Hace 10 años que un oscuro profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Yuval Noah Harari, se convirtió en uno de los intelectuales más influyentes del mundo. La razón fue Sapiens. De animales a dioses: breve historia de la humanidad, un libro que había publicado en hebreo en 2011 y estalló en el mercado internacional unos años después. La historia de la humanidad narrada allí no era tan breve como decía el subtítulo —566 páginas en la edición española—, pero sedujo a los lectores en 65 idiomas, se mantuvo 96 semanas seguidas en la lista de superventas de The New York Times, se convirtió en uno de los 10 libros favoritos de Bill Gates y, entre este y sus posteriores tres libros, vendió 45 millones de ejemplares. Harari es un fenómeno editorial extraordinario, de eso no cabe duda.
Pero Sapiens se ha considerado a menudo un libro de divulgación científica, puesto que trata de algunas de las cuestiones centrales de la evolución humana, como el desarrollo del lenguaje y nuestras capacidades cognitivas. Y los científicos que se ocupan de esas mismas cuestiones no se sienten muy cómodos con la obra de Harari. Mientras la prensa mundial se deshacía en elogios con Sapiens, antropólogos como Christopher Hallpike, de la Universidad McMaster, no encontraban en el libro ninguna contribución al conocimiento. “Cuando los hechos son correctos no son nuevos, y cuando vuela con sus propias alas suele equivocarse, a veces gravemente”, escribió el antropólogo al revisar el libro. Otros analistas han señalado que el texto está construido a base de afirmaciones carentes de apoyo empírico, teorías arbitrarias y exageraciones sensacionalistas.
¿A qué se debe esta discrepancia abismal entre la recepción pública de Sapiens y sus duros críticos académicos? Hombre, uno ya se imagina que un tipo que vende 45 millones de ejemplares en 65 idiomas está condenado a recibir algo más que caricias de los demás expertos, a quienes no suele leer ni su cuñado. Cuando un científico de la computación ve que el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, no le llama a él sino a Harari para consultarle sobre los efectos de la tecnología en la humanidad, es comprensible que se sienta mortificado, lo mismo que un epidemiólogo cuando la Unesco pregunta a Harari por el efecto de la covid para la cooperación científica internacional. Hace mucho que Harari no es un simple ensayista. Se ha convertido en el oráculo de Delfos.
“Teje hilos sensacionalistas alrededor de hechos científicos con un lenguaje simple, emocional y persuasivo”, dice la neurocientífica Darshana Narayanan
Nadie duda de que Sapiens sea un libro interesante y provocador. Su tesis central es que nuestra especie, el Homo sapiens, llegó a dominar el mundo gracias a su capacidad de cooperar en gran número, lo que a su vez se debe a nuestra increíble habilidad para creer en cosas inexistentes como dioses, naciones, dinero y derechos humanos. Nuestro dominio del mundo se debería según esto a nuestro talento para la ficción, para construir —y creer— relatos sobre cosas que solo existen en nuestra imaginación. Se trata sin duda de una idea simple y fácil de comprar. La cuestión es si esta idea es en sí misma otro de esos relatos sobre cosas que no existen. “Hemos sido seducidos por Harari no por el poder de su verdad o su erudición, sino por su narrativa”, escribe la neurocientífica Darshana Narayanan, de la Universidad de Princeton, que publicó el año pasado un ensayo muy crítico con Sapiens en Current Affairs. Esta autora ve a Harari como un “populista científico”, un narrador de talento que “teje hilos sensacionalistas alrededor de hechos científicos con un lenguaje simple, emocional y persuasivo”. El relato de Harari evita distraerse con matices y dudas para disfrazarse de un “falso aire de autoridad”, según Narayanan. Como todo populista, el autor es una fuente de desinformación y se inventa crisis inexistentes para resolverlas triunfalmente a renglón seguido y apuntarse el tanto.
Harari es un tecnopesimista, por no decir un catastrofista científico. Su análisis de la revolución científica resulta desmoralizante para alguien que, como yo, ha dedicado media vida a intentar explicar al público la importancia de la ciencia como una fuerza de progreso para las sociedades. El historiador ve la ciencia como un vector del imperialismo europeo y de la homogeneización cultural del mundo moderno, y parece convencido de que la tecnología acabará con nuestra especie mediante la ingeniería genética y la vida sintética. Ve probable que los humanos hayamos desaparecido de aquí a 100 años, y que el planeta haya sido heredado para entonces por la inteligencia artificial y los cíborgs, híbridos de persona y máquina.
En la nueva edición conmemorativa del décimo aniversario de Sapiens, el autor dedica su mejor artillería para atacar a ChatGPT, el conversador digital de moda, o ya casi pasado de moda. De hecho, le ha pedido a ChatGPT que escriba un prefacio para la nueva edición del libro. La pobre máquina ha escrito un potaje que, sí, suena vagamente a Harari —”los órdenes imaginados del Estado nación y el mercado capitalista están empezando a despedazarnos”—, pero que no seducen ni al propio Harari. “Por ahora me siento seguro”, dice, “GPT-3 no me va a quitar el empleo, al menos no en los próximos años”. Pero Harari también confiesa estar fascinado por la máquina: “Tuve que leer detenidamente el texto durante uno o dos minutos para concluir que no, que eso no lo había escrito yo”.
Sapiens apenas se ocupa de la inteligencia artificial. No era un tema de impacto hace 10 años, y esto es un recordatorio de lo deprisa que han avanzado esas técnicas en los últimos tiempos. La irrupción del aprendizaje profundo (deep learning), que son redes de neuronas artificiales organizadas en muchas capas de abstracción progresiva, y los modelos grandes de lenguaje (large language models, LLM) han supuesto un enorme estímulo para el campo, del que ChatGPT es solo el resultado más famoso. Harari ve estos hechos como “el fin de nuestra historia tal y como la hemos conocido”, y ha anunciado el fin de la civilización en varios artículos periodísticos recientes.
Harari insiste en que el Homo sapiens se entiende mejor como un animal que cuenta historias
“La inteligencia artificial y la ingeniería genética podrían ponerse con facilidad al servicio de los objetivos de tiranos totalitarios”, nos advierte el autor. Y será verdad que podrían, sí, pero eso mismo se puede decir de casi cualquier cosa. Que la inteligencia artificial se esté utilizando para acelerar en órdenes de magnitud el conocimiento de la biología humana, o que la ingeniería genética sea una herramienta fundamental de la medicina, no parece excitar demasiado al autor. Son elementos que no encajarían con su relato, y que por tanto quedan excluidos de él. En cualquier caso, Harari insiste en su mensaje central: que el Homo sapiens se entiende mejor como un animal que cuenta historias.
Veamos entonces algunas de las historias que cuenta Harari. Por ejemplo, el autor nos asegura que todos los monos tienen lenguajes vocales. Es un intento de restar importancia al lenguaje en el proceso de la evolución humana, en su empeño de mostrar que la verdadera clave es la capacidad para inventar narraciones. Los científicos que han investigado la comunicación animal —Narayanan es una de ellas— no creen que los monos tengan un lenguaje, es decir, un sistema simbólico, generativo y jerárquico basado en reglas como la sintaxis. El lenguaje humano no es un mero modo de comunicación como el que vemos en los animales, sino también una reconfiguración que afecta a todos nuestros procesos cognitivos, o una “nueva dimensión de la realidad”, en palabras del filósofo Ernst Cassirer. No sabemos si la capacidad narrativa es única de los humanos, pero el lenguaje sí parece serlo. Que Harari se lo quite de encima como un estorbo inconveniente para su relato es poco pasable.
“En la lucha contra desastres como el sida o el ébola, la balanza se está inclinando a favor de la humanidad”, escribió el historiador en 2017. “Por tanto es probable que las epidemias importantes sólo sigan siendo un peligro para la humanidad si la propia humanidad las crea, al servicio de alguna ideología despiadada”. Faltaban dos años para que estallara la pandemia de covid que se ha llevado por delante a 15 millones de personas. Todos los virólogos llevaban décadas advirtiendo de que habría una próxima pandemia, y que la duda era cuándo ocurriría y qué virus la causaría. Pero Harari optó por apuntarse a una especie de teoría conspirativa barata. Pese a ello, una vez que estalló la covid todos los medios, desde la BBC hasta el India Today, llamaron a Harari para consultarle sobre la mejor forma de manejar la pandemia y sus consecuencias futuras.
Las ideas de Harari sobre la inteligencia artificial y el fin de la civilización tal y como la conocemos están en línea con las de magnates de la tecnología como Elon Musk, que se manifiestan realmente preocupados por la posibilidad de que las máquinas alcancen una forma de consciencia y acaben tomando el mando. Son especulaciones futuristas con un indudable gancho, pero están desviando la atención pública del asunto capital, que es el daño objetivo que los algoritmos están haciendo ya, en nuestro bucólico presente regido por el Homo sapiens. Las empresas utilizan de forma generalizada sistemas de inteligencia artificial para contratar, despedir y controlar a sus empleados. Los algoritmos que usan se alimentan, con notable voracidad, de textos generados por las personas, y por tanto heredan de ellas los mismos sesgos cognitivos que les impiden pensar con claridad y un cierto sentido de la justicia. Estas máquinas no tienen consciencia ni amenazan a la civilización “tal y como la conocemos”, pero están empeorando las discriminaciones por raza, sexo y todo lo demás. Ese es el asunto del que nos deberíamos estar ocupando. Lo demás son relatos, de ciencia ficción en este caso.
Incluso los científicos más críticos con Harari le reconocen su gran capacidad para contar historias. “Harari nos ha seducido con su narrativa”, reconoce la neurocientífica Narayanan, “pero una mirada detallada muestra que sacrifica la ciencia por el sensacionalismo, incurre a menudo en errores factuales y presenta como ciertas las meras especulaciones”. Esta frase recoge la impresión que Sapiens ha causado en muchos científicos, incluido el que suscribe. Debo aclarar que también conozco a investigadores que admiran el libro, y a muchos otros que no lo han leído.
Nada de esto quiere sugerir que exista una especie de policía científica que se dedica a verificar las afirmaciones de cualquier ensayo. Harari y su libro son un caso especial debido a la enorme difusión e inmensa influencia que tienen no solo entre el público, sino también entre los magnates que rigen nuestros destinos tecnológicos, o nuestros destinos sin más. Estimular la discusión pública es loable y necesario, pero monopolizarla es una cuestión completamente distinta. Sapiens se reviste del prestigio de un libro de ciencia, pero no lo es, y eso ha molestado a los científicos, que no ven en esa obra las líneas maestras de su pensamiento. La ciencia no es discípula del genio, sino esclava del mundo. En ciencia no hay Hararis. No hay autoridades, sino argumentos informados.
El autor cree que la “revolución cognitiva” fue hace 70.000 años en Oriente Próximo. Una hipótesis antigua y torpe, y que ya estaba descartada y enterrada cuando escribió el libro
Sapiens es el libro de un historiador. Brilla más en los ámbitos de su competencia —los últimos 5.000 años, por poner una fecha— que en sus incursiones por la noche de los tiempos. Cree que la humanidad, lo que nos hace humanos de verdad, es producto de una “revolución cognitiva” ocurrida hace 70.000 años en Oriente Próximo. Esta hipótesis es antigua y torpe, y ya estaba descartada y enterrada cuando escribió el libro, porque se dejaría fuera de la “revolución cognitiva” a media humanidad. Harari desprecia, o simplemente ignora, las profundas raíces evolutivas que tiene nuestro cerebro, y el resto de nuestro cuerpo. La evolución de la mente humana no empezó hace 70.000 años, sino hace 500 millones, en los litorales de los continentes del Cámbrico. Hablar de evolución sin tener algunas nociones de biología es una osadía y suele conducir a la confusión del público.
Lea Sapiens si no lo ha hecho ya. Debate ha sacado una cuidada edición especial por el décimo aniversario, que incluye un nuevo prefacio y un nuevo epílogo, ambos del autor. Es un libro muy entretenido. Solo tenga la precaución de recordar que no es un libro de ciencia, sino un relato.
4 de noviembre 2023
Babelia
https://elpais.com/babelia/2023-11-04/diez-anos-de-sapiens-el-relato-frente-a-la-ciencia.html