Definir al populismo como una “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares” y “dice defender los intereses y aspiraciones del pueblo”, no es lo suficientemente explícito. Esta expresión se ha usado de tan distintas maneras, y en ocasiones tan disímiles, que es difícil encasillarlo en una simple definición.
Es tan variado el espectro político en el que están ubicados diferentes tipos de gobiernos que se han llegado a considerar como regímenes populistas que, específicamente en América Latina, se mencionan los de Luis Inácio Lula da Silva, en Brasil; los Kirchner, en Argentina; Alberto Fujimori, en Perú y Evo Morales, en Bolivia; entre otros; y, por supuesto, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, en Venezuela. Como se puede corroborar, el término es utilizado en contextos y situaciones muy diferentes; aunque siempre se pueden encontrar semejanzas entre los líderes de estos gobiernos y sus gestiones políticas.
La palabra populismo comenzó a usarse de manera generalizada a partir de mediados del siglo XX. Muchos autores y ensayistas reconocidos proponen como antecedentes importantes de los movimientos políticos populistas, al fascismo, implantado en Italia por Benito Mussolini (1.883–1.945) y al nazismo alemán de Adolfo Hitler (1.889 -1.945). Ambos ejercieron gobiernos despóticos y autoritarios, con discursos que apelaban al patriotismo y a las glorias pasadas del imperio romano o la supremacía de la raza aria, con un bien orquestado cuerpo doctrinario de respaldo y gran apoyo de las clases populares, pero con resultados nefastos. Desde un inicio, la violencia fue una característica intrínseca de sus actuaciones, alimentada por el odio y generadora de miedo. En América Latina, el argentino Juan Domingo Perón (1.895-1.974) es también otro antecedente a considerar.
La calificación de populista se utiliza, en general, para aplicársela a dirigentes y agrupaciones políticas, o a gobiernos, cuyas propuestas y estrategias se basan en promesas atractivas para el pueblo; comúnmente con un fuerte componente demagógico, pues se apela al halago, al patriotismo y a los sentimientos, más que al razonamiento, para obtener el favor y apoyo del pueblo con el fin de arribar al poder o mantenerse en él. Las promesas suelen ser exageradas, radicales y no pocas veces difíciles de cumplir o francamente inviables; como cuando se pretende solucionar complejos problemas de desarrollo y justicia social, con simples pero efectistas medidas impuestas de manera totalitaria.
En la prédica populista es común incluir el planteamiento de la confrontación entre los menos favorecidos de la sociedad y los que gozan de mejores condiciones de vida o de ciertos privilegios. La retórica del nacionalismo y la exaltación del patriotismo son temas recurrentes en el discurso populista; con lo cual se puede invocar a un pasado glorioso, sea éste cierto o no. Es frecuente que se busque consolidar los apoyos políticos alrededor de un partido único, en el que se promueve el culto a la personalidad del líder, cuya autoridad está fuera de toda discusión. Una estrategia a la que se acude usualmente, para concentrar el control político, es desdibujar la separación de los Poderes Públicos del Estado democrático; es decir, su división e independencia. Se suele acudir al socialismo como fuente ideológica de inspiración, pero con sesgos particulares de acuerdo a las circunstancias políticas locales, frecuentemente más como una muletilla política que como una verdadera ideología de referencia. En algunas ocasiones, gobiernos con tendencias populistas han tenido un desempeño aceptable en áreas específicas; pero no se trata de la generalidad de los casos.
Una fuerte estructura de la institucionalidad democrática, la fortaleza de las organizaciones civiles y un alto grado de civismo y participación ciudadana dificultan en gran medida que un gobierno populista autocrático pueda desmontar el sistema democrático de un país. Lo contrario resultaría favorable para el triunfo de los movimientos autoritarios de corte populista.
En la presente etapa histórica de Venezuela, un régimen populista e irresponsable, ha desmontado la democracia representativa desde el poder, sustituyéndola por lo que se ha llegado a llamar "democracia directa". Aquí se le llamó "democracia representativa, participativa y protagónica"; que solo ha servido para hundir al país en la más espantosa ruina económica y en la degradación moral. Venezuela, bajo el gobierno populista chavista, es uno de los ejemplos más patéticos, en todo el planeta, de los pésimos resultados que un régimen populista y totalitario, devenido en dictadura, pueda llegar a producir. Probablemente, ninguna corriente política le ha hecho más daño a Venezuela, en toda su vida republicana, como el populismo; más aún, si en ello ha estado involucrado algún caudillo militar. Basta con leer atentamente nuestra historia para corroborar esta triste realidad.
Profesor UCV felipeedmundo@gmail.com