Estados Unidos de América siempre ha sido un polo de atracción para los latinoamericanos, en especial para los mexicanos y centroamericanos. De unos 15 años para acá, también es la meta deseada por cientos de miles de venezolanos de clase media alta y baja. El contraste es brutal entre nuestro país y la gran nación del norte. Aeropuertos enormes y relucientes reciben al viajero venezolano. Al salir a la calle encuentra grandes avenidas y autopistas, llenas de vehículos nuevos de todas las marcas, con gente que respeta las leyes de tránsito y los semáforos, rodeado de verdor por la grama bien mantenida y por el paisajismo siempre renovado, especialmente si llega Florida. Cuando arriba a la casa de un familiar o amigo, que lo recibe en sus primeros pasos, se da cuenta de que no están preocupados por la inseguridad, hasta dejan las puertas sin trancar. En el automercado queda tan extasiado ante tantos productos de todos los tamaños, colores, marcas, que no sabe por dónde empezar. Casi llora de la emoción y de la tristeza al comprobar que todavía existen supermercados abundantes y al recordar los de nuestro país, vacíos, abandonados, casi muertos.
A través de la internet comprueba el viajero que la crisis de 2009, la gran recesión que siguió al estallido de la burbuja inmobiliaria, ha sido conjugada en gran medida, aunque todavía se sientan algunos coletazos. El desempleo está en 4,9%, los indicadores financieros como el Dow Jones han alcanzado records históricos, Estados Unidos no ha vivido una gran guerra en estos últimos 8 años. Se siente confortado y dispuesto a batallar para vivir el sueño americano. Pase lo que pase, aunque sea muy difícil, está decidido a no volver a Venezuela, a su país surrealista, lleno de colas interminables para comprar alimentos y medicinas, donde no le alcanzan para vivir los pocos miles de bolívares que gana porque lo que costaba Bs 500 la semana pasada hoy cuesta Bs. 1.200, y donde un antiguo chofer de autobús, colombiano de origen al parecer, maneja el país con una desidia e ignorancia asombrosa.
Y entonces sucede la convención del partido republicano para nominar a Trump como su candidato. Una convención desordenada y caótica, con discursos de toda la familia de Trump, uno de los cuales pronunciado por Melania, su esposa, contiene en varios párrafos un plagio descarado del discurso de Michelle Obama en la convención demócrata de 2008. Con la ausencia de toda la familia Bush, a
la cual pertenecen los dos presidentes republicanos anteriores, de los candidatos republicanos en las dos elecciones anteriores, Rommney y McCain, de decenas de senadores republicanos, y con un discurso de Ted Cruz, contrincante de Trump en las primarias, en el que finalmente no le da su respaldo. Es como si en Venezuela en 1975 no hubieran asistido a un congreso de Acción Democrática, Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Perez, Gonzalo Barrios y Jaime Lusinchi. Toda la semana dedicada a hablar mal de Hillary, burlarse de ella y pedir que sea apresada. Parece una convención electoral de cualquier país del tercer mundo.
Y entonces viene la guinda de la torta: el discurso de aceptación de Trump.
Un discurso donde pinta un país desconocido, un país oscuro y desesperado, en ruinas, con violencia en las calles, humillado internacionalmente, con las familias destrozadas. Dice Trump: “Este es el legado de Hillary Clinton: muerte, destrucción, y debilidad”. Durante un año, el período de las primarias, su
mensaje ha estado cargado de ira y odio, de miedo. Contra los inmigrantes, contra los musulmanes. Contrario a muchos principios republicanos, como el capitalismo global y los acuerdos de libre comercio con distintos países. Demagógico y populista. Nacionalista y aislacionista. Donde él se presenta como el salvador, el hombre fuerte que va a solucionar todo con la fuerza de su carácter y su decisión.
En su discurso, Trump va presentando datos y números apocalípticos, ignorando adrede cualquier estadística positiva. El viajero confundido revisa la prensa para comprobar si lo que dice Trump es cierto. En el Washington Post lee que muchos de esos datos y números son manipulados, tomados fuera del contexto o equivocados. En una sección llamada Fact-Checker de ese mismo periódico, en
la que se contrastan las afirmaciones y datos presentados por los políticos con la realidad comprobable, encuentra por qué ese prestigioso diario afirma que el discurso de Trump está plagado de inconsistencias, exageraciones y equivocaciones.
Sobre la creciente violencia en las calles, Trump se olvida de que la tasa de criminalidad ha disminuido a la mitad desde el pico alcanzado en 1991.
La inmigración ilegal aumentó de 4 millones en 1990 a 12 millones en 2009, casi toda antes de Obama. En cambio, entre 2009 y 2014 se puede decir que la entrada neta de inmigrantes ilegales es cero, porque ha habido una compensación entre los que entraron y los que se fueron debido a la recesión económica. Este dato contradice la afirmación de Trump de que ha habido una inmigración masiva en los últimos años.
Trump dice que 58% de la población negra joven está desempleada cuando en verdad esa cifra es la mitad.
Trump dijo que se firmó el acuerdo con Irán que le costó a Estados Unidos
$150.000 millones sin recibir nada a cambio. Ese dinero no es sacado de los contribuyentes norteamericanos sino que era el dinero de Iran que estaba congelado por las sanciones económicas anteriores. Y en realidad parecen ser solo $32.000 millones. Pero con eso se logró congelar por 10 años la producción de bombas atómicas por Irán.
Afirmó que Bill Clinton firmó el tratado, llamado aquí Nafta, con Mexico y Canadá, lo que no es cierto porque ese tratado fue negociado y firmado por George H. W. Bush, el padre de George W. Bush. Además fue aprobado por un mayor número de senadores y representantes republicanos que demócratas.
Y así sucesivamente.
Entonces, aquel, que a su llegada se había maravillado del orden, la belleza, la seguridad, la opulencia en algunos casos, de Estados Unidos, que comprendió luego que no todo era felicidad, eficiencia y corrección sino que había muchos problemas por solucionar, pero que al final el balance era muy positivo, sobre todo al compararlo con sus país de origen, piensa: caramba, el candidato de un partido tan serio y responsable como el republicano, por lo menos hasta hoy, me dice que lo que yo he visto y observado con mis propios ojos no es cierto. Que este país es en realidad un desastre, inseguro, infeliz, amenazado por los inmigrantes mexicanos y musulmanes, con una infraestructura a punto de derrumbarse, manejado por un presidente negro que ha contribuido a aumentar la división y el racismo.
Y lo que más le llama la atención es que Trump con ese discurso airado, lleno de insultos y mentiras, provocador, haya ganado la nominación presidencial contra otros 16 candidatos, y que pueda ganar la presidencia porque sus números están muy cerca de los de Hillary, según la mayoría de las encuestadoras. Al parecer hay en este país mucha gente molesta, insatisfecha, airada, sobre todo gente blanca, protestante y anglosajona que está dispuesta a seguir a Trump. No entiende cómo Trump que es un multimillonario (según Forbes tiene una fortuna cercana a los $4.500 millones), dueño de casinos, campos de golf y hoteles, se presente como el salvador de la clase media depauperada de Estados Unidos.
Esperará la convención demócrata para ver si Hillary Clinton tiene una visión más positiva del país y si, además, tiene la fuerza moral y política suficiente para superar en noviembre al inesperado y temido candidato republicano.