Entre los intelectuales dedicados a la tarea de “adivinar” el curso futuro de la humanidad fue, sin duda, uno de los más influyentes. Era filósofo y también sociólogo. Escribió trece libros, tres de ellos fundamentales en lo que fue la línea de su pensamiento: El Shock del Futuro, a principios de los setenta, La Tercera Ola, a comienzos de los ochenta y el Cambio de Poder iniciando los noventa. Dicho en modo píldora, su obra estuvo dedicada a argumentar el surgimiento de una nueva sociedad organizada en función del conocimiento, en reemplazo a la llamada era industrial. Falleció hace dos semanas y se llamaba Alvin Toffler.
Sus aportes se han reunido con el de otros muchos autores, cada uno desde su punto de vista ideológico y político, para abonar en la descripción del futuro que va naciendo, dibujado a partir de un menú de tecnologías de acelerada evolución y con un gran poder de transformación en los diversos planos en los que transcurre la vida humana, tanto desde el punto de vista individual como social.
Al tiempo que busco en la memoria lo escrito por Toffler, uno mira como nuestro país se encuentra prisionero de sus urgencias cotidianas. Su Gobierno no tiene cabeza para la estrategia, sólo piensa en la táctica para encarar la coyuntura y conservar el poder. Sigue extraviado en el laberinto de su épica y se enreda cada vez más en la telaraña de los grandes discursos, marcados por la desmesura verbal, como si quisiera (y pudiera) hacerle trampa a la realidad (verbi gracia la Gran Misión de Abastecimiento Soberano y Seguro).
Así, mientras el presente nos asfixia, los cambios descritos por Toffler y por el resto de quienes se han dado a la tarea del pronóstico, van teniendo lugar. Así, en buena medida desde el desarrollo de la tecno ciencia, el mundo asoma un formato diferente en varios escenarios (político, económico, ambiental, educativo, ético y hasta religioso) del cual derivan otras exigencias, otras oportunidades y, desde luego, otras amenazas. Un formato, en fin, que irremisiblemente también nos concierne y que corremos el riesgo de que nos sorprenda colgados de la brocha porque, como ha dicho Perogrullo, el futuro se dirime en el presente.
HARINA DE OTRO COSTAL
Dándole la razón a las advertencias que desde el comienzo se hicieron respecto a su diseño, la Organización para la Liberación del Pueblo (OLP) ha venido actuando sin prestar mayor cuido por los aspectos legales, soslayando los derechos humanos y asumiendo la Constitución Nacional como si fuera un estorbo, tipo jarrón chino. Numerosos muertos, allanamientos a conjuntos residenciales y barrios, demolición de cientos de viviendas, desalojos forzosos, detenciones arbitrarias de personas, deportaciones masivas, son, entre otros, los ingredientes comunes a sus operativos.
Ante lo anterior resulta imposible no hacerse las mismas preguntas que se formula José Vicente Rangel en un reciente artículo a propósito de una intervención, muy en su estilo, de la OLP en Ciudad Caribia: “¿Quién investiga los hechos? ¿Qué organismo del Estado toma en sus manos la obligación de deslindar entre lo que es lucha contra el delito y violación de derechos fundamentales? ¿O es que acaso cuando las víctimas son seres humildes y los actos se consuman en zonas populares no hay quien denuncie e investigue?”