De acuerdo a las encuestas, la mayoría de los venezolanos percibe como muy grave la situación que atraviesa el país, tanto en el plano político, como en el económico y el social, apreciación en la que coinciden al margen de sus preferencias políticas e ideológicas. Pero más allá de los sondeos, la gente sabe de la crisis por su vida diaria, una vida difícil, compleja y hostil en casi todos sus ámbitos, al tiempo de que cada vez acepta menos las razones que da el gobierno para explicarla, todas referidas a factores ajenos a su responsabilidad (la derecha, la guerra económica y hasta la mala leche), no a sus equivocaciones épicas alimentadas en la izquierda del siglo pasado, al caudillismo, a la incompetencia, a la exacerbación del rentismo y a los niveles de corrupción, entre otras. A la vez, las investigaciones también revelan que los ciudadanos desean solventar la presente crisis de una manera pacífica y democrática.
En este contexto, desde hace unas semanas ha ido tomando cuerpo la iniciativa de plantear la revocatoria del mandato del Presidente de la República. ¿Quieren o no quieren los venezolanos continuar con este gobierno?
Esta es la pregunta asomada para que se conteste de acuerdo a lo que pautan las leyes vigentes.
¿Habrá necesidad de decir (últimamente en Venezuela pareciera que tenemos que recordarnos lo obvio, pues perdimos eso que pudiéramos llamar el sentido común democrático) que el Consejo Nacional Electoral (CNE) debe hacer todo lo posible para que tal pregunta sea respondida, porque ese es su trabajo? ¿De decir que lo debe hacer conforme a las normas, sin contradecir eso que llaman el espíritu del legislador mediante interpretaciones jurídicas ingeniosas, a lo mejor encargadas al TSJ? ¿Qué lo debe llevar a cabo sin ignorar las urgencias políticas y sin ponerle palos a la rueda para alargar los tiempos y retardar el evento, hasta cruzar la frontera del 2016, porque, según los chismes, eso es lo le conviene al gobierno ¿ Que, en fin, debe disipar las dudas respecto a su realización y darle el votante las certezas imprescindibles en estos casos?.
Por otra parte, ¿habrá necesidad de señalar que el CNE debe pronunciarse sobre las recientes declaraciones del Presidente República convocando a sus partidarios, desde ahora, a fin de llevar a cabo protestas y huelgas en el caso de que se lleve a cabo el Referéndum Revocatorio y el resultado le sea adverso? ¿De rechazar, igualmente, el pronunciamiento de algunos líderes del oficialismo, descalificando a los funcionarios públicos que se muestren partidarios de que tenga lugar? ¿Y decir, pues, que eso enrarece el clima político y enreda las cosas?
Finalmente, ¿será necesario recordar, como lo ha hecho el Observatorio Electoral Venezolano (OEV) en su última declaración, que, dada las circunstancias que vive la sociedad, no es bueno para nadie que se cree la sensación de que el juego se puede trancar? ¿Qué no es bueno ignorar el mal humor colectivo? ¿Qué no es bueno abonar las razones de los que, de lado y lado, creen en los caminos verdes, considerándolos más cortos y expeditos, no importa que no se transiten como ordenan los cánones democráticos? ¿Qué lo sensato es que el CNE sea lo que debe ser un árbitro capaz de organizar un evento que sirva para dirimir, civilizadamente, un conflicto que tiene paralizada a la nación?
HARINA DE OTRO COSTAL
Aun en esta época, con la televisión y todas sus sofisticaciones tecnológicas y con la omnipresencia de las redes sociales, es difícil de imaginar el béisbol sin sus narradores y comentaristas. Los aficionados no podemos prescindir de su relato vuelto cuento, como alguna vez escribió Salvador Garmendia, refiriéndose al legendario Pancho Pepe Cróquer.
Digo lo que digo como reconocimiento al recientemente fallecido Beto Perdomo, personaje inteligente y divertido, cuya voz fue emblema del béisbol en los últimos tiempos. Un gentío lo echará de menos cuando empiece la temporada, incluso, me enteré, el propio Diosdado Cabello, quien dijo en su programa que “No lo conocía pero me parecía un ser humano extraordinario, buen narrador. Hasta el año pasado fue narrador del circuito de los gloriosos Tiburones de La Guaira y hablamos con algunos de los peloteros y amigos allí”.
Me enteré, así pues, que tengo dos coincidencias, tal vez las únicas, con el expresidente de la Asamblea Nacional: somos fanáticos del mismo equipo y ambos admiramos y quisimos a Beto Perdomo. Y, además, pude constatar, de paso, que Cabello es capaz, a veces, de hablar sin golpear con el mazo. Es bueno saberlo, creo.
El Nacional, miércoles 11 de mayo de 2016