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La “mariconización” de la oralidad venezolana

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Tiempo de lectura: 4 min.

Crónicas del Olvido

1.-

No será necesario ampliar un espectro tan reverenciado como es el de los “Fragmentos filosóficos de los presocráticos”, que nuestro Juan David García Bacca estudió con afán y porfía toda su vida, y que de ellos nos dejó parte del “Refranero clásico griego”, entre quienes, sabios al fin, están: Cleóbulo, Solón, Quilón, Tales, Pítaco, Bías y Periandro, aforistas y creadores de máximas que se convirtieron, entre la gente culta y la no tanto, en citas recurrentes, y que si una vez fueron elegantes hoy tienen como respaldo la vulgarización del paisaje verbal de nuestra tropical lengua.

Menciono a esos señores porque en uno o varios momentos de sus deleitosas vidas pronunciaron alguna palabra fuera de tono. Quizás en el instante en que se dieron un martillazo, se tropezaron con una piedra, un enemigo, o se les olvidó tomarse el brebaje contra la mala memoria.

Desligado de estos dos primeros fragmentos, para no crear en el lector ninguna mala intención contra quien esto rasguña, trato de concentrarme en el tema que en el título aviso.

No somos griegos, pero de allá venimos en palabras. Un poco después latinos, hasta convertirnos en españoles y en americanos que hablamos español o castellano. Quien tenga dudas acerca de esa genealogía que recurra a otras fuentes. Pero eso somos, como también árabes en muchas voces y hasta posturas que nos hacen parecer beduinos.

Otra vez me desvío.

Siempre hemos dicho palabrotas, que no malas palabras, para seguir insistiendo en el título del maestro Rosenblat, pero las palabras, los tacos, como dicen en España, las groserías como apuntamos aquí, tienen su lugar y frecuencia al decirlas. O debería ser así. Recurrimos a ellas a voz en cuello, por escrito y hasta gestualmente. Con las manos y la cara las pronunciamos a veces con más soltura. Y nos atenemos a los significados, que no a las consecuencias.

Una vez más, retorno: miles, millones de bocas venezolanas, sin eufemismo alguno, han hecho de la palabra “marico” un emblema nacional, una suerte de tótem lingüístico que ronda por todo el territorio como una fiesta desbocada donde todas las lenguas (las contráctiles alojadas en el hueso hioides) han enloquecido en medio de una supuesta épica verbal que algunos han calificado de “democracia oral”, toda vez que desde los centros de poder el idioma es ahora parte del conflicto. Un adorno que vemos en los discursos de hombres y mujeres que dicen representarnos.

2.-

La calle, tan reveladora, sigue siendo el diccionario en el que se vacían todos los estruendos orales. Sustantivos, adjetivos, sujetos y predicados, y hasta los pobres monosilábicos artículos, han sido convertidos en simples entidades amarradas a la palabra “marico” o “marica”, porque tanto hombres como mujeres la salivan sin discriminación alguna. Y no es un asunto de edad: niños, adolescentes, adultos contemporáneos, adultos mayores y de la mismísima tercera edad de los “picapiedras” la regurgitan sin ningún pudor. Es tan pronunciada la curva de su uso que en una oración es vomitada cuantas veces las neuronas se atascan en la pobreza del que se dice hablante (hablador prefiero, por el ruido al que nos someten).

Me valgo de un ejemplo con el que me encontré en la recepción de un hotel en Caracas:

“-Marico, mira, marico, entonces la chama, marico, me dijo que ella no iba, marico, y entonces, marico, me dio una vaina, marico, y la mandé pal carajo”.

Y mientras el sujeto balbuceaba, abierto de piernas como un compás, se rascaba la bragueta. Un par de muchachas, bellas por cierto, andaban con esa cosa que farfullaba. Y ellas, igual, con la boca llena de “maricos”.

3.-

No sé si ponerme serio o seguir la joda, pero haré lo que me salga. Los hábitos lingüísticos tienen horma en el hogar, pero la calle y ahora la escuela son las portaestandartes de esa manera desenfrenada de raspar esa palabra con tanto afán que ya perdió su significado. He oído a maestros decirla en los recreos y aulas. A médicos, abogados, políticos, etc. La “democracia oral” ha devenido retórica de descerebrados. La también llamada cortesía verbal dejó de ser una norma como el sonido “Wom”, ahora una marca comercial chilena proveniente de la voz “güevón” o “güebón”, para no contradecir gramaticalmente a sus usuarios.

De modo que estamos ante la “mariconización” del habla venezolana, cortejada por la fábrica de palabrejas propias de la ideología. Es que Orwell también debería aparecer en estas líneas.

¿Hablamos de retórica? Tal vez. ¿Somos en exceso coloquiales? Sí. ¿Vulgares? Sí, que lo digan los magistrados de la corte de tipos que se dicen protectores del legado de héroes y espadachines de nuestra historia patria.

El cauce igualitario donde navegan hombres y mujeres es muy rico en ese manual de estilo de nuestra manera de hablar en estos tiempos. La “desensibilización” verbal ha llegado a extremos de tartamudez escolar. Una prueba la tenemos en un canciller que se vale de improperios desde una silla en un debate, para demostrar que los venezolanos sabemos decir palabrotas e improperios.

El calificado arco expresivo del lenguaje desemboca en la palabra “marico”. Y para deslumbrar al macho cabrío, “marica”, en una segregación de ptialina que provocaría la envidia de un lobo hambriento.

Masticar las palabras, esa tan manoseada por y con la lengua, ya es una especificidad idiomática. Uno de los aportes de nuestra civilidad motorizada.

Ojalá a la vuelta, los lingüistas, que hay excelentes en este país, abordaran este tema con más profesionalismo que este sujeto a quien le acaban de leer esta plana.