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El comentario de la semana

Dicen que cuando alguien tiene que negociar, que no dialogar, para hacerlo desde una posición de fuerza o al menos para tratar de que el adversario la vea así, expresa sus posiciones de una manera arrogante y si puede, acompañándolas de acciones altisonantes, que le dé “prensa” y que si no consigue el efecto deseado, al menos su imagen ante los que lo apoyan no luce tan maltrecha.

Muchas han sido las oportunidades en las que terrorista a punto de abandonar sus aborrecibles prácticas intentan el gran golpe que les permita solicitar concesiones o las de actos de guerra convencional que representan el último esfuerzo de unas menguadas fuerzas para pactar el armisticio, y por supuesto el discurso que mantiene una posición indoblegable cuando en la práctica hace ya tiempo que la misma se quebró ante la que por muy dura que parezca, no es otra cosa que la cruda realidad.

Esta semana en Venezuela hemos sido testigos, y por supuesto víctimas, de medidas que no pueden entenderse de otra manera que como muestras de un régimen que se derrumba e intenta minimizar los daños.

Tratando de mantener sus menguados afectos, decidieron “asumir” un cargo internacional que sus pares no le conceden, destituyeron al ministro al que le habían encargado tomar solapadamente las medidas indispensables que por años han evitado, nombraron como ministro, y no cualquier ministro, a una persona que ha sido señalada pública e internacionalmente por estar supuestamente enfrentando cargos por delitos comunes y permiten, y permitirán cada vez más, la “importación” de los alimentos y otros bienes faltantes, mediante “nuevos tratados comerciales” con países vecinos.

Acompañando lo anterior, sus otros poderes y sin ningún rubor, obstaculizan cualquier medida que permita alcanzar una solución constitucional a la grave crisis que crearon y de la cual pretenden ni siquiera “pagar” los costos políticos.

Ante este panorama, ¿qué nos queda a los venezolanos, más allá de aguantar? Seguir exigiendo el respeto a nuestros derechos, particularmente al de decidir sobre quienes queremos que estén en el gobierno y este se concreta con la realización del Referendo Revocatorio Presidencial en este año 2016, sin olvidar que los gobernadores y legisladores estadales deberán ser electos antes de finalizar el mismo, ya que sus períodos se vencen el próximo mes de enero.

Que esto sea impedido por el régimen es entendible; los autoritarios se apegan ilegalmente al poder cuando saben que perdieron el favor de las mayorías. Lo no entendible y si criticable, es que los designados para representarnos no lo hagan de forma monolíticamente unitaria que trascienda los necesarios pero insuficientes límites partidistas e incorporen al resto de las organizaciones sociales, reconociéndolas al menos como importantes para superar esta crisis gubernamental que aunque terminal, se prolonga asistida por las incoherencias de nuestra parte.

Los venezolanos necesitamos que se nos reafirme que estamos luchando no solo por cambiar al gobierno, que se lo ha ganado sobradamente por ineficaz y corrupto. Es indispensable que se nos reafirme que luchamos por un país distinto en el que se rescate del pasado aquello que se lo merece, pero sobre todo que supere la dependencia de la renta, nos convirtamos en una sociedad productiva en la que se valoren los aportes individuales, pero también se garanticen los derechos de todos los ciudadanos a una vida justa basada en el acceso real a las oportunidades de educación, salud, vivienda y esparcimiento, sin olvidar la reconocida necesidad de erradicar la corrupción a todos sus niveles.

El tiempo pasa y no es recuperable, por lo que cada día será mayor el esfuerzo requerido para alcanzar lo que todos queremos.