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Retomamos la calle y, ¿ahora qué?

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Carta del Director

Si bien es cierto que las protestas por sí solas rara vez generan un cambio de gobierno, en el caso de Venezuela, al igual que ha sucedido en la mayoría de las transiciones, el cambio político no será posible sin protestas. Es un hecho evidente, aunque algunos parecieran pretender desconocerlo, que las protestas de las últimas semanas han tenido una incidencia significativa en la evolución del escenario político venezolano. Hoy los partidos y movimientos que se oponen al gobierno de Maduro han logrado trasladar la batalla del campo institucional, en donde solo se cuenta con el control del Legislativo, desde hace tiempo neutralizado por el resto de las instituciones estatales bajo el control hegemónico del oficialismo, a las calles del país, con un nivel de respuesta inesperado para muchos, que ha colocado el conflicto en niveles de mayor simetría con el gobierno.

Y esta simetría, que significa un careo de tú a tú entre el gobierno y la oposición, que hoy se enfrentan en condiciones de mayor igualdad, ha tenido su expresión en una serie de consecuencias que pueden considerarse como las ganancias de la protesta. Entre ellas vale la pena destacar:

  • El derrumbe de los muros territoriales entre oficialismo y oposición. Hoy las manifestaciones de descontento con el gobierno no se centran en el este de Caracas, ni en las zonas de clase media y alta de las diferentes ciudades del país. Las manifestaciones se han generalizado en todos los espacios geográficos y hoy se encuentran con un objetivo: Producir el cambio.
  • La toma de la iniciativa por la oposición. Hoy la ofensiva está en manos de los sectores pro-democráticos, mientras el gobierno se mantiene a la defensiva.
  • El afianzamiento de la solidaridad internacional con la causa democrática en Venezuela, lo que tuvo su expresión más significativa en la evolución de la votación en la OEA, que hoy ha logrado sumar diecinueve de sus países miembros a la convocatoria de una reunión de cancilleres que colocará al gobierno venezolano en una situación muy difícil.
  • Los medios nacionales e internacionales están más centrados que nunca en el proceso venezolano, con una matriz de opinión favorable a los sectores democráticos, mientras la mayoría de la gente percibe que sin cambio de gobierno no hay futuro y parecieran estar dispuestos a hacer lo que sea por lógralo.
  • Se han elevado de manera exponencial los costos de represión, tanto para el gobierno nacional como para la Fuerza Armada y cuerpos policiales.
  • La generación de fisuras en el oficialismo entre quienes, por miedo a pagar sus crímenes, parecieran estar dispuestos a lo que sea para no salir del poder, aunque ello implique la fantasía de crear una especie de Alepo tropical, y aquellos, más realistas, que comprenden que la mayoría de la tropa nos les seguiría en semejante aventura y preferirán negociar sus condiciones de salida y tener una transición pacífica, con costos menores para todos y con posibilidades de convivencia, como se logró en los casos de España, Sudáfrica o Brasil, entre muchos otros.

Al dejar atrás el falso dilema entre conflicto y diálogo, o entre protesta y elecciones, y comenzar a comprenderse que las estrategias blandas y duras no son excluyentes sino complementarias, la oposición aparece hoy más coordinada, al asumir cada partido y liderazgo el papel con el que se siente más cómodo y un mínimo de coherencia, que ha permitido la masificación y el sostenimiento de la protesta a los niveles que hemos vivido durante las últimas semanas.

En conclusión, retomamos la calle, y ¿ahora qué?

Los procesos de transición, como hemos dicho muchas veces, dependen principalmente del balance entre costos de represión y costos de tolerancia. En otras palabras, las transiciones políticas se producen cuando los costos de tolerar un cambio político se perciben menores que los costos de usar la represión para mantenerse por la fuerza.

Si bien es cierto que los costos de represión vienen escalando de manera exponencial durante las últimas semanas tanto para el gobierno como para las fuerzas armadas y policiales, la protesta tampoco está libre de costos para la oposición y al momento se han registrado, hasta donde conocemos, unas 29 víctimas fatales, a las que deben sumarse innumerables personas heridas o detenidas.

En base a ello podría discutirse, con argumentos circulares que no nos llevarían a ninguna parte, quién gana y quién pierde la actual batalla, para terminar en la conclusión de que gana quien se mantenga firme por más tiempo, lo cual puede ser cierto, pero con costos inmensos para ambas partes.

La respuesta racional al ¿ahora qué? no debe circunscribirse a someter a la gente a una guerra de resistencia con un final incierto, sino en desarrollar la habilidad para, simultáneamente mientras se continuar elevando los costos de represión, reducir los costos de salida de quienes prefieren soluciones negociadas.

Ello requiere el desarrollo de una estrategia inteligente de parte de la oposición que aproveche el elevamiento de los costos de represión, y las fisuras que ello genera en el bloque de gobierno y la fuerza armada, para reducir los costos de tolerancia a un cambio político de quienes estén más interesados en tener un futuro tras un proceso de transición que en evitarlo por la fuerza.

Para ello es necesario permitir la cooperación, o su salida, a ciertos de actores clave, sin los cuales el sistema es insostenible. Esta, aunque puede resultar justificadamente cuestionable por algunos, es la estrategia que ha hecho la diferencia entre países que han logrado transiciones pacíficas y los que se han sumido en una espiral de violencia muy costosa para la población. Este es el precio que países como España, Sudáfrica, Ghana, Brasil y Túnez pagaron por la democracia, la paz y un mejor futuro para todos.

Director Centro de Estudios Políticos Universidad Católica Andrés Bello

(https://politikaucab.files.wordpress.com/2017/04/editado-carta-del-direc...)