Directo al grano
No es fácil ejercer la autocrítica
Los gremios y los académicos le atribuyen la caída de la producción agrícola vegetal a las importaciones. Según la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios de Venezuela (Fedeagro), en lo que va de 2024 las importaciones de materia prima agrícola se calculan en al menos 800 millones de dólares US$, a través de 52 buques de carga.
Han ingresado al país 850.000 toneladas de maíz amarillo, 310.000 toneladas de maíz blanco, 200.000 toneladas de arroz, 170.000 toneladas de azúcar. “Por cada buque de maíz importado se pierde la oportunidad de sembrar 7.500 hectáreas en campos venezolanos y ofrecer 22.500 jornales rurales al sector de la población más necesitado”.
Con las importaciones Venezuela “perdió la oportunidad de labrar 390.000 hectáreas y se dejaron de percibir 1.170.000 jornales de familias venezolanas en el entorno rural”.
El otro lado
Todo lo anterior es verdad, sobre todo cuando acostumbramos a importar en plena cosecha. Sin embargo se trata de un solo lado de la moneda. Esta moneda tiene dos caras y la otra es nuestra realidad. Si no fuesen por las importaciones a menor precio que la nacional, la crisis alimentaria agravaría al 17% de la población venezolana que sigue padeciendo subalimentación o hambre. Esta cifra representa aproximadamente a cinco (5) millones de personas, de acuerdo a datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
De su parte, El director del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM), Óscar Meza, informó que la Canasta Alimentaria Familiar del mes de septiembre de 2024, se ubicó en US$ 531,57, el equivalente a Bs. 23.128,50. Con un salario mínimo de 2,75 dólares al mes. Una familia necesitó 177,91 salarios mínimos para adquirir los 60 productos que conforman esta Canasta Alimentaria. Es una terrible situación.
La realidad actual del campo
No cabe duda que tenemos un atraso tecnológico agrario de más de medio siglo. La maquinaria está obsoleta y las condiciones económicas imposibilitan comprar un tractor de 100.000 dólares o una cosechadora de 600.000 dólares. El monocultivo sin rotación ha envenenado las tierras y las aguas. No contamos con energía eléctrica ni los combustibles necesarios. No funcionan las conectividades satelitales al Internet, que hoy en día son imprescindibles para los análisis y manejo de los equipos autopropulsados que pueden trabajar las 24 horas, bajo la agricultura digitalizada. Las universidades y tecnológicos están por el suelo. La deserción en el campo es cada día mayor y ya presentamos un notable envejecimiento de los productores, sin casi generación de relevo. Ni hablar de las inseguridades o la falta de financiamiento por las imposiciones del país o el negocio en sí mismo. La vialidad en mal estado y los sistemas de riego que no funcionan. No adquirimos las semillas adecuadas para cada zona y suelos, sino las que se encuentren y menos las genéticamente modificadas de altos rendimientos y resistencias, al igual que los bioagroquímicos menos dañinos. Ni hablar de las estadísticas, cuando no hace mucho el Ministerio de Agricultura publicaba un extenso y completo anuario, por cierto de gratis, donde se encontraba de todo y hasta más. Cerrando este resumen como no hay capacidad adquisitiva, tampoco hay esmero por las calidades de los productos, ya que el consumidor compra por precio y no por calidad. Muy pocos de nuestros productos del campo pueden competir en el mercado internacional, nada más con ver cómo se transportan en huacales estropeándolos o en camiones que los venden en la calle. Aparte de los mercaditos a cielo abierto, muchos de los cuales en condiciones insalubres.
Los precios y las divisas
Una banda de precios a nivel del productor de maíz entre 0,36 y 0,38 dólares por kilogramo, habrían acordado en una reunión con los agricultores, revela La Confederación de Asociaciones y Productores Agropecuarios de Venezuela. Esto es el doble de los precios internacionales, por la razón de nuestros bajos rendimientos, con el beneficio de la duda por 4.000 kilos por hectárea con un costo de 1.500 dólares, cuando en el norte con 2.000 dólares producen más de 8.000 kilos, por lo que evidentemente no somos competitivos.
Adicionando la dificultad para obtener divisas para la adquisición de insumos, maquinarias y repuestos, que muchas veces hay que traerlas desde Colombia o Brasil pagándolas en divisas, aparte que muy pocas ventas se cobran en divisas y la propia inestabilidad del cambio, dificultan las compras y las ventas.
¿Hay solución?
Por supuesto que sí. Pero primero debemos, al tiempo de seguir produciendo como se pueda, resolver la estabilidad de la economía y luego trabajar en todo lo demás, siguiendo un orden de prioridades comenzando por las mejores zonas.
Contamos con tierras, aguas y la voluntad de nuestros abnegados agricultores para alcanzar la agricultura vegetal 5G. Obviamente bajo otros esquemas de producción para aprender a competir. Estabilizando las condiciones también vendrían los grandes inversionistas para apoyar la construcción de la nueva agricultura venezolana.
Bajo las actuales condiciones económicas y de pobreza, el objetivo de las importaciones no es el acabose de la agricultura, si no abaratar los precios y suplir las carencias, En la medida que se incremente la economía y el bienestar de la población, las importaciones no perjudicarán a la agricultura vegetal. ¡A trabajar!
Ref. Armando Campos Verdes. Directo Al Grano. ¿Las importaciones agrícolas son culpables o debemos resetearnos? Notas Agropecuarias. NA#1020. 25 de octubre de 2024
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