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Venezuela y el Estado fallido

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

Por fortuna la amenaza de que Venezuela deviniera un Estado fallido, fracasado, colapsado, pudiera alejarse como efecto del viraje económico-político que parece vivimos. Veremos si tiene continuidad. La influencia del milagro chino se impone al modelo caótico de economía revolucionaria y la oposición insurreccional da señas de abandonar su esquema igualmente caótico. Un diálogo con toda la sociedad, un pacto de gobernabilidad ralentiza y revierte la desintegración. El modelo colectivista instalado a partir de la Asamblea constituyente de 1999, muy parecido al que llevó al bloque soviético al deslave diez años antes, crea incapacidad estructural al poder-ampliada por las sanciones globales- para cumplir funciones básicas. El concepto Estado fallido de Robert Rotberg define los países que no pueden cumplir con las tareas primarias para la sobrevivencia, y que finalmente estallan en guerras civiles y secesiones.

Los estudiosos coinciden en elementos que desarrollan el concepto, y en diferenciar entre los que ya son fallidos y los que están amenazados de serlo. Venezuela iba por el camino y habría llegado, de producirse “el quiebre”, un golpe de Estado, pero las FF. AA lo tenían claro. Yugoslavia y Checoslovaquia se acabaron, Sudán bajo la revolución de Omar Hasán Ahmad al Bhasir desde 1989, vivió dos guerras civiles y se dividió en 2011. Siria y Nigeria amenazan colapsar, igual que Irak, Yemen, Afganistán (antes y después de 20 años de ocupación), Zimbawe, Etiopía, Burundi y muchos otros. Es el final del Estado, paradójicamente postulado a la vez marxista y anarcoliberal, la imposibilidad de garantizar alimentación, salud, estabilidad, seguridad pública e invulnerabilidad de las fronteras. Las policías se hacen bandas hamponiles con fuero legal.

Susan Woodward resalta elementos para reconocer Estados fallidos. Uno es que pierden progresivamente la condición de monopolistas legítimos de la fuerza, el control del espacio público y de las cárceles, que comparten con pandillas criminales, grupos guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes. México y Colombia estuvieron cerca de serlo, pero Felipe Calderón y Álvaro Uribe lo revirtieron. No existe seguridad ciudadana y la criminalidad se apodera de las calles. Aparecen armas de reglamento en manos del hampa. Hay uso desmedido de la fuerza pública para reprimir protestas civiles, asesinatos policiales y torturas. Pese a ser gobiernos autoritarios, -todos los fallidos lo son- devienen incapaces para enfrentar problemas de la ciudadanía o custodiar las fronteras, centros del tráfico de personas por grupos armados. Desaparecen los servicios que el Estado debe brindar.

Los alimentos que enviaban las Naciones Unidas a África, llegaban a manos de Señores de la Guerra, cabecillas revolucionarios que los comerciaban para enriquecerse y adquirir armas ultramodernas. Las redes de distribución comercial de bienes (alimentos, medicinas) desaparecen y surgen desabastecimiento, epidemias, hambrunas, en medio de economías inmanejables. El Estado de Derecho no existe, los poderes judicial y legislativo están en manos del gobierno, y las fuerzas armada son temibles y corruptas. Infraestructura moderna en destrucción, robo de cableados, y una entropía creciente conduce a desintegrarla. Los gobiernos no responden a sus compromisos internacionales y deudas, pero al mismo tiempo los jerarcas poseen grandes cuentas en los paraísos fiscales. La noción de estado fallido se materializó en el bloque socialista, empezando por la URSS, y África.

Luego de la descolonización africana, se entronizaron dictaduras revolucionarias para romper con el bagaje civilizacional que dejó occidente, volver a lo originario, tanto en instituciones como como cultura, economía y organización social. La neotribalización fue el programa orgulloso del socialismo africano que se regó como lluvia. Décadas después, destruido el continente por la revolución, sin acueductos, electricidad, hospitales, teléfonos, ferrocarriles, los expertos acuñaron la categoría de nation-building, las políticas para la rehacer los países ya libres de las tiranías revolucionarias. En el marco de la Comisión para la Reconstrucción de la Paz creada por la Organización de Naciones Unidas (ONU), se plantea la reforma del Estado, la edificación de las funciones institucionales, modernas y democráticas. Francis Fukuyama sostiene que sin maquinarias de Estado con proyectos constructivos y transparentes que lidericen el esfuerzo nacional, los países siguen cuesta abajo.

En su libro La construcción del Estado (2005) Fukuyama afirma que una vez definidas sus áreas y sin invadir otros ámbitos, el proyecto nacional debe desarrollar ambos polos: Estado y sociedad. Y alerta que reinstalar la democracia, el juego de partidos, la libertad de expresión, el Estado de Derecho, la justificada euforia no debe eclipsar la necesidad de emprender el sistemático trabajo de reforma institucional, conquista de la eficiencia y de la capacidad para que el Estado y la sociedad produzcan los bienes y servicios.. Argentina es ejemplo de que aunque se rescaten las instituciones democráticas, si se insiste en los errores del pasado, y se ignoran las reformas económicas, administrativas y funcionales, continuará el empobrecimiento colectivo y el deterioro institucional.

@CarlosRaulHer