No solo en el diseño de políticas públicas, también en su aplicación hay dos grandes argumentos que sirven de apalancamiento para avanzar, dos empujes claves y poderosos que nos hacen adelantar acciones y crecer en la búsqueda de una mejor calidad de vida, esas dos razones a las que me refiero son, en primer lugar, “la fuerza de los principios y valores” que blindan una actuación y nos hace ser constantes en el esfuerzo aunque sepamos de ante mano que la lucha es difícil dado que los cambios necesarios podrían encontrarse con una pared administrativa y humana que prefiere que todo continúe igual o que se apliquen pañitos calientes a los grandes problemas.
La segunda razón es quizás más importante y se refiere a “la verdad”, es hablar y actuar conforme a la verdad, aun cuando ella siempre es discutible. Y ese es el comienzo, la verdad implica actuar con la humildad necesaria como para darse cuenta que a veces tu verdad y la misma vehemencia con la que la defiendes, puede ser utilizada por otros en la defensa de lo que creen es su verdad.
Lo importante y lo útil es asimilar “la verdad” como la fuerza básica para sembrar esperanza cierta de que es posible vivir mejor y que además nos merecemos como ciudadanos una mejor calidad de vida. No se trata entonces de regalos o de mejoramientos de la vida ciudadana venidos de un salvador, no es mercadear una lavadora por tu voto, no es mal poner el ejercicio de la política haciendo uso y abuso de las necesidades diarias de la gente. En fin, la verdad adquiere fuerza cuando es acompañada de principios y valores en el sostén del bien común, en el respeto al ciudadano.
De qué nos sirven los principios y valores acompañando a una verdad, si-no existe la esperanza compartida de que es posible reconstruir nuestro país y vivir mejor y decentemente. La esperanza nos debe mover aunque sepamos lo difícil que es el camino que nos toca recorrer. Es decir, la invitación que hacemos es a cruzar el túnel no porque al final esta la luz, NO. Lo vamos a cruzar porque es nuestro DEBER, aunque no tengamos esa luz esperándonos. Y avanzaremos si entendemos que el esfuerzo para recuperar al país debe ser social y económico pero por encima de todo, MORAL y ETICO, no le tengamos miedo a defender principios y valores ciudadanos y a decir una verdad gigante: hay que montar el desarrollo y el avance social y económico en las estructuras morales y cívicas. Así pasa con Venezuela y permítanme destacarlo, así pasa con Aragua. No se trata entonces de sembrar una esperanza para que las mayorías crean que es posible un cambio y al final no se hagan o se hagan a medias.
Se trata de enterrar la costumbre de no cumplir la promesa, de la burla, del amiguismo, del vivo, del que se colea o del que se copia en el examen porque ese que hoy se copia, mañana cuando sea concejal, alcalde o gobernador, se robará los reales del pueblo. Esa terrible costumbre es la que ayer y hoy juega con las necesidades de la gente prometiendo lo que de ante mano se sabe imposible de realizar, es populismo y se practica en todos los niveles de la administración pública pero también, en casi todas las campañas electorales.
Para combatir esa práctica que tanto daño nos ha hecho, pudiéramos comenzar por ejercer nuestro deber ciudadano al exigir a los candidatos, cualquiera que estos sean, calidad en los contenidos de sus propuestas, ofertas reales y factibles de cumplir, ideas claras para solucionar los problemas de la gente, basta de tener candidatos que ni siquiera se han leído el programa de soluciones que le ofrecen a los electores. Es así como comenzamos a preocuparnos por el desarrollo colectivo y a ocuparnos de que los candidatos no mientan y una vez que lleguen a sus cargos estén preparados para ejercerlos.