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El MAS de mis tormentos (Febrero 23, 1992)

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 10 min.

Por favor, si alguien encuentra por allí una organización política, soltera, sin compromiso, mayor de edad, un tanto desorientada pero de bastante buen carácter, y que responde al nombre de MAS le ruego que me la devuelvan porque estoy echándola de menos desde el día 4 de febrero cuando se me extravió por los lados del cine Ayacucho durante una balacera dejándonos una gran tristeza, a mí y a mi perrita. La persona que la ubique puede quedarse con el dinero, y traérmela de vuelta a la redacción de este diario o a la empresa de televisión donde presto mis servicios. Estoy dispuesto a ofrecer una razonable recompensa con tal de volverle a ver la cara, porque me he acostumbrado a marchar con ella y ya la cosa se me ha hecho costumbre al punto de que no me hallo. El lector de este aviso, podrá reconocer a la organización perdida por las siguientes características:

a) Usa como emblema un puño izquierdo con el pulgar gordo y escondido.

b) Suele preferir el color naranja.

c) Tiene un problema congénito en los otolitos, que con el tiempo se ha agravado al punto de que es muy fácil reconocerla en la calle porque cuando va hacia la izquierda camina hacia la derecha, cuando va hacia la derecha, camina hacia la izquierda, cuando decide ir hacia adelante retrocede, y cuando desea hacerlo hacia atrás, más bien adelanta.

¿Por qué la quiero? O mejor dicho ¿para qué la quiero? ¿Qué es lo que me hace echarla de menos en esta hora difícil? ¿Por qué la busco y la busco desde el 4F, y no soy capaz de olvidarla de tanta nostalgia que me produce? He aquí el tema de este aviso.

Suelo recordar a Teodoro Petkoff, mi amigo de toda la vida, hace veinte años, tratando de ordenar sus cabellos y sus ideas, durante una conversación por los lados de Sabana Grande. Hasta esos días yo lo había percibido como eso que puede llamarse un hombre rudo y angustiado. Pierde usted su tiempo aún, si lo invita a comer hongos a la provenzal o profiteroles a la crema de cassis. Su paladar funciona mucho mejor con un atávico y honesto repollo relleno, puesto que en él se da el caso de un buen apetito, pero jamás de una gula.

Esa tarde, Teodoro hablaba de una profunda insatisfacción y de una urgente necesidad de revisamos. Hasta esos días, todo había sido acción, como en los thrillers: gestos, bandazos, túneles, fugas. Tiempo después, cuando lbsen Martínez y yo éramos los dialoguistas de Salvador Garmendia, en aquella telenovela llamada La hija de Juana Crespo, solíamos divertimos imaginándonos cuñas comerciales protagonizadas por el Catire, que así se le suele llamar a este ceñudo zuliano a la hora de coger línea. Lo suponíamos, después del triunfo de una hipotética revolución, instalado en la barra del Caracas Hilton, que en ese momento se llamaría Caracas Libre, sirviendo de locutor en el comercial de un supuesto ron Revolución. El texto y la idea eran de lbsen. Teodoro a las seis de la tarde en ese bar. La cámara entra lentamente sobre su figura de espaldas al lente. Ya en plano medio, Petkoff se vuelve, queda de frente y dice: «He vivido una vida agitada». Corte a: imágenes de manifestaciones estudiantiles, bombas lacrimógenas, policías repartiendo peinillazos y universitarios exhibiendo banderas. Disolvencia a: Rostro de Teodoro en el bar, cuando agrega: «Nada me fue fácil». De nuevo, corte a: Celdas, rejas que se cierran con sonido reverberado, fieros guardias, patios de penitenciarías, custodios que vigilan a los prisioneros, dobermanns ladrando amenazantes. Y la imagen regresa a la barra del hotel Caracas Libre. Teodoro comenta a la cámara: «Y en muchas ocasiones estuve a punto de sucumbir o de perder el coraje. Pero aun en esos momentos desolados, conté siempre con la presencia sobria del ron Revolución». Movimiento de la cámara hacia un vasito de ron adornado con un cítrico. La toma asciende hacia el rostro de Petkoff y en ese momento entra a cuadro, una chica deslumbrante de cabellos castaños y mirada perturbadora. Teodoro la toma de un brazo y sale del bar, pero junto a la puerta, se vuelve, sonríe y dice: «Ron Revolución ...mi mejor camarada. Úselo, como yo, es decir una copita, cada seis meses».

Traigo este cuento porque en el fondo esconde, a la manera ibseniana, un singular drama. La mentira es Teodoro en el bar y la copita de ron Revolución. La mentira es el descanso de la chica de cabellos castaños. La verdad son los recuerdos, la pasión de mi amigo, la contundencia emocional que me hace respetarlo por encima de todos los hombres de mi generación. Estoy seguro, de que nada en él ha sido mentira, incluidas sus torpezas y sus desconciertos, su adhesión al error o al acierto, como instancias de vida. ¿Pero, es eso el MAS en estos momentos? ¿Se nos percibe, y asumo el plural a pesar de mis profundas divergencias, como unas personas con un claro mensaje en la hora y punto del país? Mucho me temo que no. Mucho me temo que de nuevo, el MAS que ando solicitando al comienzo de este aviso ha repetido su eterna adversidad, su tragedia en el sentido helénico de la palabra, esto es, imposibilidad de torcer el destino establecido por los dioses. Admitamos el desconcierto de los primeros momentos a raíz del fallido. Teodoro hablando en dos o tres canales de televisión y relatando su experiencia personal durante la plomazón. Nadie dice que en todo momento un político está en la obligación de hacer política. No, señor. Un político tiene derecho al relato, a la confusión de un cuento que se echa de prisa y desde luego a la instintiva solidaridad con el sistema que lo alberga. Lejos de mí, imaginar a Teodoro justificando de manera oportunista la acción del teniente coronel Chávez Frías, o tratando de sacar partido de un suceso inesperado, sin bordes, sin perspectiva conocida. Pero a lo largo de ese día aciago hacía falta, era urgente, (¡auxilio!) una respuesta capaz de articular o insertar o como diablos se quiera llamar lo que ha sido una conducta reiterada del MAS, ante el gobierno del señor Pérez. Me detengo un instante. Teodoro intentó hacerlo en una entrevista, creo que en RCTV a eso de las once de la mañana. Allí asomó la idea que horas más tarde, expresó el doctor Caldera en un discurso histórico, mezquinamente interpretado por algunos columnistas de este diario. Allí dijo la fulgurante palabra que unos dieciocho millones de venezolanos querían oír, el concepto que saca de quicio al profesor Cova y que revuelca en la alfombra al señor Romero. Esto es: el golpe, el que pudo ser, y no fue, el de «por ahora», el cuchillo pendiente, el nuevo comensal invitado al banquete, no brotó del cielo, no es un aerolito proveniente de Ganímedes, sino la consecuencia de un estado de descomposición nacional del cual tienen la culpa los señores Pérez, Herrera, Lusinchi y Pérez II, vale decir los gobiernos de Acción Democrática y Copei sin más vuelta de hoja. Acabo de escribir «consecuencia» para que mi admirado Cova no me inscriba en la lista de los «inconsecuentes». A ver, diccionario, ¿qué es consecuencia? Respuesta: Consecuencia, del latín consequentia: hecho que sucede a otro. Acción que se deduce de otra o de otras. Así lo dijo el señor Petkoff antes de ser interrumpido por un boletín de última hora y una cuña de Toddy.

En la tarde el doctor Caldera, a quien los hados protegen y el Toddy no interrumpe, expresó brillantemente y de muchas maneras coincidió con lo que han sido las ideas de mi búlgaro favorito y del MAS de mis tormentos desde hace por lo menos, quince años. Esto es, que lo que comúnmente denominamos democracia en Venezuela, quién sabe si por faltos de respeto, debe ser revisada, que no queremos salvadores a la una y media de la mañana, pero que tampoco podemos extenderle al Presidente un cheque en blanco y decirle, pase adelante que esto está de maravilla.

Habla el ex presidente, para evocar la desoladora imagen de Rodolfo José Cárdenas caracterizado de chambelán en los años de la primera presidencia demócrata cristiana; discursea Morales Bello, el jefe de la tribu, un señor del cual solo puede hablarse en susurro y con pañuelito y dice como era de esperarse esa barbaridad de ¡mueran los golpistas!; habla Aristóbulo y coge la seña, es decir, traduce al lenguaje sanchopancesco, el empíreo calderista, y muchachos de mi vida, le toca al MAS, ahí viene el MAS, va a hablar el MAS. Retengo la respiración ante la pantallita. El diputado, vocero de la fracción de los míos, toma el micrófono, aclara su garganta, empina el pecho. Silencio. Tensión. Nervios crispados... y fly al cuadro.

Es que desde que Puerto Rico dejó a Venezuela en el terreno durante la Serie del Caribe de 1957, yo no he vivido una desilusión semejante. Me quedé, pasmarote, atónito, empendejecido contemplando aquella ausencia, aquella línea severa, formal, a la cola de Morales Bello. Cien puntos de rating, prácticamente la sintonía de La loba herida, tirados a la basura, idos por el desagüe. Nada. Arritmia. Soledad. Protocolo. Como aquí se dijo que la cosa era un pacto y un consenso, me sabe a soda la angustia nacional y levanto mi dedito por el pacto y por el consenso. Lázaro Candal, el más grande narrador de fútbol del planeta lo describió hace unos años al imprecar: ¡Qué hiciste, papaíto!

Desde allí, se me extraviaron. Y por eso ando, solicitándolos. Para sentarnos y hablar del enigma, de por qué nos pasan tantas cosas, de por qué Caldera nos rebasa, de por qué la Causa R nos colea la parada, de cómo se llama el brujo que debemos consultar, del cariaquito, de por qué nos acomplejaba haber sido comunistas, cuando habíamos sido la primera denuncia mundial del comunismo, de por qué nos volvimos socialdemócratas, cuando la socialdemocracia comenzaba a oler a populismo, de por qué esta maldita sensación de llegar tarde y ser buenos, de no ocupar la hora y ser condenadamente honestos, de entender que Freddy Muñoz llega en taxi a la casa del doctor Úslar Pietri, porque de puro decente, jamás ha tenido real para comprarse un carrito, de por qué Pompeyo se pasó la vida usando dos fluxes, de por qué Teodoro anda en un perolito y se niega a que en la Isla de Margarita lo alojen en el Hilton, de hacer todo eso y vivir todo eso y seguir en la casilla, en el seis por ciento histórico, mis hermanos de vida.

¿No será tanto Congreso? ¿No será tanto entender?

Hace días, en Miraflores, Miguel Rodríguez a quien en lo sucesivo respetaré por su diáfano uso del idioma castellano, nos explicó a unos como intelectuales, el terrible drama que había encontrado este gobierno al asumir el poder. Fue un momento crucial, al uso de mis códigos. Dijo allí, en el Pantano de Vargas, frente a la botella de los angelitos, que Herrera Campíns con nombre y apellido, había cometido la infamia, y no hay otra palabra (aunque me duela usarla) de reconocer la deuda del sector privado a 4,30. Que ese dislate bochornoso, significó el comienzo de la ruina, y la terrible inmoralidad de premiar a unos ricos, a costillas de la miseria. Que vino el, por llamarlo de alguna manera, presidente Lusinchi y creó Recadi, el pozo de la peor corrupción «legal» vivida en una nación de esta parte del mundo. Esa tarde, terminé de entender el drama. Miguel Rodríguez, en gesto que lo honrará por siempre en mi vida, le puso nombre y apellido, a lo que este gobierno ha descrito como, «una mala situación», «un momento que debemos superar», «el fin de una era y el comienzo de otra» y demás vaguedades por el estilo. A eso llegamos y el MAS lo sabe, tanto como Rosa Alcántara mi vecina. Miguel Rodríguez hace oposición, no al gobierno. Hace oposición a la historia. No en balde, era del MAS hace unos años.

Pero el partido se me ha extraviado. No encuentra el rumbo. Ando buscándolo y se mudó de casa. Ojalá me lo devuelvan.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, se entrevistaron en Yalta, Churchill, Stalin y Roosevelt. Un día, Roosevelt amaneció enfermo de algún lumbago y no pudo llegar a tiempo a la reunión convocada. Cuestión de una inyección dolorosa. Se quedaron solos durante una hora, Stalin y Churchill, dos hombres que se odiaban a muerte, dos posiciones absolutamente irreconciliables. En eso, llegó un mesonero, con el servicio de té. Por azar, Stalin recibió la primera taza y con gesto educado dijo a Churchill: ¿Quiere azúcar? El primer ministro británico rechazó el azúcar, pero aceptó de manos de Stalin la taza de té. Hubo un largo silencio y Churchill se atrevió a preguntar lo siguiente: Stalin, ¿usted me odia? Y Stalin contestó: Después de pasarle la taza de té, lo odio un poquito menos, señor Churchill.

¿Vale la pena decir por qué?

(Recogido en la recopilación El país según Cabrujas, Caracas: Monte Ávila, 1992, p. 196-99).