Una de las características fundamentales del venezolano es su extraordinaria capacidad para afrontar las amargas situaciones y capear las peores situaciones, tanto que en los actuales momentos no sé de qué fuerza extraña y superior nos valemos para no llorar a moco suelto por lo que está pasándonos por mi culpa, por tu culpa, por nuestra grandísima culpa, aunque no dudo que en cualquier instante habremos dejado rodar furtivamente algunas lágrimas de impotencia y de indignación por tanta desgracia junta y prolongada,
Y no podemos decir que es sólo lo que está pasándonos, sino con la tranquilidad y el patebolismo con que nos enfrentamos los de este lado, unos contra otros, y perdemos el tiempo en diatribas intestinas (¡y cuidado si intestinales!) cuando deberíamos remar todos con un mismo sentido y en la misma dirección en busca de soluciones a un gravísimo problema que nos afecta a todos con similares o peores consecuencias.
Eso de Votar o No Votar debe medirse de acuerdo al tipo de bienestar o calamidad por la cual estemos atravesando, y, presumo yo, las actuales no dejan lugar para la duda o la indiferencia, a menos que el sadomasoquismo nos haya atrapado de tal manera que disfrutemos en todas y cada una de las colas que hacemos para comprar algo de medio-comer y conseguir o cobrar el dinero con qué pagarlo, amén del gas necesario para cocinarlo o calentarlo.
Si las cosas estuvieran bien, de maravillas, con toda seguridad quedarse o salir de casa serían opciones discutibles, pero ante la tragedia no creo que haya otra alternativa que ir a votar por la calle del medio y hacerlo contra de este mal llamado gobierno que hace todo lo posible por eternizarse en el poder por el poder mismo, ya que para solucionar la crisis humanitaria que padecemos no le asiste ni la mínima intención.
Sin en vez de sentir ganas de llorar lágrimas amargas en los hombros de nuestros familiares y amigos apelamos a escurrir la bilis sobre nuestros semejantes, le estamos haciendo un flaco favor a la democracia y a la libertad que tanto necesitamos ahorita; esa libertad y esa democracia que sólo nos exigen un rato de nuestro tiempo y un voto de nuestra voluntad como contribución a la lucha por cimentar el futuro y el destino de nuestros hijos y nietos y el presente de nuestros abuelitos.
Sabemos de sobra que votar o no votar puede marcar la diferencia entre un nuevo y hermoso país y una nefasta y abominable revolución cuyos detentadores tienen como fin específico hacernos llorar y vernos llorar; sí, a veces siento ganas de llorar, quiero llorar, pero observando que la solución depende de mí, de mis amigos, de mis familiares y de mis vecinos, digo para mis adentros, y para ustedes, cuando quiero llorar yo voto…