Venezuela en los últimos días ha sido un hervidero. Sí, me valgo de este término tan coloquial para intentar fotografiar todo lo que se ha desatado tras el desmontaje de una gran trama de corrupción que, según los órganos de justicia venezolano, incluye a Petróleos de Venezuela (Pdvsa), Superintendencia Nacional de Criptoactivos y Actividades Conexas (Sunacrip), y el Poder Judicial.
Poco me detendré a ahondar en los detalles técnicos de esta noticia. El país está informado de lo sucedido, a pesar del silencio mediático, así como los altos personajes capturados: funcionarios públicos y empresarios. También ya es ampliamente conocido que estos hechos desfalcaron –según fuentes oficiales– cerca de 3.000 millones de dólares y dejaron la bicoca de más de $20.000 mil en cuentas por cobrar a la estatal petrolera.
En medio de estas cifras astronómicas, en un país donde se nos muere la gente de mengua y hambre, la gran interrogante es: ¿Qué pasó con la ética y los principios?, Venezuela es hoy una cleptocracia y citaré algunos ejemplos para no hacer una aseveración tan seria sin argumentos. Los grandes afectados: los ciudadanos, dueños de la mayor reserva petrolera del planeta, para quienes hace años se cerró ese chorro y no reciben ni una gota de petróleo.
Comida podrida en Pdval equivalente a cuatro millones 400 mil dólares; y el desfalco atribuido a la administración de Rafael Ramírez, a quién se señala por el desvío de 11.271.148.806,36 millones de dólares de la otrora «gallinita de huevos de oro» de todos los venezolanos; son solo dos casos escogidos al azar de la enorme estela de corrupción que se ha registrado en el país desde el ascenso del chavismo al poder.
También el maletín de Antonini Wilson, coimas recibidas por funcionarios públicos por parte de la constructora brasileña Odebrecht; son más casos de corrupción develados desde el poder. Estos y muchos otros escándalos arrojan pérdidas que, los más conservadores estiman en 40.000 millones de dólares, mientras que otras voces elevan a $500.000 millones.
Han sido dos décadas donde la discrecionalidad, opacidad, falta de rendición de cuentas; han estado a la orden del día. La corrupción, un cáncer que hizo metástasis hace rato y que hoy, además del Gobierno Nacional, ha arrastrado también a actores de quienes se venden como el cambio.
Basta ver las acciones de la Asamblea Nacional electa en 2015, y el Gobierno Interino instalado por esta. En torno a estos actores también se desataron serias denuncias con el manejo de activos del Estado provenientes de la trasnacional Citgo y la empresa colombo-venezolana Monómeros.
Se trata todo esto del desvío de fondos que dejaron de llegar a las escuelas venezolanas que hoy se le caen encima a nuestros muchachos, comida que no llegó a los comedores escolares ni a nuestros ancianatos. Es dinero público que se perdió en lugar de traducirse en medicinas e insumos para nuestros hospitales o armas y uniformes para los cuerpos policiales del país.
Hoy, cuando nos llega la trágica noticia que 12 venezolanos murieron calcinados, así como leen, calcinados; en un centro migratorio mexicano; produce una terrible ira que nuestros niños, jóvenes, madres y abuelos; se vieran obligados a irse caminando por el continente buscando calidad de vida porque sencillamente unos funcionarios sin ética ni valores se robaron la plata que es de todos los venezolanos.
Este país merece una profunda revisión y nosotros como ciudadanos debemos asumir, de verdad-verdad, nuestro rol contralor. No podemos seguir en este círculo vicioso de justificar la corrupción, por muy minúscula que sea.
La corrupción, el robo descarado del erario público, a mi juicio es como los golpes de Estado. No hay asonadas buenas o asonadas malas, importando los protagonistas que la encabecen. Asimismo, no hay corrupción justificable. A los corruptos, todo el peso de la ley, eso sí, respetando sus derechos humanos y cualquier proceso debe ser apegado a la ley.
Twitter: @griseldareyesq
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.