Treinta animales, lastrosos, de aliento infecto, babeantes, la violaron hasta romperle las caderas y uno de ellos, mientras se saciaba, le disparó en la cabeza. Luego pasearon su cuerpo desnudo en una camioneta, para que todos vieran el cadáver profanado, roto, sufriente de Shani Louk, una bellísima alemana, nacida para que la amaran. Ataron espalda con espalda a un padre y su hijo, los bañaron de gasolina y les prendieron fuego, entre risotadas, gritos de celebración y empujones. Metieron un bebé en un horno y lo cocinaron vivo, para que sintiera el infierno. A una niña de doce años, únicamente pudieron identificarla arqueólogos, porque quedaron de ella solo huesos y cenizas. Mil cuatrocientas variaciones contra inocentes indefensos, monstruosidad y ruindad de subhombres malolientes que tendrán el peor de los finales. Lacerantes para la especie humana los progres, tejedores de las “argumentaciones políticas” de semejante horror, demuestran que de donde menos piensas sale una alimaña. Razón tuvo Louis Althusser al afirmar en un debate entre filósofos revolucionarios, drástico, que “el marxismo no es un humanismo”, principio habitual de los revolucionarios e idea original del precursor de Stalin, Robespierre, para quien la vida, a excepción de la suya, no tenía importancia ante “la revolución”. Muchos autores clásicos son presa del pavor que produce el mal y le dedican obras inmortales, Shakespeare escribe Macbeth y Otelo, Joseph Conrad El corazón de las tinieblas, sobre el tenebroso Coronel Walter Kurtz y la película de Coppola iguala al libro.
En Antígona, Sófocles nos enseña que a veces el costo de hacer el bien es que te entierren vivo, y en las novelas de Dostoievsky que conozco, el mal persigue al autor. Beksinsky, Lovecraft, Michael Ussar, Bram Stoker, Quiroga, Romero Ressendi, Goya. Junji Ito, Kuksi, son visionarios de la maldad. Nietzsche dio razones que posteriormente usaron los nacionalsocialistas para ennoblecer sus crímenes, como hacen los progres con Hamas. Nechayev, Lenin, Trotsky, Fanon practicaron e idealizaron el terrorismo y el terrorismo de Estado. Emile Henry en 1894 voló el Café Terminus en la estación Saint-Lazare de París, lleno de familias, mientras gritaba “¡nadie es inocente!”. El mal, el verdadero señor de la historia, ha sido una obsesión. San Agustín cuenta en Confesiones que era una idea fija para él en su juventud, e inspirado en Manes, aquel teólogo persa del siglo III d. C, pensaba que era una fuerza imprecisable pero objetiva enfrentada al bien, los hombres eran inconscientes ejércitos de ambas fuerzas, y el destino se dirime en esa lucha en la que la voluntad no pesa. Perseguido a la hora de morir por las sombras de viejas ideas maniqueas, en pánico empapeló las paredes alrededor de su lecho con los salmos de David, en plena invasión bárbara que puso final al imperio. En el cristianismo, la maldad es una potencia objetiva, el Demonio, que nos arrastra, pero tenemos voluntad, como demostró Jesús en el desierto al arrojar la tentación de banquetes, mujeres bellas, placeres y riquezas.
Así los monjes medievales cuando sucumbían a tentaciones eróticas vespertinas o se dormían durante el estudio de la Biblia, culpaban a pequeños demonios bribones que volaban en enjambres invisibles alrededor de cada cristiano, según San Anselmo. La maravillosa ambigüedad del catolicismo, que lo convierte en la religión más poderosa, siempre deja una puerta abierta a los pecadores, que somos todos. Dos densas investigaciones que analizan la génesis de lo perverso, el clásico En pos del milenio de Norman Cohn y El Mal de Rudiger Safransky un filósofo alemán actual de los de verdad y no farsantes up to day, que hacen “filosofía” para lectores de Hola y las colas a los conciertos de Boccelli. El Malleus maleficarum (1487) de Kramer y Sprengrer, manual para torturar y arrancar confesiones, pesa sobre la cultura como una maldición de madre. Aldous Huxley revive la historia de Urbain Grander, cura de Poitier de extraordinario atractivo para las mujeres, al que una monja enamorada acusó de valerse del demonio Asmodeo para seducirla, llevarla a las cumbres de la felicidad en la cama; y lo quemaron en la hoguera. Los egipcios anduvieron más cerca de comprender la naturaleza del mal que otras religiones. Osiris, encargado de recibir a los muertos en su tránsito a la otra vida, pesaba y medía cuidadosamente sus corazones, para juzgar cuanto había en ellos de amor y de odio, de bondad y maldad, envidia y generosidad. Freud, lector de San Agustín y de El libro de los muertos dice que Eros y Tánatos, el bien y mal, son pulsiones endógenas del inconsciente, que anidan en El corazón del hombre, como titula Erich Fromm su libro. Pero en su madurez, Freud profundiza y da un vuelco a esta tesis.
En su obra juvenil, Eros, es el instinto del placer, el sexo, y Tanatos su contrario, la tendencia a destruir, el odio, y ambas luchan y coexisten en el inconsciente. Pero al final de su vida, en Malestar en la cultura, concibe Eros como los impulsos creadores, positivos, el amor por la vida, pero el principio de realidad, la escasez, la hostilidad del mundo real, el imperativo de diferir la satisfacción de las necesidades, el dolor, se introyectan en la vida mental, obliga a domesticar los instintos y de allí surge el Tánatos, la tendencia a la destrucción y la violencia. La vida social consiste en defenderse del “otro” y de los “grandes otros” de que habla Lacan, y Tánatos se conforma en la vida mental como respuesta al deseo frustrado, factor que explica la neurosis. Una experiencia trascendente para el estudio de la maldad, la protagonizó la serbia Marina Abramovic, la “madre del performance” en actuación de 1974, conocida como Rhythm 0 en la que puso en juego un inmenso coraje personal. En su obra Derribando muros (España: Edit. Malpaso) cuenta esa experiencia. Aquella mujer temeraria, bella e imponente, de 1.88 de estatura, está parada en el centro de la sala en la galería Morra, Nápoles 1974, con una mesa a su lado donde había una variedad de cosas y una carta descriptiva. “Hay 72 objetos en la mesa, que puede usar sobre mí como desee. Yo soy un objeto. Durante este período, me hago plenamente responsable de todo lo que ocurra. Duración, 6 horas desde las 8pm a las 2am”)
Los objetos en la mesa eran una pistola, una bala, pintura azul, un peine, un serrucho, cadenas, cuchillos, vino, tijeras, un cascabel, un bisturí, un látigo, lápiz de labio, un tenedor, una rosa con espinas, fósforos, un espejo, un vaso, una cámara Polaroid, tijeras...Las primeras horas no pasó nada y solo un hombre se acercó amablemente para acariciarla, otro la besó y un tercero le entregó la rosa. Al terminar las primeras tres horas, viene el crescendo: alguien le cortó la ropa con las tijeras, luego otro la hirió no profundamente en el cuello con el bisturí y chupó su sangre, mientras la seguían cortando y clavaban en el abdomen las espinas de la rosa. La acariciaban sexualmente y la acostaron en la mesa con las piernas abiertas, y clavaron entre ellas el cuchillo. Alguien montó la pistola, la puso en la mano de Marina y la apuntó a su cabeza, lo que produjo disturbios en el escogido público napolitano de clase alta presente en la galería. Cuenta que, pese a la disposición de violarla, no lo hicieron porque muchos estaban acompañados por sus esposas y novias, qué si bien no actuaban en la agresión, sugerían a los hombres qué hacerle a aquella mujer-objeto.
Al terminar las infinitas seis horas, cuando Marina “recobró su poder”, y se enfrentó a ellos “en plenitud de condiciones”, el público huyó despavorido. Cualquiera puede convertirse en una bestia si se caen las barreras inhibitorias de la conducta, las normas sociales. El “malestar en la cultura”, el control social, es inseparable de la vida civilizada, y sin lo que Freud denominó represión de nuestros deseos e instintos, regresaríamos a la selva. En la civilización, satisfacer los instintos requiere aceptación, lugar, y momento, si no, es una acción criminal, terrorista o microterrorista. En esto se revela la monstruosa farsa feminazi, que consiste en inducir el odio de las mujeres por los hombres, inventar faltas machistas y cerrar la boca ante el fascismo islámico, una religión primitiva, en el que las mujeres son esclavas y con ellas otro sujeto, “los infieles”, útiles para derramar el inconsciente, su monstruosa siquis, la bestialidad bárbara de crueldades y aberraciones. Por eso el gobierno chino decidió demoler las mezquitas o convertirlas en baños públicos, para verter los desechos del cuerpo.
@CarlosRaulHe
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