Por más que se busquen razones para llevar la vida del país como si nada estuviera pasando, por más que algunos municipios pongan banderas de colores y armen comparsas por las calles principales, el sufrimiento de Venezuela es genuino y profundo y no se borra con voltear para otro lado.
Esa ha sido la práctica del gobierno chavista durante los 20 años que han ocupado Miraflores. Los líderes rojos han sido expertos y han perfeccionado las artes escapatorias, más por cinismo que por ser capaces de algo en su vida. Ellos saben con lujo de detalles el porcentaje del hambre, de la desnutrición, la cantidad de familias en pobreza extrema que ha perdido todas las esperanzas, la cantidad de niños que han despedido a sus padres en cualquier paso fronterizo, la cantidad de ancianos solos sin cuidados. Pero nada de eso les importa y no se preocupan ni en fingir.
Lo malo es que vengan otros, que se dicen oposición, y sigan el mismo tipo de comportamiento, escudados en alguna excusa barata; usan la cultura y las tradiciones como si con eso comieran los cientos de niños que ponen a desfilar por las calles, cuando saben que muchos no tienen en su estómago ni un magro desayuno que les dé fuerzas. ¿Disfraces para qué? ¿Por qué hay que enseñarles a los niños a ocultar sus sentimientos y emociones tras una farsa? ¿Por qué, lo que es peor, hay que gastar dinero en organizar comparsas que no representan ninguna mejoría en sus condiciones de vida?
Hay que aplaudir decisiones como las del alcalde del municipio Carrizal del estado Miranda, José Morales, quien prefirió destinar el presupuesto de 20.000 dólares a la compra de alumbrado público que gastarlos en unas fiestas que no le dejarán nada a los habitantes de la zona. Ha sido valiente, ha hecho lo correcto por lo que lo eligieron como mandatario local y ha sido consecuente con la situación del país.
El que quiera y tenga cómo festejar, viajar y disfrazarse, que lo haga, pero en estas circunstancias de país no se justifica que se gaste el dinero del presupuesto público en banalidades como las de celebrar un Carnaval mientras los niños venezolanos se mueren de hambre.
Los ciudadanos necesitan gobernantes y líderes que piensen en ellos primero, no que sigan el mal ejemplo de los 20 años del gobierno chavista, que ha sido puro pan y circo. Esto es parte de los cambios que la oposición debe hacer para recuperar la confianza de un electorado que está cansado de ser el último eslabón de la cadena. Acciones, no discursos.