Con base en cosas que he leído por acá y de otras que me han explicado más allá, cuando Cristóbal Colon regresó a España después de haberse topado con la América Continental, le dirigió una carta a los Reyes Católicos donde les narraba haberse encontrado con una nueva tierra poblada por seres humanos que vivían en paz, en abundancia, en el bien y en la felicidad.
La noticia era sensacional, echaba por tierra todo lo que se había creído hasta entonces de que el hombre estaba condenado a sufrir en este valle de lágrimas y que solo sería feliz en la otra vida. De esa carta se interpretó que el hombre era bueno por naturaleza y en consecuencia, podía llegar a ser feliz en la tierra.
Esta versión antropológica formulada por Cristóbal Colon, pareciera que ha sido la base de todo el pensamiento revolucionario moderno, cuyo razonamiento es el siguiente: el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe, por lo tanto, si se modifican las condiciones sociales, económicas, religiosas, culturales y políticas de una sociedad, entonces surgirá un hombre nuevo capaz de ser feliz y contribuir a la felicidad de los demás.
Pero es el caso que de las revoluciones presenciadas por la humanidad, no surgió ese hombre nuevo; por ejemplo, de la Revolución Francesa, es decir, de la madre de todas las revoluciones no se logró la generación de ese nuevo ser sino la aparición de un emperador: Napoleón Bonaparte y de otra gran revolución: la Rusa, solo se alcanzó la integración de un grupo de países en una unidad política conocida como la Unión Soviética que posteriormente fue molida por el trapiche de la historia; por ello, modificar las condiciones existenciales de un conglomerado social para que de allí aflore un nuevo hombre, no parece ser el camino.
En este orden de ideas, presuponemos que el camino pudiese ser la Revolución del Conocimiento complementada con una distribución equitativa y proporcional de la capacidad y el talento para producir riqueza en mercancías, bienes y servicios de óptima calidad.
De procederse así; es decir, revolucionar el conocimiento y distribuir equitativamente el talento para producir riqueza, entonces las probabilidades para generar un hombre nuevo que se caracterizará por ser trabajador, honesto, responsable, tolerante, solidario, amante de la libertad, defensor de los derechos humanos y practicante de la democracia, son altísimas, solo que, como dice Mario Benedetti: “De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo: de la derecha cuando es diestra y de la izquierda cuando es siniestra”.