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El tantas veces Leopoldo Sequeda

Opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

Los años setenta se nos ofrecían en pleno ambiente universitario. Maracay era el pueblo que sigue siendo, con la diferencia de que no es la misma Maracay afectiva de aquellos días de convulsiones callejeras planificadas en la UCV o en el Pedagógico. Y eran los días juveniles del MAS, el partido que fundaran Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez. Y también los días del “glorioso” Partido Comunista, a través de la JC, cuyos militantes éramos tan ignorantes como desenfrenados. Pero también campeones en cien metros planos cuando aparecía la policía.

Eran los días de Carlos Tablante, Didalco Bolívar, Nelson González, Gustavo Cabrera, Luisa Ortega Díaz, Carlos Pinto, César Girón (no el torero, por supuesto), Carlos Javier Velarde, entre otros tantos de otras organizaciones de la llamada izquierda, quienes mandaban a sus muchachos a desestabilizar el sistema y a asaltar el cielo, aunque los del MAS no estaban muy convencidos de tales asaltos, pues lograron otros cuando arribaron al poder y se olvidaron de sus deberes políticos. Por supuesto, con las excepciones de siempre.

Y también eran los días de Leopoldo Sequeda, quien llegó a ser Secretario de Gobierno en 1974. Gobernaba Acción Democrática. Para muchos, Leopoldo era el terror de los revoltosos.

Las tantas veces que lo nombraban era para hacer sentir que le tenían miedo. Que era una suerte de hombre duro del gobierno adeco en Aragua. Hombre duro sí era. Tenía carácter. Hablaba con firmeza y no tenía miedo.

A mí me toco conocerlo cuando ya no era un tirapiedras. Me tocó conocerlo siendo yo periodista, gracias a mi cercanía y familiaridad profesional con Gustavo Urbina, fundador del diario “El Periódico”, luego bautizado “El Periodiquito”.

Gustavo y Leopoldo eran como hermanos. Se levantaron juntos en el barrio Belén de Maracay. Sus “peleas” eran de antología. Siempre terminaban con una botella de whisky. Y allí estuve yo muchas veces, las tantas veces que Leopoldo y Gustavo se “peleaban” y decidían terminar el último round en alguna tasca, por supuesto, una vez cerrada edición del periódico, que era cuando Leo se aparecía con muy malas intenciones.

Fueron muchas las ocasiones con Leopoldo. En sus reuniones taurinas. En discusiones políticas. En la redacción de periódico. En una calle. Durante una entrevista. Un día, de esos tantos con Leopoldo, me tocó irme con él en su viejo Mercedes Benz. En los otros vehículos iban Gustavo y Juan Onofre Páez Castillo y Juan Carlos Carabaño. Recuerdo que el Mercedes de Leopoldo se movía como una ballena y se lo hice saber. Se carcajeó y me dijo: “Si quieres te dejo aquí”. Esa noche fue de fiesta como las tantas veces con Leopoldo.

Otro día en su mismo carro le recordé que al único revoltoso que no había logrado meter preso fue a mí. Entonces volteó hacia el lado del pasajero y me dijo: -¿Ah, no, coño? ¡Qué vaina!

Me contó las veces que logró llevarse detenidos a Tablante y a otros izquierdosos de la época.

-Pero, mira, Alberto, yo iba a la casa de la mamá de Carlos en el barrio La Coromoto y le decía que se lo tenía guardado en un cuarto y que al día siguiente lo soltaba. Y que no se preocupara que yo le compraría pollo y hallaquitas y después se lo mandaría para la casa.

Muchos amigos comunes, aquellos que fueron “perseguidos” por Leopoldo, terminaron siendo muy amigos de él. Y confirmaban a diario que ese abogado que estuvo en el poder era más bien un tipo que amaba a su ciudad y no escatimaba en buscarse amigos.

Así era este hombre duro. Leopoldo fue un buen amigo. De duro tenía la cara, pero era un tipo bondadoso, solidario. Me tocó esa etapa de alegría y luego verlo recién operado del corazón. De un fortachón que era se convirtió en un hombre que me hacía la competencia en peso. Y eso le causaba gracia.

Celebro haber sido amigo y compañero de tertulias de este ciudadano maracayero que se sigue llamando Leopoldo Sequeda.

Acaba de morir. Pero como tantas veces, Leopoldo estará en nuestros recuerdos.