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Río 2016 y el primer ministro japonés disfrazado de Super Mario

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Tiempo de lectura: 4 min.

Río 2016 fue la frustración de los pesimistas que creían que las instalaciones no estarían listas, que la bomba política brasileña explotaría y que el zika se volvería epidemia. Fue, por el contrario, un encuentro vistoso y tranquilo, capaz, en medio de ciertas fallas organizativas, de recibir a 205 naciones, 10 más de las que tiene registrada la ONU. Un evento que duró 17 días y costó más que los casi 19.000 millones de dólares de la edición anterior celebrada en Londres. Una cita que reunió a alrededor de 10.500 atletas, inclusive una conmovedora delegación de refugiados, señal triste de los tiempos que vivimos, y contó con una gran participación femenina, a pesar de que en el terreno deportivo el machismo aún defiende posiciones. Fue la rivalidad en nombre del nacionalismo, dentro del marco de la globalización. Fue la competencia en 28 disciplinas, entre las que no figura el béisbol, pero sí el taekwondo.

Fue, en fin, la vitrina a la que se asomaron decenas de millones de terrícolas, pero no tantos como los que ven el Campeonato Mundial de Futbol.

II.

Río 2016 fue la reiteración de que el deporte es mucho más que el deporte. Que es también un enorme negocio, comparable a los más importantes, el petrolero o el farmacéutico, por ejemplo. Que se mueve a partir de un enorme complejo institucional que supone, de manera cada vez más relevante, la presencia de laboratorios que generan innovaciones tecnológicas, santas y no tanto, orientadas a mejorar el desempeño de los deportistas.

Fue la reafirmación de que lo importante no es competir, sino ganar más o menos a como dé lugar, contrariando lo que predica el evangelio contenido en la Carta Olímpica. Fue el deporte asumido como la guerra por otros medios y el fair play convertido en un concepto acomodaticio, sobre todo fuera de las pistas, de las piscinas y de las canchas.

III.

Río 2016 fue el dopaje flotando en el ambiente. Las alarmas prendidas con mucha anticipación y la necesidad de armar un poderoso sistema anti doping. Fue, el escándalo previo con el atletismo ruso, en el que se involucró propio gobierno y que terminó con la exclusión, también, del equipo paralímpico. Fue, así mismo, la denuncia de los pesistas búlgaros descartados antes de tomar el avión rumbo a Brasil. Fue, pues, la sospecha generalizada, alimentada, entre otras cosas, por la presencia de atletas sancionados en eventos anteriores. Fue un nadador francés, Camille Lacourt, medalla de plata, acusando al chino Sin Yang, medallista de oro, de que “mea morado”. Fue, además, la duda con respecto a la capacidad de detectar el dopaje genético y la casi convicción de que científicamente se avanza más en los modos para potenciar ilegalmente el rendimiento del atleta que en el desarrollo de los medios para impedirlo.

IV.

Río 2016 fue la consolidación del dominio de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Rusia, Francia, Italia, Holanda, China, Japón y Australia, que se llevaron más de la mitad de las medallas, igual que en los juegos de Londres (con la excepción de Japón), indicador, según ciertos estudios, de que hay una correlación importante entre el PIB y las preseas obtenidas, no obstante la prueba en contrario que representan casos como el de Jamaica y Cuba. Fue el éxito de los países que invierten suficientes recursos, cuentan con una organización adecuada, planifican a largo plazo y cuidan hasta los más mínimos detalles, por ejemplo la molestia que puede causar el vello púbico en las competidoras, conforme da cuenta un informe sobre las ciclistas inglesas. Fue, así mismo, poner de manifiesto que, en el área deportiva, Latinoamérica casi no existe.

V.

Río 2016 fue la entrada en la historia de Usaín Bolt y Michael Phepls. Y también la de Katty Ledecky, Simone Biles, Kohei Uchimura, Mo Farah, Ashton Eaton, Bradley Wiggins, y otros cuantos y cuantas de espectacular actuación. Fue el equipo norteamericano de baloncesto y el danés de balón mano. Fue así mismo, Caster Semenya y la polémica que desató en torno a la participación de las personas “trangénero”. Fue Ryan Lochte, borracho y asaltando una bomba de gasolina, sancionado por sus “sponsors”, guardianes de la moral y las buenas costumbres en resguardo de sus conveniencias financieras. Fue ver a treintañeros y hasta cuarentones ganando medallas, algo insólito hasta hace poco y a competidores cada vez más preocupados por la estética y con gran sentido del show. Fue el etíope Feyisa Lilesa, medalla de plata en la prueba de maratón, denunciando al gobierno por la masacre de su tribu. Fue, igualmente, ver a las volibolistas egipcias con velo y mangas largas, jugando contra las alemanas en bikini.

VI.

Río 2016 fue Venezuela figurando en plan discreto, progresando a ritmo de inercia. Fue el orgullo por las medallas de Yulimar Rojas, Stefanía Fernandez y Yoel Finol y por una docena de meritorios diplomas. Fue mucho dinero disponible y las dudas sobre la forma como se empleó. Fue el cablecito a tierra que cuestiona políticas, desmiente consignas y debilita los discursos oficiales en torno a la Generación de Oro.

VII.

Río 2016 fue constatar que, a pesar de las cosas que lo desvirtúan, el deporte renovó su capacidad para asombrarnos y entusiasmarnos. Que en cierta medida fue un magnífico motivo para recordarnos a los terrícolas como habitantes de la Aldea Global. Ocasión en cada uno de nosotros para recuperar la infancia, como diría Javier Marías, y para que el adulto tome vacaciones de sí mismo, como diría Juan Villoro. Momento para pensar, como dice el Papa Francisco, en un deporte entendido como práctica de la dignidad humana y vehículo de la fraternidad. Pensar que cumpla con la Carta Olímpica, pues.

Río 2016 fue, finalmente, sorprenderse con el Primer Ministro japonés, dispuesto a disfrazarse de Super Mario, versión nipona de Superman con pinta de Pokemón, para anunciar los próximos Juegos Olímpicos en Tokyo 2020.

El Nacional, viernes 26 de agosto de 2016