La vida humana se rige por esos dos principios antagónicos y según filósofos de la cultura, las notorias diferencias entre sociedades y períodos históricos tal vez se deban al predominio colectivo de alguna sobre la otra. Entre nosotros estamos viviendo desde hace casi treinta años la edad de la ira, la destrucción, Leviatán. Tanto en la política como en la guerra y en cualquier actividad humana, el choque mal resuelto entre las dos fuerzas desgarra al hombre. Colón tenía la razón renacentista, la fuerte convicción de la redondez de la Tierra, pero no hubiera cambiado el mundo sin el fuego interior que lo hizo salir de la comodidad a retar su destino.
Así forcejeó años por hacer posible su alocada expedición, para luego embestirle al infinito mare tenebrosum. Sin pasión habría sido como miles de navegantes innominados que también sabían lo que él. Sócrates no habría inventado el conocimiento sin tentar a la muerte. Nada importante se logra sin voluntad, en una batalla que se da primero en el corazón y señala el destino de cada uno, aunque la cultura y las instituciones fuerzan a controlarla en beneficio de la razón, por lo menos en el dominio público. En el fuero interno la lucha es tan feroz que puede llevar al nirvana o a la destrucción.
Homero las encarna en dos personajes eternos. Aquiles, la violencia, “que soltó chorros de sangre negra”, incapaz de soportar la contradicción, esclavo de la soberbia, aplastante e inderrotable, salvo por su única fragilidad. El talón que simboliza su debilidad por dos seres, Criseida y Patroclo, su extraña pasión bipolar. Por él se dirige a la muerte y por ella muere. Aquiles un semidiós, cae a los veintinueve años. La otra es Ulises, el estratego, que a diferencia vive hasta muy anciano, un extraordinario coraje embridado por la razón, no para aplastarlo sino para triunfar. El valor no lo domina sino él domina su valor.
Simpatía por el diablo
No va perderse el canto de las sirenas seductoras y asesinas, pero se hace amarrar al mástil para no sucumbir a ellas. Es por ese equilibrio que logra conducir la guerra y ganarla, retornar a Itaca en la terrible Odisea y, casi perdidas sus propiedades y Penélope, utiliza la inteligencia para recuperarlo todo. Según documento confidencial del gobierno americano una intervención en Venezuela costaría miles de muertes, años de presencia militar, decenas de millones de dólares y no se sabe qué quedaría después de lo que fue un país.
El otro Moloch conduce a ahorcar la ciudadanía por hambre. Claro que la destrucción se debe al modelo socialista como en todas partes donde se aplicó, pero las sanciones operan como si a un presidiario enfermo, hambriento y debilitado, lo ponen a correr media maratón en vez de hospitalizarlo. ¿Existe algo o alguien con quien Ud. no hablaría para evitar que su país se destruya? “¡No se puede negociar con delincuentes!”, vociferan almas cándidas que piden guerra sin saber lo que dicen y a quienes nunca les secuestraron un familiar. Hablar hasta con el diablo si fuera necesario, y Fausto incluso pactó con él.
Pero por fin se enciende un bombillo con la reunión en Oslo, cosa que hay agradecer profundamente al gobierno Noruego. Que parlamenten, se vean, se sienten juntos civilizadamente, que hagan uso de todas las triquiñuelas y astucias odiseas, pero que lleguen en algún momento a un acuerdo, y aunque este encuentro no ofreció mucho, sirvió para que trastabillara el odio por las soluciones pacíficas en los gruppies y fans. Estimula ver en las redes a los mismos que excomulgaban la posibilidad de dialogar, comenzar su camino de Damasco.
Tripa vacía vs. fusil
Así es posible que aprendamos a no dejar escapar la palabra definitiva, a no pisar el terreno del letrero que dice “quien llegue hasta aquí, pierda toda esperanza”. A no incinerar los recursos de la razón, paz, elecciones, negociaciones, convivencia, tolerancia, ante los pies de dioses de la pasión desenfrenada, Moloch que se apaciguan con la sangre y el olor a grasa quemada de los sacrificios bárbaros. Cuando eliminamos o desacreditamos los instrumentos de la política civilizada, la sociedad se queda inerme, cede la capacidad de decidir a los fusiles de los que carecemos o a fuerzas exógenas que disponen de nosotros.
De las peores secuelas de abandonar las vías democráticas y electorales, es que perdimos la melena y el poder, y pasamos a ser cachorros en manos de otros. Citaba el dramaturgo José Tomás Angola una frase clásica: “para cualquier perro su amo es Dios. Por eso muchos hombres prefieren los perros a otros humanos”. Los conductores que hicieron historia, para bien o para mal, se cuidaron de dejar abiertas puertas para la oportunidad. Nixon negoció y pactó con Mao Zedong, Bolívar con Morillo, los norteamericanos con los vietnamitas.
El diálogo de Oslo está atrapado entre dos mantras de hierro, que confiamos puedan derretirse: Maduro no se va y cese de la usurpación. Si hay una posibilidad de cambio real, las elecciones supervisadas por el mundo entero debían darse con garantías para ambos bandos. Cambio del CNE, un reclamo masivo, y mecanismos y transicionales en manos que hagan institucionalmente imposibles las venganzas con o sin Maduro en el cargo. Pero llevamos casi tres décadas de tochadas irracionales…
@CarlosRaulHer