Pasar al contenido principal

El régimen chavista y la política del terror

Opinión
Artículos de opinión
Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 5 min.

Los dirigentes del chavismo han estado consolidando un régimen autoritario contando con la anuencia de la izquierda democrática de la región, sin embargo, las declaraciones y actitudes de Luis Almagro, Secretario General de la OEA, parecen anunciar un desencuentro. Como parte de éste, Almagro niega que el gobierno de Nicolás Maduro pueda ser calificado de izquierda. A su juicio, los gobiernos de izquierda no tienen presos políticos. La apreciación del ex canciller uruguayo no coincide con la tradición histórica de la izquierda. Desde su nacimiento, la izquierda revolucionaria ha recurrido a la política del terror para resolver sus diferencias internas y controlar la disidencia.

Este fue el caso de los revolucionaros rusos que instalaron su dictadura masacrando al zar, a su familia y a todos aquellos que se opusieron a su proyecto. Mientras Lenin vivió y dirigió el partido bolchevique, las luchas internas fueron contenidas. Cuando muere Lenin, Stalin procede a asesinar a uno por uno a los miembros del comité central del partido. Después de eliminar a estos, Stalin vive en medio de una paranoia permanente, que lo lleva a emprender purgas periódicas para acabar con sus enemigos reales o imaginarios. Una de las más terribles sucedió a finales de la década de 1930 en lo que se conoció como la era del terror.

El uso de la política del terror en los regímenes socialistas fue tan común, que comenzó a incorporarse a la teoría de la construcción del socialismo. Es así que el intelectual francés Jean Paul Sartre postuló que el terror era una fase necesaria en la construcción del socialismo. Claro está que en la tesis quedaba implícito que la misma era aplicable a los barbaros rusos o chinos, pero ni por asomo al socialismo francés.

El estalinismo aterriza en suelo cubano de la mano de los barbudos guerrilleros de la Sierra Maestra liderados por Fidel Castro, un caudillo ambicioso que luego se evidenciaría, tenía firmes deseos de eternizarse en el poder. Para este propósito, el estalinismo y la política del terror implícita en éste le caían como anillo al dedo. Los fraudulentos juicios de La Cabaña, para juzgar a los sospechosos de ser esbirros de la dictadura anterior, fueron dirigidos por el fanático revolucionario Ernesto “Che” Guevara, quien dio instrucciones de no perder tiempo en procedimientos legales burgueses. Se trataba según Guevara, de disparar primero y averiguar después, aunque esto último nunca se hiciera.

Después de los fusilamientos, se instauró un Estado policíaco que con la ayuda de la misma población organizada en Comités de Defensa de la Revolución, espiaba a amigos y enemigos. Uno de los sometidos a espionaje fue un amigo y defensor de la revolución Jorge Edwards, quien arribó a la isla caribeña como representante diplomático de Salvador Allende. Edwards, utilizando las ventajas que le proporcionaba su cargo diplomático, accedía a un bodegón de licores y delicateses que estaban vedados a la mayoría de los cubanos. Con ellos, agasajaba a sus amigos de los círculos culturales locales quienes, como es natural después de libar algunos tragos, se quejaban de las limitaciones diarias que debían afrontar: apagones, racionamiento, hacinamiento en el transporte público, ineficiencias de la burocracia.

Edwards se enteró después, por boca del propio Fidel Castro, que las reuniones con sus amigos fueron grabadas y las quejas que allí surgieron utilizadas como pruebas de sus encuentros con enemigos del Estado cubano. Debido a ello, fue declarado “persona no grata” por las autoridades cubanas. Este es el título de un libro que luego escribiría narrando en detalle el episodio. Uno de los intelectuales que asistía a las reuniones fue el poeta cubano Alberto Padilla, quien después de la salida de Edwards, fue obligado a participar en una farsa al puro estilo soviético donde confesaría sus “delitos” contra el Estado. Después de presiones diplomáticas y solicitudes de intelectuales de reconocida solvencia (algunos amigos del régimen) se le permitió a Padilla emigrar a los Estados Unidos donde murió a temprana edad; agobiado por la depresión que le generó el maltrato a que fue sometido y la posterior actitud de sus amigos que evitaban el contacto con él, como si fuera un apestoso. Ante el acoso a los intelectuales, escritores como Guillermo Cabrera Infante debieron huir utilizando las ventajas de su cargo diplomático. El exguerrillero Huber Matos fue encarcelado por veinte años por un delito de opinión, al no aceptar el giro comunista del régimen. La lista de disidentes encarcelados es larga y nos habla de un régimen que ha aplicado sistemáticamente la política del terror para mantenerse en el poder.

A pesar del rechazo que el régimen cubano provocó en muchos sectores democráticos, la aureola de prestigio de Fidel Castro se mantenía en muchos círculos de izquierda de América Latina y el Caribe, obsesionados por el reconcomio contra los Estados Unidos. Gracias a ello le surgió, en tierra de Simón Bolívar, un admirador deseoso de seguir su ejemplo y el libreto cubano. Pero lo que apasionó al novel iniciado no fueron tanto las ideas revolucionarias, sino la posibilidad de eternizarse en el poder como el propio Castro lo había hecho. Para esto, Chávez requería de la experticia de más de 40 años del régimen cubano asesinando, espiando a amigos y enemigos y encarcelando a disidentes; ello constituía una experiencia invalorable que el joven iniciado estaba dispuesto a comprar con una generosa cantidad de petrodólares. Se transformaba así el gobierno chavista en una franquicia del régimen de los hermanos Castro, como lo ha planteado la politólogo Colette Capriles. El anciano autócrata, que desde la década de 1960 ambicionaba ponerle la mano al petróleo venezolano, vio su sueño realizado gracias a las ambiciones del pichón de dictador, que secretamente aspiraba sustituirlo como icono de la izquierda revolucionaria latinoamericana.

Con la aprobación de la izquierda latinoamericana y la guía espiritual del anciano déspota, se establecieron las bases de un nuevo régimen autoritario que siguió al pie de la letra el guión cubano: la utilización del sistema judicial para organizar juicios amañados y encarcelar a los disidentes sin prueba alguna; la compra de medios de comunicación o la clausura de medios independientes con el propósito de crear una hegemonía comunicacional; la creación de bandas armadas (colectivos) para asesinar o aterrorizar a los disidentes y torpedear las protestas de la oposición al régimen.

Las declaraciones de Luis Almagro, con las que iniciamos este artículo, abren una nueva etapa donde la izquierda democrática parece estarse deslindando de los regímenes de izquierda autoritarios. Son buenas noticias, después de todo, que el ex canciller uruguayo Luis Almagro se haya percatado de la naturaleza del régimen de Nicolás Maduro y su uso de la política del terror para atornillarse en el poder.

Profesor UCV