La primera bienaventuranza en el Sermón del monte dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Al leerla o escucharla por primera vez se siente inquietud, confusión, sinsabor. ¿Qué significa eso de ser “pobres en espíritu”? En primera instancia nadie quiere ser pobre; pues, el pobre es el necesitado, el que carece de lo necesario, aquel que es insuficiente para proveerse lo mínimo indispensable para el sustento de la vida.
Al investigar el origen etimológico del vocablo “pobreza” encontramos que se remonta al término indoeuropeo “peh-w” que significa poco y pequeño al mismo tiempo. En griego antiguo, el término que se escribe de esta manera “παῦρος” tenía exactamente el mismo significado de carencia y pequeñez. El diccionario universal de André Furetière, publicado en el año 1690, define al “pobre” en un sentido más agudo, y más semejante al actual, como aquel “que no tiene bienes, que no tiene las cosas necesarias para sustentar su vida o no puede sostener su condición”.
Es particularmente interesante el uso del término pobre en el latín clásico pauper el cual se usaba para referirse a la carencia absoluta de bienes o recursos. Pese a ser el origen de “pobreza” y otras palabras equivalentes, en la mayoría de las lenguas romances, esos términos se usaron para referirse a los pocos medios de aquellos que sólo podían cubrir unas necesidades moderadas. Por lo tanto, la palabra pobreza en realidad describía una condición intermedia entre el lujo y la penuria.
En la tradición cristiana, a lo largo de la extensión del mensaje del evangelio por el mundo entero se exaltaron un buen número de pasajes bíblicos que hacen alusión de manera negativa a la riqueza excesiva; tales como aquel pasaje en el evangelio de San Mateo que narra la historia del joven rico que lo llamó maestro bueno. A lo que Jesús le dijo que bueno solo era Dios; pero que si quería entrar en la vida eterna guardara los mandamientos. El joven rico luego de haberle explicado que guardaba todos los mandamientos, se fue triste porque Jesús le dijo que vendiera todas sus posesiones y se las entregara a los pobres. Pero el joven sabía que no era capaz de responder a semejante llamado. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Mateo 19:16-30.
Esos pasajes fueron el fundamento para que se establecieran órdenes religiosas basadas en una vida de pobreza, la cual implicaba no riquezas, pero también no mendicidad. Como la Biblia ha sido siempre objeto de libre interpretación, algunos versaron estos pasajes referentes a la pobreza como la relación íntima y espiritual con las riquezas, señalando que eran los “pobres en espíritu” a los que Dios denominaba bienaventurados y no los pobres en riquezas materiales.
Analizando el término «pobre» como aquel que carece de recursos, aquel que es insuficiente, que es débil en cuanto no tiene la capacidad para satisfacer sus necesidades básicas, entonces “los pobres en espíritu” se refiere a aquellos que no solo no poseen la capacidad espiritual para llegar a Dios, sino que más allá de la carencia reconocen su pobreza espiritual; la reconocen delante de Dios y la confiesan delante de su prójimo. Aquellos que en el camino de su vida se dan cuenta que separados de Dios la vida es fugaz, efímera y sin sentido. Por lo tanto, con un corazón contrito y humillado se presentan delante de Dios reconociendo Su grandeza y al mismo tiempo su pequeñez; reconociendo Su poder y al mismo tiempo su debilidad; reconociendo y aceptando a Jesucristo como el Señor de su vida.
Cada bienaventuranza expresa en su primera parte una condición determinada de un grupo de personas. Y en su segunda parte, muestra la bendición que vendrá por haber sufrido esa condición específica o haber tenido una actitud especial delante de Dios y del prójimo. Precisamente, la primera bienaventuranza nos abre la puerta para el gran encuentro con Dios en nuestra vida. Es un reconocimiento a los que humildemente nos acercamos a Dios para recibir su favor. Es un enaltecimiento a los que han dejado el orgullo humano atrás para venir en busca de la ayuda divina. Es un beso para los que se han bajado del pedestal de la soberbia y se han puesto sobre sus rodillas con el corazón doblegado ante Su presencia. Es una revelación de que la condición específica de ser pobres en espíritu nos dará la promesa de la bendición del reino de los cielos como heredad.
Ahora bien, según el propio Jesús, el reino de los cielos no se trata de un evento o un lugar futuro que alcanzaremos. En los evangelios, en múltiples ocasiones, podemos encontrar a Jesús expresando lo que es “el reino de los cielos”. Así, solo dos ejemplos: El reino de los cielos es como la semilla más pequeña de todas, la de la mostaza, que luego de ser sembrada crece y se convierte en un frondoso árbol que echa ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar en él. Así que si tienes la fe que cabe en una semilla de mostaza, para creer en Dios, esa fe se convertirá en un frondoso árbol bajo cuya sombra podrás descansar. Marcos 4:30-32.
El reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, y habiendo hallado una perla preciosa, fue, vendió todo lo que tenía, y la compró. Así que en tu búsqueda, cuando hallas el amor precioso de Jesucristo, cuando puedes comprender que su sacrificio en la cruz fue la expresión máxima de su amor por ti y por toda la humanidad; entonces, puedes dejar todos tus argumentos y razones humanas porque encontraste la perla preciosa. Mateo 13:45-46.
A la pregunta de los discípulos: ¿Cuándo vendrá el reino de Dios? Jesús les respondió: “El reino de Dios no va a venir en forma visible. La gente no dirá “está aquí” o “está allá”. He aquí el reino de los cielos está entre vosotros”. Lucas 17:20-21.
https://rosaliamorosdeborregales.com/
Twitter:@RosaliaMorosB
Facebook: Letras con corazón
IG: @letras_con_corazon
#reflexionesparavenezuela