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¡Dios mío que hemos hecho!

Opinión
Artículos de opinión
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La mañana del día 5 de Agosto de 1945 un superbombardero de la Fuerza Aérea Norteamericana, dejó caer sobre la población japonesa de Hiroshima el primer artefacto atómico inventado por el organismo viviente más “inteligente” de todos cuantos han sido creados por el proceso de la evolución biológica: el hombre.

Los efectos de este bombardeo sobre la población, fueron desastrosos, dantescos e inenarrables.

Cumplida la misión y cuando el avión giraba en 180 grados para regresar a la base aérea de donde había despegado, la tripulación pudo ver por las ventanillas lo que pudiera ser el infierno en su máxima demostración apocalíptica: la explosión, en forma de un hongo gigantesco, había arropado a toda la población de Hiroshima. Entonces, de lo más profundo del avión se desprendió un grito desgarrador:

¡Dios mío que hemos hecho!

Obviamente, esta expresión hace innecesario cualquier comentario, salvo resaltar que este este experimento científico donde fueron comprobadas todas las hipótesis, logrados todos los objetivos y “superadas todas las expectativas” (200 mil muertos al primer contacto) constituye una amenaza constante para la continuidad biológica de la especie humana sobre el planeta tierra y la de cualquier manifestación de vida lograda en millones años de evolución orgánica.

Paradójicamente, a 73 años de esta lamentable y dolorosa experiencia humana, nos encontramos ante un Japón que se le considera como uno de los países más desarrollados tanto material como espiritualmente. En consecuencia, la pregunta salta:

¿Que produjo ese milagro si el único recurso natural que tiene Japón, son japoneses y japonesas?

Pues bien, ese milagro lo produjo el haber diseñado un proyecto educativo eficiente que implicaba el cambio de la mentalidad del pueblo, el desarrollo de la tecnología y el comienzo de “La Era Heisser”; es decir: la época de la armonía, la unión, la solidaridad, el estudio, el trabajo, la tolerancia, la reconciliación y la paz.

Ahora bien amigo lector, después de esta brevísima reflexion podemos llegar a la conclusión que sin educación eficiente, sin trabajo creador, sin solidaridad, sin unión, sin tolerancia, sin armonía y sin paz entre los individuos que conforman un pueblo, jamás habrá paraíso. Solo habrá subdesarrollo denigrante y deprimente.

Villa de Cura, sábado 14 de julio del 2018.