La evolución de la humanidad ha retrocedido en muchas partes. Es inaceptable el aumento de la xenofobia en un mundo globalizado. El extranjero que viene de otro país, no el que describe Albert Camus que lo es dentro del suyo, ya no debería inspirar temor. Ahora, generalmente no es miedo a ser invadidos por la fuerza. Con varias excepciones muy importantes, tampoco es por diferencias religiosas o culturales. Ahora es fundamentalmente por razones económicas.
El extranjero es percibido como alguien que desplaza la fuerza laboral nativa, satura los servicios médicos y desvía recursos requeridos para mejorar las condiciones locales. Este miedo hace olvidar que la data histórica indica que los inmigrantes son importantes para el crecimiento económico y para el desarrollo del país que los recibe y que muchos realizan actividades donde la mano de obra local es escasa. Venezuela fue un buen ejemplo.
A través de la historia siempre ha existido algún grado de xenofobia. A veces ha sido lineamiento de quienes detentan el poder o bandera de políticos inescrupulosos. Otras, producto de gamberros. En todo caso, debemos condenar este flagelo y educar a la población.
Frecuentemente, se tiende a magnificar las malas acciones de algunos inmigrantes. Por ejemplo, en el reciente incidente en Irlanda se destacó que uno de ellos realizó la agresión, pero se minimizó que quien desarmó al agresor fue un inmigrante brasileño distribuidor de comida.
Hoy, las malas condiciones económicas, las guerras y la persecución política obligan a millones de personas a desplazarse en busca de mejores oportunidades. A la Unión Europea llegan miles de africanos y de otras áreas. En nuestro subcontinente, familias de Nicaragua, Guatemala, Honduras y Venezuela se desplazan hacia Estados Unidos y millones de venezolanos han buscado refugio en Colombia, Ecuador, Perú y Chile. Esta situación está incidiendo en el aumento de la xenofobia en los países receptores. Es un problema que desborda la capacidad de muchos países para absorber esa población, por lo que es imprescindible mayor apoyo internacional para paliar la emergencia y para buscar soluciones que desincentiven los desplazamientos.
Desde el inicio de la república, Venezuela autorizó la inmigración de europeos. En 1843, Codazzi trajo alemanes, aunque incumplió la promesa de tenerles viviendas y animales domésticos. Solo la tenacidad de esos inmigrantes hizo posible la Colonia Tovar. En 1939, nuestro gobierno autorizó el desembarco de judíos perseguidos por los nazis y rechazados por otros países, prestándoles apoyo para que se establecieran. Antes y después vino una excelente inmigración.
Sin embargo, en el pasado tuvimos prohibición del ingreso de ciudadanos asiáticos. Caracciolo Parra Pérez, Ministro de Relaciones Exteriores, negó en 1941 la visa a japoneses
porque “los extranjeros de raza japonesa no constituyen ninguna inmigración deseable”, según cita del profesor Norbert Molina Medina en La inmigración japonesa en Venezuela.
Alardear que Venezuela acogió a muchos inmigrantes y, por lo tanto, exigir reciprocidad es infantil. Cierto que fuimos un país muy hospitalario, pero hay que tomar en cuenta que tuvimos necesidad de profesionales, técnicos, artesanos y agricultores. Es decir, el que venía llenaba un vacío, no competía con la mano de obra local. Esa inmigración nos permitió alcanzar el elevado nivel de vida que tuvimos hasta un pasado reciente. En los últimos años de la república civil se notó cierta xenofobia. Eso se debió a que las condiciones económicas habían cambiado, ya el ingreso petrolero no era suficiente, las políticas económicas habían sido equivocadas y llegaron muchos desplazados sin experticia. Así, algunos criticaban que la Maternidad Concepción Palacios estaba colapsada y cuando había un robo frecuentemente se decía que el autor era de determinada nacionalidad.
Hoy somos un país de emigrantes y, lamentablemente, unos pocos se comportan indebidamente. Algunos siguen presumiendo como cuando nuestra moneda sobrevaluada nos permitía un nivel de vida superior al de la región. Otros quieren continuar con la práctica de la “viveza criolla”, violando leyes y reglamentos. Tampoco faltan los malandros que nos desprestigian.
Sin embargo, hay que destacar que los países y la mayor parte de sus habitantes han acogido bien a nuestros desplazados. A veces algún desadaptado agrede a un compatriota y algunos incidentes como el del estadio peruano han sido magnificados. También hay que recalcar que la gran mayoría de nuestros emigrantes, profesionales o no, contribuyen positivamente al desarrollo de los países de acogida, desempeñan cualquier oficio y ahorran para enviar remesas a familiares. Además, hay varias organizaciones y personas que sin fines de lucro trabajan para apoyar a nuestros desplazados y para lograr una mejor integración. Ellos aportan para que haya más xenofilia y menos xenofobia.
Como (había) en botica:
Este 2 de diciembre se cumplen 21 años del paro cívico convocado por todos los partidos y por la sociedad civil. Atendiendo ese llamado en defensa de la democracia, los petroleros nos sumamos por decisión individual. No nos arrepentimos y seguimos presentes y comprometidos.
El domingo tendremos la farsa del referendo sobre nuestra Guayana Esequiba que, como ha dicho María Corina, es innecesario y puede perjudicarnos. Es preferible no votar, pero si alguien quiere hacerlo o es obligado por ser empleado público o recibir alguna ayuda, lo mejor es que responda SÍ en las dos primeras preguntas y NO en las tres restantes.
La intervención por el TSJ de la directiva del Colegio de Abogados de Carabobo porque en su sede se realizó un acto de María Corina es otro atropello de esos magistrados y una vergüenza para quienes aceptaron sustituir a los recién electos.
Lamentamos el fallecimiento de Iveray Arellano, compañera de Gente del Petróleo y de Unapetrol.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
eddiearamirez@hotmail.com