de seguridad y antes de la toma de posesión de Trump. Pero además negó siempre que hubiera tratado ese tema con el embajador, lo que hizo que varios funcionarios del gobierno de Trump, en especial el vicepresidente Pence, repitieran ante los periodistas que Flynn no había caído en esa conducta condenable.

Pero, poco a poco, se fue sabiendo la verdad completa y comprometedora. Gracias a filtraciones de los organismos de seguridad e inteligencia de Estados Unidos, como la CIA y el FBI, se supo que fueron varias las personas del entorno de Trump que sostuvieron conversaciones con funcionarios de seguridad de Rusia antes de que Trump tomara posesión. Además, Trump sabía de ese hecho dos semanas antes de esta crisis, a pesar de lo cual había negado a un periodista que conociera nada sobre ese tema.

No es difícil suponer un escenario en el que el mismo Trump, que no se para ante delicadezas legales, autorizó esas conversaciones. Muy posiblemente le mandó a decir a Putin que no tomara represalias por las sanciones de Obama, porque todo se arreglaría de la mejor forma una vez que él tomara posesión de su cargo.

Aquí hay que hacer una consideración para entender esta situación. En Venezuela, sobre todo en el actual régimen, un hecho como el sucedido con Flynn no tiene la menor importancia ni consecuencia, pero en Estados Unidos constituye una falta seria contra las leyes y costumbres. Además trae consigo gran desconfianza en el responsable que mintió descaradamente en tema tan sensible.

Como era de esperarse, Flynn renunció al cargo luego de tres semanas de haberse juramentado. Mejor dicho, lo hicieron renunciar Trump y sus asesores porque estaba comprometiendo la seriedad y responsabilidad de todo el gobierno.

Pero lo que, a mi juicio, resultó más grave y sorprendente es que Trump, mediante varios twits, defendió a Flynn y acusó a los funcionarios de seguridad de Estados Unidos de estar persiguiendo a su entorno. Es decir que lo reprochable del caso no es la actuación de Flynn sino la de los funcionarios de inteligencia del país y de los periodistas del Washington Post y el New York Times que destaparon la olla.

La posición de Trump ante este caso ha sido muy criticada por los grandes medios de comunicación por lo que implica sobre la manera de concebir el ejercicio del poder. Sobre la decisión de hacer renunciar a Flynn, The Economist dice que se parece a esas amputaciones hechas con premura en el campo de batalla que dejan un tufo de posible gangrena futura.

El 16 de febrero, Trump dio una conferencia de prensa en la que señaló que ningún presidente había hecho tanto en tan poco tiempo, condenó de nuevo a los funcionarios de inteligencia y la prensa liberal por su actuación en el caso Flynn, y acusó al Washington Post, al New York Times y a otros medios como NBC y CNN de mentirosos, muy mentirosos. Para completar la faena narcisista dijo que no había podido avanzar más en los logros de su gobierno porque Obama le había dejado un desastre dentro y fuera de Estados Unidos. La típica reacción del populista irresponsable que atribuye sus fallas al gobierno anterior. A eso estamos acostumbrados en Venezuela pero es una muy mala señal para Estados Unidos.

Timothy Snyder, un prominente historiador de Europa del siglo XX, en una entrevista fascinante en el periódico alemán Süddeutsche Zeitung, alertó a los norteamericanos sobre el parecido de los primeros días de Trump con los primeros días de Hitler. Aclaró que no pretende comparar ambas situaciones porque tienen muchas diferencias, pero señaló que es necesario estar alerta ante las posibles desviaciones del gobierno de Trump de los más preciados principios de la democracia de Estados Unidos. Se refirió a la frase usada por el asesor Bannon de que ahora la oposición a Trump no viene de los demócratas sino de los periódicos liberales como el New York Times y el Washington Post, o de cadenas de TV como CNN, NBC o CBS, lo que, a juicio de Snyder, es una grave desviación del sistema de gobierno norteamericano.