Las redes sociales reventaron la semana pasada comentando la reunión entre los representantes de Fedecámaras y el régimen de oprobio. Bastante ha predicado este régimen que los empresarios son unos “bandidos explotadores”, “culpables de la crisis económica”, “promotores de las sanciones” y son los “responsables” de nuestros males, solicitando al pueblo apoyo “…para librarte de ellos...”, de esta manera ya se garantizaba la “demonización” del empresariado y de paso se ponía en desventaja al gremio empresarial, fortaleciéndose el régimen a sí mismo ante cualquier eventual negociación que se fuera a dar. Ha sido así durante veinte años y no es distinto ahora. Ni siquiera hace falta que algunos opositores ayuden a la diatriba, pero si lo hacen, tanto mejor para el régimen.
Sí, hay términos, ideas, conceptos, palabras, que tan solo pronunciarlas o evocarlas producen rechazo −elecciones, diálogo, negociación− y en algunos sectores, “unidad” es una palabra que produce un respingo. Estos términos y las acciones que implican son peligrosos anatemas e inmediatamente son “satanizadas”. Nada de raro tienen, entonces, las diatribas contra los empresarios.
Algunos olvidan que desde la infausta fecha en que se inició este régimen en 1999, hasta hoy, del país han desaparecido miles de empresas y se han perdido miles de fuentes de empleo, directas; y la empresa privada, a la cual representa Fedecámaras, ha sufrido una despiadada persecución por parte de todos los entes regulatorios del gobierno. Los organismos empresariales venezolanos, casi todas las cámaras, y desde luego sus llamados organismos cúpula −Fedecámaras, Conindustria, Consecomercio, Fedenaga, Fedeagro, etc. – han estado a la vanguardia del padecimiento y de la denuncia de las arbitrariedades del régimen y a la solicitud de libertades económicas para ejercer su actividad.
Pero, tenemos que evaluar y considerar cuales son los medios propios de lucha y resistencia de cada uno de los sectores del país que se oponen a este régimen de oprobio. Por ejemplo, los empresarios no se van a escribir la palabra “paz” en las manos pintadas de blanco, ni van a desfilar desnudos con el cuerpo cubierto de pintura azul, ni se van a enfrentar a la GNB armados de escudos de cartón y máscaras antigás, ni van a salir a tirarle piedras a la policía o a enfrentarse en las calles a los “colectivos” armados del régimen. Su actividad es un tanto más discreta. En nombre de las miles de familias de las que son responsables por su sustento, acudirán, pues es su deber, cada vez que los convoquen, supuestamente a hablar de los problemas del país, tratando de buscar allí una alternativa que les impida bajar las santamarias, pues para eso siempre hay tiempo. Por cierto, bajar las santamarias y antes de esa medida extrema, dejar de invertir, son las armas de las que dispone un empresario; supongo que eso no es lo que prefieren los que los critican por acudir a dialogar.
Los empresarios congregados en Fedecámaras saben bien que la libertad es la esencia de la democracia y es en libertad como se logra el desarrollo del país y la mejor forma de generar riqueza, para ellos y para todos; y es eso −democracia y producción en libertad− algo que está en sus estatutos desde hace más de 50 años, desde la Carta de Mérida de 1962. No hace falta que ningún asesor o analista se los recuerde. Seguro que el actual presidente del Organismo lo tiene bien presente, pues más de una vez lo han dicho, lo han puesto por escrito, se lo han entregado al gobierno en cientos de documentos, lo han declarado en las conclusiones de todas sus asambleas desde 1999, cuando comenzaron las sombras que hoy nos agobian. Rápido olvidan algunos que la casi salida de este régimen en abril de 2002 se debió en parte al paro cívico convocado, entre otros, por la CTV y Fedecámaras.
Pero ya sabemos que hay palabras “malditas”, términos “satanizados” y cualquiera que evoque uno de esos términos, se expone al rechazo agresivo, a que de inmediato se lo califique de “traidor” y “colaboracionista” por los modernos “Savonarola” de las redes sociales, la mayoría de los cuales nunca han pagado una nómina y no tienen la responsabilidad de mantener abiertas empresas que son el sustento de familias venezolanas. Los empresarios, dicen, recostándose de sus sillas y teclados, lo que quieren es “cohabitar” con el régimen y en el mejor de los casos los contemplan con conmiseración por no entender que “…lo que busca el régimen es ganar tiempo”, frase que, como un mantra, se repite desde hace años, sin que nadie haya explicado aun ¿Quién le quita el tiempo al régimen? ¿Quién se lo mide? ¿Quién se lo acorta?
Creo que es un error de juicio o de análisis pensar que la “premura” que pudiera tener el régimen por mostrarse amplio y dialogante en este momento es porque “necesita” tiempo y recursos económicos y financieros. Ciertamente el país, los venezolanos, necesitamos esos recursos para aliviar la ignominia en la que vivimos, pero el régimen, no. El régimen tiene −su cúpula, por supuesto− todo el tiempo que necesita y los recursos para mantenerse; solo la ambición los lleva a buscar más, para seguir dándole palos a la piñata, no es para resolver los problemas del país.
La estructura “clientelar” que creó y mantuvo Chávez, de corte populista, donde los pobres “sintieron” que eran tomados en cuenta, se agotó. Pero este régimen ya aprendió que esa “estructura” la puede sostener con mínimos recursos económicos y máxima represión, lo cual le sale más “barato” y les deja más para ellos. Los recursos claro que los busca, cuantos más, mejor, pero ahora son para mantener, para continuar el Festín de Baltasar, el reparto con sus aliados internos: Uno, el estamento militar, que es su verdadera cara, la verdadera esencia del régimen; dos, la burocracia gubernamental de la que forman parte muchos “fieles” militantes, no militares; y tres, para mantener esa otra estructura, también clientelar, la llamada boliburguesia y los bolichicos, que pasean, deambulan, por el país y sus bodegones, comprando y remodelando casas y haciendo alarde de sus fortunas; fortunas que invierten en “negocios”, no en empresas, no en industrias; algunos de ellos incluso lo hacen en el exterior, hay que decirlo, para regocijo de los países −y sus empresas y comercios− que reciben esas “inversiones”. Solo la “pandemia”, el cuidado y el temor que se tiene de ella en algunos países ha limitado algo ese derroche y trashumancia de nuevos ricos venezolanos que se venía dando desde hace algún tiempo.
Para eso hay recursos, que es lo que al régimen le importa, y para mantener su poder; poco le importa si no hay para resolver los problemas del país, al que se ha agregado la pandemia que comienza a hacer estragos más fuertes. Los empresarios no deben olvidar que ese agotamiento de los recursos y del “modelo” populista es lo que impulsa al régimen a buscar nuevamente el diálogo. Lo que verdaderamente preocupa al régimen, es que percole la duda en esa estructura clientelar que ha creado y que comience a debilitarse y termine resquebrajándose y cada quien comience a buscar su solución individual, sin preocuparse de los demás. Para mantener esa estructura es que el régimen necesita los recursos económicos y financieros y usará todo su poder de “diálogo” para lograrlo. Saben bien los empresarios que, si ahora el régimen acude a ellos, es para seguir exprimiendo al máximo al país.
Por eso los empresarios no deben descuidar el análisis de esta situación y si no los debe detener que se “satanice” el diálogo, lo que debe preocuparlos, para este proceso de negociación o de diálogo −y para todos los que vengan, pues vendrán más−, son tres cosas: Primero, estrechar los lazos con el resto de la sociedad civil, los partidos y la iglesia, pues en esto no hay solución individual, no remontar “vuelo” en solitaria soberbia y recordar siempre que se trata del “nos-otros”, del que tanto han hablado en sus reuniones y documentos; segundo, que no hay soluciones parciales y que solo en libertad y democracia se puede crecer y generar riqueza, sé que esto lo entienden bien, pues está en sus estatutos y entre sus principios desde hace muchos años; y tercero, reeditar esa alianza, que ya funcionó a principios de este siglo, una alianza efectiva entre empresarios y trabajadores, pues solo eso les permitirá fortalecerse y fortalecer el compromiso por una mejor calidad de vida para los trabajadores, por una mejor empresa y por un mejor país.