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Los primeros días de Trump

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 5 min.

Desde hace muchos años he seguido de cerca la política norteamericana y siempre me llamó la atención que, para los asuntos importantes, casi siempre los republicanos y los demócratas llegaban a acuerdos para aprobar medidas beneficiosas para todos sus ciudadanos. Esa manera de proceder fue cambiando hasta el punto de que los republicanos se opusieron radicalmente a cualquier iniciativa de Barack Obama, fuera esta sobre los inmigrantes, la protección del ambiente, el seguro de salud para los ciudadanos de menos ingresos, el nombramiento de un miembro de la Corte Suprema de Justicia, etc.

Ahora con Trump en la Casa Blanca, este enfrentamiento con el llamado establishment de Washington ha llegado a extremos que podríamos llamar incandescentes. Trump es el jefe y quiere imponer en el gobierno de Estados Unidos el estilo pugnaz con el que siempre manejó sus negocios.

Las peleas son diarias y múltiples: contra los medios, especialmente los dos periódicos más liberales, el New York Times y el Washington Post; contra los demócratas y cualquier iniciativa aprobada por el gobierno de Obama; contra los defensores del medio ambiente; contra los inmigrantes especialmente los mexicanos; contra la Unión Europea; la OTAN, Angela Merkel, CNN y otras cadenas de televisión. El número de enemigos a vencer, y si es posible humillar, es inmenso y cada día parece aumentar.

Trump no está dispuesto a aceptar disensiones ni diferencias. Sus adversarios políticos no son simplemente adversarios sino enemigos y por lo tanto hay que tratarlos como tales. En esto me recuerda a Chávez, que convirtió a Venezuela en un campo de batalla donde imponer a toda costa su posición, muy propio de la mentalidad militar.

En este accionar belicoso y revolucionario juegan un papel muy importante los asesores más cercanos, especialmente Stephen Bannon que tiene una estrechísima cercanía con el presidente Trump. Este es un personaje de la extrema derecha, lo que llaman aquí la derecha alternativa, la cual, por propia confesión, es racista y afiliada a los "white supremacists". Es un ultranacionalista, conservador, enemigo declarado de los acuerdos multilaterales porque considera que en esos acuerdos siempre Estados Unidos lleva la peor parte porque los demás países se aprovechan de sus aportaciones. Es además antiinmigrante. Pero su característica principal es la supuesta defensa de la civilización judeo-cristiana contra el ataque del islamismo que, según él, pretende acabar con ella.

Seguramente, Bannon es el inspirador principal de la reciente medida de Trump de suspender por 90 días la entrada de ciudadanos de 7 países musulmanes: Iraq, Libia, Somalia, Sudan, Siria y Yemen. Además prohibió la entrada de refugiados por 120 días, y si estos son sirios indefinidamente. Para enorme desagrado de Trump y sus aliados, esta medida fue bloqueada por un juez del estado de Washington, bloqueo que fue confirmado por el noveno tribunal de apelaciones de San Francisco con el voto unánime de los tres magistrados.

Ahora Trump está dudando entre las opciones de redactar un nuevo decreto, con fines similares pero más cuidadoso en sus términos, o llevar el caso ante la Corte Suprema del país. Esta última alternativa tiene el inconveniente de que podría no ser la solución ya que en la actualidad está formada por 4 magistrados conservadores y 4 liberales y la votación podría quedar empatada, lo que dejaría vigente la decisión del juez del estado de Washington.

La gran pregunta que se hacía todo el mundo antes de que asumiera la presidencia era ¿será Trump de presidente igualmente confrontador y narcisista como lo ha sido de candidato y presidente electo? La respuesta es claramente afirmativa. No ha cambiado ni un ápice su estilo. Se molestó enormemente porque el Washington Post le demostró, mediante fotos, que la multitud que asistió a la toma de posesión de Obama en 2009 fue tres veces mayor que la que acudió a la suya. Afirmó sin pruebas que los tres millones de votos populares que le sacó Hillary de ventaja vinieron del voto fraudulento y masivo de inmigrantes indocumentados. Dijo que la decisión de los jueces contra su prohibición de entrada de inmigrantes de los 7 países musulmanes era desgraciada y altamente peligrosa para la seguridad de Estados Unidos. Ha mantenido su relación especial con Putin, lo que, a juicio de la inmensa mayoría de opinadores y revistas especializadas como The Economist, es inconveniente y peligroso, e incluso sin sentido geopolítico.

Mientras tanto se ha enfrentado con el presidente de Mexico, con Angela Merkel, con la Unión Europea. Tampoco ha tomado las medidas más exigentes para mantenerse alejado de sus intereses comerciales e inversiones; en los últimos días hasta salió en defensa de los negocios de su hija Ivanka cuya línea de productos cosméticos y de vestir fue descontinuada por la cadena Nordstrom.

Mantiene la costumbre insólita de manejar su presidencia mediante el twitter. Con más frecuencia de la debida dice mentiras y exageraciones sin presentar pruebas, las que son rápidamente desmontadas por los periódicos más importantes. En resumen, no se parece en nada a ninguno de los anteriores presidentes que siempre mantuvieron una conducta mesurada, seria, responsable, como corresponde a la que llamaría la majestad del poder que tiene el presidente de Estados Unidos.

Todos los días el pueblo americano se levanta a esperar cuál medida extraña, inesperada, polémica, va a salir de los twits y decretos de Trump. Me recuerda claramente en este aspecto a Chávez, que de forma permanente tomaba decisiones que nos mantenían en vilo e incertidumbre y que constituyeron la marca de sus años de gobierno.

Es evidente la preocupación de los opinadores más prestigiosos de Estados Unidos y Europa ante las posibles consecuencias de este estilo de gobernar a la nación más poderosa del mundo. Todavía es temprano para formarse una idea definitiva sobre el destino inmediato de Estados Unidos, pero los primeros pasos auguran un período presidencial muy polémico y volátil, con secuelas que pueden ser muy perjudiciales para este país y el resto del mundo.

Hoy es evidente en Estados Unidos una sensación de temor e inestabilidad, en algunos casos hay miedo ante lo que puede venir. Hay miedo en los millones de inmigrantes ilegales que temen su deportación, en los 20 millones que tienen su salud asegurada por el Obamacare y no saben cuál es la alternativa que le ofrecerán los republicanos. Hay temor en las escuelas públicas gratuitas porque no saben si van a tener suficiente apoyo de parte de la secretaria de educación, Betsy DeVos, quien prefiere darle prioridad a la educación privada. Hay temor y suspicacia en los empleados civiles del gobierno porque no saben cuáles medidas tendrán que hacer suyas aunque no estén de acuerdo. Hay preocupación en los defensores del medio ambiente porque temen que todas las medidas del gobierno de Obama en esa área puedan ser desechadas o detenidas.

En este país hay una gran independencia del poder judicial y ese va a ser un freno para las tendencias autoritarias de Trump. Confío menos en la independencia del congreso porque hasta ahora, con contadas excepciones, el partido republicano que domina en ambas cámaras se ha mostrado totalmente de acuerdo con la política de Trump.