Una ideología es una representación simplificada del mundo, cuya visión es sesgada en función de favorecer o promover el usufructo del poder de determinado grupo o grupos social(es). Se nutre de percepciones, creencias y valores relevantes para la población, que pueden dar pie a mitos fundacionales acerca de la verdadera identidad de un pueblo, esbozada en unos orígenes épicos que forjaron sus virtudes y fortalezas. Ello suele sintetizarse en símbolos maniqueos que sirven de referentes para interpretar el acontecer social y político. Vale señalar que toda ideología asume de manera explícita o encubierta un posicionamiento moralista ante los dilemas o escogencias que enfrentan los individuos o colectivos, que sirve de guía para distinguir opciones correctas de aquellas consideradas equivocadas, lo bueno de lo malo. Este forjamiento ideológico reemplaza percepciones (más o menos) objetivas del entorno social con una falsa realidad que augura seguridad en un futuro providencial para aquellos que lo asumen. En general, las ideologías suelen filtrar los hechos, con lo que se interponen a un discernimiento más realista de los fenómenos sociales y políticos.
Una ideología no es un cuerpo de ideas propenso a ser validado mediante su contrastación empírica, pero suele ser considerada por sus partidarios como una representación verídica del mundo. El ejemplo más notorio es el del comunismo, que alega fundamentarse en una teoría pretendidamente científica del cambio social desarrollada por Carlos Marx. En otros casos las ideologías se basan en verdades reveladas que son tomadas como dadas y, por tanto, no están sujetas a cuestionamiento. En el caso de las religiones, se trata simplemente de profesar fe en verdades atribuidas a divinidades o a las acciones de éstas, plasmadas en alguna liturgia o texto sagrado. Si bien la separación de Iglesia y Estado en el mundo occidental ha descargado en gran medida su influencia sobre la conducción del poder, ello es algo recién.
El régimen bolivariano
La ideología ha sido decisiva para la entronización de la llamada “revolución bolivariana”. Un ideario ultra nacionalista, que elevó el culto a Bolívar -tan presente en el país- a una bandera de lucha contra quienes supuestamente traicionaron sus postulados, contribuyó a enterrar la legitimidad de los partidos que se habían alternado en el poder desde 1959. Se nutrió del resentimiento generado por la incapacidad de éstos de cumplir, luego de la década de los ’70, con sus propias promesas de justicia social. La refundación de la Patria bajo el imaginario “Bolivariano” insufló la ilusión de muchos de que alcanzarían anhelos largamente postergados con el desalojo de adecos y copeyanos del poder, rescatando así el legado del héroe. Hugo Chávez se erigió en el “profeta” de tal mandato.
Pero destruidas las bases políticas del contrato social inspiradas en la “siembra del petróleo”, había que construir uno nuevo. En ello fue de gran utilidad la asimilación de categorías discursivas comunistoides que proveyeron una simbología maniquea a la medida de las expectativas populistas prevalecientes en el país. Los culpables de la pobreza serían ahora los capitalistas, sus protectores imperialistas y sus agentes políticos, tildados todos como de “ultraderecha” y opuestos, por ende, al “progreso de los pueblos”. La razón o supremacía moral descansaría por antonomasia en la “izquierda socialista”, campeona del pueblo. Armado de esta mitología, Chávez procedió a destruir la institucionalidad asociada a la democracia representativa, pero cuidándose de profundizar el tutelaje del Estado sobre las actividades económicas que heredó de sus antecesores.
El comunismo, como proyecto de sociedad inspirada en el marxismo, es una quimera que dio lugar a los totalitarismos más crueles. Pero su asociación con el historial de luchas de las clases trabajadoras por conquistar derechos laborales y sociales le ha revestido con una aureola justiciera que aun genera réditos para propuestas como las del “socialismo del siglo XXI”. No importa que éste no tuviese nada que ver con la visión productivista con que Marx quiso fundamentar la superación del capitalismo, lo importante para el chavismo fue apertrecharse de categorías con las cuales culpabilizar a quienes se interponían al reparto discrecional de la renta petrolera, verdadero cimiento del proyecto chavista[1]. Con la prédica “socialista” se desmanteló el marco institucional con que la economía de mercado arbitraba transacciones entre privados, de éstos con el Estado y para asignar recursos, para reemplazarlo con decisiones del líder indiscutido, tomadas a discreción.
Una nueva oligarquía
Los criterios de asignación descansarían ahora en la lealtad para con los preceptos “revolucionarios” pero, sobre todo, con quienes pretendidamente encarnaban éstos. La fijación de precios y el cúmulo de regulaciones y controles manejados por funcionarios públicos, así como la “custodia” del cumplimiento de esta normativa asignada a la Guardia Nacional, abrieron oportunidades inauditas para el lucro a través de la extorsión, el desvío de recursos, contrataciones fantasmas, comisiones, ventas al extranjero y sobreprecios, que fueron aprovechadas ante el marginamiento del mercado. El abundante ingreso petrolero cobijó el costo de tales extravíos, no obstante su impacto destructivo sobre la producción nacional. La prédica “socialista” fue un artificio invalorable para la centralización del poder en manos de Chávez y de sus acólitos. Sirvió para legitimar un sistema de usufructo de la riqueza social que ha dado lugar a una dinámica de acumulación estrechamente vinculada a la estructura de ese poder, al margen de lo pautado en nuestra Carta Magna, y de la transparencia y rendición de cuentas en la gestión pública. Ungido de consignas anticapitalistas, el designio “socialista” encubrió la entronización de verdaderas mafias delictivas en los organismos públicos o en negociados con éstos. Con la disolución del Estado de Derecho se instaló un Estado Patrimonialista que privatizó en manos de los autoproclamados “revolucionarios” el patrimonio público. Entre muchísimos ejemplos, está la afrenta que representó para los venezolanos que padecen severamente la ausencia de divisas, el regalo “personal” de Maduro a Fidel, llevándole una comitiva de 80 personas para celebrar sus 90 años a un costo de unos $400.000 que, claro está, no son suyos. Pero la ideología trastoca afrentas como ésta en apologías al socialismo y loas a sus esfuerzos por evitar que el pueblo sucumba ante los embates de una supuesta “guerra económica” librada contra él. Así, con el mayor desparpajo, el ministro de Planificación, Ricardo Menéndez, afirmó hace poco que, si no fuera por la Agenda Económica Bolivariana, la pobreza sería del 88% (¡!).
El problema para los oligarcas que controlan actualmente el poder, es que el proyecto chavista ha perdido su atractivo para la población. Ésta percibe de manera cada vez más diáfana la impostura de quienes pregonan ser “socialistas” mientras abusan del poder para expoliar la riqueza social, generando gran penuria para el resto de los venezolanos. Pero aunque el liderazgo chavista se sabe desenmascarado, no abandona sus poses. Desprovistos de apoyo social y político, busca recomponer rápidamente sus bases de sustento para no ser desplazado del poder. Y para esto sigue siendo de gran utilidad la ideología, pues su prédica extrema y reiterada genera fanatismos.
Las posturas destempladas de Maduro, Cabello y otros, a pesar de enajenar la voluntad mayoritaria, acentúan los resortes de lealtad y de “compromiso revolucionario” de la reducida secta que todavía comulga con esas ideas. Y son las instituciones del Estado, pobladas por el chavo-madurismo de fanáticos, el único apoyo que les queda. La obnubilación que resulta de asumir posturas ideológicas radicales permite escamotear la realidad y sustituirla por ficciones compartidas que “relativizan” los desafueros que se cometen, tranquilizando conciencias en nombre de la “revolución”. De ahí la liberalidad con que Maduro y los suyos cometen toda suerte de delitos contra la cosa pública y contra el ordenamiento jurídico formal, porque cuentan con la anuencia (complicidad) del tsj y de otras instancias de poder. Apropian créditos adicionales y subastan recursos mineros sin la aprobación de la Asamblea Nacional, violan el mandato popular al pretender invalidar los diputados de Amazonas, atentan contra la democracia y la Constitución obstaculizando con artimañas la realización del Referendo Revocatorio, amparan a quienes son señalados de narcotráfico y de otros crímenes. Su preocupación no es convencer al país –que ya saben en su contra-, sino blindarse entre ellos asegurando que los fanáticos cierren filas dócilmente en torno a las fechorías cometidas.
La prédica “socialista” terminó abrigando un estado de creciente anomia, sin seguridades, normas ni derechos humanos, para abrigar prácticas depredadoras contra la cosa pública. El Estado de Derecho fue sustituido por el ejercicio arbitrario de la fuerza contra quienes amenazan los privilegios de la oligarquía militar civil, como lo revela la condena de Leopoldo López y otros inocentes. Ésta se refugia en una retórica radical con la pretensión de activar solidaridades automáticas entre la secta que, en diversas instancias, maneja los resortes del poder. De ahí la campaña desaforada de Cabello, cual inquisidor del siglo XXI, para botar a quien no sea “revolucionario” –incondicional- de los organismos públicos y resguardar así los atropellos del poder contra toda vacilación. La amenaza contra la fortaleza asediada de la “revolución” es un argumento predilecto del fasciocomunismo. Están obligados a creer en sus disparates porque de lo contrario se les desmorona el poder. En el centro del precario sustento de Maduro está la disposición de sectores militares encumbrados a convalidar sus atropellos, a quienes procura amarrar con una argamasa de complicidades y una retórica “revolucionaria” que incita a la lealtad con el legado de Chávez. La ideología no ha sido poca cosa en la instalación de la tragedia venezolana, pero agota hoy sus potestades embaucadoras.
Economista, profesor de la UCV
[1] “Este es un socialismo petrolero. No se puede concebir el modelo económico que queremos construir en Venezuela si no incluimos la gota petrolera. (…) Con el petróleo haremos la revolución socialista”, declaraciones del presidente Chávez recogidas por el diario, El Nacional, Pág. 4 Nación, 30 07 07.