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La gata parda

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 4 min.

“Cambiar para que todo siga igual”, es la ajada cita-lugar común que sustituye leer Il Gattopardo de Lampedusa, aunque la obra no hace justicia al paso de Sicilia desde la monarquía borbónica a la modernidad constitucional de la casa de Saboya a finales del siglo XIX, ni a que nada siguió igual; y el más grande de los directores italianos, Luchino Visconti, la lleva al cine y transubstancia a Burt Lancaster, un vaquero y aporreador de Hollywood, en el Príncipe Fabrizio, viejo aristócrata que simboliza la decadencia de su clase ante la burguesía arrolladora. Cuentan que Lancaster se sorprendió porque había muchas camisas de seda en el armario durante el rodaje de una secuencia: “quería que te sintieras de verdad príncipe”, le dijo Visconti. La monarquía constitucional apenas duró 50 años y en ella nace un partido socialista que se desgajó en comunistas y fascistas, los segundos un invento de Mussolini para fundir patria y socialismo. ¿Será que la flamante political sex symbol, Giorgia Meloni cambiará para que todo siga igual?

Hasta su entrada en la UE, Italia era más rica que casi toda Europa pese a su proverbial inestabilidad política desde el final de la segunda guerra (73 gobiernos en 77 años); y potencia cult-pop con Raffaella Carra, Laura Pausini, Claudia Cardinale, ristretto, cappuccino, Sofía Loren, Gianni Morandi, Marcelo Mastroniani, Eros Ramazzotti, el Festival de San Remo. Superó los efectos patológicos de la ndhangreta calabresa, la camorra napolitana, la mafia siciliana y el terror de las Brigadas Rojas, el asesinato de Aldo Moro y de su tesis del “compromiso histórico”. Pero el euro la arruinó y, como Grecia, hoy es pobre y en depauperación. Su éxito radicaba en ser, al igual que China del siglo XXI, proveedora global de objetos y servicios low cost, porque podía devaluar la lira y mantener su competitividad, lo que aseguraba capitales extranjeros y turismo masivo. EEUU y el resto de Europa ofrecían carísimos diseños originales de Saint Laurent, Givenchy, Balenciaga, Mary Quant, Chanel (“una mujer solo necesita un vestido negro y un hombre que la ame”).

Pero Italia se encargaba de las imitaciones. Rolex, Cartier, carteras de firma, trajes, que vendían los manteros en el Vaticano. A las superproducciones del oeste con John Wayne, Yul Brynner, Kirk Douglas o Gary Cooper, respondía con baratos, atractivos y exagerados western espaghetti y si los gringos lanzaban a la sugerente Donna Sommer, los italianos replicaron con la explícita Sabrina, y el país feliz crecía a 18%, hasta que el euro liquida la posibilidad de devaluar y China inunda con manufacturas baratas hechas con bajos salarios. Desde el fin de la segunda guerra casi siempre gobierna el democristiano Julio Andreotti, quien sorteo exitosamente la inestabilidad política, promovió el crecimiento y con base en la abundancia, el Estado empleó más de tres millones de burócratas bien pagados. Hoy Italia está en el paso previo al colapso y de llevarse al hoyo también a la U.E. Suma 20 años sin crecer, por ende con poca recaudación, pero hay que pagar a los tres millones funcionarios que siguen ahí.

Por eso ahora es el cuarto país más endeudado del mundo con dos billones de dólares, un escandaloso 145% del PIB, el doble del PIB anual de México. 40% de los jóvenes están desempleados, los llamados ni-ni que ni estudian ni trabajan ni tienen futuro y el país va la debacle. La votación de Meloni reacciona a esto y a la revolución identitaria de la minoría izquierdista que le ladra a la mayoría como perro bravo, que quiere “transvalorar” los valores de la gente corriente, se les mete en la cama, las escuelas, la privacidad de los hogares, y el común se rebela, tal como en Chile. Con Meloni la gente llevará la normalidad de sus vidas libremente, se acostará con quien le de la gana, exentos de la barbaridad totalitaria en las “recomendaciones” de Irene Montero y su “ministerio” sobre como tener sexo sin límites etarios. Para la jauría pareciera que en vez de ella hubiera triunfado Hitler y mascullan que es de “ultraderecha”, “neofascista” y otras babosadas, pero no se preocupan “por la democracia” con los camaradas de Podemos, ni con Boric.

Saben que Meloni se “integró al sistema” al afiliarse al instituto Aspen, “globalista” y financiado por la Carneige Corporation, la Fundación Bill y Melinda Gates, la Fundación Ford, los hermanos Rockefeller, y rechaza la invasión a Ucrania. Su sentido común y la tremebunda deuda italiana, que debe enjugar la U.E, no le permitirían hacer desplantes, aunque no sabemos qué pasará con Europa y el mundo. Aunque su programa económico tiene luxaciones, la asesoría de Mario Draghi contribuiría a un gobierno sensato y racional. En nuestra Latam para fundamentalistas de derecha en Brasil ganó la primera vuelta una especie de Mao Tse Tung, un tirano de paredones y expropiaciones masivas, y no el cuerdo y competente Lula quien gobernó democráticamente y al que el mismo tribunal que lo detuvo, dio el indulto. Lo mejor para el continente sería que se imponga en la segunda vuelta sobre Bolsonaro, un clon de Trump que amenazó con invasión y guerra a nuestro país. Lula sería un apoyo para fumigar chinches ideológicos en Venezuela, Colombia y Chile, e iniciar el cambio de verdad.

@CarlosRaulHer