Emmanuel Macron hizo un par de jugadas hábiles para salir airoso de una ruda derrota y sobrevivir en el cargo, aunque con la votación más baja entre las tres grandes fuerzas. Dicen que “jugó sucio”, “hizo trampa”, pero sus acciones están inequívocamente dentro las normas jurídicas y la constitución. Su habilidad sorprende en un tecnócrata de las altas finanzas internacionales y no un político en sentido estricto. Ya demostró decisión y audacia en 2019 al postergar la edad de retiro, pese a una intensa oposición y exhibió coraje, sentido de Estado y comprensión estratégica de los problemas, pero Francia (y Europa) profundizan su decadencia. Llegó al poder con el plan de enfrentar los grandes nudos estructurales: la avalancha de inseguridad ciudadana e inmigración masiva; el Estado acromegálico, tal vez el más grande del mundo, cuya deuda equivale al descomunal 110% del PIB, una bomba de tiempo; la vejez y no reproductividad demográfica que hacen impagable la seguridad social, cuyo peso obliga a esquilmar impositivamente a los trabajadores contribuyentes, una minoría de la población, imposibilitada para la acumulación de capital y crear empresas. Bruselas y su Agenda 2030, intensifican la descomposición social europea, pero pocos osan enfrentarla.
Macron sobrevive, pero su presidencia fracasó. Antes de que terminaran los escrutinios para el parlamento europeo este 2024, en un acto de apariencia suicida disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones para renovarla. Parecía un acto de entrega resignada a que Agrupación Nacional de Marine Le Pen lo mandara a su casa. En pragmática desconcertante, pactó con la melange izquierdista para que en la segunda vuelta sumarán sus votos y descabezar así los candidatos de Le Pen. Sin descifrar lo que había pasado, varios observadores dijeron que Francia había votado “a favor de los crímenes” del lumpen importado, violaciones, pedofilia, drag queens, asesinatos, islamización, sin examinar con atención los resultados electorales. Como nadie tiene mayoría para nombrar gobierno, Macron podría seguir en la presidencia, tal vez hasta el fin del mandato. Macron fue ministro del expresidente socialista Francois Hollande, hoy electo diputado del Frente Popular, pero a años luz de los fundamentalistas. ¿Tendría Hollande la posibilidad de ser primer ministro?
El laborismo británico triunfa abrumadoramente porque le pasa el sarampión juvenil que sufrió Jeremy Corbyn en la tercera edad y sumergió al partido a una travesía de catorce años por el desierto. Mientras, la izquierda francesa se hundió en un radicalismo cada vez más decrépito, hasta el aterrizaje forzoso, de panza, en el antisemitismo criptonazi de Mélenchon. Le Pen es otro anacronismo y ambos representan la decadencia del liderazgo desde Pompidou, De Gaulle, Giscard, Mitterrand, Chirac, hasta el piso. Los resultados en votos de la segunda vuelta parlamentaria expresan lo contrario a la distribución de bancas del ballotage. Decía la semana pasada que Agrupación Nacional de Le Pen es la fuerza con más votos, 37%, 10 millones 100 mil sufragios, pero solo obtiene 143 diputados. Luego el Frente Popular de Mélenchon, 7 millones de votos y 182 diputados y por último el Ensemble de Macron, 6 millones y medio con 163 diputados. Le Pen pasó de 8 escaños en 2017 a 147 en 2024, (crece 18 veces) algo difícil de desestimar y habla de una organización sólida y en crecimiento explosivo, aunque los cargos no son proporcionales al número de votos, decíamos, por efectos del ballotage. El Frente Popular, al contrario, es un saco de gatos con 18 partidos.
Lo conforman desde los socialistas moderados, hasta la super ultra y los comunistas sesentosos como el mismo Mélenchon, quien antes de terminar el conteo, ya pedía ser primer ministro. Después vienen trotskistas, anarquistas, verdes, Generación, Nuevo Partido Anticapitalista, Partido de Izquierda, Picardie Debout, Partido Obrero Independiente, Gauche Ecosocialista, Alternativa Alsaciana, Plaza Pública, Humanidad y Dignidad, Radicales de Izquierda, Izquierda Republicana y varios otros grupúsculos. Ni Macron ni nadie podría “cohabitar” con esa merienda de catires finlandeses, para utilizar ese cuestionable color de piel, sin ninguna coherencia y soñando con Stalin, Trotsky, Mao, la extinción del Phillostomidae Ecrophylla, el dióxido de carbono, el veganismo y la revolución mundial. Tres cosas los unen sólidamente: los financiamientos multilaterales, la epifanía de que Biden no es malo como Putin y que el “imperialismo contra los pueblos”, tampoco es como lo pintan. Entre los economistas más conocidos del mundo están Ben Bernanke, Michael Porter, Juan Ramón Rallo, Mariana Mazzucato, Steve Anke, Penélope Koujianou, Ricardo Haussman, Esther Duflo, Emre Alkin, Daniel Lacalle, Jaques Sapir.
Pero el programa de gobierno del Frente Popular tiene que venir de los nuevos asesores estratégicos del proletariado y filósofos de la política francesa, Kylian Mbappe y Aurelien Tchouaméni (“este es un triunfo del pueblo”) del Real Madrid y Jules Koundé, del Barsa, quien dice que “el alivio es igual a la preocupación de las últimas semanas, es inmenso. Felicitaciones a todos los franceses que se han movilizado para defender ese hermoso país y que no se encuentre gobernado por la extrema derecha”. El programa del Frente Popular es una asombrosa retahíla de locuras e irresponsabilidades propias de los más más insólitos populismos, kirchnerismo depurado, una perspectiva colegial del mundo. Regresar la edad de jubilación a los 60 años, subir el salario mínimo hasta 2150 euros, duplicar el gasto para la construcción de viviendas sociales, congelar los precios. Propone fijar un impuesto de 90% contra quienes obtengan ganancias superiores a 400. 000 euros al año, es decir, acabar con las empresas, al estilo cubano. Francia entre 2012-2014 vivió un intento similar de “impuesto a la riqueza”, un poco más benigno, porque pechaba por encima de un millón de euros anuales y se produjo una violenta fuga de capitales. Curtidos por esa experiencia, los mélanchonistas plantean un “cerco impositivo” o “tasa de salida”, secuestrar las inversiones, para que no se repita.
Eso en el país de mayor deuda pública de Europa, 110% del PIB, en la decadencia implacable de Europa, hoy de tercera por detrás de China en el PIB Mundial. La remota sospecha de un gobierno del Frente Popular, produciría una superlativa emigración de capital y el descalabro de la zona Euro. Durante ese período entre 2012-2014, uno de los mayores inversionistas del mundo, Bernard Arnault se nacionalizó belga y el actor Gerard Depardieu, ruso. Dice el economista Juan Ramón Rallo que a cambió de los estragos ocasionados, el pánico empresarial y el escándalo en el mundo, la recaudación fue aplastantemente ridícula. Apenas “260 millones de euros en 2013 y 160 millones en 2014 …0.1 del déficit fiscal y 0.01 del gasto público…el fiasco fue tan grande que en 2015 erradicaron la medida. En Francia hay 9 millones de personas pobres, y por lo tanto la recaudación del 'impuesto a la riqueza’ permitiría entregarle a cada una la cuantiosa cifra de 17 euros al año”. No son medidas distributivas sino “castigos”, los que las imponen ni siquiera saben sacar cuentas y los que saben, no les importa. Hay que ser muy tonto para creer que semejantes disparates pueden reducir la pobreza y tienen una intención punitiva contra quienes levantan empresas o se destacan por sí mismos.
@CarlosRaulHer
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