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¿Enfrentamos un nuevo dilema?

duda y lupa
Tiempo de lectura: 12 min.

«Depende, ¿de qué depende? De según cómo se mire, todo depende.» Este estribillo de una vieja canción siempre me ha gustado. Me recuerda el simple pero esencial hecho de que es normal tener diferentes perspectivas sobre problemas comunes, especialmente en circunstancias tan complejas como las que vivimos los demócratas venezolanos.

Hoy nos enfrentamos de nuevo al dilema de votar o abstenernos en elecciones convocadas por el régimen autocrático. El debate entre nosotros ya ha comenzado y promete ser intenso. Aunque tengo una posición sobre el tema, no soy dogmático y estoy dispuesto a revisarla si los argumentos contrarios me convencen. De cualquier modo, he dejado mi posición para el final de este artículo, el cual está dedicado principalmente a presentar, de la manera más seria a mi alcance, los argumentos más relevantes que he leído o escuchado, junto con algunas reflexiones propias.

  1. Falso o verdadero, depende

Quiero empezar haciendo una consideración general. El dilema de votar o abstenernos refleja, en parte, una disyuntiva más amplia entre dos caminos para enfrentar y vencer al régimen: el camino electoral y el de la protesta y la presión. Este dilema ha demostrado ser superable en ciertas circunstancias. 

Un evento electoral puede ser una oportunidad propicia para resolver el problema de coordinación, es decir, el reto de alinear todos nuestros esfuerzos en una única y contundente acción colectiva. Un evento electoral puede servir así para organizar, pacífica y democráticamente, la mayor protesta social posible. Esto fue lo que hicimos el 28 de julio. En esa jornada histórica vencimos al régimen, demostrando inequívocamente que somos mayoría los que lo rechazamos y aspiramos al cambio político. Seguimos siendo esa mayoría.

Ahora bien, es evidente que el 28 de julio sucedió en un contexto específico y fue el resultado tanto de una estrategia política, organizativa y electoral inteligente, como de factores imprevistos, como la actitud espontánea y decidida de miles de ciudadanos y los diversos errores cometidos por el régimen. Hoy, el contexto es diferente, entre otras razones, precisamente porque el 28 de julio ocurrió. El dilema entre votar o abstenerse surgiría entonces, otra vez, con toda su importancia y complejidad.

  1. Razones para votar

Algunos afirman que el voto es el «arma» más poderosa que los demócratas tenemos y, por tanto, la que más temen las autocracias. Un evento electoral, incluso bajo un régimen autocrático, siempre representa una oportunidad para movilizar y organizar políticamente a los ciudadanos. La abstención, por otro lado, nos inmoviliza, a menos que se trate de lo que algunos llaman una abstención activa, asociada a contundentes, aunque pacíficas, acciones ciudadanas al margen de la jornada electoral. Sin embargo, eso es algo simplemente ilusorio en el contexto actual. Abstenerse es, en la práctica, no hacer nada y conducirá a la ciudadanía, casi irremediablemente, a resignarse ante un orden político que se considerará inamovible.

Al participar masivamente en las próximas elecciones, se sostiene, podríamos repetir lo que logramos el 28 de julio. Según ciertas proyecciones tempranas, los candidatos opositores podrían ganar en prácticamente todos los estados y en la mayoría de los municipios, así como alcanzar la mayoría de los curules legislativos. De no participar, los sectores democráticos solo estarían renunciando, por defecto, a todos esos cargos de representación pública, y los venezolanos serían representados, lo cual es un decir, únicamente por personajes del régimen.

Es posible, se reconoce, que el régimen decida manipular el proceso electoral y mentir nuevamente, exhibiendo una vez más su naturaleza autocrática. Al actuar así, sin embargo, su ilegitimidad se profundizará aún más, tanto dentro del país como en los países democráticos, revitalizando la presión interna y externa. Además, no debería obviarse que varios centenares de líderes nacionales, regionales y locales estarán dispuestos a movilizarse junto a sus seguidores para defender sus votos en todo el país.

Debe considerarse también que no participar en las elecciones tendría el efecto paradójico de que el régimen no necesitaría hacer trampa para ganar. El mapa político del país se teñiría de rojo, probablemente en una proporción manipulada para otorgar algo de credibilidad a los resultados anunciados por el CNE el 28 de julio. Este resultado sería real en esta ocasión, debido a la abstención de los sectores democráticos, y equivaldría, para el régimen, a las actas de escrutinio que nunca presentará.

Desde esta perspectiva, se acepta que la dinámica de participación y conflicto electoral probablemente desemboque en un arreglo político que permita a los candidatos opositores ganar varias gobernaciones, unas cuantas alcaldías y un porcentaje minoritario de la representación legislativa. Esto quizás no refleje cabalmente la decisión de los votantes, pero es lo mejor que podrá lograrse en las actuales circunstancias. No es imaginable que el régimen vaya a elecciones para recibir nuevas palizas políticas, aunque sí es esperable que entienda que le conviene abrir espacios de poder a sus adversarios. Esa es la situación que, con realismo político, los sectores democráticos deberíamos asumir por ahora. 

Lo importante es que nuestros líderes no desaparezcan totalmente del ejercicio de algunos poderes públicos y que su presencia en ellos abra posibilidades que en este momento quizás no alcanzamos a prever. Será esa convivencia, ciertamente tensa y compleja, la que irá haciendo factible un cambio político progresivo y no traumático a nivel nacional.

  1. Razones para “abstenerse”

Por más pragmática que sea la política, no puede negarse que el pueblo venezolano se pronunció el 28 de julio y eligió a Edmundo González como presidente de la República. Desgraciadamente, como todos sabemos, el régimen optó por desconocer la voluntad de la mayoría y el traspaso constitucional del poder no ha sucedido aún. En tal sentido, el 28 de julio no ha terminado. El compromiso democrático de cada ciudadano y, sobre todo, de cada líder político, debería ser hacer lo necesario para que ese traspaso se concrete. Sobre esto no habría dilema posible si se es demócrata.

No debe obviarse el hecho de que el régimen, plenamente consciente del fraude perpetrado, ha anunciado que todo candidato que aspire a un cargo de representación pública debe reconocer los resultados anunciados por el CNE el 28 de julio, así como los resultados de futuras contiendas electorales, incluso si no se publican los detalles correspondientes. De esta insólita manera, los candidatos de los sectores democráticos tendrían que sumarse al desconocimiento de la voluntad ciudadana expresada el 28J, convirtiéndose en cómplices. Ante esta situación, podría argumentarse que existe una posibilidad: un líder político podría someterse a esta exigencia como una estrategia para sobrevivir políticamente en algún cargo de representación pública y esperar desde allí la oportunidad de retomar la lucha democrática. Sin embargo, debería ser evidente que esta posible táctica subrepticia no puede ser la base para inspirar y movilizar a la ciudadanía. En cualquier caso, es muy probable que los candidatos que decidan adoptar una posición públicamente sumisa ante el régimen y renieguen de la soberanía popular expresada el 28J sean repudiados por la mayoría ciudadana. 

Es comprensible, se arguye, que algunos piensen que el 28J puede repetirse, a pesar de las trampas del régimen y de su demostrada disposición a violar derechos humanos, pues la mayoría de los venezolanos aspira al cambio político. Sin embargo, ya debería saberse que el reto no consiste solo en votar masivamente, sino también en demostrar la victoria. Al respecto, es imprescindible entender con claridad lo que hicimos el 28J y luego evaluar si es factible hacerlo de nuevo en un contexto más hostil. Articular la participación electoral y la protesta social fue el gran desafío que los venezolanos demócratas enfrentamos con éxito en esa jornada histórica. Esto supuso un enorme esfuerzo, quizás no comprendido ni valorado plenamente. Fue necesario acordar una candidatura unitaria y electa en elecciones primarias, realizar una campaña inspiradora y movilizadora liderada por una mujer capaz y valiente, acreditar testigos en prácticamente todos los centros electorales del país, diseñar y ejecutar una estrategia de defensa del voto y de publicación de las actas de escrutinio. Ese trabajo involucró a centenares de miles de ciudadanos que se organizaron con eficacia y a muchos más que actuaron de manera espontánea y valiente. Así fue como la mayoría del país, deseosa de un cambio político, pudo expresarse y su decisión pudo ser conocida, a pesar de los esfuerzos del régimen para que ello no sucediera.

Hoy, el régimen está dispuesto a todo para permanecer en el poder. Convertido definitivamente en una minoría opresora, el irrespeto a la opinión mayoritaria y la soberanía popular definirá sus actos electorales. Quienes aspiren a ser candidatos opositores solo contarán con los partidos y las tarjetas que el régimen acepte, lo que hará casi imposible que un líder con auténtica trayectoria opositora pueda siquiera postularse. Pero incluso en el supuesto de que algunos dirigentes opositores, aceptando las condiciones que el régimen les imponga, lograran ganar algunos de los cargos de representación pública sin el beneplácito del régimen, se enfrentarían a la casi imposible tarea de demostrar su victoria. Si, a pesar de todo, algunos candidatos opositores, suponiendo que a esta altura en realidad lo fueran, llegaran a ocupar los cargos para los cuales fueran electos, estarían sometidos a una estricta dinámica de control y castigo. Esto sin contar con los planes del régimen para transformar el sistema político venezolano y convertirlo en un sistema de democracia comunal o algo similar. Se trataría de un sistema, quizás con elecciones de segundo grado, pero en todo caso destinado a reducir drásticamente las posibilidades de que los sectores opositores accedan al poder. En ese contexto, alcaldías y gobernaciones perderían relevancia dentro de la arquitectura comunal del Estado y la democracia.

Es clave entender que no participar en una elección no implica automáticamente la inacción, como a veces se afirma. En este sentido, por difícil que sea, cada futuro evento electoral podrá ser una oportunidad para evitar que la victoria del 28J sea proscrita por la autocracia o, peor aún, olvidada por nosotros. Aunque ahora no sea factible organizar de nuevo un sistema de vigilancia del voto y de divulgación de resultados, sí sería posible organizar una abstención activa. La creatividad, la energía y el coraje demostrados el 28J por centenares de miles de venezolanos, dentro y fuera del país, podrían dar forma a nuevas gestas ciudadanas. Sería una estrategia que, hay que destacar, se mantendría en la auténtica ruta electoral definida por la victoria del 28J que aún no se ha concretado en el traspaso del poder ejecutivo. 

  1. Sobre la argumentación

Deseo incluir en estas notas algunas observaciones sobre ciertos tipos de argumentación que he identificado en el debate político actual. En particular, me refiero al uso de la historia, la generalización de juicios sobre actores políticos y ciertos sesgos en la forma de concebir la unidad democrática.

  • Por dilema de votar o abstenernos refleja, en parte, una disyuntiva más amplia entre dos caminos para enfrentar y vencer al régimen el camino electoral y el de la protesta y la presión». tentador identificar situaciones históricas que se asemejen a la situación actual e intentar derivar de ellas el mejor curso de acción. Sin embargo, es crucial ser muy cuidadosos en el uso del conocimiento del pasado. Los buenos historiadores siempre nos han advertido sobre la importancia de ubicar cada hecho en su contexto respectivo y de no hacer historia contrafactual, es decir, especular sobre lo que hubiera ocurrido si tal o cual hecho no se hubiera producido. Los eventos de la historia no se repiten y lo que no ocurrió, no ocurrió. El afirmar que participar en tal o cual elección fue mejor que haberse abstenido es algo que, por definición, no puede ser demostrado. No tiene sentido comparar una realidad pasada con una realidad posible que no se materializó. Menos sentido aún tiene sostener que una opción es siempre mejor que otra, como si de una ley histórica se tratase. No niego que el conocimiento del pasado sea una valiosa fuente de reflexiones y aprendizajes, pero nunca puede ser la fuente de veracidad de nuestras interpretaciones del momento presente ni de certeza sobre el futuro. Cada decisión debe ser evaluada en su respectiva circunstancia histórica, de cara a un futuro irremediablemente incierto.
  • Es innegable que existen personajes públicos que, dada su conocida trayectoria, han perdido toda credibilidad entre los venezolanos demócratas. Sus opiniones y posiciones están cubiertas por la razonable sospecha de que no están alineadas con nuestra lucha por la libertad y la democracia. Sin embargo, que algún personaje así defienda la participación en las próximas elecciones no es una razón válida para suponer que todos quienes comparten esa posición sean de la misma condición. Estaríamos ante la falacia de «generalización indebida». Incurrimos en esta cuando realizamos una conclusión general basándonos en una muestra insuficiente o sesgada. No todos los que proponen participar son colaboracionistas o falsos opositores. No todos los que proponen no participar son extremistas o alucinados seguidores.
  • La unidad en nuestra lucha contra la autocracia y por la libertad debe ser preservada, ya que, sin ella, la posibilidad de nuestra victoria se torna más remota. El régimen lo sabe bien y, por eso, fomenta nuestra división de diversas formas. Ahora bien, es peligroso que quienes defienden una posición determinada acusen a quienes la adversan de atentar contra la unidad. En realidad, estos últimos podrían decir lo mismo. La unidad podría lograrse tanto alrededor de la estrategia de participar como la de no hacerlo. De cualquier modo, no debe obviarse en ese debate que la mayor parte de la ciudadanía opositora eligió a Edmundo González, en representación de María Corina Machado, como presidente de la República. Él y ella son, en esta coyuntura histórica, nuestros líderes electos. No son infalibles, como nadie lo es, pero si se trata de evaluar nuestra posición respecto a participar o no en las próximas elecciones, deberíamos al menos considerar seriamente lo que ellos nos están proponiendo como curso de acción. Es mucho más factible que la unidad, o al menos la voluntad mayoritaria, se articule en torno a estas figuras. Esto no es, desde luego, algo fácil de aceptar para varios personajes cuyo liderazgo se ha desvanecido. La sustitución de elencos políticos suele ser traumática.
  1. Por si sirve de algo

Es cierto que todo depende de cómo se mire. Pero no todas las miradas son iguales. Hay miradas superficiales y miradas profundas, miradas limitadas y miradas amplias, miradas visionarias y miradas miopes, miradas avizoras y miradas desatentas. Mirar bien es, entonces, un desafío para cada uno de nosotros.

Mirar bien consiste, en muchos casos, en identificar en nuestro entorno una respuesta adecuada a un problema, sea cual sea su naturaleza. Hoy, nuestro problema central como nación es lograr que nuestra voluntad política, democráticamente manifestada el 28J, se concrete. De ahí surge un criterio fundamental para evaluar el dilema de votar o abstenernos. La respuesta dependerá de si consideramos que una u otra opción nos servirá para avanzar o, al menos, no retroceder en la resolución de nuestro principal problema.

Mi evaluación es que, aunque la inmensa mayoría de nosotros deseamos el cambio político y votemos nuevamente a favor de este en las próximas elecciones, no podremos demostrar en esta ocasión, ni a nosotros mismos ni al mundo, nuestra verdadera decisión soberana. Participar provocaría que la gesta cívica que protagonizamos el 28J se hunda tristemente en un tremedal de fraudulentas elecciones, sin ninguna ganancia real, salvo algunas victorias de presuntos líderes opositores. Participar, en definitiva, sería un error. Pero también lo sería limitarnos a una pasiva abstención.

Confío en que cientos de miles de ciudadanos podamos organizarnos y actuar nuevamente de manera creativa y valiente, no para participar en los próximos eventos del CNE del fraude, sino para mantener vivo el espíritu del 28J. Pienso que no estamos ante un auténtico dilema, sino ante una nueva tarea de la cual no debemos dimitir. Debemos hacer que nuestra voz, esta vez en el marco de una abstención activa, vuelva a escucharse clara y fuerte, las veces y el tiempo que sean necesarios.

10 de febrero 2025

https://lagranaldea.com/2025/02/10/enfrentamos-un-nuevo-dilema