Insistir en que la amistad tiene que resistir toda diferencia política es no entender de amistad y tampoco de política.
Ya sea en democracia, en su ausencia o respecto a los espacios de conflicto, las posturas políticas, es decir, cómo se ve e interpreta el mundo, son tan íntimas que comparten el peso de la profundidad personal. Amistad y política se comportan como pasiones de una fuerza semejante que llega a embestirlas.
Cuando la lectura de un hecho transgrede principios fundamentales del individuo y se transforma en una acción contraria a lo que un otro considera de la mayor importancia, se rompen amistades. La reacción ante una guerra divide, resquebraja los lazos. En situaciones extremas, la adscripción a un proyecto político imposibilita mantenerlos. Será doloroso, es lo más natural y ha ocurrido con sustento en cada ejemplo de conflicto en la historia.
A pesar de esfuerzos asépticos por exigirle impermeabilidad política a la amistad, ambas contienen signos tan personales, en permanente convivencia con lo público, que es perfectamente válido el distanciamiento y la ruptura de una a causa de la otra.
De los filósofos griegos al pensamiento clásico francés, pasando por Arendt o Foucault, a la amistad, por sus muy particulares características, muchos le dedicaron una reflexión difícil de encontrar en las preocupaciones actuales. Mucho menos en México, donde con singular facilidad se les imprime el apelativo a las superficialidades de convivencia. En el país donde todos son amigos hay pocos verdaderos. ¿Por qué nos costará tanto pensar la amistad sin caer en la banalidad, los terrenos de la cursilería o considerar el mero hecho de hacerlo, en ocasiones, un negativo?
En general, analizamos hasta el agotamiento los espacios políticos, olvidando su naturaleza privada de efecto público y nos quedamos solo con este.
Toda amistad tiene sus límites, los infranqueables capaces de destruir lo esmeradamente sólido. Las relaciones de amistad, como el resto, contienen un margen de tolerancia a la diferencia. Su carácter de intimidad no deviene solo de sus efectos positivos, sino de las muy particulares razones y sentires en los individuos para considerarse en la relación.
Nuestros tiempos son en apariencia más políticos que otros, no porque la consciencia de lo público se haya hecho más amplia, sino gracias al excesivo peso que le damos a las ligerezas. Recuerdo, hace meses, una conversación sobre el rango de identificación política alrededor del consumo de leche en Estados Unidos. Da la impresión de que la elección de consumir cierto tipo u otra ha adquirido un simbolismo aún más absurdo que el de los colores en las corbatas de funcionarios. Leche de almendras, coco o demás orígenes no animales son estandarte de una postura a menudo irreductible frente a quienes beben lo ordeñado de una vaca. Durante esa conversación, se le nombró “la política de identidad de la leche” a aquella inmensa carga de significados implícitos en una bebida.
Afortunadamente, no tengo registro de que las discusiones alrededor de esta u otras expresiones políticas similares hayan sido causa de distanciamientos entre familiares o amistades. Lo anterior no quiere decir que dichas relaciones deben, siempre, estar por encima de la falta de coincidencias.
Montaigne, con su “era él, era yo”, evoca un reflejo de sí mismo. Un afecto por cualidades desde los que se crea una familiaridad electiva, en comunión y correspondencia. La amistad se teje en lo cotidiano, pero puede resistir la distancia espacial, hasta cierto punto. Es una relación escogida, libre, voluntaria, para la cual la transparencia es su insumo primordial y seguridad de una intención de entendimiento. Con límites.
La amistad, asumida en su calidad auténtica –los cuatismos, conveniencias o meras cercanías me importan poco–, acepta o tolera elementos de divergencia por los que es factible transitar. ¿Cómo se mantiene la amistad si una de las partes expresa racismo o xenofobia, cuando para la otra ambas son inaceptables? Después de más de dos años de invasión a Ucrania, ¿qué arraigos le sobreviven a una intimidad entre amigos con gran interés o implicaciones en el tema, si uno de ellos justifica o niega continuamente el secuestro de niños bajo orden de Moscú?
No basta la idea de que todo es debatible si se guardan formas o jerarquizan vínculos por encima de la diferencia. Lo irreconciliable existe y esos elementos transitables cambian entre personas y definen actitudes intolerables, acorde a intereses y principios. Personales, como las visiones políticas y los lazos. Lo mismo ocurre respecto de la dictadura cubana, la nicaragüense o la venezolana, etcétera. Quizá ninguna otra situación ha roto más amistades en las últimas décadas que la de Palestina e Israel.
Al ser la amistad una relación de alta envergadura, se espera que resista las inquietudes políticas de bajo o mediano impacto. La “política de la leche”. Las discutibles. No las de mayor relevancia.
Jacques Derrida, en Políticas de la amistad, se pregunta si existe alguna familiaridad con la que la amistad puede ser comparada. Con ninguna. Es una relación que se construye en base a la equivalencia y sin miras de trascendencia. Es suficiente consigo misma y representa una intención discreta de supervivencia compartida que desaparece con la falta de confidencia y confianza. Ambas, sujetas a la fragilidad de un resguardo de coincidencias donde lo relevante se ajusta al entorno cuando las realidades se complejizan.
Siglos de embates enseñaron que las diferencias religiosas no ameritan quiebre alguno. Triunfo de réditos privados para el laicismo. Las divinidades no afectan nada lo cotidiano y terrenal, no así el comportamiento de los individuos a partir de los extremos religiosos. ¿Puede una amistad sobrevivir a la adscripción con el fundamentalismo o el integrismo? ¿Qué sucede si algo de ese comportamiento se replica ante dogmatismos políticos laicos?
Dependerá de las nociones de emergencia, tanto en el entorno como en el individuo.
Aún en medio del coqueteo con las pulsiones autoritarias por parte de la sociedad mexicana y el gobierno saliente, en eso que llamamos polarización, el entorno nacional permite todavía guardar una relación de emergencia contenida. Tristemente, nuestras pulsiones autoritarias admiten con sensatez la ruptura de amistades cuando los intereses o principios individuales que idealmente deberían ser universales marcan dentro de lo intolerable la lectura política que niega la crisis de seguridad, violencia o salud. Algún día reflexionaremos sobre si llegar a este punto valió la pena. No lo creo. La visión general tiene un mejor blindaje que la individual, solo que la amistad es, sobre todo, la última.
29 de mayo 2024
Letras Libres
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