“Si reconocemos al capitalismo, significaría regresar al abismo, al infierno. Si educamos a nuestros niños con nuevos valores, claro que habría futuro, debemos decir no a la pudrición de la cultura occidental…”. Dijo Nicolás Maduro ante un grupo de trabajadores de la planta Cauchos de Venezuela, antigua Goodyear, en Valencia. Dejando de lado la curiosidad sobre el origen y contenido de esos “nuevos valores” a los que alude Maduro, fijemos el foco en la última consigna (en la tradición instaurada por Hugo Chávez, el discurso de Maduro consiste de consignas pegadas una detrás de otra), sobre la putrefacta cultura de Occidente.
Sobra decir que tengo una mala opinión de Nicolás Maduro; no solo por lo último sino por el hecho de ser un pésimo gobernante, el peor de nuestra historia. Son varias las razones de ese desempeño paupérrimo, pero la de mayor bulto es que nada ha construido. Venezuela se ha convertido en un caos destructivo que ya tiene diez años y que se ha llevado por delante todo lo que había, ni la naturaleza ha escapado. Lo que un hombre ha hecho no es sino el resultado de lo que un hombre es. “Por sus obras los conoceréis”.
No tiene nada de raro entonces que Nicolás Maduro hable mal de la cultura occidental. Por supuesto que tiene que hacerlo, si su vida ha sido un ejemplo de negación de esa cultura. Uno de los valores fundamentales de Occidente ha sido el conocimiento científico como paradigma de la verdad. Maduro prefirió la ideología (la peor, la comunista) y el resentimiento como guías. Para completar el ciclo de educación que le correspondía en función a su condición de muchacho clase media, solo tenía que caminar unas cuadras; entiendo que vivía por las cercanías de la parroquia San Pedro, vecino de la UCV. Pero nunca lo hizo. Se fue de una vez a las trincheras de la clase obrera, y a una escuela de cuadros en La Habana, a luchar contra el “infierno del capitalismo”.
Es obvio también que su desprecio por los valores occidentales no es casualidad. El conocimiento, la ciencia, el libre pensamiento, la diversidad de ideas, el debate democrático de los saberes, ese in lumine tuo videbimus lumen, ese vencer a la sombra que resume a la academia le son ajenos por decisión propia. Sabido eso, la desgracia que ha sido su gobierno es explicable. Bastaría con entender que hay coherencia, una correlación perfecta, entre su pensamiento y su obra. Cualquier venezolano medio, que es igual que decir la inmensa mayoría de nuestros compatriotas, rechaza el gobierno de Maduro. Para muchos ya es una cuestión incluso moral. Por eso resulta indignante no percibir que la dirigencia opositora se esté comportando al nivel de la demanda de orden ético y político de la sociedad venezolana: hay que derrotar a Nicolás Maduro en el 2024.
Maduro, con todo y sus carencias académicas y sus vacíos en cultura occidental, tiene clarísimo qué va a hacer en el proceso de 2024. Se sabe la lección de memoria. Ya lo hizo en 2018 y le salió redondito. Va a golpear a los opositores hasta que solo queden en carrera los candidatos que a él le gustan; los de los partidos otorgados como franquicia del PSUV a unos auténticos corsarios de la política. Por si fuese poco, aparte de su propia historia, tiene al lado la de su colega Daniel Ortega.
Diosdado Cabello pone el dedo en la llaga y acierta al señalar una grave falla de la oposición: «Nos conviene que haya primarias, yo creo que no habrá, pero nos conviene porque eso va a contribuir con peleas internas entre ellos, porque el que llamó ladrón a otro durante la campaña no va a pretender que a ese que llamó ladrón vote por él en 2024. Esas primarias jamás van a contribuir con la unidad en la oposición, no tienen vida».
Ergo, en este episodio de la larga lucha contra una dictadura inmoral, nada peor que hacer de las primarias una guerra entre precandidatos opositores. Ni mucho menos una oportunidad para practicar una escapada en solitario o ponerse alguno a hacer cálculos de cómo, en una carambola trágica para el país, se puede hacer de la candidatura sin tener votos suficientes. Eso será muy político, pero resulta mezquino e inhumano dadas las circunstancias.
La labor política y patriótica sería más bien trabajar por crear desde ahora las instancias y mecanismos de cooperación para hacer frente a la estrategia de Maduro. Una amenaza de la que ni se habla, aunque guardar silencio no signifique que no vaya a estar ahí. Por eso me atrevo a preguntar: ¿Ya saben nuestros dirigentes opositores qué van a hacer cuando Maduro, como hizo en Barinas, comience a inhabilitar candidato tras candidato?
No prepararse para contrarrestar sus marramucias, anunciadas por lo demás, es bastante más que una irresponsabilidad. Es un crimen que se comete contra las esperanzas de toda una nación.
24 de mayo 2023
La Gran Aldea