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¡Atrapados!

Tiempo de lectura: 9 min.

Percibimos a nuestra sociedad envuelta en un sin número de eventos que, por mínima lógica podemos llamar “trampas”, unas de carácter económico, otras de tipo político y las demás, que es lo peor, una gama de ellas insertas en la sociedad misma, que van desde la precariedad económica y la creencia al bienestar temporal, hasta el desasosiego, la desesperanza y los temores a la movilización y la protesta. Creemos que describen nítidamente la Venezuela de hoy y la inhiben para encontrar salidas.

Por consecuencia, parece tener sentido intentar una caracterización que pueda contribuir en la búsqueda de soluciones para luego identificar como se vinculan unas a otras y se articulan para mantenernos inmovilizados, porque vemos a Venezuela apresada por nudos que le impiden edificar una solución de País, de Nación, de Estado para la gran sociedad que somos.

Pertinente puede ser, entonces, examinar cada una de esas trampas, ver como se combinan para entrampar a Venezuela toda. La primera que nos paraliza es el inmediatismo.

Inmediatismo y juego táctico

Asombrará a los lectores que comencemos por esta. Nos referimos a esa perspectiva temporal que forma parte de nuestra cultura y que, por lo que vemos, compartimos todos los venezolanos. El inmediatismo, el corto plazo y medidas tácticas nos dominan para resolver problemas.

En el Gobierno es evidente con el manejo de la crisis económica, porque nunca ideó una solución estratégica y descansó en los ingresos que, espontáneamente, le proporcionaron las remesas recibidas[1] y el aumento de los precios petroleros originados por la invasión rusa. Obligado por esas circunstancias y por la convicción de que el método anterior lo llevaba al colapso se adhirió a la apertura y a cierta creencia en el mercado. Aranceles e impuestos a discreción para importar, permitieron bodegones y tiendas que animan y crean esa sensación de bienestar que se está viviendo. Espectáculos y recreación completan el juego táctico.

Centrado como está en el tema de las sanciones su única expectativa es que estas se alivien o se liberen y se aprueben más licencias que atraigan inversiones y aumenten la producción y las ventas del crudo, porque todo se apuesta a la inmediatez y los beneficios de esa salida, dejando a Venezuela, otra vez, enganchada y subordinada al milagro petrolero.

En lo político su juego se centra en ganar tiempo en las Negociaciones, en ese “tira y encoge” que utiliza reiteradamente para acercarse a unas elecciones en que reine ese ambiente de bienestar que aludimos. El cambio, bien significativo de la simbología del “rojo rojito” y la República Bolivariana, al muy bien calculado énfasis en el nombre Venezuela y al “Juntos Podemos”, ilustra un intento de reconciliar que pareciera estratégico, pero si se le suman presos, control político, amenazas y ataques revela su apuesta táctica. No hay, en el Gobierno, repetimos, señales de un proyecto nacional que extraiga a Venezuela de la inmediatez y que ponga la mira en el encuentro de todos.

En los partidos políticos, de un lado y del otro, lo que se percibe es el ataque continuo, la descalificación y la exclusión como regla del juego. Desde el lado de los gubernamentales, abandonados están todos aquellos mensajes estratégicos de los “motores de la Revolución”, de la Venezuela “potencia energética”, para aterrizar en meros cambios ministeriales y en la clara intención de lograr un cuadro electoral favorable a su permanencia en el poder. Encerrados en sus misiones, en sus CLAPs o en el subsidio, el asunto es mantener a la población subordinada y sin respuestas al mundanal de miseria, miedo y conformismo que crearon.

Del lado de la oposición democrática el cuadro no puede ser peor, enfocados únicamente en el tema de las primarias. Algunos haciéndole “carantoñas” al Gobierno y otros claramente enfrentados a este, pero dejando la imagen de grandes discrepancias en el terreno meramente táctico, sin dejar saber que se proponen hacer con el país, más allá del 2023. Obviamente, la confusión y la desconfianza reinan en el plano de la opinión pública y en la población en general. La pregunta vuelve a ser: ¿votas o no, te abstienes, con o sin CNE? y paremos de contar.

Del lado del resto de la sociedad se observa una situación similar, porque el más de los ricos disfruta esta bonanza inesperada que lo lleva a hurgar en cuanto negocio o “emprendimiento” acomete para aprovecharlo y extenderla cuanto se pueda. El lema “hay que sobrevivir” está por encima de todo y con toda razón. La consigna es dejar eso de la política para otros, aunque la democracia esté en juego. La conjura “Venezuela abierta al futuro” se va imponiendo.

Mientras tanto el más de los pobres tiene que agenciárselas para sobrevivir en el mundo de las pensiones, del salario mínimo, las subvenciones o el Carnet de la Patria. Si es cierto, como lo indican los datos de ENCOVI, que los niveles de pobreza siguen estando allí, que no han disminuido, mal se le puede pedir que piensen en algo más allá y esa gran masa de población se atenga solo a sobrevivir. Enfrentamos un inmediatismo sobre determinado por la precariedad económica que, como vemos, nos atrapa e inmoviliza. A ello se agrega nuestra clásica cultura inclinada a soluciones simples y únicas

La conducta de la “carta única”

Otra de las trampas en la que estamos envueltos es esta la de asumir una carta política para todo. Con las primarias y las elecciones del 2024 volveremos a la normalidad, sea quien sea quien gane, pero sin saber que nos depara el destino. Del lado del Gobierno, sabemos, que su única carta es mantenerse en el poder, del lado opositor destronarlo. Todo encerrado dentro del terreno táctico de lo político, porque este no parece dar más de sí mismo. Eso que debería ser su interés primario, sus ideas y programas sobre el presente y el futuro de Venezuela, está fuera del juego.

Lo más grave es que esa “trampa” la creamos nosotros mismos cuando delegamos toda solución país a los partidos políticos. Esta sistemática conducta de la sociedad civil ha conducido al falso dilema de participar o no en la política, como si esta fuera predio solo de los partidos, cuando la suerte del país está más en nuestras manos, que en la de ellos. La confluencia del Estado petrolero y el interés de los partidos políticos conllevan a una entrega total del poder en sus manos.

La sociedad civil ha renunciado a ejercer sus derechos como Nación, como dueños que somos del trabajo, del capital, de los recursos y del talento venezolano. Si la política es el buen manejo de un país en algo le incumbe a la sociedad civil ocuparse de ella, sin pretender, lo hemos dicho, sustituirlos, pero si complementarlos debidamente, hacerle seguimiento efectivo a cada gobierno. Salir de la trampa de la política como única herramienta es indispensable para encontrarle una ruta duradera al país que proporcione bienestar para todos. Lo que pasa y pueda suceder en el terreno económico es vital para encontrar esa ruta.

La economía

Ni el Gobierno puede sacar a Venezuela del marasmo económico que el mismo creó, ni puede hacerlo la oposición. No pueden solos y necesitan el concurso de empresarios, profesionales, trabajadores, empleados y todo eso que bien se llama sociedad civil. El Gobierno no puede porque requiere de unos recursos financieros que no tiene y que están siendo limitados, no solo porque los despilfarró groseramente y por el régimen de sanciones, sino porque la comunidad financiera internacional no tiene confianza en él. No puede endeudarse ya que ha incumplido con demasiadas obligaciones y contratos que bien lo identifican. Acreedores, expropiados y tenedores de bonos lo confirman.

Tampoco se atreve a abrirle camino sano y completo al sector privado venezolano porque le tiene “ojeriza” y lo considera su enemigo estratégico, al menos mientras mantenga su diluida tesis del socialismo del siglo XX. Como sabemos, sin agricultura, agroindustria, manufactura y comercio no hay país que se sustente y, también sabemos, que con solo petróleo no basta para crear una economía sostenible y duradera.[2] El Gobierno está entrampado porque no admite de verdad poder trabajar con todos.

La oposición democrática, obviamente tampoco puede porque no maneja recursos. Podría, de ganar las elecciones, reconstruir la confianza y la pluralidad política y así recurrir a la comunidad internacional en busca del apoyo financiero necesario para reparar los daños e iniciar una era de reconstrucción, pero tiene que ganarlas y otra vez regresamos a la trampa de la “carta única”.

Para que la economía tome el rumbo que todos deseamos, el de una visión amplia y compleja, ese proceso no puede quedar solo en manos de partidos y gobiernos. Esa responsabilidad vuelve a recaer en quienes poseen el talento, el capital y el trabajo, esto es en la sociedad civil organizada, pero esta tiene que desprenderse de sus atávicos hábitos y de su extrema subordinación al Estado. Tiene que salir de esa trampa en que está hoy de cooperar, enfrentarse o asociarse con los nuevos actores y, para ello, tiene que tomar la iniciativa de proponerse una poderosa alianza cívica que vaya más allá de lo cotidiano, salga del inmediatismo y la táctica y se concentre en una estrategia y un programa realista para el presente y el futuro de Venezuela.[3]

Intereses foráneos

Para colmo de males estamos entrampados en el juego político y económico de las grandes potencias o de sus apéndices, del que sabemos no podemos escapar, pero que si podríamos atenuar si no todo queda en manos de gobiernos y partidos. De nuevo, una Venezuela más autónoma es posible, si logramos como hemos repetido incesantemente, reducir nuestra dependencia del drama petróleo que parece ser nuestro único destino. La oportunidad de mitigar o moderar ese status quo proviene de la capacidad y la participación de la sociedad civil organizada en crear una economía mucho más diversificada.

No sabemos si hemos logrado el objetivo de transmitir a la opinión publica los argumentos que sustentan esta idea del cómo estamos entrampados, porque a ello se une el clamor de lo que escuchamos todos los días: La desesperanza que arropa un sentimiento de resignación, el exilio y la diáspora que poco pueden hacer desde lejos, las manifestaciones de calle que se convierten en la única vertiente de protesta civil y que, tan pronto como aparecen, son apagadas por el ataque policial o por las ofertas monetarias. A ellas se añade el excesivo peso individualista de las redes sociales que limitan la creación de opiniones más colectivas y, al final, algunos intentos que presumen de analíticos de la situación que vivimos y que terminan en meras descripciones de hechos.

Venezuela atrapada

Concluimos estas reflexiones con el convencimiento de que nuestro país no podrá alcanzar el largo y complejo camino de la recuperación si no logra levantar las restricciones que imponen las trampas que hemos descrito. ¿Cómo hacerlo? No lo tenemos claro, pero si creemos, que identificándolas podríamos, quizás, contribuir a encontrar soluciones.

También ratificamos la opinión de que el “juego” está en las manos de nuestra sociedad civil, de las iniciativas propias que pueda tomar, sin la pretensión de sustituir partidos o gobiernos, pero si ofreciéndole a ellos y a todos los venezolanos un programa y una Visión que nos extraiga de ese universo de trampas en que estamos envueltos.

[1] Fue esa economía privada la que, paradójicamente, le ayudó a salir de su crisis de ingresos.

[2] Ver mi artículo sobre los riesgos económicos y políticos de una Venezuela Petrolera. recién publicado en los medios nacionales.

[3] Las asociaciones empresariales han presentado varias veces planes en esa dirección, pero no terminan de evidenciar en su práctica más autonomía frente al Estado.