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El mundo se desacomodó el 7 de octubre

Opinión
Tiempo de lectura: 10 min.

El mundo se ha desordenado en varios bloques luego del ataque de Hamás del 7 de octubre. Occidente se alineó con Israel, con Estados Unidos a la cabeza de un apoyo diplomático y militar sin restricciones, respaldado por el despliegue de dos flotas de portaviones, el refuerzo de sus bases en la región y asistencia militar masiva.

El 19 de octubre, la Unión Europea votó en Bruselas a favor del derecho de Israel a defenderse del ataque de Hamás, aunque advirtió sobre la necesidad de proteger a la población civil de Gaza. Europa no exhibió una unidad absoluta: los gobiernos de España, Irlanda, Bélgica y Luxemburgo criticaron el accionar israelí. De todos modos, la mayoría aprobó revisar las donaciones enviadas a Gaza y agudizar la vigilancia sobre el integrismo islámico en su esfera. Esa postura no fue una sorpresa; 20 de los 27 miembros de la UE no reconoce al estado palestino y sí a Israel.

El segundo bloque está formado por el universo musulmán que representa a 1.500 millones de personas. Ese conjunto también buscó una postura común durante la reunión árabe islámica celebrada en Riad, Arabia Saudita, el 11 de noviembre.

El documento final refleja un resultado ambiguo. Como es previsible, emite una condena a las acciones de Israel en Gaza e identifica a Occidente como responsable de la crisis, sin profundizar en las causas de la escalada.

En Riad se dio un ejercicio de catarsis colectiva que quedó en propuestas de aplicación imposible como el retiro de Israel a las fronteras de 1967 y que el Este de Jerusalén sea su capital. El comunicado abunda en recomendaciones y propuestas inviables.

Propone un boicot económico contra Israel y el cierre del espacio aéreo común a su aviación comercial. Pero se trata de propuestas de carácter no obligatorio, por lo que su influencia es escasa. Tampoco propone medidas concretas para asistir a los gazatíes ni ordena la apertura del paso de Rafah, en la frontera entre Gaza y Egipto, para que escapen de los combates, ni medidas de carácter concreto, es decir militar, para materializar aquello que consideran una solución justa y equitativa para los palestinos

Tampoco se ordenó, como sugiere el comunicado, que E.U. y otros países que apoyan a Israel dejen de utilizar las bases en los territorios de los países reunidos para reforzar la defensa del estado judío. Los Emiratos Árabes Unidos, Jordania e incluso el combativo Qatar, entre otros, siguen tolerando el esfuerzo militar occidental desde su territorio.

Lo que explica esta diferencia entre expresiones y hechos son las profundas grietas que atraviesan el espacio musulmán, que van más allá de las disputas ya milenarias entre los chiitas liderados por Irán y la mayoría sunita, que está representada en gran parte por los sauditas y en menor grado por Turquía.

El 7 de octubre hizo más evidentes esas tensiones. Irán llegó a la cumbre con un pedido para dotar de más armas a los palestinos, mientras que los saudíes impusieron la idea de avanzar hacia la construcción de un estado palestino y Turquía, con menor densidad de alianzas, intentó ganar protagonismo exagerando su confrontación con Israel, con la propuesta de llevar a sus dirigentes a los estrados internacionales para que sean juzgados por delitos contra la humanidad. El comunicado final reflejó la primacía de Arabia Saudita y sus aliados, que lograron frenar la yihad que reclamaba Teherán desde antes del inicio de las sesiones.

El derrape turco es quizá la novedad más importante en los reacomodos geopolíticos. Por ser integrante de la OTAN, su rol de enlace con Occidente es crucial, pero ese peso no se reflejó ni en las conclusiones ni en los debates. Todos saben que el control de la puerta del Bósforo, que impide el paso de Rusia hacia el Mediterráneo, tiene de rehén a los países que integran la alianza atlántica en su lucha por liberar a Ucrania de la presencia rusa. Pero los participantes optaron por un enfoque regional que le quitó peso a Erdogan, quien aspira a ser el referente “no religioso” del islamismo del futuro.

Otro aspecto de la crisis dentro del universo musulmán, oculto por lo que sucede en Gaza, son los conflictos que se recrudecen en su seno, mucho más espesos que el que atraviesan los palestinos. Desde 2011, Siria está en una guerra civil que ya provocó 400,000 muertos y 13 millones de desplazados. Al norte, soporta la ocupación turca de su territorio y en el sur la ocupación de hecho de Hezbolá, que actúa cada vez más como un estado paralelo con el apoyo iraní. Turquía busca resolver mientras tanto el problema de los refugiados sirios y afganos, que ahora va a agravarse por la decisión de Pakistán de deportar a 4.3 millones de refugiados de esa nacionalidad. Se les van a sumar 5 millones de afganos que también va a expulsar Irán.

Irán, por su lado, sigue enfrentando una rebelión contra las restricciones religiosas del régimen teocrático y las turbulencias en zonas kurdas y azeríes, mientras Turquía acrecienta su influencia sobre la segunda etnia en su alianza con Azerbaiyán contra Armenia.

Pese a las sonrisas en la cumbre de Riad, Arabia Saudita lanzó en esa misma jornada un ataque contra la facción hutí en Yemen, que responde a Irán. Turquía e Irán se siguen enfrentando a través de los grupos que apoyan en la guerra interna en Libia, mientras las facciones de Sudán explotan las diferencias entre potencias árabes para recibir apoyos de emiratíes o cataríes para sostenerse en la guerra civil. Los talibanes no resuelven su disputa con Irán por el uso del río Helmand y los argelinos y marroquíes siguen en disputa por el Sahara Occidental mientras Argelia se alinea con Irán, apoyando abiertamente las acciones de Hamás.

A estos conflictos en curso en el espacio coránico se deben sumar los que los enfrentan con otros bloques religiosos. Por nombrar algunos de ellos, podemos mencionar la situación de los musulmanes chinos uigures, la censura del gobierno turco a su minoría armenia y la persecución a minorías católicas en Indonesia y Pakistán. Los musulmanes cargan muchos conflictos pendientes, pero la crisis entre Israel y los palestinos parece ocupar toda su urgencia y potencia política.

Israel, en tanto símbolo de Occidente enclavado en el centro del mundo musulmán, cumple una función de símbolo unificador que distrae, pero no resuelve las tensiones violentas que lo atraviesan. Por eso, hablar de un bloque funciona solo si se remite a Israel y su actividad en Gaza y, en menor medida, al estado palestino.

El objetivo de la cumbre parece haber sido cubrir las expectativas de las masas musulmanas en estado de efervescencia y a los grupos en todo el mundo, islámicos o de otros perfiles, pero reactivos hacia los judíos, con el fin de socavar el apoyo que sus gobiernos otorgan o pudieran otorgar a Israel.

Hay un tercer grupo de países que aún no se sinceran; que observan expectantes el movimiento de las placas tectónicas para posicionarse. El promedio de reacciones contra Israel no trae buenos presagios para Occidente. Las tensiones irresueltas en el Islam y la dificultad de las potencias alternativas tampoco son un buen augurio. Sin un poder ordenador, tantos cambios suponen un escenario más complejo que seguirá buscando la entropía.

China tiene lazos de interdependencia con Irán por la necesidad de proveerse del crudo persa y de contar con socios para incrementar su presencia en la región. Teherán es la puerta para Siria, Irak y el Líbano, que junto a las zonas rebeldes hutíes de Yemen configuran un bloque enfrentado a Irán. Pero Pekín sabe que las grietas en el mundo musulmán y su dependencia a otras fuentes de petróleo hacen que deba construir un equilibrio delicado frente a la crisis y por ende balancear su postura para, además, no confrontarse con Occidente, que sigue siendo su principal comprador externo.

Rusia adoptó una postura que tiende a confluir con Irán, su aliado y proveedor providencial de municiones y drones para seguir su invasión a Ucrania. El presidente Putin ya mostró sus cartas al criticar a Israel por su respuesta en Gaza y dejar en un plano secundario a Hamás y el rol de los iraníes. Pero, aunque su red de propaganda ya tomó una posición decidida a favor de la estrategia de propaganda de Irán, en lo formal no ha roto aún lazos con Israel.

India ya se posicionó del lado de Israel, y es consecuente con la alianza entre ambos países y el alineamiento de su histórico adversario, Pakistán, con Hamás. En América Latina proliferó la posición de condena a Israel y de omisión del rol de Irán en la crisis como apoderado de Hamás y otros grupos como Hezbolá y la Yihad islámica. El llamado de Chile y Colombia para que regresen sus embajadores en Israel y la ruptura de relaciones de Bolivia son ejemplos de una empatía cada vez menos disimulada con todo lo que se esconde detrás de la prédica a favor de los palestinos. Venezuela, Cuba y Nicaragua, en tanto integrantes del eje político contrario a Occidente, se posicionaron fuertemente contra Israel.

África recorre un camino similar. En la ONU, donde el 28 de octubre se sometió a voto una moción para reclamarle a Israel una “tregua humanitaria y un cese de hostilidades” en Gaza, ninguno de los estados africanos votó en contra y solo cuatro se abstuvieron.

La moción reclamaba un freno a la ofensiva israelí contra Hamás que implicaba favorecer la defensa del grupo terrorista. El haberla presentado junto a un pedido humanitario y disociarla de una condena a la masacre previa o el reclamo para la liberación de los 240 rehenes en manos de Hamás, fue un astuto golpe de efecto. La declaración fue aprobada con 120 votos a favor, 14 en contra y 45 abstenciones. Fue neutralizada por el veto de E.U.

En el resto de Asia y de Oceanía se presenta un escenario semejante, con países que no apoyan a Hamás pero sostienen una postura cada vez más crítica a Israel. Si hubiese que medir la opinión promedio de este grupo mayoritario de países que no toman una postura definida, está claro que están atentos a la evolución de la crisis mientras sostienen una mirada pública negativa hacia las acciones israelíes en Gaza, con condenas menos enérgicas hacia Hamás y sus patrocinantes. En otras palabras, Irán, el cerebro detrás del 7 de octubre, logró posicionarse para salir indemne y tuvo éxito al aislar políticamente a su enemigo en el conteo numérico de estados.

Esas tensiones permiten identificar una creciente confrontación con Occidente y sus valores culturales como explicación profunda de la reacción en el conjunto de las naciones musulmanas. En la fuerza occidental para apoyar a Israel se corrobora un curso de colisión cuyo riesgo excede enormemente las consecuencias puntuales del conflicto en Gaza.

Luego hay que alertar sobre lo efímero de algunos acomodamientos. El bloque que apoya a Irán y ejerce una sutil confrontación con Occidente reboza de petróleo, gas y materias primas. China tiene una primacía exportadora, pero hasta aquí llega la posibilidad de buscar ventajas a largo plazo en un divorcio entre hemisferios. Mas allá de la épica para satisfacer a los grupos mayoritarios o minoritarios, no tienen mucho más que ofrecer y Occidente sigue representando cerca del 60% del PIB global y su presencia financiera y tecnológica no tiene adversarios o reemplazos. Y los pueblos no se alimentan con consignas viriles para acudir al combate.

Rusia e incluso la India pueden ejercer una influencia política alternativa por su tamaño, ojivas nucleares o demografía. Pero en la vida cotidiana, los realineamientos tienden a revertirse cuando la realidad económica se impone a las furias ideológicas pasajeras. Es algo que los saudíes ya mostraron al evaluar su posición y aclarar que, pese a su prédica contra Israel, el acercamiento suspendido por la acción de Hamás se reanudará una vez superada la crisis. Es un error cristalizar el escenario y confundir al fotograma con la película.

El panorama que surge de la crisis del 7 de octubre supone realineamientos sin un patrón ordenador. Organizarse contra Israel u Occidente no supone un orden, solo una oposición. Tampoco resuelve las contradicciones que pudieran suspenderse por la organización de una alianza. De algo sirve la experiencia de los cuatro años en que estadounidenses, soviéticos, británicos y franceses se unieron para enfrentar a los nazis. O la creación del Eje que se le opuso y que duró cinco años. Desaparecido el motivo de cohesión llegó la paz, que duró hasta 1949. Entonces comenzó la Guerra Fría que duró 40 años y trajo conflictos que le costaron la vida a 60 millones de personas. Es la misma cantidad de víctimas que provocó la Segunda Guerra Mundial. 

No.299 / noviembre 2023

Letras Libres

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