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La leyenda negra de Bolívar

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Aunque Marx no sabía escribir sin insultos atronadores, sus obras pasaron por la paciente corrección de Engels, el mejor amigo en el mundo, quien las hizo bastante legibles. Pero la inquina personal por Simón Bolívar, como si le hubiera quitado la novia, hace de cada alusión al Libertador un oprobio. Aguas abajo, para la “leyenda negra” marxista todo lo que hizo Bolívar fue perverso, megalomaníaco y bajoinstintivo, sin reconocerle nada bueno, igual que la otra leyenda negra, creada por él sobre los españoles: que solo vinieron a matar mujeres y violar hombres (o al revés, para que nadie se sienta discriminado por “género”). Nos caiga bien o mal, Bolívar es el titán de Latinoamérica y como dice un pensador marxista, André Gorz, “la dimensión de un hombre depende de las empresas que acomete”. Para estudiarlo a él o cualquier otro fenómeno, hay que evitar la crispación, aunque la guerra es el imperio de la crueldad y el crimen. Nos ayuda que desde el siglo XVII intentan imponerle normas de derecho, como hizo Hugo Grocio, uno de los intelectuales más valientes que comieron pan.

Por su obra El derecho a la guerra y a la paz y andar por encima de su época, terminó en las mazmorras, de donde lo fugó su no menos temeraria mujer, María. Nos hizo comprender que ética de un comandante deriva de fines y medios en su estrategia y de las decisiones bajo su control. En otro trabajo planteamos que el mejor método de calibrar una figura histórica es el de Plutarco, compararla con sus homólogos de época. Washington, Jefferson, Hamilton, Madison, Franklin, Lafayette, fundaron la nación más poderosa y democrática del mundo (por mucho tiempo). Mientras, el despotismo de Bolívar y los suyos, su ferocidad, odio por España, desprecio por el “pueblo”, ambición de poder absoluto, trajeron terribles efectos y herencias (“acabaremos con la raza maldita de los españoles…no quedará uno vivo” … “…contad con la muerte, aun siendo indiferentes”.1813). Bolívar balcanizó la Gran Colombia, sembró autoritarismo e inestabilidad institucional hasta nuestros días, y eso lo llevó a morir execrado.

Destruyó con los pies lo que Washington logró con el cerebro. Mientras EE. UU pasó de 11 estados a 50, su ambición autocrática hizo trizas la Gran Colombia, trizas enguerrilladas, y después de la independencia gran parte de la región entra en caos. Había comenzado mal, con una traición. Simón estaba relajado con una amiga cuando Monteverde toma Pto. Cabello, su guarnición, y cae la primera república en 1812, pero él culpa a su jefe y lo entrega a los españoles por un pasaporte. Va a Colombia donde escribe la coartada, el Manifiesto de Cartagena (1812) con sus ideas fijas hasta la muerte: “el pueblo” no sirve moral ni intelectualmente para la libertad y necesita mano de hierro, la suya. La primera república había caído por blanda, por no fusilar suficiente. Sus documentos esenciales recogen esta constante en retórica romántica y puntillada de neoclasicismo. Otro legado del Libertador, que practica con tesón Latinoamérica hasta hoy, es barajar el juego y rehacer las instituciones por medio de constituyentes, cada vez que a un mandamás le da la gana.

Mientras Washington hizo la constitución norteamericana, la única, Bolívar hace periódicas “constituyentes” para adaptar el traje a su medida. En el Discurso de Angostura para instalar la de 1819, refresca el récipe autoritario. Como suele, antecede eventos con renuncias utileras y con la otra mano reclama poder total, se hace nombrar, no solo presidente, sino Libertador y Padre de la Patria, aunque aún no había libertado y exige un cuadro suyo en la sala de sesiones. Consigue objetivos autoritarios con sus tesis de siempre: un fuerte poder centralizado, no la federación de los países de la Gran Colombia que no cuadra con nuestra “idiosincrasia, no servimos para la democracia y si para un senado vitalicio. (“…así, legisladores, vuestra empresa es tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres pervertidos”). Dos años más tarde, el 6 de mayo de 1821, mes y medio antes de Carabobo, se instala una nueva constituyente, la convención de Cúcuta, con dominio total bolivariano. Para demostrarlo se hace elegir Presidente de la Gran Colombia casi por unanimidad

Aprovecha para poner en su sitio a Santander con ocho rondas antes que complete los votos para la Vicepresidencia. Como solía hacer, dice que no quiere poder, pero… ¿qué puede hacer un imprescindible? (“Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, aquél emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano”) En su envoltorio de humildad, su dominación abrumadora sobre la asamblea y el autoritarismo hipercentralista aplastan las provincias de la Gran Colombia. Abusar del poder e irrespetar a sus hombres esenciales, deja heridas en José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander, que se abrirán más adelante y a quienes la religión bolivariana pinta como monstruos. Para marcharse al sur encarga al vicepresidente Santander, a quien la claque militar bolivariana, “los sablones”, no le hacía mucho caso, la situación se hacía intolerable y hay motines en Venezuela y Colombia. Quién no quería ser más que simple ciudadano, va a Perú a redactar la Constitución Vitalicia, que no aprueba el Congreso, sino cómodos colegios electorales.

La promulgan el 8 de diciembre de 1826. Sigue al dedillo la evolución de la maniobra y opera como cualquier político de los que despreciaba. Escribe a un militar de su confianza: “esta es, mi querido general, una operación que debe realizarse con el mayor tino y habilidad…puede producir un bien perdurable para la república. Ud. debe empeñarse con los colegios electorales de ese departamento a fin de que aprueben íntegramente el proyecto…” pero se producen levantamientos masivos y más tarde deben revocar la “constitución”. Valentin Paniagua, quien fuera presidente provisional a la caída de Fujimori (2000) Cuenta en su libro Los orígenes del gobierno representativo: “(los miembros) del colegio electoral de Lima fueron encerrados en la Universidad rodeados de tropas para que aprobasen el proyecto. Freyre, satélite de la tiranía, en una mano les presentaba, dádivas…y en la otra la muerte” (2003). Nos recuerda la consigna de PRI mexicano para los insumisos: “plata o plomo”. En Bolivia hace aprobar la misma “constitución vitalicia”.

Un texto del Libertador sorprenderá a muchos: “El Presidente de la República viene a ser en nuestra Constitución, como el Sol que, firme en su centro, da vida al Universo. Esta suprema Autoridad debe ser perpetua; porque en los sistemas sin jerarquías, se necesita más que en otros, un punto fijo alrededor del cual giren los Magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas. Dadme un punto fijo, decía un antiguo, y moveré el mundo. Para Bolivia, este punto es el Presidente vitalicio. En él estriba todo nuestro orden” (Bolívar: Discurso a la Constituyente de Bolivia, 1826). Sale de urgencia a Venezuela porque Páez encabeza la Cosiata que repudia ese despotismo avasallante y, peruanos y bolivianos aprovechan para derogar la constitución y destituirlo del cargo. El semidios se descompone a toda velocidad y las provincias de la Gran Colombia querían cesar la pesadilla “vitalicia” y crear una federación estilo norteamericano para detener la entropía, los levantamientos, buscar salidas. Convocan una nueva constituyente, la convención de Ocaña en abril de 1828.

Y ocurre lo imposible: Bolívar en minoría y aunque no se cuestiona su autoridad, la democratización impera. Se instala en Bucaramanga a dirigir la conspiración contra el evento. El 14 de mayo de 1828 en carta a Urdaneta dice: "O´Leary… ha llegado… para persuadirme de que no hay temor alguno (de) un mal resultado de la convención…están resueltos a no firmar ni votar (lo) que no sea excelente, y…abandonarán… retirándose de Ocaña y denunciándolos a la nación como perturbadores y enemigos públicos" (Citado por F. Encina: El duelo con el sino…) Ante el escándalo de su derrota, el Libertador se “lleva las urnas”, su fracción se retira y rompe el quorum. El 27 de agosto da un golpe de Estado, clausura el Congreso, anula la constitución de Cúcuta y se declara Dictador con un decreto que llamó Ley fundamental, una “constitución” aprobada en casa, y sigue cuesta abajo. Luego vendrá el atentado contra su vida en Bogotá (25/sep/1828), que trasparenta su desamparo, por la insólita irrupción de cuarenta asesinos armados al palacio presidencial contra el presidente de Colombia, para que lo salve Manuela Sáenz, con cuatro pares de faldas.

@CarlosRaulHer