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Naomi Klein: “Solo una renuncia de Biden puede frenar a Trump. Ha enfurecido a los jóvenes al apoyar el genocidio en Gaza”

Opinión
Tiempo de lectura: 14 min.

La primera vez fue en 2011, en un baño público próximo a la acampada de Occupy Wall Street.

“¿Has oído lo que ha dicho Naomi Klein?”, le preguntó una mujer a otra, indignada por unas críticas a la manifestación de ese día.

Klein, que las escuchó tras la puerta de uno de los cubículos y no había dicho nada al respecto, las corrigió al salir: “Me parece que estáis hablando de Naomi Wolf”.

Entonces, la confusión aún tenía cierto sentido. Ambas se llamaban Naomi y eran escritoras de izquierdas “de libros de grandes ideas”: feminismo, en el caso de Wolf, autora del éxito El mito de la belleza; los descontentos de la globalización, en el de Klein. Las dos eran judías de pelo largo moreno. Hasta sus parejas compartían nombre: Avram. Pero, después, Wolf se deslizó por el abismo de las conspiraciones, se hizo antivacunas, negacionista electoral, y empezó a aparecer en el programa de Steve Bannon, ideólogo del trumpismo y líder de la internacional nacionalpopulista. Cayó, como la Alicia de Lewis Carroll, en la madriguera, y la confusión trascendió el mero incordio hasta inspirar un poemilla que se hizo viral: “Si la Naomi es Klein / todo bien / si la Naomi es Wolf [pronúnciese Wulf] / uuuuf”.

Así que Klein (Montreal, 53 años) decidió durante la pandemia que debía escribir un libro a partir de “La otra Naomi”. Se titula Doppelganger, como cierto arquetipo de la literatura, no solo fantástica, que resulta de combinar en alemán Doppel (doble) y Gänger (caminante) y que Freud describió como “esa especie de miedo que parte de lo que antaño conocíamos bien, pero que de pronto se torna ajeno”. Editado por Paidós y traducido por Ana Pedrero e Ignacio Villoro, llega en español a las librerías.

Gracias a sus exitosos ensayos No Logo (1999), manifiesto contra la globalización corporativa, y La doctrina del shock (2007), sobre Milton Friedman y sus recetas para el (capitalismo del) desastre, Klein se erigió en una de las voces más influyentes de la generación altermundialista del cambio de siglo, la que salió a las calles en Seattle, Génova y Porto Alegre, y volvió a hacerlo una década después para acampar en las plazas de Madrid a Nueva York. A la lucha contra la negación del futuro que trajo el cambio climático a los hijos de aquellos manifestantes dedicó Klein su activismo de la década siguiente (y los libros Esto lo cambia todo y En llamas, también en Paidós).

Doppelganger es otra cosa: una memoria personal e intelectual de la pandemia, una historia cultural sobre la idea del doble (de Doctor Jekyll y Mister Hyde a Vértigo o la magistral novela de Philip Roth Operación Shylock) y un tratado sobre la desinformación y cómo internet nos incita a crear nuestros propios clones para alimentar una cierta identidad de marca personal. Trata sobre ver cómo personas a las que creías conocer regresan radicalmente cambiadas de un día para otro de los rincones más oscuros de las redes sociales, y sobre quedarse “sin palabras” ante las teorías de la conspiración. El resultado es un brillante artefacto sobre el mundo en el que vivimos, con su difusión de la realidad y su abono para el extremismo, que no escatima críticas a la suficiencia de la izquierda y a la dialéctica del “nosotros contra ellos”.

La auténtica Naomi Klein estaba el jueves pasado poco después del amanecer esperando en el pintoresco puerto de Sechelt la llegada del único pasajero del hidroavión de línea que cubre el trayecto desde Vancouver. Estaba previsto que la entrevista se celebrara en la universidad de la ciudad canadiense, donde imparte una asignatura sobre justicia climática, pero hubo que reprogramar el encuentro debido a una tormenta de nieve.

Klein se mudó desde Estados Unidos junto a su esposo y su hijo a este remoto rincón de la costa sur del Pacífico canadiense durante la pandemia para “estar cerca de sus padres”. Fue entonces cuando empezó a obsesionarse con su doble, y a recibir clases de escritura. “Doppelganger”, explicó al volante de su 4X4, que condujo por carreteras nevadas, “surgió del deseo de escribir diferente. Estaba aburrida de la no ficción tradicional y deprimida de lo que esta era capaz de lograr. No me veía con fuerzas para hacer otro libro-alerta sobre que solo nos quedan cinco años para evitar la catástrofe climática”.

PREGUNTA. De la creadora de eslóganes como “no logo” o “capitalismo del desastre”, llega ahora el “mundo del espejo”. ¿Cómo lo define?

RESPUESTA. Tiene que ver con el concepto del doppelganger. Hemos creado una suerte de partición de la sociedad, una línea divisoria entre “ellos y nosotros”. El mundo del espejo no es solo donde Bannon y Wolf viven con sus teorías de la conspiración, es también una dinámica que se ha establecido entre el centro-izquierda y la derecha alternativa. Son como realidades paralelas, con medios, editoriales, redes y discusiones que discurren sin tocarse. Se reflejan, pero no se cruzan.

P. ¿Como uno de esos espejos de la comisaría para ver sin ser visto?

R. En cierto modo. Bannon y los suyos observan a la izquierda, estudian a quién dejan atrás y qué argumentos conviene absorber para su proyecto político. Es parecido a lo que hace Georgia Meloni, en Italia.

P. O Vox, en España.

R. Son todos parte de la red internacional de Bannon. Vengo de los movimientos antiglobalización, y me llama mucho la atención cómo ciertas ideas nuestras han sido absorbidas por esa extrema derecha para retorcerlas. Señalan entre sus enemigos a los globalistas, los bancos o las compañías tecnológicas, pero no desde la crítica anticorporativa, sino para atacar a los migrantes, a los vulnerables. Recogen argumentos abandonados por el centro y la izquierda para absorberlos en provecho de la agenda fascista. Bannon me interesa como síntoma de un cambio sísmico en la derecha del que forma parte Trump. Como cerebro de una operación internacional, ha superado a la izquierda estadounidense, tan provinciana. No saben mirar más allá de la frontera.

P. Todos conocemos a alguien que cayó por la madriguera y que vuelve irreconocible, atiborrado de teorías conspirativas.

R. Hay un cierto engreimiento de la izquierda cuando recurre a esa imagen. Dicen: “No, nosotros no hemos caído por la madriguera, la realidad está de nuestra parte, estamos comprometidos con la libertad, con la ciencia”. En el fondo, es una distracción pensar que se está en el lado correcto del espejo. Por eso también hablo en el libro de las “zonas de sombra”, a las que preferimos no mirar, pero que demuestran que vivimos en un mundo basado en la explotación, la contaminación y el colonialismo, y que nadie es inocente. En los días de No logo, se trataba de llamar la atención sobre algo inadvertido. Ya no podemos fingir que no tenemos toda la información.

P. ¿Y qué demonios pasó con la realidad?

R. Me hace gracia la pregunta de qué es la realidad. Se la hice al escritor ojibwe Jesse Wente. Me dijo: “La realidad es una montaña”. Tal vez necesitemos volver a lo básico, porque ya no estoy segura de que Canadá sea real o de que el dinero lo sea. No sé lo que es la realidad, pero sé que las montañas son reales.

P. En su investigación, viajó a las catacumbas de internet. Escribe: “Los teóricos de la conspiración se confunden en los hechos, pero aciertan con las emociones”. ¿Entendió por qué la gente acaba absorbida por el agujero? ¿Le tentó dejarse caer?

R. Las teorías de la conspiración satisfacen un impulso de entender, aunque las razones sean incoherentes. Es natural que la gente busque respuestas. Yo misma las busco, dibujo mapas para explicar el mundo a partir de sistemas como el capitalismo o el colonialismo, porque esos sistemas lo explican mucho mejor que una conspiración que dice que los judíos, los chinos o los miembros del Club Bilderberg se reunieron en Davos para urdir una pandemia para enriquecer a las farmacéuticas. Ojalá fuera culpa de Bill Gates: sería más fácil resolver los problemas deshaciéndonos de él. Cuanto más estudias el capitalismo, más resistente te haces a las conspiranoias. La única forma de contrarrestar la cultura de la conspiración es reconocer que la gente tiene buenas razones para sospechar y sentirse traicionada. Necesitan un chivo expiatorio, y eso es peligroso. En momentos de gran quebranto colectivo, como los años treinta o ahora, la gente quiere explicaciones a por qué se torcieron las cosas. Si no llegan a un análisis que invite a buscar juntos una solución, empiezan los conflictos. Y la cosa se puede poner muy fea. Me parece que estamos en ese punto.

P. Cuando alguien como Wolf se pasa al otro lado… ¿busca recuperar lo que perdió en este? John Milton decía: “Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”.

R. Hay algo perverso en saber constantemente qué de lo que vendes funciona. Todos estamos pendientes de esa retroalimentación inmediata en las redes sociales. En el caso de Wolf, creo que fue esencial el oprobio al que fue sometida tras la publicación de su libro de 2019 Outrages, en el que interpretó erróneamente archivos sobre supuestas ejecuciones por sodomía en la Inglaterra victoriana]. Le quedó muy claro que nunca más iba a colocar otro ensayo en los cauces tradicionales. Pero lo cierto es que ha escrito dos más, más uno a medias con Bannon. Tal vez no te enteraste, porque sucedió en el mundo del espejo. No creo, con todo, que lo haga por dinero. Tiene que ser porque piensa que es lo correcto, aunque sea como parte de un delirio increíble.

P. ¿Cómo reaccionó a la publicación de Doppelganger?

R. Lo achacó a una conspiración para destruir su reputación, como si ella misma no la hubiera destruido sola. La conspiración es la siguiente: mi marido [el cineasta y periodista Avi Lewis, que en 2021 se presentó a las elecciones federales en Canadá] trabaja para empresas farmacéuticas, cuando en realidad se limitó a hablar en unos eventos para extender la cobertura de la sanidad universal en Canadá, que no es exactamente lo que las farmacéuticas desean. También descubrió que mi suegro fue el embajador de la ONU para el sida en África. Eso aparentemente lo convierte en agente de las farmacéuticas. Según esa teoría, ambos me pidieron que escribiera este libro para atacarla. No le hago mucho caso, aunque su marido me preocupa más: tiene más armas.

P. ¿Cree que es buena idea proscribir a gente de las redes sociales o que eso los hace más fuertes? Wolf se presenta a sí misma en X como “la que ha sido expulsada ocho veces y sigue teniendo razón”.

R. No es verdad que se pueda desplataformizar a alguien. No existe el poder de expulsarlos de todas las redes que existen. La derecha ha sabido cómo convertir esos vanos intentos en condecoraciones.

P. En el libro define las redes sociales como un “baño global asqueroso y poblado de gente”. En el caso de Twitter, el retrete es además propiedad de Elon Musk.

R. Desde que lo compró, es mucho peor. Parte del problema es que hemos dejado de confiar en los medios. Cuanto más nos fiamos de esas plataformas corporativas para obtener información, más se agrava ese problema.

P. Parece que una parte de la juventud ve la extrema derecha como algo excitante frente a la izquierda, aburrida y mojigata. Como quien disfruta más con un monólogo bestia de Ricky Gervais que con chistes políticamente correctos.

R. Es cierto, y es peligroso. Tiene que ver con la pasión censora de la izquierda, esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliega cuando alguien se pasa de la raya. Podríamos hablar de la cultura de la cancelación, si no fuera un concepto tan cargado. No tengo duda de que a veces incorpora un cierto elemento de matonismo, que tiende a orillar a cualquiera que se salga de la raya. No soy la única persona en la izquierda a la que eso le preocupa. Puede que a esos jóvenes la izquierda les resulte asfixiante, un lugar en el que un error puede hacer que tus amigos se vuelvan contra ti, y que crean que la derecha es ese ámbito en el que es posible estar en desacuerdo, aunque no sea verdad. En ambos lados del espejo hay control, pero creo que la derecha aprovecha mejor esa estrategia para sumar gente a su causa. Ojalá en la izquierda pensáramos más en cómo engordar nuestras filas en lugar de en cómo depurarlas. Ese es parte del problema de las universidades, donde se ha normalizado cancelar discursos de personas con las que no estás de acuerdo. El discurso sobre Palestina está ahora siendo severamente restringido. Y libramos esa batalla por la libertad de expresión con una mano atada, porque las mismas personas que dicen que no se censure ese discurso intentaron cancelar a [el pensador conservador canadiense] Jordan Peterson hace unos meses. Hoy basta que alguien que se considere una víctima se sienta mal para que algo ya no se pueda decir. Esa política de la diferencia está sirviendo para censurar cantos como “Desde el río hasta el mar” o la exhibición de banderas palestinas en los campus.

P. Visto en perspectiva, el principio de la pandemia fue una ilusión para quienes creían que íbamos a salir mejores de ella. Mientras, en el otro lado del espejo se iban cargando de odio por las mascarillas o las vacunas. Total: salimos peores.

R. Hubo algo de belleza, y al mismo tiempo destapó nuestras contradicciones: aplaudíamos a los sanitarios, pero acumulábamos papel higiénico. El problema con el capitalismo es que nos mantiene en un estado de pánico, escasez e inseguridad, y alienta nuestro egoísmo. Por eso creo en trabajar para cambiar ese sistema. No hay un futuro si mantenemos el statu quo; las cosas tendrán que cambiar, y están cambiando. A diferencia de mis libros anteriores, Doppelganger no tiene tan claro su enemigo; podría ser yo misma. Es un ensayo más íntimo. Es una amenaza tanto o más grave que la de cualquiera de mis otros libros o incluso que todos ellos juntos. Y es una historia de terror.

P. La pandemia fue el shock definitivo, y, al mismo tiempo, ese momento en el que la extrema derecha se apropió de sus teorías de La doctrina del shock para afirmar que, como en Chile en los 70 o tras el huracán Katrina, el poder se estaba aprovechando de nuestros miedos para introducir cambios de calado…

R. Fue como vivir una experiencia extracorpórea. Pero la doctrina del shock continúa. En la Argentina de Milei o tras los incendios de Maui de este verano, que se usaron para engordar el mercado inmobiliario. Y pasa ante nuestros ojos en Israel.

P. ¿Se está cometiendo un genocidio en Gaza, como defiende Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia?

R. Me parece que manejan un caso muy robusto. El mayor argumento son esos funcionarios israelíes hablando públicamente de despoblar Gaza y de la necesidad de reasentar a cientos de miles, si no millones, de palestinos. Si eso no es una limpieza étnica, no sé lo que es. Lo que está haciendo Israel es el ejemplo más claro y violento de la doctrina del shock que quepa imaginar: tenemos a un gobierno de extrema derecha con planes explícitos y esperanzas de despoblar Cisjordania y específicamente Gaza, que siempre ha sido la mayor amenaza demográfica para la idea de una mayoría judía. Emplearon inmediatamente el 7 de octubre para impulsar sus sueños y ambiciones más radicales. Ojo, no estoy diciendo que fuera una conspiración, sino una oportunidad para un grupo de personas extremadamente oportunistas. Y sí, creo que toda esa operación se ajusta a la definición de genocidio.

P. En Doppelganger cuenta una vista suya a Gaza, en la que fue hostigada por el ejército israelí. ¿Le sorprendió el ataque del 7 de octubre?

R. Fue una sorpresa para todos, también para Netanyahu. Porque había estado allí y conozco la arquitectura [de la ocupación], entendí por qué hubo quien lo equiparó con la fuga de una prisión. Por supuesto, me horrorizó ver el alcance de la masacre de Hamás. Como alguien que ha sido parte de los movimientos de solidaridad palestina durante mucho tiempo, sé lo importante que es para Palestina que el derecho internacional signifique algo; de eso trata el caso de Sudáfrica. Esas convenciones son tan poderosas como la fuerza moral tras ellas. Por eso me preocupó también en esos días ver a algunas personas de izquierda hablar con indiferencia sobre las violaciones del derecho internacional [de Israel]. Escribí sobre eso, y me atacaron. No era la primera vez, pero sí la primera en que esos ataques provenían también de la izquierda.

P. ¿Está creciendo el antisemitismo en Norteamérica?

R. Crecen todos los discursos del odio. La derecha usa el verdadero antisemitismo como arma, para justificarse. Escucho a judíos mayores convencidos de que tienen a la turba a la puerta de casa. Creo que les meten ese miedo para que apoyen a Israel acríticamente.

P. Trump ha firmado una victoria aplastante en el inicio de las primarias. ¿Hay algo que pueda interponerse en su camino hacia la Casa Blanca?

R. Honestamente, solo una renuncia de Joe Biden. Ha enfurecido tanto a los votantes jóvenes al apoyar el genocidio de Israel en Gaza, que dudo de que pueda ganar. Por no hablar de los electores árabes en Estados clave como Míchigan y Pensilvania.

P. Al releer No logo, hay ideas que ahora suenan naíf. No tanto por culpa del libro como de la brutal evolución del turbocapitalismo. Escribió sobre el poder de las marcas, pero no vio que todos acabaríamos convertidos en una.

R. Era algo que les empezaba a pasar a los famosos. Entonces parecía ridículo pensar que todos podríamos cultivar nuestra marca. ¿Cómo? ¿Poniendo anuncios en el periódico? No existían Instagram o TikTok. Y míranos ahora: no conozco a nadie que no se sienta frustrado por lo que tiene que hacer para alimentar su imagen en la Red. Esto está teniendo un impacto profundo en nuestra comprensión de lo que es la vida o para qué sirven las amistades.

P. Lo que era imposible de prever es el auge de películas sobre marcas, de Air a Tetris, y que una de ellas, Barbie, se colocara en el centro de un debate cultural de aparente calado sobre feminismo.

R. Barbie es como un subidón de azúcar. A todos nos gusta mientras sucede. Pero luego te sientes mal, avergonzada, con una resaca Barbie. Todas esas películas que planea hacer Mattel… me recuerdan a la inteligencia artificial, otra expresión de nuestra era de doppelgangers: es una máquina de duplicación y mimetismo, que remezcla la cultura de una manera que puede parecer innovadora, pero no lo es.

20 de enero 2024

El País – Ideas

https://elpais.com/ideas/2024-01-21/naomi-klein-solo-una-renuncia-de-biden-puede-frenar-a-trump-ha-enfurecido-a-los-jovenes-al-apoyar-el-genocidio-en-gaza.html