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Lecciones sobre el diálogo

Opinión
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Carta del Director
Cuando nos caemos o algo no sale bien, solo tenemos tres alternativas posibles: paralizarnos y no hacer más nada ante la incertidumbre o el miedo de volver a fracasar, dedicarnos a rumiar nuestro fracaso lamentándonos y culpando a otros por lo que salió mal, o tener la humildad para reconocer los errores y el valor y la sabiduría para rectificar y volver a empezar con renovadas energías y una mejor comprensión de la situación. Esta carta tiene la intención de centrarse en la tercera alternativa, o sea en la de aprender y rectificar, que es la única que sirve de algo.
Los resultados de los procesos de negociación transicional, que es de lo que supuestamente trataba este diálogo, dependen más de lo que sucede o puede suceder fuera de la mesa de negociación que de lo que sucede en ella misma. Esto es lo que en el lenguaje técnico de la negociación se conoce como las alternativas al acuerdo.
Recurramos a un ejemplo para tratar de explicar de una forma más didáctica lo que queremos decir. Si dos países tienen un conflicto por la delimitación de sus fronteras, pero uno de ellos tiene un poder militar mucho mayor que el otro, éste último tendrá menos motivaciones para llegar a un acuerdo porque la alternativa de una guerra le resultaría obviamente más favorable, mientras que el país más débil necesitaría desesperadamente de un acuerdo porque la alternativa de una confrontación implicaría una pérdida aún mayor que la de mantener el estatus actual. En una situación como ésta, en la cual a un país no le interesa llegar a ningún acuerdo y el otro no tiene como una alternativa distinta al acuerdo, que obligue al otro a reconsiderar la conveniencia de cooperar, es fácil predecir que el desenlace sería el statu quo.
Este ejemplo, aplicable por analogía a la mesa de diálogo, hace que sea fácil comprender por qué no resultaba posible alcanzar un acuerdo en la mesa de diálogo que permitieran un cambio en el statu quo político. El gobierno siente que tiene los recursos (control sobre las instituciones y el ejercicio de la represión) para mantener el poder, aun por la fuerza si fuese necesario, mientras que la oposición pareciera no estar dispuesta a ejercer sus alternativas ante la negativa del gobierno a cooperar en la construcción de las condiciones para su propia salida.
A todo evento es necesario y responsable reconocer que todo proceso de transición política pacifica ha tenido como uno de sus componentes principales la negociación, pero ello solo es posible cuando ambas partes reconocen que sus alternativas al diálogo son menos atractivas que alcanzar un acuerdo. Es por ello que mientras el gobierno perciba que no necesita negociar su salida, el diálogo será un ejercicio inútil.
Si la oposición pretende entonces construir alguna viabilidad al diálogo, tendría que comenzar por fortalecer sus propias alternativas en caso de que no se alcance un acuerdo y estar dispuesta a ejercerlas, y no solo a utilizarlas como amenazas. En otras palabras, si la oposición habla de retomar el juicio político en la Asamblea, debe tener muy claro, antes de anunciarlo, en qué consiste y a dónde nos lleva ello, cuál es su desenlace y cómo con ello genera para el gobierno un escenario menos atractivo que un potencial acuerdo. Asimismo, si se habla de retomar la calle la oposición está obligada a tener una estrategia coherente para ello que termine produciendo consecuencias tales para el gobierno que le hagan preferir una solución negociada.
Aunque algunos podrían ver en lo planteado la debilidad de que el cálculo estratégico parte de la supuesta racionalidad de los actores involucrados, está demostrado que la mayoría de los actores, incluso aquellos que parecieran actuar de manera más irracional, responden a un cálculo racional. La limitante real está en que la racionalidad no es absoluta, sino que está limitada, básicamente, por tres factores: los objetivos del sujeto, la información disponible para éste y la interpretación que se hace de la información disponible. Es por estas razones que una estrategia efectiva implica, entre otras cosas, comprender la lógica del otro, ser capaz de colocarse en sus zapatos y adelantarse a su racionalidad.
En este sentido, mientras algunos actores en la oposición hablan insistentemente de una salida pacífica, constitucional, democrática, electoral e institucional, estamos obligados a recordar que tal salida no es posible sin cierto nivel de cooperación por parte de quienes ocupan las instituciones del Estado, tal como ha quedado demostrado con la confiscación del derecho constitucional a revocar y con la postergación de las elecciones regionales que debieron haberse celebrado este año. La mala noticia es que nos encontramos ante un gobierno que no actúa bajo una lógica democrática y cuyos costos de salida del poder son extraordinariamente altos. La buena noticia es que no hay tan solo dos actores y la institucionalidad del Estado no es monolítica, sino que está conformada por una complejidad de actores cuyos cálculos costo-beneficio difieren unos de otros, y por lo tanto también su disposición a cooperar o no, dependiendo de las consecuencias.
El cálculo costo-beneficio para quienes hoy ocupan las instituciones del Estado dependerá de las consecuencias que se derivan de cooperar o no con una salida política. Estas consecuencias, a su vez, dependerán de lo que la oposición esté en capacidad de hacer si no se alcanza un acuerdo que permita una salida con la cooperación de ambas partes. Si la oposición no está en capacidad o no tiene la disposición a cumplir sus amenazas, o el gobierno, según sus cálculos, tiene la capacidad para confrontarlas exitosamente, no tendría ningún incentivo real para cooperar. Si, por el contrario, las consecuencias de no cooperar implican un escenario de mayor riesgo para el gobierno que el de un acuerdo negociado, habría una salida pacífica, constitucional, democrática, electoral e institucional posible.
En otras palabras, esta mesa de diálogo, como dijimos hasta el cansancio en muchas oportunidades anteriores, no ha funcionado porque la misma no estaba diseñada para darle viabilidad a un proceso de transición, sino para evitarlo, y porque los acuerdos en escenarios de conflicto dependen más de lo que se esté en capacidad de hacer fuera de la mesa de negociación, que de lo que se haga en ella.
Director Centro de Estudios Políticos Universidad Católica Andrés Bello
9 de diciembre de 2016